martes, 3 de noviembre de 2009

ANTECEDENTE

Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2002-2005
Madrid, 31 de enero de 2002

INTRODUCCIÓN

1. La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española ha reflexionado y dialogado, en varias ocasiones durante estos dos últimos años, sobre la situación de la Iglesia en España. Esta reflexión, enmarcada en el contexto de la celebración del Jubileo del año 2000, nos ha permitido escuchar lo que el Espíritu quiere decir a nuestra Iglesia en este tiempo y los medios apropiados para serle fieles, conforme nos lo ha recordado el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte: “Es el momento de que cada Iglesia, reflexionando sobre lo que el Espíritu ha dicho al Pueblo de Dios en este especial Año de gracia, más aún, en el período más amplio de tiempo que va desde el Concilio Vaticano II al Gran Jubileo, analice su fervor y recupere un nuevo impulso para su compromiso espiritual y pastoral”[1].

2. La mirada pastoral sobre nuestra Iglesia nos ofrece luces y sombras, porque, en cuanto peregrina, “es santa y siempre necesitada de purificación”[2]. Es preciso detectar los problemas con clarividencia para afrontarlos con valentía, y a la vez mirar con esperanza el inmediato futuro de este nuevo siglo recién estrenado. Nuestra confianza se sustenta en la riqueza de dones que el Espíritu ha repartido a nuestras Iglesias y en la certeza de que el Señor camina con nosotros (Cf Mt 28,20) de generación en generación y también en los cambios de época como la que vivimos. El nuevo impulso que hemos de infundir a la vida cristiana nace de Jesucristo Resucitado. Él es la fuerza inspiradora de nuestro camino. Él es nuestro programa de pastoral, porque todo lo que proyectemos y realicemos “se centra en definitiva en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste”[3]. En su compañía afrontamos el futuro con la esperanza y el ánimo que nos da su palabra “¡Mar adentro!” (Lc 5,4).

3. A este objetivo quiere servir el presente Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española (2002-2005). Aborda nuevos problemas y perspectivas, pero recoge y continúa la experiencia de los Planes anteriores[4], sobre todo de las acciones desarrolladas a lo largo de la preparación y celebración del Gran Jubileo, con los frutos ya obtenidos, como han sido particularmente: una profundización en la centralidad de Jesucristo y en la orientación trinitaria de la existencia cristiana, el haber vivido de modo más cercano y gozoso la comunión con toda la Iglesia y un compromiso más decidido de amor y servicio a los más pobres. Por su misma naturaleza, el Plan no pretende abarcar toda la riqueza de la acción pastoral de la Iglesia en España ni tampoco determinar cuáles hayan de ser las acciones a realizar en cada Diócesis. En el modo específico y la medida adecuada con que puede influir en la vida y misión de la Iglesia, tiene las siguientes finalidades:

responder a las llamadas de Dios y a las principales cuestiones, problemas y necesidades de la Iglesia y la sociedad en este comienzo de siglo;
señalar las perspectivas y prioridades que han de tener en cuenta para su trabajo la Conferencia Episcopal y las Comisiones Episcopales en sus planes específicos;
favorecer, en los grandes objetivos y prioridades pastorales, la comunión eclesial entre los planes pastorales diocesanos;
servir de convergencia para algunas acciones comunes.
Por ello, este Plan se distribuye en tres partes:

I.- Mirada pastoral a nuestra situación.
II.- Prioridades pastorales.
III.- Acciones pastorales de la Conferencia Episcopal Española.

I. MIRADA PASTORAL A NUESTRA SITUACIÓN

4. Queremos contemplar nuestra situación eclesial con sensibilidad de pastores: con ojos de fe y corazón agradecido por los dones que Dios reparte en su Iglesia; desde la preocupación, que nace de la caridad, hacia las dificultades con que hoy nos encontramos para vivir y transmitir la fe; y con ánimo esperanzado en la búsqueda de nuevos caminos. Juntamente con los datos positivos, que permiten vislumbrar una situación eclesial esperanzadora para el futuro, afrontamos los problemas y dificultades, haciendo notar algunos síntomas que apuntan a una situación presente delicada y tal vez decisiva para la configuración concreta que puedan tener en el futuro nuestras comunidades cristianas. Como a Pastores, en efecto, nos incumbe la responsabilidad de fortalecer a las ovejas débiles, de curar a las enfermas, de buscar a las perdidas, de vigilar y evitar los peligros y de llevar a todas a buenos pastos (Cf Ez 34,16; Lc 15,4-7). Por ello, como a Jesucristo, nos preocupan quienes están tristes y abatidos (Cf Mt 9,36).

1. Dones de Dios a su Iglesia

5. Sentimos el gozo de muchas realidades eclesiales positivas, expresiones del amor fiel entre Cristo y su Esposa. Mirando a las personas y al funcionamiento de los grupos, nos alegra, por ejemplo, la fidelidad de muchos cristianos a su vocación bautismal y compromiso privado y público de la fe, en un contexto cultural difícil; la vida entregada y ejemplar de tantos sacerdotes y personas consagradas; la vitalidad de movimientos y comunidades; el testimonio de los misioneros y la sensibilidad de los católicos para ayudar a las Misiones y al Tercer mundo; las posibilidades que se están abriendo de una sana revitalización de la religiosidad popular; el estilo cercano, humano y humanizador de tantas instituciones y personas de Iglesia.

6. Vemos también el empeño con que se trabaja y los frutos que están dando muchos proyectos y acciones eclesiales: celebraciones litúrgicas más vivas; buena organización catequética y de enseñanza religiosa escolar; avance en la formación teológica de los laicos; redescubrimiento de las potencialidades evangelizadoras de nuestro patrimonio cultural; conciencia de la necesidad de estar presentes en los Medios de comunicación y donde se genera la cultura; crecimiento de la participación y de los órganos de comunión intraeclesial; servicio a los pobres y defensa de los derechos humanos en múltiples iniciativas y a diversos niveles. Bendecimos a Dios por éstos y otros muchas signos de la presencia de Jesucristo Resucitado y de la acción de su Espíritu en la Iglesia. Dichos signos constituyen un estímulo para afrontar los nuevos retos y afirmar nuestra esperanza.

2. Contexto cultural en el que anunciar el Evangelio

7. La cultura pública occidental moderna se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista. Insertos como estamos en Europa, después de la caída del muro de Berlín se ha manifestado con más claridad que el complejo cultural, que podemos llamar globalmente “la cultura moderna”, presenta ante todo un rostro radicalmente arreligioso, en ocasiones anticristiano y con manifestaciones públicas en contra de la Iglesia. Los Medios de comunicación transmiten y en alguna manera generan esta cultura. La misma legislación de los países la favorece. Por ejemplo: la legislación pretendidamente “humanista”, pero sin relación al derecho natural, sobre la vida humana naciente, la eutanasia, la familia, las migraciones; o la marginación de la religión, reducida todo lo más a la esfera de lo privado y ni siquiera mencionada en la Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea. También en España las leyes a menudo se convierten en un factor que genera secularismo y alejamiento de la tradición cristiana. Una atenta lectura de este humanismo inmanentista difuso es fundamental, si se quiere acertar en el planteamiento de propuestas pastorales adecuadas.

8. Esta cultura inmanentista, que es el contexto actual en el que vive la Iglesia en España, se convierte en causa permanente de dificultades para su vida y misión. Influye directamente en aspectos tan graves como el cuestionamiento de Jesucristo en cuanto único Salvador, la crisis de fe, el debilitamiento de su transmisión, la escasez de vocaciones, o el cansancio de los evangelizadores. Por lo demás, tampoco un cristianismo calificado de “tolerante” o “actualizado” es comprendido ni aceptado en cuanto cristianismo, sino sólo en cuanto “abierto” a los principios de la mencionada cultura pública, es decir, a su disolución como fe religiosa y a su integración en la cosmovisión inmanentista dominante. Se da una situación de nuevo paganismo: El Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella.

9. El humanismo inmanentista se manifiesta en diversas formas mentales o actitudes vitales, que no es necesario describir ahora, porque ya lo hemos hecho en otros documentos[5]. Una mirada puramente sociológica encontraría aquí las dificultades y la opacidad para el anuncio del Evangelio. Pero nuestros ojos de testigos de Jesús han de saber descubrir en los “signos de los tiempos” las llamadas de Dios a su Iglesia[6] y los reclamos de Buena Noticia que esta cultura muestra: “alzad los ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega” (Jn 4,35). Como Iglesia, estamos llamados a aportar “alma” al mundo, según la autoconciencia de los primeros cristianos[7]. La fe en Dios y la luz del Evangelio iluminan a la Iglesia y le otorgan capacidad de discernimiento, de anuncio salvífico y denuncia del pecado. Hemos de ofrecer a la sociedad nuestro sentido de la vida y las razones de nuestra esperanza. Es la mejor contribución que podemos hacer a nuestros hermanos los hombres.

3. Dificultades dentro de la Iglesia

10. El problema de fondo, al que una pastoral de futuro tiene que prestar la máxima atención, es la secularización interna. La cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy en España no se encuentra tanto en la sociedad o en la cultura ambiente como en su propio interior; es un problema de casa y no sólo de fuera. Es cierto que esta situación eclesial está influida por la cultura en que nos toca vivir. Pero es preciso mirar con atención las repercusiones que está teniendo en el interior de la Iglesia para darle la debida solución. Tomar conciencia de esto no significa promover ningún repliegue al interior. Con este diagnóstico pretendemos, más bien, adoptar la postura y la perspectiva adecuada para la misión. Es decir, que no sea la cultura ambiente, sino la propia identidad de ser Iglesia de Jesucristo la que nos marque los caminos pastorales, la perspectiva global y los asuntos cruciales de la vida eclesial.

