viernes, 9 de octubre de 2015

UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA


A falta de glifosato, buenos son los teléfonos pinchados


Por Pablo Esteban Dávila



Alfil, 9-10-15



Es raro  lo que sucede en la Universidad Nacional de Córdoba en los últimos años. Hay mucha política, muchos cargos y un presupuesto que excede los dos mil millones de pesos, el tercero en importancia tras el del gobierno provincial y del municipio capitalino. Sin embargo, la casa de altos estudios no aparece entre las principales de América Latina, ni parece estar en camino a figurar entre ellas al corto plazo. Es como si se hubiera instalado un confortable estatus quo, más cerca del conformismo que de la innovación científica.

Pero el asunto se pone más espeso cuando se analizan los últimos movimientos del rectorado. El convenio marco firmado porSilvia Barei, la vicerrectora, con la Agencia Federal de Inteligencia (actual AFI, ex SIDE) para, entre otros objetivos, la colaboración recíproca “en los campos académico, científico, funcional e institucional” remite a cuestiones mucho menos candorosas que el otorgar un título de Doctor Honoris Causa al presidente de Ecuador, tal como se planea hacer en breve. Detrás de su redacción genérica –tan propias de este tipo de acuerdos– el convenio parece sugerir que la UNC asistirá a la AFI para reclutar y capacitar a los noveles espías de la agencia. Enternece semejante voluntad de transferir conocimientos.

Sin embargo, la diligencia puesta por el rectorado en complacer a los hombres de Oscar Parrilli es inversamente proporcional a la demostrada para respaldar al convenio de colaboración técnica suscripto por Marcelo Conrero (el Decano de Ciencias Agropecuarias) con la multinacional Monsanto. Es un hecho que el tándemTamarit – Barei prefiere el mundo del espionaje a la industria de la biotecnología.
Hace tiempo venimos sosteniendo desde esta columna la preocupante tendencia de la Universidad hacia la oscuridad medieval antes que por las luces de la razón. Recuérdese el bochornoso episodioque le tocó vivir al divulgador e investigador español José Miguel Mulet en sus claustros a mediados de abril pasado.Mulet es el autor de un libro denominado “Comer sin miedos”, en el cual aborda con tono cáustico las preocupaciones de ciertos ambientalistas que, con argumentos pseudocientíficos, atacan por peligrosos a los alimentos transgénicos y a las técnicas de cultivo que los sustentan. De visita en la Argentina, Conrero lo invitó a exponer su libro en el pabellón Argentina de la UNC. Pero, cuando la conferencia debía comenzar, el decano anunció que el autor no se presentaría por “haber recibido amenazas de muerte” a través de las redes sociales. De pronto, un grupo de ambientalistas se dio a conocer entre el público con carteles e insultos, desnudando de tal suerte la emboscada que habían preparado para recibir a Mulet. No fue, precisamente, un ejemplo de pluralismo ni, mucho menos, de apertura a la crítica racional.

Esta abdicación de la universidad pública por enfrentar con el conocimiento en la mano a los prejuicios y la superchería (aunque a menudo se escondan tras supuestas causas nobles) ya le cuesta dinero y empleos a la provincia. Por caso, la suiza Syngenta, que planeaba radicar una planta de semillas en la ciudad de Villa María, decidió en su lugar construirla en Zárate. El motivo: el ambiente enrarecido que existe en Córdobacontra Monsanto. Cálculos conservadores aseguran que se han evaporado 1.200 puestos de trabajo y 1.800 millones de pesos culpa de la pulla de estos ambientalistas tan improvisados como irresponsables.

La Universidad podría, al menos, haber contribuido con algo de racionalidad para detener esta estudiantina tan costosa. Sin embargo, y lejos de hacerlo, su Consejo Superior censuró a Conreroen septiembre del año pasadoafirmando que el convenio que había suscripto con aquella multinacional contribuía “a legitimar la pretensión de la empresa de radicarse en Malvinas Argentinas, generando confusión en la opinión pública en relación a la posición asumida por esta Universidad sobre este tema en ocasiones anteriores”. La resolución aprobada iba incluso más allá, ratificando la solidaridad de la UNC “con la comunidad de la localidad (…) que se moviliza contra la radicación (…)”. Con muchos bombos y sin ningún argumento científico, Tamarit contempló complacido de cómo la comunidad supuestamente académica imponía un sambenito medioambiental –santa inquisición style– a uno de los decanos de la casa.

La opción por el espionaje de la SIDE en lugar de las semillas de Monsanto podría constituir un doloroso editorial sobre la escala de valores sobre la que se mueve el rectorado. Mientras que las semillas representan la vida, la esperanza de lo nuevo o –en el caso de la biotecnología– la promesa de evitarle la hambruna a la humanidad, los espías remiten a las sombras, la clandestinidad o la manipulación en beneficio de fines no siempre altruistas. A falta de glifosato, buenos son los teléfonos pinchados.
Es preocupante, asimismo, el doble estándar que parece regir en la institución. Probablemente no haya otro ámbito en la provincia (y pocos que se le equiparen en todo el país) en donde el repudio contra la dictadura militar sea tan fuerte y sostenido como en la universidad. Entre los genuinos horrores de aquellos años es frecuente recordar la vil tarea de los servicios de inteligencia infiltrados entre el alumnado que, bajo la tapadera de estudiantes comunes y corrientes, delataban a sus compañeros ante quienes luego habrían de secuestrarlos. Ahora resulta que es el propio rectorado el que se acepta formar a la comunidad de inteligencia que, por más democrática que diga ser, se encontrará siempre forzada a actuar entre las sombras, bien lejos del debate y del escrutinio del público al que dice ser tan afecto la casa de Trejo.

El señor Tamarit bien podría decir que, si la UNC no lo hace, serán otros los encargados de esta tarea, y que probablemente no resulte tan bien hecha como si de tal formación se encargasen él y sus docentes. Tal vez sea cierto. Pero debería reconocerse, al menos, que semejante trabajo es infinitamente más opinable que el que pensaba llevar adelante Conrero con Monsanto que, después de todo, no dejaba de ser una aplicación práctica de los conocimientos que imparte la Universidad, aunque para propósitos mucho más loables y productivos que contribuir a la eficiencia de los fisgones y pesquisas de los muchachos de Parrilli.