jueves, 25 de febrero de 2021

CONDENA A LÁZARO BÁEZ

 


 preocupa al Club del Casco

Por Javier Boher

Alfil, 25 febrero, 2021

 

El chino, como tantos otros idiomas, utiliza logogramas en lugar de letras. No funciona como el alfabeto latino, en el que los símbolos individuales se combinan para formar palabras, sino que cada símbolo representa una sílaba o una idea en sí mismo. Para el caso de los chinos, el idioma escrito sirvió para unificar idiomas y dialectos que coexistían -y aún lo hacen- en su extenso territorio.

 

Aunque esa tradición lingüística pudiera estar lejos de nuestra práctica, parecen haber aparecido algunas palabras que entrarían dentro de esa lógica. No sin forzar un poco las reglas de cada lengua, hay algunos neologismos que parecen utilizarse sin un sentido unívoco, sino más bien para representar distintas ideas.

 

En los últimos años, diversos populismos -de izquierda y derecha- han recurrido a la idea del ‘Lawfare’ para referirse despectivamente a esa absurda idea occidental y decadente de que el Poder Judicial debe encargarse de hacer valer las leyes, independientemente de la voluntad de los poderes ejecutivo y legislativo. Cuestionando de fondo al republicanismo, ocultan sus críticas tras una supuesta guerra judicial..

 

Así, sea Rafael Correa en Ecuador, Donald Trump en Estados Unidos, Victor Orban en Hungía o Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, todos dicen Lawfare, aunque en realidad debería pronunciarse ‘miedo’. La idea de que los poderes judiciales de cada país son infiltrados para desestabilizar las democracias y los gobiernos populares es muy tentadora para los conspiranoicos (y los corruptos).

 

Cada día que pasa el gobierno se debilita aún más, ya que incluso gritando con más fuerza sus verdades, cada vez encuentra menos oídos dispuestos a escucharlas. La decisión de la justicia federal de condenar a Lázaro Báez y a otras 22 personas por lavado de dinero en la causa que se conoció como “La ruta del dinero K” reactivó la ira de la militancia más sectaria sobre esta idea de la guerra judicial.

 

La condena ha encendido las alarmas en el oficialismo, que sigue en su cruzada contra el Poder Judicial, procurando que no avancen las causas que involucran a los protagonistas del poder kirchnerista. Se sabe del olfato de la justicia, que suele anticiparse a los movimientos políticos casi con la misma capacidad con la que los perros anticipan los sismos.

 

La condena a Báez es un dolor de cabeza para la vicepresidenta: los 55 millones de dólares por los que se lo condenó son considerados el producto de una red de corrupción vinculada a los contratos de obra pública con los que se benefició al empresario, además de defraudación al fisco. Así, la decisión asegura que las investigaciones por esas irregularidades continuarán su curso, lejos de los deseos de los involucrados.

 

Hay un elemento importante para que el lawfare que se denuncia exista realmente: no debe haber pruebas ciertas, sino una maraña de sofismas y recursos retóricos para justificar las decisiones. No es el caso de la condena a Báez, en el que la prueba es abrumadora, producto de un minucioso trabajo de la justicia. Tal vez eso sea lo que más los asuste.

 

Aunque muchos intenten desligar a la vicepresidenta del caso -formalmente no está vinculada- es un duro golpe a sus pretensiones de impunidad. Seguramente, por ahora evite pronunciarse sobre el tema. Quizás siga apostando por el silencio, pero mande a sus esbirros a que pisen el acelerador de ese avance permanente sobre la justicia.

 

La única defensa que puede esgrimir el kirchnerismo es mantener su permanente ofensiva contra el resto de los actores políticos, se trate de actores institucionales o la oposición. El delirio persecutorio (o la certeza de que la persecución está debidamente fundamentada) llena de nervios a la expresidenta y su familia, que alientan consignas ideológicas a través de sus militantes más comprometidos para tratar de frenar los procesos que puedan poner fin a la presunción de inocencia que existe hasta que la justicia falla.

 

El Poder judicial tiene otros tiempos, mucho más parsimoniosos, lejos del apuro de los políticos que pueden tener alguna mancha que perjudique su desempeño. Así, nunca mejor aplicada aquella máxima de que ‘la venganza es un plato que se sirve mejor frío’, dejando en claro que los frenos y contrapesos le dejan a jueces y fiscales siempre una chance para devolver los embates de los otros dos poderes.

 

Tras meses de avanzadas oficialistas, en pleno año electoral, con un gobierno erosionado en su credibilidad por el escándalo de las vacunas VIP y con una economía que no arranca, la condena al mayor símbolo de la corrupción kirchnerista es una toma de posición política de parte de la justicia.

 

A la condena la sufre el Club del Casco, la pieza de seguridad que quedó como una marca de los detenidos bajo sospechas de corrupción durante los últimos años. También la sufren aquellos que todavía no se lo han puesto.