11. Entre los efectos de esta situación de “secularización interna” destacamos: la débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes; la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para los institutos de vida consagrada; el cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos; la pobreza de vida litúrgica y sacramental de no pocas comunidades cristianas.

4. Una pastoral esperanzada

12. Ante un contexto cultural difícil y en ocasiones adverso y ante la delicada situación eclesial indicada, la Iglesia, que confía en Jesús, no se arredra. Descubre que cuenta con las claves justas para una pastoral renovada y con respuestas evangelizadoras para los retos actuales. El Concilio Vaticano II encierra un potencial religioso y evangélico que todavía no ha sido puesto en rendimiento de modo suficiente. Ello se debe, en parte, a que el tiempo transcurrido todavía es corto; pero fundamentalmente, a que ha tenido demasiado éxito una interpretación reduccionista del acontecimiento conciliar, de su enseñanza y de su aplicación práctica. Se ha recurrido a un presunto “espíritu conciliar” -en el fondo marcado por la cultura secularista-, que se ha convertido en clave subjetiva de interpretación del Concilio y de su aplicación. Las posibilidades que hay en la Iglesia para plantear una respuesta pastoral eficaz son aquéllas que permiten recibir el Concilio con una interpretación adecuada, a saber: la del espíritu religioso y cristiano, que se alimenta de la tradición viva de la Iglesia, cuya principal expresión actual es la celebración de los misterios de Cristo en comunión eclesial humilde, activa y fiel. La experiencia del Jubileo lo ha puesto de nuevo de relieve. Los problemas no son para perder la esperanza, sino para afrontarlos con acierto y con esperanza.

13. Una pastoral esperanzada es uno de los principales retos que tenemos como Iglesia. Cuando tratamos con sacerdotes, religiosos o laicos, notamos que por muchos factores la esperanza es una planta débil y delicada. A veces por saturación de tareas, otras veces por el ambiente difícil en que se trabaja o por los frutos escasos que se recogen. Necesitamos cuidar la esperanza y abrir los ojos a todas las realidades positivas y a los pequeños crecimientos de la semilla del Reino de Dios, para que los problemas o las dificultades no nos agobien ni las nubes nos lleven a negar las estrellas. Una apertura de la mente y el corazón a perspectivas más amplias de la historia, impedirá que nos quedemos en la nostalgia del pasado y nos orientará con serenidad hacia el futuro. Estamos llamados a crear climas acogedores y cálidos para todos los cristianos y particularmente para los agentes de pastoral, no como refugios de huida, sino como hogares de encuentro y fortalecimiento.

14. Una pastoral esperanzada será, por tanto, también una pastoral de la esperanza. La esperanza cristiana confía en la fidelidad de Dios, que cumple sus promesas. Se sustenta en la presencia permanente de Cristo y de su Espíritu en su Iglesia, guiada por los Pastores, a los que ha prometido su asistencia. No se cierra en los pequeños círculos de los problemas o las dificultades, sino que les busca solución y sentido desde el amplio horizonte de la bienaventuranza eterna, a la que estamos destinados. La Iglesia “va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”[8] y se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia, perseverancia y amor los sufrimientos y dificultades tanto interiores como exteriores e ir mostrando, aun entre sombras, el rostro de Cristo, que un día se manifestará en plena luz[9]. Ofrecer a los hombres y mujeres de hoy esta esperanza nuestra es uno de los mejores servicios fraternos que les podemos prestar. Somos ministros de esperanza, como nos ha recordado la última Asamblea del Sínodo de los Obispos[10].

II. PRIORIDADES PASTORALES

Desde la perspectiva señalada queremos plantear unas prioridades pastorales, como objetivos a trabajar especialmente en este próximo cuatrienio. Las agrupamos en una trilogía, que identifica el ser y el quehacer de la Iglesia como misterio, comunión y misión.

1. El encuentro con el Misterio de Cristo y la llamada a la santidad.

15. El Misterio cristiano es Jesucristo mismo, la Palabra de Vida hecha carne que los Apóstoles oyeron, vieron con sus ojos, contemplaron y tocaron con sus manos (Cf 1 Jn 1,1). Es el Misterio escondido en tiempos pasados, pero manifestado históricamente, el Misterio ya no distante, sino asequible y cercano, que se hace contemporáneo a nosotros hoy en la Iglesia. Estamos invitados a vivir la misma experiencia de los primeros discípulos: “venid y veréis” (Jn 1,39). También para nosotros su compañía y conversación nos hace “arder el corazón en el camino”, aunque no siempre sintamos ese fuego interior (Cf Lc 24,32). Sólo ese encuentro fundante y transformador es el que hace necesario y eficaz el anuncio: “Hemos visto al Señor” (Jn 20,25).

16. El encuentro con Jesucristo por la fe no es sólo un conocimiento intelectual ni la mera asimilación de una doctrina o un sistema de valores. Lo que impacta y transforma a la persona es el vivir con él, que dará paso a vivir como él, para vivir en él. Somos conscientes de que para llegar a la madurez cristiana de las personas y de los grupos es necesario que la vida se centre y se sustente en Jesucristo, tal como Él mismo nos lo dejó dicho: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5); y que se cultive la intimidad personal con Él, como lo han hecho siempre los santos (Cf Gal 2,2). La oración es el cimiento para una formación cristiana más completa y para la respuesta generosa incluso a la vocación sacerdotal o a la vida consagrada, si Dios llama por ese camino. “Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración”[11]. “Hace falta que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral”[12]. Nos han precedido grandes testigos en nuestra tradición mística española y en ellos seguiremos encontrando manantiales hondos de espiritualidad.

17. La santidad ha de ser la perspectiva de nuestro camino pastoral y el fundamento de toda programación[13]. Esta opción está llena de consecuencias, porque supone no contentarse con una vida mediocre, una moral de mínimos o una religiosidad superficial. Es entrar en el dinamismo de la llamada a la perfección de la caridad, que tiene múltiples caminos y formas de expresión, según la vocación de cada cristiano, como de manera profética enseñó el Concilio Vaticano II[14]. Ello pide que tanto pastores como fieles, comenzando por nosotros mismos los Obispos, dejándonos llevar de la acción del Espíritu, sigamos más de cerca las huellas de Cristo, cada cual según nuestro estado y servicio en la Iglesia. Asimismo las personas y las instituciones eclesiales han de capacitarse para desarrollar una verdadera pedagogía de la santidad. La floración de santos ha sido siempre la mejor respuesta de la Iglesia a los tiempos difíciles.

18. Los laicos están llamados a la santidad haciendo fructificar la vida nueva recibida en el Bautismo. Vivirán esa vocación en fidelidad a la gracia ejerciendo su responsabilidad en el interior de la Iglesia y ocupándose de las realidades temporales para tratar de ordenarlas según Dios: en el matrimonio y la familia, en el trabajo y en el compromiso público de la fe[15]. En la actualidad, en medio de la cultura secularizada, muchos no saben en ocasiones cómo orientar la vida, el trabajo o el apostolado en sentido verdaderamente cristiano. Así, por ejemplo, la insuficiente defensa del matrimonio y de la familia es un exponente destacado de este tipo de carencias. Algo semejante se podría decir respecto a la presencia en la vida pública en sus múltiples expresiones. El sentimiento de inferioridad y marginación que experimentan muchos católicos adultos, incapaces de mostrar públicamente su identidad católica con sencillez y sin miedo, es lo más opuesto a una fe “martirial”, es decir, de testigos valientes de Jesucristo. Por ello vemos urgente potenciar el acompañamiento cercano y ofrecer apoyos institucionales suficientes para el apostolado seglar tanto personal como asociado.

19. Particularmente la santidad de vida de los presbíteros en la entrega de la caridad pastoral es un factor fundamental para la revitalización de las parroquias y de los cristianos. Frente a la atonía espiritual, experiencia de cansancio o activismo pastoral, que son amenazas actuales, el ejercicio gozoso del ministerio, la Liturgia de las Horas, la oración personal diaria, los retiros y Ejercicios Espirituales, así como la cercanía del Obispo, la fraternidad presbiteral, la práctica del Sacramento de la Penitencia, el acompañamiento espiritual y una cuidada formación permanente integral darán aliento e impulso al quehacer apostólico[16]. El ejemplo y la doctrina de San Juan de Ávila son un estímulo para la renovación sacerdotal en profundidad: “los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo; lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado; y aun harán más por amor que la Ley manda por fuerza”[17].

20. La vida consagrada en la práctica de los consejos evangélicos, pertenece a la santidad de la Iglesia y es un signo y estímulo para las demás vocaciones y una fuente extraordinaria de fecundidad en el mundo[18]. Hoy, en un contexto cultural en gran medida ajeno a los valores religiosos, se encuentra con dificultades nuevas. Se manifiestan, en particular, en la precariedad de vocaciones y en la difícil pervivencia de no pocas de sus obras. También en su interior se constatan algunos problemas respecto a la identidad, el fervor en la consagración o el acierto en la búsqueda laudable de modos de vivir su acercamiento a las situaciones de la sociedad actual. Todo lo que se haga, tanto desde los propios Institutos como desde la responsabilidad de los Obispos, en orden a la clarificación y a la fidelidad en la vocación consagrada, redundará en bien de la Iglesia y de la sociedad.

