miércoles, 14 de febrero de 2024

TOMÁS MORO

 

ARQUETIPO DEL OBJETOR DE CONCIENCIA (1)


(Consideramos oportuno publicar nuevamente este artículo, dada la situación especial que atraviesa nuestra patria.)

 

La objeción de conciencia constituye una forma de desobedecer al derecho positivo, motivada en razones éticas o religiosas (2). Enseña el magisterio de la Iglesia: “En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, adviertiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (3).


Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y también fuera de la Iglesia, especialmente entre los que están llamados a dirigir los destinos de los pueblos, su figura es reconocida como fuente de inspiración para una política que tenga como fin supremo el servicio a la persona humana.


De profesión abogado, a los 27 años ya gozaba de gran prestigio, en los ámbitos profesional y cultural, cuando fue elegido para representar al condado de Londres en el Parlamento, comenzando su actuación en la función pública. Posteriormente, y en forma sucesiva, desempeña otros cargos: Sub-Sheriff de Londres, miembro del Consejo Privado del Rey, embajador en cortes europeas, Sub-tesorero del Reino, Canciller del Ducado de Lancaster y, finalmente, Canciller de Inglaterra. Este era el cargo de mayor jerarquía –equivalente a un primer ministro de hoy-, y el rey lo designa para ocuparlo, en un momento de crisis política y económica del país.


Como primer laico en ocupar este cargo –reservado habitualmente para obispos-, Tomás afrontó un período extremadamente difícil, esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a sus principios, se empeñó en promover la justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo a la pretensión de Enrique VIII de que Roma anulara su matrimonio, para volver a casarse, presentó su renuncia y se retiró de la vida pública.


Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el rey, en 1534, lo hizo encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a diversas formas de presión psicológica. Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó prestar el juramento que se le pedía. Desde la prisión, le escribe a su hija Margarita: “A nadie impedí prestar el juramento; ni siquiera persuadí a ninguno para que lo resistiera. A nadie infundí escrúpulos por prestarlo, ni lo haré, sino que dejo a cada uno librado a su conciencia. Y encontraría razonable que se me permitiese seguir la mía” (4).


El hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. Esta es la luz que iluminó su conciencia. Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz.


La historia de Santo Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental de la ética política. En efecto, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a indebidas injerencias del Estado es, al mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la conciencia, de la libertad de la persona frente al poder político. En esto reside el principio fundamental de todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del hombre.


Cuando Moro acepta el sello de Canciller, en 1529, lo hace para intentar defender por medio de la acción lo que no puede sostener ya con la pluma. La aceptación de ese cargo ha sido considerado un error; pero, en realidad, no podía elegir. Antes de esa fecha, había explicado al rey Enrique VIII que no transigiría en materia de divorcio; sabiendo esto, el rey prometió darle libertad de conciencia y emplearlo en otros asuntos. Por eso, no podía eludir la aceptación, pues como enseña la Suma Teológica (5): “Si un hombre domina sobre los demás por su ciencia y virtud, sería un mal que no emplease en provecho de los otros su superioridad, según las palabras del Apóstol San Pedro: Cada uno debe emplear en beneficio de los demás la gracia que recibiera”.


Moro lo explicaba así: Desanimo y temor impiden a una persona realizar el bien para el que estaría capacitado si sumergiese su ánimo en la confianza de la ayuda divina. Muchas veces la cobardía se enmascara de humildad (6).


Moro creía que podría detener algunos de los desastres que preveía. Era el deber que él mismo había afirmado en su libro “Utopía”, en el diálogo con Rafael: Si no conseguís realizar todo el bien que os proponéis, vuestros esfuerzos disminuirán por lo menos la intensidad del mal (7).


Cumpliendo funciones en la corte, era natural para Moro obedecer al Rey y a su superior directo, el Cardenal Wolsey (8). Siempre actuó con lealtad, pero distinguía entre opiniones, que pueden ser discutidas, y certezas, cosas que tenía por seguras, por motivos de fe o de conciencia. La disconformidad parcial, no tenía por qué llevarlo a la desobediencia ni a la necesidad de renunciar. Moro consideraba que no tenía que justificarse ante Dios por la política de Inglaterra, sino únicamente por el cumplimiento honrado de sus funciones.


En el Libro Primero de la “Utopía”, sintetiza magistralmente su posición: Un buen actor encarna sus personajes de la mejor manera posible, sea cual fuere la obra que represente, pero no turba el conjunto con la mera finalidad de añadir un trozo mejor de otra. En esa forma conviene proceder cuando se interviene en los negocios del Estado y en los consejos de los príncipes. La imposibilidad de suprimir en seguida prácticas inmorales y corregir defectos inveterados no vale como razón para renunciar a la función pública. El piloto no abandona su nave en la tempestad porque no puede dominar los vientos (9).


