sábado, 4 de septiembre de 2021

NUEVO BEATO ARGENTINO

 


FRAY MAMERTO ESQUIÚ

 

Adhiriendo a la celebración, recordamos algunas frases seleccionadas de uno de sus sermones patrióticos, que pueden servir, aún hoy, como guía para la acción cívica de los católicos argentinos.

 

·         ”Nos alegramos de vuestra gloria”, en la Iglesia Matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853, con motivo de la jura de la Constitución Nacional.

 

¡Pero llega la Constitución suspirada tantos años de los hombres buenos; se encarna ese soplo sagrado en el cuerpo exánime de la República Argentina!

Nuestro pasado reflecta ya sobre nosotros todas sus glorias; y lo presente abre en el porvenir un camino anchuroso de prosperidad. A mis ojos se levanta la patria radiante de gloria y majestad.

Sin embargo, el inmenso don de la Constitución hecho a nosotros no sería más que el guante tirado a la arena, si no hay en lo sucesivo inmovilidad y sumisión: inmovilidad por parte de ella, y sumisión por parte de nosotros.

La vida y conservación del pueblo argentino dependen de que su Constitución sea fija; que no ceda al empuje de los hombres; que sea una ancla pesadísima a que esté atada esta nave, que ha tropezado en todos los escollos, que se ha estrellado en todas las costas y que todos los vientos y todas las corrientes la han lanzado.

Me diréis: nosotros queremos progreso, libertad, porvenir, y lo inmóvil es inerte, lo inmóvil no vive. Pero, señores, los principios no progresan y la ley en el orden social es como el axioma en el orden científico: la ley es el resorte del progreso, y los medios no deben confundirse con los fines. ¡Libertad!, no hay más libertad que la que existe según la ley; ¿Queréis libertad para el desorden?, ¿la buscáis para los vicios, para la anarquía? ¡Maldigo esa libertad!¡

Hubo en el siglo pasado la ocurrencia de constituir radical y exclusivamente la soberanía en el pueblo, lo proclamaron, lo dijeron a gritos: el pueblo lo entendió: venid, se dijo entonces, recuperemos nuestros derechos usurpados. ¿Con qué autoridad mandan los gobiernos a sus soberanos? Y destruyeron toda autoridad. ¡Subieron los verdugos al gobierno; vino el pueblo y se los llevó al cadalso! Y el trono de la ley fue el patíbulo… La Francia se empapó en sangre: cayó palpitante, moribunda… ¡Fanáticos!, he ahí el resultado de vuestras teorías. Yo no niego que el derecho público de la sociedad moderna fija en el pueblo la soberanía: pero la Religión me enseña que es la soberanía de intereses no la soberanía de autoridad; por este o por aquel otro medio toda autoridad viene de Dios: Omnis potestas a Deo ordinata est, y si no es Dios la razón de nuestros deberes no existen ningunos.

No rechazo modificaciones en las leyes por sus órganos competentes; los tiempos, las circunstancias, el interés común tal vez lo reclaman, pero si es para ensanchar la órbita de nuestra libertad, por contemporizar intereses particulares cualesquiera, fácil es prever la eterna dominación de dos monstruos en nuestro suelo: anarquía y despotismo.

Aún más necesaria es a la vida de la República la sumisión a la ley, una sumisión pronta y universal, sumisión que abrace desde este momento nuestra vida.

¿Y la Religión? me diréis; ¿y la conciencia? ¿cómo entregaremos a lo temporal lo que es eterno? ¿cómo hemos de obedecer a los hombres primeramente que a Dios? Sosegaos, católicos.

Y a nombre de esta Religión sublime y eterna, os digo, católicos: obedeced, someteos, dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Roma era pagana, era cruel; mataba a los cristianos sin más delito que ser discípulos de Jesús… y con todo eso el Apóstol San Pablo decía: ¡Civis Romanus sum ego!, ¡Y los cristianos eran los soldados más valientes, más fieles al imperio!, los cristianos obedecían, respetaban y defendían las leyes de esa patria; y su corazón, eternamente ligado con Dios, era un perpetuo juramento de cumplir esos deberes. La Religión quiere que obedezcáis, jamás ha explotado en favor suyo ni la rebelión ni la anarquía; cuando la arrojaban de la faz de la tierra, se entraba silenciosa en lóbregas cavernas, en las oscuras catacumbas; y allí era más sublime, que cuando los reyes la cubren con su manto de púrpura.

Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina; y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el Cielo de la Bienaventuranza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por quien y para quien viven todas las cosas. Amén.