21. La Palabra de Dios no es sólo instrumento de evangelización, sino el contenido mismo del Mensaje. Para que resulte eficaz en el corazón humano, no basta con un mayor conocimiento intelectual y cultural de la Biblia ni, por supuesto, es adecuada una exégesis de carácter racionalista. Nos hace falta una lectura sapiencial o espiritual, hecha en la Tradición de la Iglesia, de modo que la Escritura sea viva Palabra de Dios. Cada día estamos comprobando más el fruto positivo que producen las experiencias de “lectio divina”. Como nos recuerda el Papa, “es necesario que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la “lectio divina”, que permite encontrar en el texto bíblico de la Palabra que interpela, orienta y modela la existencia”[19].

22. Vemos necesario presentar en la catequesis y demás medios de formación una buena “teología de la Iglesia”, que lleve a crear actitudes eclesiales en los fieles y a vivir el sentido de pertenencia. Para ello hay que darla a conocer en la realidad profunda de su misterio, prolongación en la historia de la cercanía de Dios revelada en Jesucristo y animada por la acción del Espíritu Santo. Es la Iglesia santa establecida por Jesucristo en este mundo como sacramento universal de salvación, comunidad espiritual de fe, esperanza y amor y comunidad visible jerárquicamente organizada. La Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, del Vaticano II, nos ofrece riquezas todavía inexploradas para que nuestro pueblo se sustente en una buena eclesiología, porque no son infrecuentes concepciones del cristianismo de carácter subjetivo, alérgicas a lo institucional o con escasa vinculación eclesial. Sabemos por experiencia que “no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre”[20]. En el seno de la Madre Iglesia hemos nacido a la fe y en sus brazos nos alimentamos y sostenemos. Es preciso también mostrar una imagen amable de la Iglesia y los frutos visibles de la acción del Espíritu, porque nuestros cristianos están continuamente recibiendo informaciones parciales o tendenciosas que desfiguran su rostro.

23. La vida litúrgica de las Parroquias es hoy una de las señales de su vitalidad. No obstante, algunos intentos de hacer más comprensible la Liturgia, en el contexto de la cultura secularizada, que sólo valora lo racional, visible, práctico y útil, han producido un efecto no querido: la fuerte crisis de sentido y de práctica de los sacramentos. Se está perdiendo el sentido de lo sagrado en su realidad profunda y crece una tendencia a la secularización de los ámbitos, signos y símbolos sagrados. Se extiende la desafección hacia lo sacramental, que en el fondo es hacia la Iglesia misma, y la idea de una supuesta relación directa con Dios sin la mediación eclesial. Ante estas dificultades estamos llamados a asentar doctrinalmente la renovación litúrgica en la Constitución Sacrosanctum Concilium, a profundizar en los contenidos de la segunda parte del Catecismo de la Iglesia Católica, educando el sentido litúrgico de los fieles y a salvaguardar la identidad de nuestros espacios y signos sagrados.

24. En diversas ocasiones hemos insistido en la importancia de la Eucaristía y en la necesidad de participar en ella de modo especial los domingos[21], considerándola como un don de Dios, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, y no sólo como una obligación[22]. La celebración eucarística dominical, además de tener otros valores[23], es un signo específico de la identidad cristiana y antídoto natural contra la dispersión[24]. Porque nos resulta difícil, queremos renovar el esfuerzo por catequizar bien a los fieles en este “Misterio de la fe”, particularmente a los que se preparan a recibir los Sacramentos de la Eucaristía y de la Confirmación, haciéndoles descubrir el sentido profundo de la Liturgia y desarrollando en ellos el hábito de participar fructuosamente en la Misa del Domingo.

25. Asimismo, observando las deficiencias que existen en la práctica del Sacramento de la Reconciliación, hemos de plantear una pastoral renovada que incluya una buena catequesis del sentido del pecado y un acompañamiento en los procesos de conversión, el significado del perdón de Dios por el ministerio eclesial y las condiciones de una buena celebración según las normas de la Iglesia. La práctica frecuente del Sacramento hará que los cristianos luchen contra el pecado, fortalezcan y concreten su afán apostólico y sean dóciles a las inspiraciones del Espíritu y a la acción de la gracia[25]. Una vez más insistimos en la disponibilidad y preparación por parte de los ministros para el ejercicio de este servicio pastoral insustituible. Los fieles tienen derecho a que se les facilite el servicio de este Sacramento[26].

26. En el marco de la llamada a la santidad y al seguimiento de Jesucristo, según la vocación de cada uno, hay que situar la pastoral de las vocaciones para el ministerio presbiteral y para los Institutos de vida consagrada. Las primeras parecen estabilizarse en conjunto, aunque desigualmente por regiones; las segundas siguen decreciendo de forma general. Este es un punto neurálgico y uno de los problemas más graves que tenemos como Iglesia, cuyos efectos ya sentimos[27]. La disminución de vocaciones está afectando también de manera ostensible a la misión “ad gentes”. La pastoral vocacional, inserta en toda la pastoral, se nos reclama como opción prioritaria, si queremos dar respuesta a las exigencias de la nueva evangelización y al desarrollo y atención de la vocación laical. Las vocaciones surgen normalmente donde hay verdadera experiencia cristiana. La llamada es regalo e iniciativa de Dios, que se recibe a través de la mediación eclesial, del “contagio” testimonial de los consagrados y con la respuesta libre del que es llamado. La experiencia nos enseña que el papel del sacerdote sigue siendo muy importante en la decisión vocacional. Además “es necesario y urgente organizar una pastoral vocacional amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y a las familias” [28], reforzando las iniciativas que ya estamos llevando a cabo y apoyándolas en una buena formación básica cristiana.

2. La comunicación del Evangelio de Cristo

27. El tesoro escondido del Misterio cristiano, que es Cristo mismo, una vez que se ha encontrado, no puede menos que comunicarse. Los Hechos de los Apóstoles son la narración de aquel proceso de comunicación, por la fuerza del Espíritu Santo, de la Buena Noticia; no algo aprendido de oídas o simplemente una doctrina, sino Alguien escuchado, visto, tocado y vivido: la Palabra de Vida (cfr. 1 Jn 1,1-3). La evangelización constituye el ser, el gozo y el dinamismo de la Iglesia. En las actuales circunstancias se siente especialmente urgida a anunciar el Evangelio, pues algunos exponentes básicos de la cultura moderna se oponen activamente a él, las nuevas generaciones simplemente lo desconocen en número creciente y amplios sectores del pueblo –que sigue expresando una arraigada religiosidad popular- necesitan purificar y revitalizar sus referencias evangélicas. En esta tarea consideramos dos aspectos que, junto con el testimonio de vida, particularmente de la justicia y de la caridad[29], son esenciales para la evangelización: la transmisión de la fe y la formación de los cristianos.

a) La transmisión de la fe

28. Uno de los hechos más graves acontecidos en Europa durante el último medio siglo ha sido la interrupción de la transmisión de la fe cristiana en amplios sectores de la sociedad. Perdidos, olvidados o desgastados los cauces tradicionales (familia, escuela, sociedad, cultura pública), las nuevas generaciones ya no tienen noticia ni reconocen signos del Dios viviente y verdadero o de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros. Comprobamos que en proporciones altas no estamos logrando transmitir la fe a las jóvenes generaciones. Hay que recomenzar la misión por el principio y por lo más elemental y afrontar una evangelización, con especial atención a la iniciación cristiana, tal como venimos insistiendo desde hace unos años[30], que retome el “kerigma” primitivo: “Os habéis convertido a Dios, alejándoos de los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, para esperar a su Hijo, al que resucitó de entre los muertos, Jesús, al que nos librará en el juicio futuro” (1 Tes 1, 9-10). Este texto encierra un programa tan elemental como necesario:

29. 1º) El anuncio de Dios y su amor revelado en Jesucristo: Él es el Creador y el amigo de los hombres, con los que ha hecho alianza y a los que llama a compartir su vida, como principio de libertad y soberanía en el mundo. Es preciso poner a Dios como centro de nuestro anuncio y de toda la pastoral; hablar de Dios no como un aspecto o un tema de la fe, sino como el objeto central, el principio y fin de toda la creación, el sentido, fundamento, plenitud y felicidad del hombre. Hoy no son suficientes los signos de amor y de solidaridad; son necesarias las palabras que desvelen a la humanidad el rostro del Dios único y verdadero. Hay que volver a hablar de Dios con lenguaje fresco y vital. Hemos de anunciar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunidad de amor, que nos invita a su amistad[31]; que por Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, nos ha redimido y nos da la posibilidad de ser hijos de Dios por la donación del Espíritu Santo; que a través de la Iglesia y los sacramentos nos comunica la vida divina, que es la gracia, anticipo de la vida y la felicidad eterna, a la que estamos llamados.

30. 2º) El abandono de los ídolos que esclavizan al hombre, sometiéndolo a fuerzas inferiores a él, y de las que no se puede liberar si no es por la ayuda de Alguien que es superior a él y a ellos. El anuncio público del Dios vivo llevará a identificar con claridad a los ídolos.

31. 3º) La apertura a la esperanza en la vida eterna, con lo que implica de responsabilidad en la configuración de esta vida temporal. Una de las urgencias supremas del anuncio evangélico es romper la fascinación o la desesperación de los hombres sumergidos en el tiempo o remitidos a una supuesta reencarnación que les permitiera prolongar el tiempo o redimirlo. Lo visible no es la totalidad lo real; la existencia no se agota en el tiempo; Dios ordena al hombre a participar en su Plenitud; creemos en la resurrección de los muertos; las decisiones libres del hombre en el tiempo comprometen su destino eterno, feliz o desgraciado: todo esto debe ser propuesto con una transparencia y confianza públicas nuevas[32]. En esta propuesta va implicada la libertad y responsabilidad del hombre en este mundo. La equilibrada doctrina de la Constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II sigue siendo una referencia para la formación y el compromiso temporal de los cristianos.

