Por José Enrique Miguens
Hace ya bastante tiempo que en los manuales de sociología figura la sociedad argentina como un caso paradigmático de "anomia aguda". Esta no significa, como suelen decir nuestros comentaristas negadores de la realidad, que aquí no se cumplen las leyes, el asunto es mucho más grave. El término griego anomía que empleó Durkheim para caracterizar esta situación, significa la ausencia de nomos, o sea, de normas sociales de comportamiento, de convivencia y de solidaridad, que son lo que permite funcionar a una sociedad.
"Anómica" es pues una sociedad desintegrada y en descomposición, en la cual las instituciones y las leyes pierden su función integradora y existen solo formalmente; los dirigentes de tal sociedad pierden todo prestigio frente a la población tal como lo documentan aquí reiteradamente las encuestas sobre el tema, y diminuye al mínimo la solidaridad social. Todo esto desanima a la gente e impide cualquier acción nacional concertada
Naturalmente, el sistema político no escapa a este proceso social de desintegración y de desprestigio, y ya ha dejado de funcionar como tal. No estamos aquí en un sistema político democrático con algunas patologías que hay que corregir, como dijo equivocadamente hace unos días un legislador electo por el radicalismo, creencia que comparten muchos que todavía hablan de nuestra política como si estuviéramos en Gran Bretaña o en Suecia. Tenemos que darnos cuenta que en una situación anómica como la nuestra, el sistema político no cumple ninguna de sus funciones, tales como mantener la cohesión de la sociedad, disminuir los conflictos y resolver los problemas nacionales mediante acciones concertadas, tal como ocurre en varios países vecinos al nuestro.
Una sociedad en estas condiciones, al no estar basada en la solidaridad ni en objetivos concretos y elevados como dijera con su habitual estilo rotundo Ezequiel Martínez Estrada, es fácil presa de gavillas, bandas o tropas que se apropian del sistema político para su propio beneficio.
Estamos en un proceso de descomposición que ha sido agravado intencionalmente por el régimen kirchnerista, como lo revelaría una consideración contextual que no nos permite el espacio disponible, descomposición que ha sido aprovechada por este para ir adquiriendo cínica e irresponsablemente un poder tal que ya lo convierte en una tiranía.
Esto se comprueba ubicando en un proceso una serie de leyes por las cuales el Poder Ejecutivo ha ido adquiriendo cada vez más poder arbitrario e incontrolado, cedido por un Parlamente indigno. Ya tiene el poder de manejar el Presupuesto Nacional a su antojo y ahora ha presentado un proyecto para prorrogar los impuestos actuales por 10 años y suspender la vigencia de la ley de responsabilidad fiscal: tiene el poder de controlar y presionar a los jueces, de manipular y dirigir a todos los medios masivos de comunicación y ahora está tratando de eliminar del Código Penal el delito de calumnias e injurias para que con los medios a su disposición pueda difamar a su placer y sin consecuencias penales la honra de periodistas, políticos y personas de bien que no se dejan manosear. Ha enviado un proyecto de reforma política diseñado para que Kirchner gane la próxima elección. Finalmente, se le ha delegado prácticamente el poder de legislar mediante los decretos "de necesidad y urgencia" que nadie controla.
Solo faltaría para completar el cuadro, autorizarlo a aplicar penas de prisión, para consolidar su dominio total. Pero pienso que no lo necesita porque tiene medios, mediante sus patotas a sueldo en todo el país, para atemorizar a la gente e impedir hablar a sus oponentes.
En esta perspectiva de proceso, vemos como con la ley de medios junto con los avances sobre el control del papel para diarios y de la distribución de estos, más la eliminación de las calumnias e injurias como delitos, se completa el último eslabón de sistema de dominación total establecido por Néstor Kirchner. Cuando los personeros del oficialismo se referían al debate de la ley de medios como "la madre de todas las batallas" claramente se estaban refiriendo a esto. Solamente algunos periodistas se dieron cuenta de ello, mientras los demás acompañaban a la mayoría de los políticos distraídos en discusiones pormenorizadas acerca de la nueva ley, aislándola de todo lo demás, según el modo "infantil" de aproximación a lo político.
Es solo un ejemplo de esta actitud la reciente entrevista a un Senador socialista que con sus correligionarios apoyó la sanción de la ley porque "la consideraba mejor que la anterior" y que cuando el periodista entrevistador le pregunta si no daba con esto más poder a Kirchner, contestó: "No lo tiene. Esto es una ficción".
La experiencia de la historia contemporánea nos enseña que este modo de aproximarse a las leyes que fue el de los socialistas, los centristas y los comunistas alemanes, trajo la ruina de la República de Weimar, cuando cada uno por distintas razones parciales fue aprobando libremente leyes que le iban dando cada vez más poderes al partido de Hitler Ninguna República que quiera seguir siendo democrática puede delegar poderes extraordinarios a sus Presidentes sin correr el grave riesgo de dejar de ser democrática.
Extractado de: www.politicaydesarrollo.com.ar, 08-11-2009