Por Joaquín Morales Solá
Ningún ministro lo recibirá hasta que no lo autorice la política. Aníbal Fernández, jefe de Gabinete, lo notificó así sobre los códigos internos del poder al extenuado gobernador electo de Corrientes, Ricardo Colombi. ¿Y quién es la política?, preguntó el radical Colombi. Néstor Kirchner, le respondió Fernández, seco y tajante. Comenzó con ese diálogo uno de los casos más sorprendentes de travestismo político de los últimos tiempos, expresión diáfana de una manera de gobernar. El caso Colombi devela muchos otros desenfrenos de un poder desesperado en la hora de su crepúsculo. El método de la extorsión, en primer lugar. Víctimas de la extorsión han sido en días recientes líderes opositores, legisladores, empresarios y medios periodísticos. El resultado de esa extorsión masiva no fue malo para el Gobierno, pero todavía hay quienes resisten.
La política de ahora tiene también la dosis más alta de genuflexión que se haya visto en el vertical peronismo, ya sin Perón. ¿Qué hacían el jueves en Chubut cinco gobernadores al lado de Néstor Kirchner, perpetrando una venganza personal del mandamás contra el gobernador chubutense, Mario Das Neves? ¿Qué hacían como cortesanos de un monarca sin corona, derrotado e impopular? Kirchner ni siquiera es todavía presidente del justicialismo.
Colombi llegó a Aníbal Fernández después de tocar sin suerte la puerta de todos los ministros. Nadie lo atendió. Su provincia, Corrientes, no tiene dinero para pagar los sueldos de la administración. La breve y práctica lección del jefe de Gabinete lo depositó al gobernador electo en la residencia de Olivos. Salió de ahí diciendo que votaría a cualquier Kirchner (matrimonio o hijos, se supone) en las próximas presidenciales. Luego pudo hacer, por fin, un paseo por despachos ministeriales (Julio De Vido y Amado Boudou lo recibieron en el acto); concluyó su feliz excursión frente a la propia Cristina Kirchner.
Colombi merece un párrafo aparte. La necesidad política no debe ser incompatible con la dignidad personal. La indignidad que cometió (y que comprometió seriamente a su partido, el opositor radicalismo) lo exhibió como un dirigente político ciertamente marginal. Hace poco reclamó el apoyo de toda la estructura del radicalismo para ganar la gobernación, pero terminó contrayendo nupcias con el propio Kirchner. Alguien debería pedirle disculpas a Borocotó; su inexplicable brinco en 2007 fue, después de todo, el de un diputado más entre tantos que brincan más que él.
El sistema federal está destruido, según la prueba de Colombi. Un hombre sin cargos ni responsabilidades, Néstor Kirchner, es el que decide cuántos recursos, y cómo, recibirá cada una de las provincias. La política parece impotente para romper el círculo vicioso que canjea extorsión por disciplina. Quizás es el momento de que otra instancia (la Corte Suprema de Justicia es la única) restituya una idea del federalismo constitucional y contribuya a romper aquel círculo.
La propia institución presidencial termina seriamente desgajada cuando la instancia decisiva de "la política" no es la Presidenta, sino la sombra de su esposo. El sistema político resultó más arruinado que antes después de que Colombi decepcionara a todos sus votantes, que lo eligieron en nombre de proyectos opositores. Colombi no fue nunca un dirigente central de la política argentina, pero ¿conoce la gente común esos matices? El gobernador electo tenía un solo camino digno: denunciar el método extorsivo del Gobierno y negarse a asumir la gobernación en tales condiciones. No lo usó.