32. En la tarea de la transmisión de la fe juega un papel esencial la familia cristiana. Ahí se experimenta la imagen del amor de Dios Padre, se aprende a rezar y a hablar con Jesús, se descubren los signos religiosos, se da la posibilidad de integrar de manera natural la fe con la vida tanto en las alegrías como en las dificultades. Ha sido una experiencia muy común la realidad que el Papa manifestaba en confidencia personal a los jóvenes en el encuentro del Jubileo: “Recuerdo cómo, desde niño, en mi familia aprendí a rezar y a fiarme de Dios”[33]. Los esposos cristianos, cuando viven su matrimonio como verdadera vocación, transmiten con naturalidad la fe a sus hijos. Y no podemos olvidar la función tan importante que pueden ejercer hoy los abuelos. En la carta del Papa Familiaris consortio y en nuestra reciente Instrucción pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad tenemos orientaciones para desarrollar los valores de la “Iglesia doméstica”, conscientes de la atención particular que “se ha de prestar a la pastoral familiar especialmente necesaria en un momento histórico como el presente, en el que se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental”[34].

33. En orden a proporcionar una buena iniciación cristiana tanto a niños como a jóvenes y adultos, nos parece que hemos de instaurar y desarrollar el catecumenado, particularmente en los programas pastorales de las Parroquias. La vida de la Iglesia primitiva y los resultados positivos que se están viendo en las nuevas experiencias actuales avalan su oportunidad. En las reflexiones y orientaciones sobre La iniciación cristiana (1998) expusimos su motivación y fundamento, así como sus destinatarios (para no bautizados y para bautizados no catequizados) y las características y condiciones que ha de reunir para que dé los frutos deseados.

34. La catequesis, a la que en el trabajo pastoral generalmente se le dedica abundante personal y energías, necesita recuperar vitalidad y calidad. Se lograrará, sobre todo, si las Parroquias disponen de catequistas que se hayan encontrado personalmente con Jesucristo, lo hayan descubierto como el Salvador y den testimonio de él sin ambages ante niños, jóvenes y adultos[35]. Advertimos que algunos programas de catequesis no responden a su objetivo de transmitir el Evangelio y educar en la fe porque no presentan los núcleos esenciales o porque no emplean una pedagogía que lleve a la asimilación. Otras veces se desarrolla una catequesis más psicológica que correctamente antropológica y en ocasiones se restringe a algunas consecuencias morales de la fe que sintonizan bien con los valores socialmente aceptables. Nos preocupa particularmente la pobreza de resultados de las catequesis para el Sacramento de la Confirmación. El catecismo, libro básico de referencia, se sustituye a menudo por otro tipo de materiales catequéticos, que no siempre garantizan una correcta transmisión y educación de la fe. El “Catecismo de la Iglesia Católica” ha de ser más conocido y utilizado, porque es un texto muy apto para la formación cristiana de calidad, particularmente de los mismos catequistas y de los adultos. Este Catecismo y los de la Conferencia Episcopal, en armonía con él, están llamados a ser fermento renovador de la catequesis[36] .

35. Como principio básico y general, hemos de potenciar con creatividad y ánimo una pastoral misionera, que llegue a los cristianos que se han alejado de la Iglesia y también a los que se acercan ocasionalmente. Hoy, más que nunca, no nos podemos contentar con una pastoral de mantenimiento y de oferta de servicios a los que vienen a nuestras iglesias o despachos. Hemos de recuperar la pedagogía del acompañamiento personalizado, conforme a la tradición cristiana desde el principio, tal como el mismo San Pablo confiesa: “Tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos” (1 Tes 1,11). Un acompañamiento en camino, que supone respeto a los procesos y que va a lo profundo de las personas, respondiendo a sus interrogantes y expectativas más fundamentales, al estilo de Jesús (cfr. Lc 24,13-35). Conscientes de la crisis de fe o de sentido por la que están atravesando muchos cristianos en el contexto de una cultura de increencia y escepticismo, hemos de aprovechar las ocasiones de la pastoral ordinaria, como son las homilías, las conversaciones personales y las publicaciones, para dar razón de nuestra esperanza (Cf 1 Pet 3,15), y ofrecer, como humilde “diaconía de la verdad”, una sana apología de la fe que proporcione certidumbre a los cristianos[37].

36. Entre nosotros la religiosidad popular, tanto en las Cofradías o Hermandades como en otras múltiples formas de devociones y expresión de fe, está manteniéndose e incluso en algunas manifestaciones está creciendo. Valoramos positivamente esta realidad que refleja las raíces profundas de fe de nuestro pueblo. Todavía hoy puede seguir siendo un buen sustrato para mantener y transmitir la fe y para apoyar una pastoral más asentada de evangelización. Para ello hemos de poner los medios oportunos y evitar los peligros que vemos de una fe sin coherencia en la vida y de una tendencia a reducir la religiosidad popular a mera expresión cultural.

b) La formación cristiana

37. Quien se adhiere a Jesucristo, necesita cultivar y educar su fe, integrarla en la vida, hacerla operativa y ser capaz de dar razón de su esperanza. En función de estas necesidades están los servicios eclesiales de formación cristiana. Aludimos a algunas tareas que hoy nos parecen más urgentes.

38. Notamos un resurgir de grupos juveniles que cuidan la maduración de la fe, con iniciación a la oración y práctica de la vida sacramental y con expresiones de servicio cristiano. Es una realidad que nos llena de esperanza, a pesar de que su crecimiento sea lento y con esfuerzo debido a que el ambiente que se respira no favorece la personalización ni los compromisos estables. Parte de estos grupos se constituyen a raíz de la catequesis de Confirmación, a pesar de que la mayoría de los que se confirman no continúan manifiestamente comprometidos en la parroquia. También son grupos trabajados en la pastoral que promueve la vida consagrada. Otros están vinculados a movimientos y asociaciones de larga tradición o a los nuevos movimientos que están surgiendo con fuerza. Estamos comprobando que los encuentros con el Papa, las peregrinaciones a Santiago y a otros santuarios, actos en los que participan muchos jóvenes, vienen a ser un buen medio de acercamiento a la Iglesia y de contacto vivo con Jesucristo, que deja huella y en muchos casos permite iniciar o continuar un trabajo de profundización.

39. En el ámbito de la enseñanza religiosa escolar se ha conseguido un estatuto más digno para los profesores de religión. Se ha elevado también el nivel de su preparación y se está potenciando la formación permanente[38]. Disponemos de un “currículum” bien diseñado e integrado en el conjunto de las otras áreas[39]. Sin embargo, seguimos sin obtener de los poderes públicos un trato no discriminatorio de la enseñanza religiosa, lo cual está repercutiendo en el descenso de alumnos. Hemos de apoyar a los profesores de religión, ayudarlos para que transmitan un testimonio coherente de vida cristiana y reforzar iniciativas que mejoren su formación inicial y permanente, así como el seguimiento y control de calidad de la enseñanza que imparten[40].

40. En orden a la integración de la fe con la vida y la cultura, cobra un papel singular la pastoral educativa. Dentro de ella, la escuela católica, de titularidad diocesana o de Institutos de vida religiosa o de otras instituciones o iniciativas, tiene especial importancia. En este momento cabe resaltar que el empeño que se está poniendo por mantenerla y mejorar su calidad, se puede ver afectado por las consecuencias de la disminución de vocaciones a la vida consagrada, así como por el acoso de las normas administrativas, que la condicionan en muchas de sus opciones. Sabemos de las diferentes soluciones que se buscan, tratando de mantener la identidad católica de los Centros tanto en el ideario como en el profesorado y en la práctica de la enseñanza. Es un momento importante que requiere nuestra cercanía, diálogo fraterno y apoyo a esta pastoral educativa. Además, mirando a la escuela pública, urge potenciar una atención pastoral a los profesores católicos, para que cumplan su misión en medio de las dificultades actuales de esta tarea. Asimismo los padres católicos tienen el derecho y el deber de ejercer su compromiso creyente para defender la formación cristiana de sus hijos y una educación coherente con los valores cristianos. Como pastores, hemos de alentar las iniciativas conducentes a este compromiso[41].

41. Nuestra Iglesia es fecunda en iniciativas para la formación de los cristianos, objetivo que se ve como uno de los más importantes, dado el contexto social de increencia. Se han de seguir potenciando y cuidando la calidad de iniciativas como escuelas de padres, grupos de matrimonios y de pastoral familiar, escuelas diocesanas de teología y programas de formación integral para los movimientos de apostolado seglar. El reciente florecimiento de los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas, además de ser un signo de la demanda de formación, es también una esperanza de un conjunto de laicos bien preparados, que podrán llevar tareas de responsabilidad en la vida de nuestras Iglesias, lo cual pide nuestro apoyo y vigilancia pastoral, a fin de que tengan la debida calidad formativa[42].

