viernes, 29 de abril de 2022

PROBLEMAS AMBIENTALES

 


 e identidad política


Por Javier Boher


Alfil, 28-4-22

 

Hay algunos temas que hacen a la agenda de la izquierda desde que se cayó el ideal clasista del marxismo ortodoxo. Si bien se puede aceptar que el mundo es perfectible y que las desigualdades deben tratar de ser combatidas o morigeradas, la particularidad de la última etapa de la izquierda es convertir su visión en un dogma, repitiendo la misma tara de superioridad moral que tenían sus versiones pasadas.

 

Immanuel Wallerstein planteó estos temas en un artículo de hace ya varios años (casi 20) cuando se preguntaba “¿qué significa hoy ser un movimiento antisistémico?”. Allí rastreaba la decadencia de la izquierda clasista y los movimientos nacionalistas a partir de los ‘60, porque gobernaban prácticamente en todo el mundo sin haber logrado transformarlo.

 

En el mencionado artículo el sociólogo identifica cuatro tipo de movimientos de izquierda que reemplazarían a la izquierda clasista y a los nacionalismos: el maoísmo (y similares) que se disolvió rápidamente, la nueva izquierda de los ‘70 (con agenda ambiental, de género, el racismo o la orientación sexual), los movimientos por los derechos humanos en los ‘80 (que perdió fuerza con la difusión de la democracia post Guerra Fría) y los movimientos antiglobalización de los ‘90.

 

De todos esos los que verdaderamente nos importan en este momento son los de la nueva izquierda y los antiglobalización, que definieron en gran medida la identidad de los progresismos que a partir del 2000 fueron ocupando los gobiernos en América Latina. No hubo gobierno latinoamericano de izquierda o centroizquierda que no impulsara una agenda vinculada a esos temas: aborto, drogas, ambiente, género.

 

No se trata aquí de escribir un panfleto en contra de esas causas, a las que se puede adherir en tanto derechos humanos individuales o colectivos que hacen a la realización personal del propio proyecto de vida, sino de señalarlos como un rasgo central en la identidad que surgió a la hora de definir un relato que legitime a gobiernos que llegaban para resolver los problemas heredados de una “globalización neoliberal”.

 

A partir de allí se hizo difícil separar la nobleza de las causas de un relato o una pertenencia partidaria. Lo que debería -o al menos podría- ser algo transversal a los partidos de similar extracción ideológica se terminó convirtiendo en la bandera de un reducido puñado de fervorosos adherentes que se constituyó en regente de dichas causas. Nada que funcione por fuera de esa visión oficial o totalizadora puede ser aceptado como una voz válida en la defensa de esos temas.

 

Esta semana se viralizó un video del médico y ex candidato a intendente de Carlos Paz Emilio Iosa. Allí se ve el deplorable estado del Lago San Roque, señalando una verdad que muchos eligen callar. El nivel de contaminación del espejo de agua debería ser un tema de estado, una de esas cuestiones a resolver con urgencia por motivos turísticos, económicos, ambientales y -fundamentalmente- de salud.

 

Sin embargo no faltó la polémica. Algunos sectores de la política de Carlos Paz señalaron que el video se aprovechó de una situación inusual, debido a un problema puntual en el tratamiento de las aguas. Desde otro lado dijeron que en realidad eran excusas para esconder la verdadera cara de una ciudad que se vende amigable al turista pero que es hostil para con el habitante regular.

 

La cuestión central es que existe una doble vara en el ambientalismo que hace muy difícil la discusión. Si bien es cierto que debería primar un espíritu conservacionista del paisaje serrano y su ecosistema también es real que los que defienden esas posturas miran para otro lado cuando eso pone en riesgo la pertenencia política.

 

Todo el tiempo se agrega una bruma que no deja ver con claridad si los intereses son genuinos o si se está montando un aparato de comunicación de intenciones que oculta la profunda incapacidad de gestión.

 

El problema ambiental es uno de los grandes desafíos del siglo XXI, pero es imposible resolverlo con mañas y pequeñeces propias del siglo XIX. Establecerse como paladines de la causa y cercenar las posibilidades de que existan otros discursos y otros enfoques sólo aporta a un inmovilismo burocrático que tiene como consecuencia directa que los problemas se intensifiquen.

 

La política se trata de priorizar problemas, brindar soluciones, gestionar recursos y hacer equilibrio entre todas las demandas de la sociedad, poniendo siempre como guía la calidad de vida de la gente que sostiene todo el aparato público. En cada caso quedarán ganadores y perdedores, que idealmente resultarán beneficiados lo mismo porque en la política democrática necesariamente nadie gana lo que quiere, pero todos pierden menos de lo que cabría esperar.

 

Llevamos años escuchando visiones catastróficas e ideologizadas sobre los incendios forestales, las inundaciones o la contaminación del agua, que se asientan sobre cuestiones probadas que se magnifican con fines políticos.

 

La alternativa a ese dogmatismo no puede ser abrazar posturas negacionistas del cambio climático que pretendan someter todo a las fuerzas del mercado. Debe encontrarse un espacio de equilibrio intermedio que evite la pendulación y garantice una política coherente y sustentable en el tiempo.

 

Si la agenda ambiental (como tantas otras) sigue cooptada por una izquierda decadente los problemas no se lograrán resolver. Hay que arrebatarle las causas a los partidos que hacen política con ello. En esa transformación que sufrieron los partidos de izquierda desde los ‘70, sacarle esas banderas sería también quitarles lo que justifica su existencia.