jueves, 9 de noviembre de 2023

ISRAEL-HAMÁS

 

 criterios de juicio

 

Riccardo Cascioli

 

Brújula cotidiana, 09_11_2023

 

«Ambas partes parecen carecer de una visión estratégica, que no sea la aniquilación mutua. Incluso la Tierra parece haber pasado a un segundo plano ante el deseo de destrucción mutua». Estas dramáticas palabras pronunciadas por el patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, en una entrevista concedida al Osservatore Romano el 7 de noviembre, que merece la pena leer, describen de manera muy eficaz lo que está sucediendo entre Israel y los palestinos. Y Pizzaballa también constata cómo las «emociones” se han apoderado de ambas partes.

 

Pero no sólo en Tierra Santa, añadimos: también aquí en Italia y, más generalmente, en Europa y en otros lugares, la reacción a lo que sucede en Oriente Medio está impulsada por emociones que empujan a los políticos, analistas y ciudadanos a dividirse en grupos de aficionados. Y en un conflicto que existe desde hace 75 años pero que tiene raíces aún más antiguas, encontrar errores y razones para apoyar el propio grupo es un juego de niños. Y esto, desgraciadamente, también ocurre en el seno de la Iglesia, donde con demasiada frecuencia olvidamos que la Doctrina Social y el Catecismo nos ofrecen criterios muy claros para juzgar incluso situaciones de crisis internacional como ésta. Esto no significa que la traducción de criterios en acciones concretas sea siempre simple o automática, pero al menos se debe hacer referencia a esos criterios para un juicio que tenga como objetivo la verdadera paz.

 

Conviene entonces repasar los principales acontecimientos de este último mes, dejándonos guiar por el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que dedica un capítulo entero, el undécimo (nn. 488-520), a la “Promoción de la Paz”. No es posible recorrer aquí todo el capítulo, pero conviene recordar una premisa indispensable: la paz aquí descrita como «objetivo de la convivencia social» deriva directamente del hecho de que «la paz es ante todo un atributo esencial de Dios», que «encuentra su cumplimiento en la persona de Jesús». Y por tanto se realiza como consecuencia de la «obediencia al plan de Dios», al orden natural deseado por Dios. Se aplica a la persona individual y se irradia a las relaciones sociales hasta las relaciones entre los pueblos y los gobiernos. Por tanto, la guerra es ante todo el resultado de la desobediencia al orden querido por Dios.

 

Con esto en mente, vayamos a los detalles de lo está sucediendo desde el 7 de octubre. «El terrorismo – leemos en el Compendio – es una de las formas más brutales de violencia que hoy conmociona a la comunidad internacional: siembra odio, muerte, deseos de venganza y represalias». Por lo tanto, no hay nada que pueda justificar un acto terrorista, reconociendo al mismo tiempo que existen situaciones de grave injusticia que son terreno fértil para el reclutamiento y entrenamiento de terroristas. En cualquier caso «el terrorismo debe ser condenado de la manera más absoluto». Traducido: la cuestión no resuelta del Estado palestino no justifica de ninguna manera la masacre de 1.400 personas en Israel el 7 de octubre, ni el apoyo abierto o velado a Hamás que hemos visto en Europa en las últimas semanas.

 

Pero la Doctrina Social de la Iglesia nos dice también que si «existe el derecho a defenderse del terrorismo», éste «no puede ejercerse sin normas morales y jurídicas, ya que la lucha contra los terroristas debe realizarse respetando los derechos del hombre y los principios del Estado de Derecho». Es decir, aunque las tácticas de los militantes de Hamás que usan como escudo a los civiles dificultan las operaciones militares "limpias", los bombardeos indiscriminados que arrasan ciudades hasta los cimientos, provocando un número indefinido de muertos y cientos de miles de nuevos refugiados no pueden ser aceptables, como está sucediendo.

 

Y también en esta situación se aplican las cuatro condiciones que hacen moralmente legítima la respuesta a una agresión: la gravedad y certeza del daño sufrido; la impracticabilidad o ineficacia de otros medios; la probabilidad fundada de éxito; la atención a «que el uso de las armas no cause males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar». Especialmente el último punto parece problemático si miramos la acción del gobierno israelí. El cardenal Pizzaballa tiene toda la razón: lo que vemos es precisamente un deseo de aniquilación que desafía incluso la lógica, dado que el riesgo de ampliación y de escalada incontrolable es muy real. Tampoco pueden aceptarse como soluciones algunas de las hipótesis o intenciones expuestas en los últimos días por los líderes políticos israelíes, como una nueva ocupación de la Franja de Gaza y el traslado de una parte no especificada de la población palestina a campos de refugiados, incluso fuera de la Franja.

 

Si la eliminación de Hamás del territorio palestino es un objetivo justificado, no todos los medios para lograrlo lo son. Y, en cualquier caso, lo cierto es que «la colaboración internacional contra la actividad terrorista no puede limitarse sólo a operaciones represivas y punitivas», es necesario también «un compromiso particular a nivel político y pedagógico para resolver, con valentía y determinación, los problemas que en algunas situaciones dramáticas pueden alimentar el terrorismo».

 

Es decir, la grave situación de crisis que estamos viviendo debe al menos empujarnos a encontrar una solución al problema palestino que desde hace 75 años mantiene el conflicto en Oriente Medio. No es sólo un problema de Israel, es también un problema de los países árabes que, como recordaba nuestro Eugenio Capozzi hace unos días en La Bussola, fueron los primeros que siempre rechazaron la solución de “dos pueblos, dos Estados” con Jerusalén, bajo un estatuto internacional. Y que todavía apoyan a grupos terroristas contra Israel. Y es un problema que involucra también a los patrocinadores internacionales de los respectivos bandos (Estados Unidos, China, Rusia).

 

Por supuesto, lo que ha sucedido en el último mes hace que todo sea más difícil, «algo se ha roto», volvió a decir el cardenal Pizzaballa y «reconstruirlo requerirá mucho tiempo y mucho esfuerzo». Se necesitarán años, tal vez generaciones, para reconstruir sobre estos escombros, pero al menos hay que indicar claramente el camino y empezar a seguirlo, si realmente no queremos acabar en la aniquilación mutua.