42. Los teólogos, que con su enseñanza y escritos ilustran la fe de los fieles y dan razón de nuestra esperanza, nos ofrecen el servicio de su reflexión sobre los problemas pastorales actuales y abren caminos para el anuncio del Evangelio en un diálogo fecundo entre la fe y la razón. La mayoría de ellos se sitúan en su puesto de teólogos católicos tanto por la doctrina como por su actitud eclesial en sintonía con el Magisterio y al servicio del Pueblo de Dios. Pero también advertimos con preocupación ciertas manifestaciones de disenso teológico y algunos problemas en la enseñanza de la teología o en publicaciones; aunque no son la nota dominante, tienen una influencia negativa en la pastoral y en la formación de los cristianos. Es preciso que las propuestas y metodologías teológicas sean aptas para la transmisión del Mensaje por su identidad católica, por abordar los grandes núcleos de la fe y por la aportación de certezas teologales y confianza hacia la Iglesia.

43. Las Universidades Católicas y Centros superiores de estudios de la Iglesia, como recordó la Constitución Apostólica “Ex corde Ecclesiae”, están llamados a cuidar y reforzar su identidad católica, en este momento y situación en que la fe no tiene un apoyo sociológico y existe el peligro de ambigüedad y disolución relativista de su entraña. También se precisa desarrollar con nuevo aliento e iniciativas renovadas una pastoral universitaria situada en el marco de la pastoral de la cultura.

44. Recordando el imperativo de Jesús “lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea” (Mt 10,27), nos alegran las posibilidades que hoy se le abren a la Iglesia para la evangelización por el empleo de los Medios de comunicación social. A la vez se nos plantea el reto de inculturar el Evangelio en esta nueva cultura mediática creada por la comunicación moderna, con sus lenguajes y técnicas. El fenómeno comunicativo mismo debe ser evangelizado, lo cual lleva a afrontar una verdadera pastoral de la cultura. Estamos dando pasos en esta línea, pero nos queda todavía buen camino por recorrer. La realidad de la comunicación, que cada vez tiene más peso e impacto, reclama una pastoral integral en las comunicaciones sociales, realizada de manera más coordinada y en diferentes ámbitos. Esta pastoral ha de incluir la comunicación institucional de la Conferencia Episcopal y las Diócesis, la formación de los profesionales y de los usuarios y un mejor aprovechamiento de los recursos o medios propios. Asimismo hay que procurar que los intelectuales católicos y los laicos en general utilicen los Medios para hacer oír su voz y los criterios de la Iglesia en el debate social, en la interpretación de los acontecimientos y en la orientación de la conducta.

3. La comunión en el amor de Cristo

45. La dinámica inherente en la comunicación genuina de la fe desemboca, como por su propia naturaleza, en la comunión, que no es sólo de fe, sino también de amor. Se trata de una comunión que va más allá de los vínculos de solidaridad, para establecer los lazos de la fraternidad. Pero es más profunda aún, porque esa comunión se enraíza y se configura en la comunión trinitaria, pues hace participar de la filiación divina: “para que estéis en comunión con nosotros; y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,3). La comunión “encarna y manifiesta la esencia misma del misterio de la Iglesia” y es “otro aspecto importante en que será necesario poner un decidido empeño programático tanto en el ámbito de la Iglesia universal como de las Iglesias particulares”[43].

46. Los Hechos de los Apóstoles refieren el estilo de la primera comunidad cristiana de Jerusalén, como un paradigma de lo que ha de ser la Iglesia (Cf Hech 2,42-47; 4,32-35). Un ideal tras el que caminar, mientras somos Iglesia peregrina. Día a día experimentamos las dificultades para conseguirlo, pero también día a día caminamos en el gozo de lo ya logrado. La caridad fraterna es un tesoro de la Iglesia y un don recibido, fruto del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado en el Hijo (Cf Rom 5,5). Y a la vez es una tarea y un compromiso siempre pendiente, en el que estamos llamados a crecer hasta la madurez de la plenitud en Cristo (Cf Ef 4,15-16; Jn 15,12). El himno paulino de la caridad (1 Cor 13,1-13) nos invita a llevarla hasta los pequeños detalles de la vida concreta. Las trazas de ese ideal han de ir teniendo su aplicación en la realidad de nuestra Iglesia. Son dimensiones de la comunión, que podemos situar en dos coordenadas: la comunión eclesial y la comunión como caridad y compromiso por la justicia.

a) Comunión eclesial

47. La comunión eclesial es, en primer lugar, comunión de corazones (cfr. Hech 4,32). Lo que nos une como Iglesia no son sólo y fundamentalmente las ideas, sino la común experiencia, que se traduce en sentimientos comunes y en afirmaciones de fe comunes. En esa experiencia fundante, que es el encuentro permanente con Jesucristo muerto y resucitado y presente en su Iglesia, está el centro y fundamento de la comunión eclesial. Ahí encuentran unidad y razón de ser los distintos y legítimos puntos de vista, que son fruto de la multiforme gracia de Dios y reflejan la riqueza del misterio de Cristo. Para que esto sea posible necesitamos “promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes de pastoral, donde se construyen las familias y las comunidades”[44]. Bellamente el Papa comenta que la espiritualidad de comunión significa una mirada del corazón hacia el misterio trinitario, sentir al hermano como uno que me pertenece, ver lo que hay de positivo en el otro y saber darle espacio.

48. Entre las comunidades de fieles destacan las Parroquias, porque “en cierto modo representan a la Iglesia visible establecida por todo el mundo” y ofrecen “un modelo preclaro de apostolado comunitario al congregar en unidad todas las diversidades humanas que en ellas se encuentran”[45]. La Parroquia es un lugar privilegiado de transmisión y celebración de la fe y de experiencia de comunión. Ella constituye el entramado básico de la vida de cada Iglesia, donde los fieles pueden encontrar cauces naturales de participación eclesial[46]. Esta institución, nacida en los primeros tiempos de la Iglesia, está llamada a continuar ejerciendo su influjo benéfico en este nuevo siglo, como comunidad de comunidades y casa abierta para todos inserta “junto a las casas” de los vecinos y con espíritu misionero. En esta línea se orienta la renovación que se está poniendo en marcha en los Planes de Pastoral y Sínodos diocesanos, atentos a las nuevas situaciones de movilidad social, concentración urbana y despoblación rural.

49. Una realidad emergente y en buena medida ya consolidada son los llamados nuevos movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales, que en España cobran un relieve singular, porque algunos de ellos han nacido entre nosotros y se están extendiendo por todo el mundo y otros tienen una buena implantación aquí. Necesitan nuestro servicio pastoral de discernimiento y de vínculo de comunión para que encuentren su debida integración con el resto de la realidad pastoral y para que descubran y se impliquen en nuevos campos de la misión y del compromiso. También necesitan nuestro apoyo y se lo queremos prestar porque “dan a la Iglesia una viveza que es don de Dios, constituyendo una auténtica primavera del Espíritu”[47], están siendo instrumentos de nueva evangelización y generan vocaciones al ministerio sacerdotal, a la vida consagrada y al servicio misionero. Por otra parte valoramos altamente la Acción Católica y los movimientos apostólicos nacidos en otras épocas porque, fieles a las notas y orientaciones del Concilio Vaticano II[48], si están bien fundamentados en la formación, en la práctica de los sacramentos y en la comunión eclesial, son fermento de evangelio y compromiso cristiano en el mundo. Nos parece que hace falta un mayor conocimiento mutuo y apertura por parte de todos y que siempre se ha de evitar la contraposición entre Parroquia y movimientos o de movimientos entre sí, ya que todos expresan la riqueza del Espíritu y entre todos hacen posible una Iglesia con más vitalidad.

50. También nos alegra ver que nuestra Iglesia, en consonancia con las orientaciones del Concilio Vaticano II se está haciendo más participativa y creando cauces de corresponsabilidad: la teología ha rescatado los valores de la eclesiología de comunión; se ha enriquecido la vida eclesial con nuevos carismas; se están desarrollando las estructuras y órganos participativos: Sínodos, consejos presbiterales, pastorales, de economía, etc.; los laicos van asumiendo muchas tareas dentro de la Iglesia, según corresponde al sacerdocio común de los fieles. Al fortalecer estos medios de participación, hemos de alimentar a los cristianos con una verdadera espiritualidad eclesial, ya que sin ella los organismos y estructuras de comunión y de participación “se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión, más que sus modos de expresión y crecimiento”[49].

51. En nuestra Iglesia hemos crecido en organización y estructuras pastorales, lo mismo que en planificación y programación. Estas realidades, que pertenecen al organismo social de la Iglesia, son consecuencia del misterio de la Iglesia, que es a la vez espiritual y visible, en analogía con el misterio del Verbo encarnado; y han de estar al servicio del Espíritu de Cristo, que le da vida para que el cuerpo crezca[50]. La misma dinámica de las estructuras nos puede llevar a veces a la tentación de confiar más en nuestra capacidad de organizar y programar que en la gracia de Cristo, por lo que hemos de afirmar en la teoría y en la práctica la primacía de la gracia[51]. También nos parece que podemos estar atrapados por un exceso de organización y olvidarnos de que la Iglesia es sobre todo un organismo vivo, el Cuerpo místico de Cristo, y que lo prioritario es la atención a las personas y engendrar vida.

