domingo, 8 de noviembre de 2009

PLANIFICAR O NO PLANIFICAR. HE AQUÍ LA CUESTIÓN



Marcelo Ramón Lascano

La adjudicación del Premio Nóbel de Economía en la versión 2007, amerita volver sobre la utilidad o no de esta herramienta de la política económica, que ha cobrado singular importancia en las economías colectivistas durante el primer tercio del siglo XX y en los acalorados debates doctrinarios que dominaron el escenario, sobre todo en las universidades británicas durante la iluminadora y revolucionaria década de los 30´.
Apelando al ritual que congrega o polariza las ideas en términos maniqueos, permítaseme dividir las aguas entre los extremos planificación versus mercado al sólo efecto de facilitar el enfoque y su exposición. El éxito del capitalismo frente al colectivismo, que si se me permite la licencia, quedaría acreditado con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la siguiente disolución del régimen colectivista en la Unión Soviética, en el mismo contexto de deserción ideológica que inmediatamente inundó a Europa Oriental.

El abandono o debilitamiento de la técnica de la planificación, al menos como expresión unificadora y totalizadora de las políticas económicas nacionales, allí donde rigieron, llevó a muchos intelectuales, no necesariamente liberales o conservadores al estilo Mises o Friedman, a destacar unilateralmente las virtudes del mercado como emisor de señales insustituibles para asignar recursos económicos escasos y de uso alternativo.
El empuje de las economías de mercado, dejemos por el momento de lado otras experiencias llamémosles mixtas o menos fieles a las ortodoxias, fue desacreditando las estrategias planificadoras, al menos como expresiones superadoras de la política económica, en la medida en que los resultados las fueron distanciando ostensiblemente. El bienestar parecía instalado de este lado del globo, o sea muy lejos del bloque colectivista. Un testigo inapelable y confeso colectivista, el profesor Hobsbawn ha reconocido que “el fracaso ha formado parte de la empresa desde el principio” refiriéndose al derrumbe del sistema, sobre todo soviético.

Ahora bien, de ello no debe deducirse que el mercado en términos absolutos sea una panacea o elección impuesta por Dios y la planificación una condena diabólica e irremediable. La verdad, como tantas cosas en la vida, con excepción de los principios que ilustran o definen una cultura, se ubica en un camino intermedio, donde las directivas planificadoras conviven en diversa proporción con las espontaneidades de los mercados, según momentos históricos, pautas culturales, modalidades institucionales y tradiciones, y de no menor importancia, influencias geográficas y temperamentos. La contraparte, donde impera la hegemonía de los mercados, tampoco esta ajena a planificaciones públicas o privadas ordenadoras, según objetivos que las inspiran y que buscan optimizar resultados.

No ha habido desarrollo económico sin que haya mediado un sistema de prioridades nacionales escrupulosamente establecido por los gobiernos, aún cuando la ejecución se haya encomendado a empresas privadas. Ni el Reino Unido ni los EEUU ganaron espacio en medio de la indiferencia gubernamental. Así lo acredita la historia. Las opciones y directivas pueden estar abiertas o disimuladas, como a veces conviene por razones diplomáticas o para no ventilar asuntos de seguridad nacional celosamente custodiados. Pero la realidad confirma que en la medida en que se establecen prioridades públicas, los mercados cuentan sin definir necesariamente rumbos, al menos en temas capitales. La nueva política económica de Lenin de 1922, responde a ese enfoque, ligeramente mixto, para asegurar abastecimientos indispensables, sin los cuales la revolución corría serios riesgos de desbarrancarse. Nadie podría negar la fidelidad de aquél a sus ideas, pero a veces hay que ceder ante los apremios.

La planificación indicativa francesa adoptada después de la segunda posguerra, constituye un valioso testimonio de inteligentes combinaciones en la búsqueda de resultados óptimos. Su técnica desmiente el absolutismo del mercado como emisor de señales para asignar recursos en forma eficiente, sin negar la existencia de nichos altamente competitivos donde la gestión pública puede resultar inoperante y distraer recursos inconvenientemente. Las grandes decisiones de las cuales depende el encumbramiento internacional del país y el bienestar de su población, pueden estar contempladas en un plan sin subestimar la espontaneidad de las fuerzas productivas y de su inserción ecuménica.
En ocasiones, imperceptiblemente, los presupuestos públicos configuran las herramientas que se emplean para alcanzar algunos logros. A través del poder de imposición y de la estructura del gasto público se orienta el proceso económico y pueden convivir directivas estatales perfectamente definidas con criterios privados de asignación. Esta simbiosis es la que permitió, por ejemplo, la rápida recuperación de Europa una vez finalizada la segunda guerra mundial. Sin la dirección pública de los procesos de reconstrucción, es probable que las demoras y algunas frustraciones hubieran defraudado las esperanzas de entonces.

El Pentágono en los EEUU y otras áreas de defensa en los países centrales, lo mismo que las grandes corporaciones internacionales antes y después de consolidado el proceso de globalización, han planificado solemnemente su gestión, contribuyendo a refinar la definición de la “teoría del diseño de mecanismos” recientemente galardonada con el Premio Nóbel de Economía.
Es que “si los mercados no funcionan bien” a contrario de lo que se deduce del pensamiento clásico y de la quimera de mercados de competencia perfecta, la optimización puede venir por otros caminos o diseños, como la planificación selectiva o presupuestaria, en materia de comercio exterior, de inversiones, en cuestiones fundamentales como las que tienen que ver con la seguridad, secretos de fábrica, patentes y sus aplicaciones, en mercados monopólicos o cartelizados. La demanda administrada de ciertos bienes específicos responde a ese criterio.

El reconocimiento de la Academia sueca a los profesores Hurwicz, Maskin y Myerson con el máximo galardón con que se distingue al “homo sapiens”, tiene la fuerza de legitimar y permitir la actualización de ideas que pueden ser fecundas si se las examina con rigor y sin prejuicios ideológicos que a fuerza de desestimarlas, postergan el progreso equilibrado de las familias y la prosperidad de las naciones. Como recordó Samuelson hace más de medio siglo, las economías son mixtas. Los estados planificando o no, buscan sus fines por todos los caminos en armonía con el desempeño del sector privado. Son los resultados los que interesan y éstos dependen del manejo equilibrado de los óptimos que ocuparon la atención de los premiados.
Si es entendible la rebeldía contra la opresión o la deslegitimación de ideas que no se comparten, no parece adecuado desconocer nuevos mecanismos u ocultar los resultados de su recta y oportuna aplicación, en obsequio de categorías intelectuales muy respetables, pero inoportunas frente a cambiantes circunstancias y nuevas vulnerabilidades en cuanto no responden a las realidades y necesidades de los tiempos presentes.

El “diseño de mecanismos” constituye el reconocimiento intelectual a un aporte que ha contribuido efectivamente a disminuir los costos reales o virtuales derivados de la ausencia de competencia. Aunque su identificación después del Nóbel será consagratoria, no podremos olvidar que como producto de la observación, el enfoque se inscribe en el realista universo de las teorías descubiertas no de proposiciones inventadas que suelen no resistir los desafíos de la experiencia.

INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES, 15 Oct 07