Consideramos que la posición indicada coincide con la doctrina tradicional del “mal menor”. Como señala León XIII en la Encíclica Libertas: no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe permitir y dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina Providencia (San Agustín, De libero arbitrio) (10). El Papa agrega que la tolerancia al mal es un postulado propio de la prudencia política.


Para alcanzar la prudencia, es inteligente pedirla a Dios, ya que se trata de una virtud y, según señala el P. Ribadeneira “así como el gusto estragado juzga mal de los sabores, así la voluntad estragada con alguna pasión se ciega y juzga mal de las cosas. Y por eso, dice Aristóteles que es imposible que sea prudente el que no es virtuoso” (11).


Contrasta la actitud de Moro con la de muchos hombres de hoy, inteligentes y honestos, que parecen creer que la acción cívica sólo se justifica cuando existen garantías de acceder al poder para aplicar íntegramente la sana doctrina. Como explicó Juan Pablo II: Para el cristiano de hoy, no se trata de huir del mundo en el que le ha puesto la llamada de Dios, sino más bien de dar testimonio de su propia fe y de ser coherente con los principios, en las circunstancias difíciles y siempre nuevas que caracterizan el ámbito político (Discurso, 4-11-2000).


El mismo pontífice, 31 de octubre del año 2000, proclamó a Santo Tomás Moro “Patrono de los Gobernantes y de los Políticos”, afirmando: Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de las virtudes (Carta de Proclamación).


Al respecto, debemos destacar que la Política debe ser regida por la virtud de la prudencia, no por el arte, ya que pertenece al campo de lo agible, no de lo factible. Como enseña Santo Tomás: el arte versa sobre las cosas factibles, es decir que están constituídas en la materia exterior, como la casa, el cuchillo y semejantes; y la prudencia, sobre las operables, a saber, las que están en el mismo operante (12).


El juicio prudencial debe evaluar la situación concreta del aquí y el ahora, y determinar la decisión de lo que debe hacerse y cómo hacerlo. Por ello Moro conserva su cargo de Canciller mientras parecía haber una mínima posibilidad de impedir el divorcio del rey. Exactamente hasta el 15 de mayo de 1532, en que se sometieron los obispos y el rey se declaró cabeza de la Iglesia de Inglaterra en lugar del Papa. A partir de entonces, continuar en el cargo hubiese significado complicidad, por eso renuncia ese día y no otro. Pero se va en silencio, sin criticar al rey; simplemente se abstiene de opinar. Varios años antes había escrito sobre la orden de Cristo a sus discípulos de que, si los perseguían en una ciudad huyeran a otra. Los cristianos, decía Moro, no deben perseguir el martirio y ponerse en riesgo de negar a Cristo por no poder soportar alguna tortura.


Con este sentido de la prudencia, asume el martirio, recién cuando no puede evitar hablar, porque para el rey y su nuevo canciller, sólo servía un Moro que callaba porque estaba muerto, o que vivía porque asentía.


Finalizamos con palabras de Juan Pablo II: Que por intercesión de Santo Tomás Moro todos los hombres y mujeres comprometidas en la vida pública se preocupen por el bien común y actúen siempre de acuerdo con la verdad y su conciencia (5-11-2000).


ACCIÓN; Boletín Nº 141 Córdoba, marzo 5 de 2011

 

NOTAS

1) Tomamos la expresión de Portela (ob. cit., p. 80).

2) Portela, ob. cit., p. 30.

3) Constitución pastoral Gaudium et Spes, 7-12-1965, nº 16.

4) Moro, Tomás. “Palabras de animación”; Buenos Aires, Editorial Guadalupe, 1980, pp. 56/57.

5) Suma Teológica, Ia. Iiae, c. XCVI, a. 4.

6) Moro,Tomás. “Consuelo en la Tribulación, II.13; cit. en “Palabras…”, ob. cit., p. 80.

7) Utopía; Buenos Aires, Sopena Argentina, 1944, p. 64.

8) No se priva Moro, sin embargo, a decirle al Cardenal: “Yo creo que los hombres de estado que renuncian a su propia conciencia en atención a sus deberes políticos, no hacen más que llevar a su país al caos por el camino más corto”.

9) Ibid., p. 64.

10) Encíclica Libertas; Nº 23.

11) Ribadeneira, P. Pedro de. “El Príncipe Cristiano”; Buenos Aires, Sopena Argentina, 1942, p. 147.

12) Suma Teológica; Cuestión XLVII, art. V.

 

Fuentes:

-Boletín Acción, Nº 53 (julio 2001).

-Juan Pablo II. Carta Apostólica en forma de Motu Propio, para la proclamación de Santo Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y los Políticos, 31-10-

-Portela, Jorge Guillermo. “La justificación iusnaturalista de la desobediencia civil y de la objeción de conciencia”; Buenos Aires, EDUCA, 2005.

-Prévost, André. “Tomás Moro y la crisis del pensamiento europeo”; Madrid, Ediciones Palabra, 1972.