52. La comunión jerárquica dentro del cuerpo eclesial es un don y una tarea (cfr. Hech 2,42). El ministerio apostólico del Papa como sucesor de Pedro y de los Obispos con él como sucesores de los Apóstoles, con sus colaboradores los presbíteros, es un regalo de Dios en su Iglesia a favor de todos los hombres, en cuanto ésta es sacramento universal de salvación. Este ministerio se ejerce como un servicio a la comunión en la triple función de enseñar, santificar y regir. No podemos descuidar el ejercicio de estos ministerios ni permitir que se minusvaloren o se desenfoquen, porque es cuestión que afecta a la identidad misma de la Iglesia. La obediencia eclesial y el respeto al Magisterio es una señal de los discípulos de Cristo. Los Obispos estamos llamados a vivir estos ministerios con inspiración evangélica y a promover de la mejor manera las potencialidades de los instrumentos de comunión como los Consejos presbiterales y pastorales, las provincias o regiones eclesiásticas y la Conferencia Episcopal[52]. Respecto a la Conferencia Episcopal nos proponemos seguir reflexionando sobre su funcionamiento y los servicios que puede prestar tanto a las personas de los Obispos como al ejercicio de su ministerio en las Diócesis, conforme al Motu Proprio Apostolos suos.

b) Comunión y misión

53. La comunión eclesial comporta la apertura universal y el desarrollo de la misión “ad gentes”, porque la Iglesia por naturaleza es misionera y cada Iglesia particular ha de sentirse solidaria y en comunión con todas las Iglesias. Nuestra Iglesia en España, tanto las Diócesis como los Institutos de vida consagrada, han prestado y siguen prestando una cooperación muy generosa a la tarea del anuncio del mensaje de salvación al mundo entero . Hoy, a pesar de la fuerte disminución de vocaciones, siguen enviando misioneros y misioneras de entre sus miembros más valiosos. Somos conscientes de que ello no empobrece nuestras comunidades sino que las revitaliza. Para impulsar aún más esta participación, hemos de difundir la sana doctrina sobre el sentido y motivación de la misión, fomentar entre los sacerdotes y los seminaristas la dimensión misionera, promover nuevos cauces de cooperación por parte de los laicos y seguir apoyando la colaboración espiritual y económica de los fieles[53].

54. La preocupación de la Iglesia insistentemente manifestada[54] de trabajar por la unidad querida por Jesucristo (cf Jn 17,21), nos urge a seguir desarrollando el ecumenismo y a sensibilizar a los agentes de pastoral con relación a esta tarea. El marco de construcción de la “casa común” europea y el hecho mismo de que muchos de los inmigrantes que vienen de los países del Este sean católicos de rito oriental y cristianos ortodoxos nos sitúan en una nueva dimensión del ecumenismo[55]. Por otra parte se abre también un nuevo horizonte en el diálogo interreligioso: en primer lugar, se precisa una correcta formación de los fieles conforme a los criterios teológicos expresados en la Declaración Dominus Iesus[56]; además el gran número de inmigrantes que proviene de África o de algunos países asiáticos, muchos de los cuales profesan el Islam u otras religiones, nos exige reflexionar con apertura, pero sin ingenuidad, en los problemas que plantea su integración, la clarificación doctrinal de nuestros cristianos y el reto nada fácil de ofrecerles también a Jesucristo junto con nuestro testimonio de caridad cristiana.

c) Caridad y compromiso por la justicia

55. Uno de los mayores motivos de acción de gracias a Dios y de alegría es el servicio y atención a los pobres, de lo que nuestra Iglesia está dando pruebas. Son muchos y con vitalidad los fieles, grupos, instituciones eclesiales y servicios, tanto parroquiales y diocesanos como de ámbito nacional, que se dedican a atender a las personas con problemas y a luchar contra las causas de la injusticia. Instituciones como Cáritas, Manos Unidas y otras gozan de prestigio social y son un instrumento eficaz para que los católicos y las personas de buena voluntad presten más ayuda a los necesitados aquí y en el Tercer Mundo. Además, otros muchos católicos colaboran como voluntarios en diversas organizaciones de ayuda al desarrollo y promoción social. Progresando en este espíritu, “tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como en su casa”[57]. El cristiano ha de descubrir particularmente en los necesitados el rostro de Cristo y ha de estar atento a todas las pobrezas, además de las materiales. Si no cuidáramos estas dimensiones profundas en la formación de nuestros voluntariados y en la sensibilidad de los técnicos que trabajan en nuestros servicios sociales, la caridad cristiana quedaría reducida a un humanismo filantrópico y “nuestras comunidades cristianas a agencias sociales”[58].

56. Toda la Iglesia está implicada en el compromiso por la justicia como ejercicio de la caridad fraterna y del mismo anuncio del Evangelio. Este compromiso lo cumplen los Obispos, con su Magisterio que enuncia y actualiza los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, y todos los fieles, particularmente los laicos, con su palabra, acción y testimonio para la construcción y transformación de la sociedad según los proyectos de Dios[59]. “Esta vertiente ético-social se propone como una dimensión imprescindible del testimonio cristiano. Se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad ni con la lógica de la Encarnación ni, en definitiva, con la misma tensión escatológica del cristianismo”[60]. Hemos de seguir defendiendo clara y públicamente los derechos humanos y particularmente la dignidad y la vida de la persona, en los diversos ámbitos en los que está amenazada, y aportar nuestra contribución a la solución de la cuestión social, que ha llegado a ser ya una cuestión planetaria por los efectos de la llamada “globalización”.

57. Cada cristiano personalmente y todos como cuerpo eclesial, en los distintos niveles institucionales, hemos de estar atentos para dar respuesta a las nuevas pobrezas, como: la drogadicción, el Sida, el abandono de los mayores, la marginación y discriminación social. Tampoco podemos olvidar problemas que siguen sin solucionarse y que hoy tienen macrodimensiones: como las guerras, el terrorismo internacional, el narcotráfico, las injusticias y la mala distribución de la riqueza, la deuda externa, el hambre en el mundo, el analfabetismo, la represión o falta de libertades, etc. “El cristiano que se asoma a este panorama debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo, interpretando esta llamada que él dirige desde este mundo de la pobreza”[61]. También surgen problemas nuevos que reclaman una respuesta ética: el desequilibrio ecológico, las nuevas potencialidades de la ciencia, sobre todo en el campo de la biotecnología, la amenaza de la vida en su comienzo y en su final; la desestructuración de la familia, que ocasiona tantos problemas personales y sociales, su indefensión política; la desfiguración y banalización de la sexualidad humana. La contribución noble y sincera de la Iglesia para iluminar éticamente estos problemas y animar a los católicos a que se impliquen en construir la sociedad según su fe, es también un ejercicio de verdadera caridad. Son luminosas las palabras del Papa en su reciente carta: “Se debe prestar especial atención a algunos aspectos de la radicalidad evangélica que a menudo son menos comprendidos, hasta el punto de hacer impopular la intervención de la Iglesia, pero que no pueden por ello desaparecer de la agenda eclesial de la caridad”[62].

58. Entre nosotros el fenómeno del terrorismo está marcando muy negativamente la vida social, pues siembra muerte, opresión e inseguridad. Repetimos la condena tajante y sin paliativos que hemos hecho en otras ocasiones, porque es un desprecio de la vida humana, don sagrado, y un atentado gravísimo contra el hombre, imagen del mismo Dios. Ninguna pretensión lo justifica, pues es intrínsecamente malo. A fin de que cese esta violencia, además de esta palabra de condena moral, aportamos nuestra oración y la de nuestras comunidades cristianas, actitud que ha caracterizado a la Iglesia desde el principio (Cf 1 Tim 2,1-2.8). A la vez, ofrecemos nuestra cercanía y apoyo a las víctimas del terrorismo. Nuestra Iglesia y sus comunidades deben ser espacio de fraternidad, de diálogo y de entendimiento, puesto que la Iglesia, como sacramento de salvación, es signo e instrumento de comunión[63]. Además queremos contribuir a eliminar esta lacra del terrorismo con una buena educación de la juventud, desde los ámbitos donde la Iglesia está presente. Por otro lado, ante los recientes actos de extrema violencia de grupos terroristas internacionales, como Iglesia hemos de ejercer una misión de paz, seguir trabajando por la eliminación de las injustas desigualdades entre las naciones, rechazar cualquier germen de xenofobia y evitar que en la opinión pública se equipare falsamente religión con violencia. El acto de fe, por su propia naturaleza, es profundamente humanizador y pacificador, ya que significa adherirse al Dios único, que es Amor, plenitud del hombre y sustentador de la fraternidad de todos los hombres.

59. Una realidad social relativamente nueva en España es el fenómeno de la inmigración. Está introduciendo un pluralismo étnico, cultural y religioso. Es una puerta abierta a la esperanza para muchas personas, cuya vida en su país carece de horizontes. Pero también están surgiendo problemas de marginación, abusos de indefensos y algunos brotes de xenofobia. La Iglesia está contribuyendo a mejorar esta situación con sus servicios de caridad y ayuda humanitaria y con su voz alzada en favor de la justicia y de los derechos humanos de los inmigrantes, como el de la reagrupación familiar. Esta realidad, además de los nuevos horizontes de relaciones interconfesionales ya señaladas, plantea retos nuevos a nuestra misión evangelizadora: cómo acoger en nuestras parroquias a tantos hispanoamericanos, la mayoría de los cuales son católicos, para apoyarles en un contexto donde les resulta más difícil la fe y también para recibir su vitalidad religiosa como una savia nueva para nuestras comunidades.

III. ACCIONES PASTORALES DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

60. Del desarrollo del Plan Pastoral anterior (1997-2000), que miraba a la preparación y celebración del Jubileo en las diócesis de la Iglesia en España, y de los frutos que hemos recibido por la gracia de Dios, debemos sacar “un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además la fuerza inspiradora de nuestro camino”[64].También nosotros, en esta ocasión, al comienzo del nuevo milenio nos planteamos la pregunta ”¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” (Hech. 2,37) para caminar desde Cristo en comunión con el Papa y la Iglesia universal. Juan Pablo II ha expresado cómo “es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad”[65]. Por eso nos proponemos durante este cuatrienio desarrollar, como Conferencia Episcopal, unas acciones que respondan con fidelidad a las llamadas de Dios descubiertas en la mirada pastoral de nuestra situación y sirvan a las prioridades pastorales que hemos señalado.

