Esteban de Hungría,
Santo
Martirologio Romano:
San Esteban, rey de Hungría, que, regenerado por el bautismo y habiendo
recibido la corona real de manos del papa Silvestre II, veló por la propagación
de la fe de Cristo entre los húngaros y puso en orden la Iglesia en su reino,
dotándola de bienes y monasterios. Justo y pacífico en el gobierno de sus
súbditos, murió en Alba Real (Székesfehérvár), en Hungría, el día de la
Asunción, entrando su alma en el cielo (1038).
Etimología: Esteban =
coronado (estebo= corona). viene del griego
Este santo tiene el
honor de haber convertido al catolicismo al reino de Hungría.
Fue bautizado por San
Adalberto y tuvo la suerte de casarse con Gisela, la hermana de San Enrique de
Alemania, la cual influyó mucho en su vida.
Valiente guerrero y
muy buen organizador, logró derrotar en fuertes batallas a todos los que se
querían oponer a que él gobernara la nación, como le correspondía, pues era el
hijo del mandatario anterior.
Cuando ya hubo derrotado
a todos aquellos que se habían opuesto a él cuando quiso propagar la religión
católica por todo el país y acabar la idolatría y las falsas religiones, y
había organizado la nación en varios obispados, envió al obispo principal, San
Astrik, a Roma a obtener del Papa Silvestre II la aprobación para los obispados
y que le concediera el título de rey. El sumo Pontífice se alegró mucho ante
tantas buenas noticias y le envío una corona de oro, nombrándolo rey de
Hungría. Y así en el año 1000 fue coronado solemnemente por el enviado del Papa
como primer rey de aquel país.
El cariño del rey
Esteban por la religión católica era inmenso; a los obispos y sacerdotes los
trataba con extremo respeto y hacía que sus súbditos lo imitaran en
demostrarles gran veneración. Su devoción por la Virgen Santísima era
extraordinaria. Levantaba templos en su honor y la invocaba en todos sus
momentos difíciles. Fundaba conventos y los dotaba de todo lo necesario. Ordenó
que cada 10 pueblos debían construir un templo, y a cada Iglesia se encargaba
de dotarla de ornamentos, libros, cálices y demás objetos necesarios para
mantener el personal de religiosos allá. Lo mismo hizo en Roma.
La cantidad de
limosnas que este santo rey repartía era tan extraordinaria, que la gente
exclamaba: "¡Ahora sí se van a acabar los pobres!". El personalmente
atendía con gran bondad a todas las gentes que llegaban a hablarle o a pedirle
favores, pero prefería siempre a los más pobres, diciendo: "Ellos
representan mejor a Jesucristo, a quien yo quiero atender de manera
especial".
Para conocer mejor la
terrible situación de los más necesitados, se disfrazaba de sencillo albañil y
salía de noche por las calles a repartir ayudas. Y una noche al encontrarse con
un enorme grupo de menesterosos empezó a repartirles las monedas que llevaba.
Estos, incapaces de aguardar a que les llegara a cada quien un turno para
recibir, se le lanzaron encima, quitándole todo y lo molieron a palos. Cuando
se hubieron alejado, el santo se arrodilló y dio gracias a Dios por haberle
permitido ofrecer aquel sacrificio. Cuando narró esto en el palacio, sus
empleados celebraron aquella aventura, pero le aconsejaron que debía andar con
más prudencia para evitar peligros. El les dijo: " Una cosa sí me he
propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de
hacerlo".
A su hijo lo educó
con todo esmero y para él dejó escritos unos bellos consejos, recomendándole
huir de toda impureza y del orgullo. Ser paciente, muy generoso con los pobres
y en extremo respetuoso con la santa Iglesia Católica.
La gente al ver su
modo tan admirable de practicar la religión exclamaba: " El rey Esteban
convierte más personas con buenos ejemplos, que con sus leyes o palabras".
Dios, para poderlo
hacer llegar a mayor santidad, permitió que en sus últimos años Esteban tuviera
que sufrir muchos padecimientos. Y uno de ellos fue que su hijo en quien él
tenía puestas todas sus esperanzas y al cual había formado muy bien, muriera en
una cacería, quedando el santo rey sin sucesor. El exclamó al saber tan
infausta noticia: "El Señor me lo dio, el Señor me los quitó. Bendito sea
Dios". Pero esto fue para su corazón una pena inmensa.
Los últimos años de
su vida tuvo que padecer muy dolorosas enfermedades que lo fueron purificando y
santificando cada vez más.
El 15 de agosto del
año 1038, día de la Asunción, fiesta muy querida por él, expiró santamente.
Desde entonces la nación Húngara siempre ha sido muy católica. A los 45 años de
muerto, el Sumo Pontífice permitió que lo invocaran como santo y en su sepulcro
se obraron admirables milagros.
Que nuestro Dios
Todopoderoso nos envíe en todo el mundo muchos gobernantes que sepan ser tan
buenos católicos y tan generosos con los necesitados como lo fue el santo rey
Esteban.
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