jueves, 12 de septiembre de 2019

SOLUCIONES


 para un sistema en crisis

Claudia Romero
Directora del Área de Educación de la Universidad Di Tella

La Nación, 12 de septiembre de 2019 

La crisis de los sistemas escolares modernos es innegable; no aseguran aprendizajes de calidad ni igualdad de oportunidades en un contexto en el que se multiplican las demandas sobre la escuela. ¿Cuál es la solución? Existen argumentos que, montados en el mito de la decadencia educativa, proponen la restauración de la vieja escuela, aquella que prometía orden y ascenso social. Otros argumentos imaginan futuros desescolarizados asociados a "soluciones tecnológicas" tan novedosas como improbables. Los "futuristas" ven la realidad educativa como crisis terminal y, en una fuga hacia delante, proponen que, de manera más barata y desde dispositivos tecnológicos de conexión individual, millones de niños y jóvenes accedan a contenidos en línea, desarrollen, vaya a saber cómo, las remanidas "habilidades blandas" y desemboquen en la competencia estelar del "emprendedorismo innovador".

Pero no es así como los países desarrollados enfrentan los problemas de calidad y equidad educativa ni como las sociedades desiguales de América Latina alcanzarán el desarrollo y la justicia social. Existe amplio consenso acerca de que la clave no es restituir modelos escolares del siglo XIX ni reemplazar la escuela por plataformas digitales, sino mejorar las escuelas instalando una nueva autoridad basada en el saber hacer y en el poder hacer de los docentes, principal factor de éxito escolar. Las escuelas podrán afrontar las funciones que les son propias y legítimas si aseguramos profesionalización docente y mejores condiciones para la enseñanza. Si no, estarán condenadas a la irrelevancia.

En una investigación reciente del Área de Educación de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella, estudiamos un grupo de escuelas secundarias públicas que reciben alumnos con nivel socioeconómico por debajo del promedio de su jurisdicción y que sin embargo obtienen resultados de aprendizaje por encima del promedio. Las llamamos "escuelas resilientes", porque logran sobreponerse a la adversidad y contradicen la profecía de que los alumnos más pobres aprenderán menos. Ninguna se destaca por contar con innovaciones tecnológicas ni materiales didácticos extraordinarios ni infraestructura de primera; por el contrario, tienen importantes déficits en estos aspectos. ¿Cómo lo logran? 

Lo que parece funcionar es la existencia de un marco organizativo fuerte (cumplimiento de horarios, bajo ausentismo), altas expectativas (los docentes enseñan convencidos de que todos los alumnos pueden aprender), tutorías (acompañamiento personalizado a la trayectoria educativa de cada estudiante) y un equipo directivo con buena formación. En estas escuelas, el factor crítico son las personas, que dan más de lo que han recibido y reciben. Pero ¿puede un sistema requerir que sus docentes sean superhéroes?

Según el GTSI ( Global Teacher Status Index), el prestigio de los docentes argentinos está entre los más bajos del mundo. En primaria, un tercio trabaja en más de una escuela, y en secundaria lo hace el 44%, lo que afecta la participación plena en la vida de cada escuela. En el país, el promedio salarial docente es menor que el de otros trabajadores con formación equivalente en los sectores de servicios e industria y, a nivel internacional, los salarios docentes están entre los más bajos: el puesto 34 sobre 37 países, según la OCDE. Y hay un elemento adicional para un diagnóstico adecuado. Según el Censo Nacional Docente 2014, el 54% de los adultos que trabajan en las escuelas provienen de hogares cuyo máximo nivel educativo alcanzado es el nivel primario (36% con primaria completa, 17% con primaria incompleta y 1% nunca asistió a la escuela). Este dato es central a la hora de considerar la formación inicial que necesitan los docentes argentinos, que, proviniendo de contextos familiares de nivel educativo bajo tienen la enorme tarea de lograr niveles de excelencia en sus alumnos.

Pero no todo se resuelve con la formación docente; se requiere además una carrera profesional desafiante con incentivos y evaluaciones para la mejora que reemplacen a la antigüedad como única variable de reconocimiento y condiciones laborales apropiadas para afrontar los contextos adversos en que se lleva adelante la enseñanza.

Las políticas docentes en la Argentina están estancadas, a pesar de que son estratégicas para la mejora educativa y, con ella, para el desarrollo del país. Y no pueden improvisarse ni reducirse a powerpoints lanzados desde escritorios ministeriales; requieren liderazgo político, amplios consensos, decisiones basadas en evidencias y recursos suficientes.