61. Las prioridades pastorales anteriormente enunciadas sirven de inspiración a las acciones que las distintas Comisiones Episcopales y organismos de la Conferencia incluyen en sus respectivas programaciones como corresponde al ámbito de su competencia y servicio, y que aquí no se relacionan porque aparecen en sus propios planes. Solamente se determinan, a continuación, las acciones que la Conferencia Episcopal asume, de diversos modos, para sus Asambleas plenarias o sustenta durante el próximo cuatrienio con su apoyo corporativo aunque la iniciativa esté encomendada a alguna o varias Comisiones Episcopales.

62. También en estos próximos años culminarán algunas acciones que ya estaban programadas en el Plan anterior[66] y aún están en curso porque han necesitado mayor plazo de tiempo para ser llevadas a buen término como son:

- la edición de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española, con la traducción revisada de los textos litúrgicos (n. 144);

- la publicación de los catecismos de adultos, jóvenes e infancia (n. 146);

- la elaboración de una instrucción pastoral sobre la iniciación a la oración litúrgica, comunitaria y personal (n. 125);

- la reflexión sobre el diálogo entre la fe y las corrientes culturales de nuestro tiempo en orden a estimular la inculturación del Evangelio y la Evangelización de la cultura (n. 118).

1. Acciones pastorales sobre el encuentro con el Misterio de Cristo y la llamada a la santidad.

63. 1. Reedición actualizada del Ritual de la Penitencia.

En las actuales circunstancias es preciso apoyar la doctrina y la práctica del Sacramento de la Penitencia que, además de la celebración del perdón, resulta un momento privilegiado de formación de la conciencia moral de los cristianos y de acompañamiento pastoral en el camino de la vocación a la santidad. Después de la experiencia habida durante los años pasados para la aplicación del Ritual de la Penitencia, la oportunidad de la reedición actualizada del mismo Ritual será ocasión para que en las diócesis se promueva, en encuentros de sacerdotes y jornadas de estudio con el pueblo cristiano, la recta aplicación en el ejercicio del ministerio del perdón y de la reconciliación en conformidad con el mismo Ritual.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Liturgia, con estudio y aprobación en la Asamblea Plenaria.


64. 2. Congreso nacional sobre pastoral vocacional.

Después de los Congresos continentales, entre ellos el de Europa, sobre las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, es conveniente que, ante la situación actual de las vocaciones, las diócesis y los Institutos de Vida Consagrada puedan intercambiar las experiencias positivas que en estos momentos se dan por distintas partes y reflexionar sobre las condiciones que hoy despiertan y favorecen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A la vez, idear medios para que toda la comunidad cristiana se implique en la pastoral de las vocaciones como una respuesta a las llamadas que Dios dirige a cada miembro de la Iglesia para vivir la santidad y el testimonio en el ministerio y en los distintos carismas.

Organismos responsables: Comisiones Episcopales de Seminarios y Universidades, del Clero, de Obispos y Superiores Mayores.

65. 3. Colaborar con la organización y desarrollo del Año santo Compostelano en el 2004.

El año 2004 será, D.m. Año santo compostelano. A Santiago de Compostela acudirá un gran número de peregrinos de las diócesis de la Iglesia en España y de otros países para recibir, al final del camino de la conversión, el perdón y la gracia. Como en la ocasión anterior, la Conferencia Episcopal y sus distintos organismos podrán colaborar con la organización y desarrollo de las distintas actividades para jóvenes y adultos que se programen con ocasión de este Año santo jacobeo.

Organismo responsable: Comisión Permanente.

2. Acciones pastorales sobre la comunicación del Evangelio de Cristo.

66. 4. Elaborar un Directorio de Pastoral familiar y de la Vida.

Después de la publicación de la Instrucción pastoral “La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad” (2001), para su desarrollo y aplicación resulta conveniente la elaboración de un Directorio de Pastoral familiar y de la Vida que ayude tanto a las parroquias como a los movimientos de pastoral familiar y de defensa de la Vida a continuar y emprender las acciones pastorales pertinentes. El Directorio se completará con la elaboración de guiones prácticos para los cursillos prematrimoniales y para las celebraciones del sacramento del matrimonio y encuentros de pastoral familiar.

Organismo responsable: Subcomisión Episcopal para la Familia, con estudio y aprobación en la Asamblea plenaria.

67. 5. Organizar un encuentro de responsables de pastoral sobre la religiosidad popular.

Durante estos últimos tiempos ha resurgido en la Iglesia el aprecio y estudio de la religiosidad popular en orden a la evangelización y la vida cristiana. Algunas diócesis e instituciones han organizado Congresos o encuentros sobre la piedad popular. Es momento oportuno para intercambiar las experiencias de las diócesis sobre los distintos aspectos y acciones pastorales para encauzar esas manifestaciones de religiosidad popular. Parece conveniente que se organice un encuentro de Vicarios y otros responsables de ese ámbito de la pastoral, que pueda ofrecer aportaciones para la reflexión posterior en la Asamblea Plenaria.

Organismos responsables: Comisión Episcopal de Pastoral con la colaboración de las Comisiones Episcopales de Liturgia y de Patrimonio y reflexión posterior en la Asamblea Plenaria.

68. 6. Estudio sobre las Facultades, Centros de Estudios Teológicos e Institutos Superiores de Ciencias Religiosas.

La Conferencia Episcopal mantiene el encargo de la Congregación para la Educación Católica (de Seminarios y de los Institutos de Estudios) sobre la planificación de Centros superiores de estudios eclesiásticos en España. Tras la visita de la Comisión de Verificación en 1992 y 1993 y la reflexión habida en la Asamblea Plenaria, fueron establecidos unos criterios relativos a la planificación de estos Centros. Después de estos años conviene reflexionar sobre la situación de los centros, conforme a los criterios establecidos, en orden a continuar con el trabajo de planificación y de coordinación de los mismos centros.

Organismo responsable: Subcomisión Episcopal de Universidades, con reflexión en la Asamblea plenaria.

69. 7. Reflexionar sobre la identidad de la Escuela Católica en la situación actual.

En la situación actual existen Colegios de identidad católica, con titularidad perteneciente a Diócesis, Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, en los que va disminuyendo la presencia de miembros de estos institutos y en algunos de ellos se está poniendo la dirección y gestión del centro en manos de seglares. Es necesaria una reflexión sobre las dificultades y esperanzas que esta situación plantea, en orden a que la Escuela católica siga prestando a la Iglesia y a la sociedad el servicio y los frutos para los que fueron fundados esos colegios y escuelas.

Organismos responsables: Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis con la colaboración de la Comisión de Obispos y Superiores Mayores.

70. 8. Elaborar unas orientaciones sobre Patrimonio Cultural y Evangelización.

El aprecio por el patrimonio histórico, artístico y cultural de la Iglesia ha crecido en estos últimos años de tal forma que el patrimonio, que se ha ido creando a lo largo de los siglos al servicio del culto, se ha convertido no sólo en interés cultural de forma popular sino también un medio para la evangelización. El patrimonio sacro, testimonio de la fe del pueblo de Dios, es un válido instrumento para la catequesis y la evangelización así como para el encuentro y el diálogo entre la fe y la cultura. En estos momentos resulta conveniente la elaboración de unas orientaciones y propuestas pastorales que ayuden a las distintas comunidades eclesiales a poner el patrimonio cultural al servicio de la nueva evangelización, manteniendo siempre su identidad y misión.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Patrimonio Cultural, con estudio y aprobación en la Asamblea Plenaria.

71. 9. Exposición “2.000 años de Cristianismo en España”.

Con la colaboración de todas las diócesis y sus instituciones, se propone realizar una exposición histórico-documental y con el patrimonio artístico sobre la historia de la Iglesia en España y la aportación del cristianismo a la sociedad y a la cultura de cada tiempo. Como en el año 2004 en Barcelona se celebrará el “Foro universal de las Culturas”, se propone que esta exposición, que puede ser itinerante, comience con esa ocasión Barcelona y luego tenga sede en otras diócesis o provincias eclesiásticas de la Iglesia en España.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Patrimonio Cultural.

72. 10. Reflexión sobre la pastoral de la comunicación.

Diferentes organismos de la Iglesia en España son titulares de distintos medios de comunicación, también la Conferencia Episcopal Española. En este cuatrienio se propone estudiar la pastoral de las comunicaciones en España en lo que toca a la Conferencia, tanto la presencia en los organismos propios como en otros organismos, así como la preparación de comunicadores cristianos.

Organismo responsable: Comisión Permanente, con la colaboración de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación, y reflexión en la Asamblea Plenaria.

73. 11. Promoción de la comunicación institucional de la Iglesia.

Con el afán de mejorar su relación con los medios de comunicación social y a fin de que la opinión pública española esté informada adecuadamente de la vida de la Iglesia y perciba de manera clara la posición que ella tiene sobre los asuntos más importantes que afectan a las personas y a la sociedad, la Conferencia Episcopal quiere potenciar su servicio de comunicación y ayudar a las Delegaciones diocesanas de medios de comunicación u oficinas diocesanas de información. Con este propósito ofrecerá a sus responsables, a los Obispos, equipos de gobierno y portavoces cursos de formación y actualización sobre comunicación pública y relación con los medios.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social en colaboración con la Oficina de Información de la CEE.

