domingo, 8 de noviembre de 2009

UNA SENTENCIA CONTRA JESUCRISTO


Por P. Juan C. Sanahuja

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos -Tribunal de Estrasburgo- a principios de esta semana, sentenció contra el estado italiano que "la presencia de crucifijos en las aulas escolares constituye una violación del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, y viola la libertad religiosa de los alumnos". Agrega el tribunal: "la Corte no puede entender cómo la exposición, en las clases de la escuela estatal, de un símbolo que puede ser razonablemente asociado al catolicismo, puede servir al pluralismo educativo, esencial para la conservación de una sociedad democrática tal como la concibe la Convención europea de los derechos humanos, un pluralismo que reconoce el Tribunal Constitucional italiano".

A propósito del tema, uno de los vicepresidentes del Parlamento Europeo, Mario Mauro, escribía el 6 de noviembre pasado:
“Me parece fundamental subrayar que la Corte de derechos humanos no es un organismo de la Unión Europea. De hecho, en el grupo de siete jueces que han emitido la sentencia estaban presentes también un juez turco y otro serbio. En los periódicos y telediarios aparecen titulares engañosos que responsabilizan a Europa de ‘rechazar el crucifijo en las aulas escolares’”.
“Esta sentencia es el fruto del trabajo de una Corte que, bajo el auspicio del Consejo de Europa, pretende alterar el sentido propio del proyecto europeo. La decisión de la Corte de Estrasburgo constituye un ejemplo clásico de imposición laicista dirigida a aislar a la religión, en especial a la cristiana, en un gueto. En esta perspectiva se enmarcan las motivaciones de la sentencia, que afirma que la exposición de cualquier símbolo religioso viola el derecho de elección de los padres sobre cómo educar a sus hijos, así como el derecho de los menores a creer o no, y que lesiona además el ‘pluralismo educativo’”.

Un obispo que habla claro
Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, ha escrito lo que muchos católicos piensan:
La decisión tomada por la Corte de los Derechos humanos de Estrasburgo era ampliamente previsible y, en ciertos aspectos, esperada. En estas instituciones se está catalizando sustancialmente todo el peor laicismo que tiene una connotación objetivamente anticatólica y tiende a eliminar, incluso con la violencia, la presencia cristiana de la vida de la sociedad y, además, los símbolos de esta presencia. Otros ya han indicado, sobre todo la Conferencia Episcopal Italiana, la mezquindad cultural de esta decisión, la miopía, como ha dicho la Santa Sede, pero yo creo que es correcto decir que se trata de una voluntad subversiva hacia la presencia cristiana, conducida con una ferocidad sólo comparable a la aparente objetividad o neutralidad de las instituciones del derecho. Sin embargo, es también correcto -como hacían nuestros antepasados, y nosotros a menudo hemos olvidado esta lección-, que nos preguntemos si nosotros, como pueblo cristiano y, además, quisiera decir como eclesiásticos, no tenemos algunas responsabilidades por esta situación. Siempre es correcto leer en profundidad si, de algún modo, hemos corrido el riesgo de ser cómplices.

El asunto de Estrasburgo, en su brutalidad, es también una consecuencia de demasiado irenismo que atraviesa al mundo católico desde hace décadas, por el cual la preocupación fundamental no es nuestra identidad sino el diálogo a toda costa, estar de acuerdo con las posiciones más distantes. Este respeto de la diversidad de las posiciones culturales y religiosas, sostenido por la idea de una sustancial equivalencia entre las diversas posiciones y religiones, es el que hace perder al catolicismo su absoluta especificidad. Un irenismo, un aperturismo, una voluntad de diálogo a toda costa, que es recompensada de la única manera en que el poder humano recompensa siempre estas desordenadas actitudes de compromiso: el desprecio y la violencia.

Es necesario renovar la conciencia de la propia identidad, de la propia especificidad como acontecimiento humano y cristiano frente a cualquier otra posición, y prepararnos para vivir el diálogo con todas las otras posiciones, no sobre la base de una desmovilización de la propia identidad sino como expresión última, crítica, intensa, de nuestra identidad.

Finalmente, resultará tal vez una prueba significativa, una prueba que puede ser formativa, una prueba por medio de la cual -como a menudo nos recuerda la tradición de los grandes Padres de la Iglesia-, Dios continúa educando a su pueblo. Pero es necesario que el juicio sea claro y no se frene en reacciones emotivas sino que se lea en profundidad la tarea que tenemos delante: recuperar nuestra identidad eclesial y comprometernos en el testimonio frente al mundo.
Por último, Mons. Negri convocó a una Misa de reparación, “frente a lo que objetivamente es un gesto de rechazo del Crucificado”, e instó a sus párrocos a preparar iniciativas en el mismo sentido.

Noticias Globales, 08-11-09
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