Hay otras extorsiones. Guillermo Moreno encontró un aliado imprevisto para su dura y brutal gestión destinada a desestabilizar Papel Prensa. Ese aliado es el presidente de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, quien siempre está un paso atrás del secretario de Comercio para presionar a la empresa que abastece de papel a gran parte del periodismo gráfico argentino. Moreno ya sacó de la administración al anterior titular de la Comisión Nación de Valores, Eduardo Hecker, y al ex jefe de la Sindicatura General de la Nación, Carlos Pacios, porque ninguno de los dos lo acompañó en su ofensiva final para derrumbar a Papel Prensa. Gabbi es, en cambio, funcional a la maniobra que aquellos dos ex funcionarios habían rechazado.
Sea como fuere, hubo tres días recientes en los que funcionarios de la Bolsa (Papel Prensa cotiza en Bolsa) hicieron una larga y pormenorizada inspección en la empresa. Fue la primera inspección de la Bolsa a Papel Prensa en toda la historia de ésta. Mientras hacían la inspección, innominadas llamadas telefónicas les indicaban a los inspectores qué cosas debían pedir. Hurgaron desde los movimientos diarios de IVA por compras y ventas hasta los libros referidos a sueldos y jornales. No existe ninguna denuncia sobre nada, en ningún lado, contra Papel Prensa.
Los propios síndicos del Estado se negaron a entregarles documentación que no era necesaria para la tarea que los inspectores decían cumplir. Los síndicos fueron despedidos poco después por orden de Moreno. En la tarde del viernes, la Bolsa envió otro requerimiento a Papel Prensa con absurdos reclamos. Moreno quiere que el Estado tome el control de la empresa papelera a cambio de nada. Es notable, sin embargo, que sea la Bolsa de Comercio la institución que mejor lo ayuda en sus aprietes. ¿No estaremos, además, ante un nuevo índice de "riesgo país" (el de una Bolsa funcional a la prepotencia de Moreno) para cualquier empresa que quiera invertir en la Argentina?
Todo se desmantelaría en un solo instante si LA NACION y Clarín , los principales dueños de Papel Prensa, aceptaran la colombización de sus páginas, aunque el precio sería insoportable: deberían entregar en Olivos la libertad del periodismo. Colombi fue un misil contra la estabilidad del radical Julio Cobos, el presidenciable mejor ubicado en las encuestas actuales. Mauricio Macri estaba derrapando seriamente cuando Aníbal Fernández acudió presuroso, sin quererlo desde ya, en su ayuda. ¿Qué mejor pergamino para alguien con ambición presidencial opositora que el acoso explícito del kirchnerismo? Es más valioso ese odio del oficialismo que las explicaciones que Macri nunca dio sobre el misterioso sistema de escuchas telefónicas en su policía.
La intervención de los teléfonos es una epidemia en la Argentina. Los comisarios macristas Palacios y Chamorro son hombres formados en la Policía Federal y tenían una agencia de seguridad que hacía investigaciones sobre la vida pública y privada de dirigentes. ¿No es la misma Policía Federal la que termina tercerizando en empresas privadas, aunque a cargo de personas de su confianza, el sistema de escuchas telefónicas? Chamorro, sobre todo, fue oficial en actividad de esa fuerza hasta hace poco tiempo. ¿Podía desconocer la Policía Federal que uno de sus comisarios andaba en tales correrías?
La SIE (la anterior SIDE) no se queda atrás en esa competencia por quién escucha mejor y más rápido. Por eso resulta hasta irónico por su duplicidad que Aníbal Fernández le haya pedido la renuncia a Macri por las escuchas de la policía de éste, cuando el gobierno nacional y la policía de Aníbal son viejos adictos de la información que surge de las conversaciones telefónicas privadas. Macri le debe todavía a la sociedad una explicación sobre sus problemas con la policía y sobre la información mal habida, aun cuando la ansiedad kirchnerista por destruirlo le haya abierto la puerta de la victimización.
Semejantes grescas de cantina están hundiendo a la política en un peligroso limo. Kirchner dispara sobre Cobos, sobre Macri y, en última instancia, sobre él mismo. ¿No está preparando acaso el escenario perfecto para que regrese aquella arbitraria cacofonía social que exigía que se vayan todos?
La Nación, 22-11-09