74. 12. Congreso Nacional de Misiones

La nueva situación de la sociedad española abre nuevos horizontes y ámbitos a la missio ad gentes de la Iglesia en España. Se hace necesaria una reflexión teológico-pastoral de responsabilidad misionera de nuestras comunidades cristianas para responder a los requerimientos de la prioridad del anuncio del Evangelio en los nuevos ámbitos de la misión y de la cooperación de las Iglesias jóvenes necesitadas de ayuda material y espiritual. Para ello se ve conveniente celebrar un Congreso Nacional de Misiones en el que puedan participar las distintas Instituciones misioneras que colaboran con la Comisión Episcopal de Misiones.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias.

3. Acciones pastorales sobre la comunión en el amor de Cristo

75. 13. Congreso nacional sobre apostolado seglar.

De acuerdo con las propuestas pastorales de la Conferencia Episcopal de promover la Acción Católica y el apostolado organizado[67], y para promover una mayor comunicación con los nuevos movimientos y comunidades eclesiales, proponemos la celebración de un Congreso nacional sobre Apostolado Seglar que aborde en este comienzo de siglo la acción pastoral y evangelizadora en la Iglesia y en la sociedad actual. El mayor conocimiento entre unos y otros, el intercambio de experiencias, el apoyo mutuo y la reflexión teológica y pastoral sobre la acción apostólica de los laicos y la “espiritualidad de comunión” será imprescindible para la nueva evangelización en este tiempo.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Apostolado Seglar.

76. 14. Publicar unas Orientaciones sobre la pastoral con los inmigrantes.

La situación de la inmigración en España, recientemente nueva, pone a las diócesis y sus instituciones en la necesidad de ser no sólo atentas sino también evangelizadoras hacia cuantos han venido de otras naciones a vivir y trabajar en nuestra tierra. Es necesario que los responsables diocesanos, los pastores y consagrados y todos los fieles dispongan de unas orientaciones pastorales para la atención y la evangelización de los inmigrantes.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de Migraciones, con la colaboración de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias.

77. 15. Reflexión sobre el ecumenismo y el diálogo interreligioso en España.

Durante el Jubileo del Año 2000 el Papa Juan Pablo II ha invitado a toda la Iglesia a realizar nuevos esfuerzos tanto en el campo del ecumenismo como en el diálogo interreligioso. La Comisión episcopal de Relaciones Interconfesionales ha publicado distintos estudios. En el comienzo de siglo necesitamos contar con una reflexión sobre la actual situación de las relaciones interconfesionales para programar distintas acciones que promuevan también entre nosotros la unidad de los cristianos y el diálogo interreligioso.

Organismo responsable: Comisión Episcopal de relaciones interconfesionales, con la colaboración de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias.

78. 16. Reflexión sobre el problema del terrorismo y la aportación de la Iglesia a su solución.

La Conferencia se ha pronunciado en muchas ocasiones y de diferentes maneras sobre el problema del terrorismo en España. Ante la situación actual resulta conveniente que, después de las intervenciones habidas, se estimule una reflexión entre los teólogos e intelectuales católicos y la misma Conferencia Episcopal elabore un documento sobre el terrorismo y la aportación de la Iglesia para su erradicación.

Organismo responsable: Comisión Permanente y Asamblea Plenaria.

CONCLUSIÓN

“¡Mar adentro!” (Lc 5,4)

Como se comprueba, son muchos los retos que tenemos por delante al comienzo de este nuevo Milenio. Pero lo mismo que a los Apóstoles, hoy también Jesús nos dice a nosotros: “¡Mar adentro y echad las redes para pescar!” (Lc 5,4). Nos invita a no quedarnos tranquilamente en la orilla de la comodidad o la seguridad, a ahondar y adentrarnos en el misterio profundo de su amor, a explorar caminos nuevos de pastoral, a abrirnos a nuevas metas de la evangelización, a confiar más plenamente en la compañía del Señor y en la presencia de su Espíritu. Aunque nosotros, como Pedro, sentimos las dificultades de la tarea, también, como él, queremos afirmar nuestra esperanza en Jesucristo: en su nombre y confiando en su palabra echaremos las redes (cf Lc 5,5), conscientes de que nuestro trabajo y el fruto están en sus manos.

Las acciones que nos proponemos llevar a cabo en cuanto Conferencia Episcopal son un signo y apoyo a la múltiple acción pastoral de la Iglesia que peregrina en España. Que María “Estrella del Mar” y “Estrella de la evangelización” guíe nuestra barca y nos dé su abertura de corazón a los horizontes inmensos de Dios.

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[1] Novo millennio ineunte (NMI), 3.

[2] Lumen Gentium, 8.

[3] NMI, 29.

[4] “La visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo” (1983-1986); “Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras (1987-1990); “Impulsar una nueva evangelización” (1990-1993); “Para que el mundo crea (Jn 17,21)” (1994-1997); “Proclamar el año de gracia del Señor (Is 61,2; Lc 4,19)” (1997-2000).

[5] Cf por ejemplo: “Proclamar el Año de gracia del Señor”: Plan de acción pastoral de la CEE para el cuatrienio 1997-2000, nn. 44-53; La fidelidad de Dios dura siempre: Mirada de fe al siglo XX (1999), nn. 11-17; La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad (2001), nn. 9-42.

[6] Cf Gaudium et Spes, 4, 11.

[7] Cf Carta a Diogneto, 6,10.

[8] SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, XVIII, 51,2.

[9] Lumen Gentium 8.

[10] X Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos: “El Obispo, servidor del Evangelio para la esperanza del mundo”(Roma, octubre 2001).

[11] NMI 33

[12] NMI 34.

[13] NMI 30-31.

[14] Lumen Gentium 39-42.

[15] Lumen Gentium, 31; Apostolicam Actuositatem 2; Christifideles Laici,16-17; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo (1991); NMI 46.

[16]Cf JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 72; COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, La formación espiritual de los sacerdotes, según PDV (1995).

[17] San Juan de Ávila, Memorial 1º a Trento, 5.

[18] Cf Lumen Gentium 42-44; JUAN PABLO II, Vita consecrata,3; 39-40.

[19] NMI 39.

[20] S. CIPRIANO, De Catholicae Ecclesiae Unitate, 6; S. AGUSTÍN, In Ps 82 serm. 2,14: Cf H.DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia (Madrid 1988) p. 210.

[21] Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Sentido Evangelizador del Domingo y de las Fiestas (1992), además de: JUAN PABLO II, Dies Domini (1998),

[22] Cf Lumen Gentium 11; Sacrosanctum Concilium 10.

[23] Cf Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2168-2195.

[24] NMI 35.

[25] NMI 37.

[26] Cf JUAN PABLO II, Exhortación postsinodal “Reconciliatio et Poenitencia” (1984) ; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Instrucción pastoral “Dejaos reconciliar con Dios” (1989).

[27] Cf NMI 46.

[28] NMI 46.

[29] Cf PABLO VI, Evangelii Nuntiandi 21; NMI 42ss.

[30] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana: reflexiones y orientaciones (1998).

[31] Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Dios es amor (1998).

[32] Cf COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE , Esperamos la resurrección y la vida eterna (1994).

[33] Discurso a los jóvenes en la plaza de San Pedro (15-8-2000).

[34] NMI 47.

[35] Cf CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis (1997), nn. 238-239.

[36] Cf Directorio General para la Catequesis, nn 121-136.

[37] Cf JUAN PABLO II, Fides et Ratio esp. 1-6; 24-35; 80-108.

[38] Cf COMISIÓN EPÌSCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, El profesor de Religión Católica: identidad y misión (1998).

[39] Cf COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Orientaciones pastorales sobre la enseñanza religiosa escolar (1999).

[40] COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Principios y criterios para la inspección del área y el seguimiento de los profesores de religión (2000).

[41] CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los católicos en la vida pública, nn. 152-154.; COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Orientaciones para la pastoral educativa escolar en las Diócesis (1992).

[42] Cf CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas: Orientaciones y criterios de actuación (1997).

[43] NMI 42.

[44] NMI 43.

[45] Sacrosanctum Concilium 42; Apostolicam actuositatem 10; Cf C.I.C. c. 515,1.

[46] Cf Christifideles Laici 26; NMI 45; Congreso sobre “Parroquia evangelizadora” (1988).

[47] NMI 46.

[48] Cf Apostolicam Actuositatem 20; Christifideles Laici, 31; Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, 89-105.

[49] NMI 43.

[50] Cf Lumen Gentium, 8.

[51] Cf NMI 38.

[52] Cf CIC cc. 431-438; NMI 44.

[53] Cf COMISIÓN EPISCOPAL DE MISIONES Y COOPERACIÓN ENTRE LAS IGLESIAS, La misión “ad gentes” y la Iglesia en España (2001).

[54] Cf por ejemplo NMI 48.

[55] Cf Carta Ecuménica (Conferencia de Iglesias Europeas y Consejo de Conferencias Episcopales Europeas) (2001).

[56] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración “Dominus Iesus” sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (2000); Cf también PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO y CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Instrucción “Diálogo y anuncio” (1992).

[57] NMI 50.

[58] NMI 52.

[59] Cf Apostolicam Actuositatem 7; JUAN PABLO II, Christifideles laici, 32-44.

[60] NMI 52.

[61] NMI 50.

[62] NMI 51.

[63] Cf Lumen Gentium 1.

[64] NMI 29.

[65] NMI 29.

[66] Plan de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española para el cuatrienio 1997-2000: “Proclamar el año de gracia del Señor” (Is 61,2; Lc 4,19)

[67] Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo, nn. 89-131.