Alberto Buela (*)
En
estos días nos llegó un artículo de uno de los más grandes pensadores de la España contemporánea, el
controvertido Sánchez Dragó, quien entre otras cosas utiliza la expresión
abolición de la realidad.
La
verdad es que la expresión nos impactó. Tanto por la fuerza como por la
plasticidad de la misma.
La
abolición de la realidad quiere decir la negación del ser de las cosas, la
negación de “lo que es y existe”. Y esto es lo que están haciendo los gobiernos
catalogados como progresistas en Nuestra América: la América criolla, la América española, la América de nuestros
ancestros.
Es
que el progresismo, cuyo método es la vanguardia: siempre delante de lo que sea
no importa cómo ni de qué se trate, crea una realidad discursiva que se da de
patas con la realidad como tal. Esto ya nos ocurrió con el ilustrado Rivadavia,
quien en 1826 alumbró al estilo de París las primeras 15 cuadras de la,
entonces, aldea de Buenos Aires, y en la cuadra 16 las jaurías de perros
cimarrones se comían a los viandantes.
La
quintaesencia del progresismo está señalada por Sánchez Dragó en la figura de un compañero de Lenin, Piatakov, a quien se debe esta
frase extraordinaria: "Si el partido
lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es
blanco y lo blanco negro.” Esto mismo, salvando las distancias, se produce
con el kirchnerismo en Argentina. Una exigencia de Cristina es una orden para
abolir la realidad.
El totalitarismo democrático consiste en eso, consiste en
decirle al pueblo que allí donde ve negro es blanco y obligarlo no solo a repetirlo,
sino lo que es peor que repetirlo, a creerlo.
En estos días se ha desatado una polémica mediática entre un
periodista del régimen, Jorge Lanata, y los periodistas de Piatakov, que son la
mayoría de los analfabetos locuaces que inundan la radio y la televisión
argentina. Así, Lanata dijo sobre un travesti al que el gobierno le otorgó un
documento de identidad como mujer, que: tiene
pito. Y los periodistas del gobierno saltaron todos como leche hervida sosteniendo
que es un racista y un homofóbico, cuando en realidad, Lanata dijo, habló de lo
que es y existe, que: el travesti tiene
pito. Es decir, que la abolición de la realidad encuentra aquí su más
profunda confirmación.
En una palabra, no se puede decir lo que es y existe: que un
travesti tiene pito porque la abolición de la realidad pregonada por el
progresismo nos dice y exige que afirmemos que: un travesti es una mujer. Aun
cuanto todos sabemos que no lo es.
Un gran pensador alemán, más literato que filósofo, Teodoro
Haecker, afirma que si Occidente sigue viviendo es gracias a lo que queda del ordo romanorum, del orden de los romanos
y de sus instituciones, una de las cuales y, principalísima, es la familia. Hoy
Occidente está en una campaña salvaje de disolución de esta institución. Y a
ello colaboran los Orientales enquistados en Occidente, para los cuales tanto
la filosofía griega como el derecho romano son incomprensibles. Es más, deben
ser destruidos. Estos orientales, venidos de los más diversos puntos del Asia,
se han constituido en la conducción de Occidente, sobre todo en la conducción
del primer Estado mundial como lo son los Estados Unidos de Norteamérica.
La abolición de la realidad va acompañada de una estética,
absolutamente antitética, con lo que se ha entendido por Occidente. La estética
de la primacía del rojo (la sangre) y el amarillo (el oro) por sobre el blanco
(la pureza), el verde (la esperanza, el
labor improbus) y el negro (los pesares).
Esta abolición de la realidad hace exclamar al presidente del
CARI (Consejo argentino para las relaciones internacionales) que el peligro
para la humanidad son los terroristas árabes de Hamas y no los bombardeos indiscriminados del
Estado de Israel sobre la población civil e indefensa de los palestinos.
Masacre y no guerra que va a llegar, como sucedió cuando Hitler estaba en la
plenitud de su poder, hasta donde llegue la voluntad del gobierno israelí.
Así la realidad nos está diciendo hoy, que los muertos son
los árabes pero la abolición de la realidad nos dice que las víctimas son los
judíos.
Volviendo a nuestro país, la realidad nos dice que tenemos un
30 % de inflación anual, que tenemos 8000 muertos por accidentes
automovilísticos, que padecemos 12.000 asesinatos por año, pero la abolición de
la realidad nos dice que la inflación no
existe, que los muertos por accidente son casuales y que la inseguridad es una
sensación.
La abolición de la realidad nos hace bailar y danzar en la
cubierta del Titánic, en la inconciencia propia de aquellos que no tienen
botes, mientras que los negadores de la realidad (los personajes que usufructúan
del poder y del gobierno) ya tienen puestos sus salvavidas.
(*)