domingo, 18 de octubre de 2015

ESTADO FUERTE Y ESTATISMO BOBO



por Jorge Raventos
Informador Público, • 18/10/2015
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Una de las asignaturas prioritarias de la política argentina -en principio, un desafío que deberá encarar el próximo gobierno- es la regeneración de un Estado sólido y eficiente. Las declamaciones estatistas de los últimos años (en rigor, coartadas para justificar el discresionalismo gubernamental) se concretaron en un derrumbe de la calidad de las prestaciones del Estado. La Argentina destruyó su sistema estadístico y las estructuras de control, se ha quedado virtualmente sin dispositivo de defensa, retrocedió enormemente en materia de seguridad, vio transformarse el anterior autoabastecimiento en déficit energético y dilapidación de divisas, en el campo educativo decayó y retrocedió a las últimas posiciones en las evaluaciones internacionales, se estancó en materia de salud. Esa enumeración -que podría continuar- debería incluir pocas honrosas excepciones, como algunos campos de la investigación científico-técnica (en particular la aeroespacial).

Como telón de fondo de esa catastrófica performance se observa un proceso de colonización facciosa de la administración pública que incluye la marginación de personal profesionalmente formado, la instalación de jerarquías digitadas (sin concursos o con competencias amañadas), la creación de infinidad de puestos en reparticiones directa o indirectamente sufragadas con fondos públicos. La única franja de empleo que crece es la del trabajo en el Estado, y lo hace en paralelo con la decadencia de la calidad de sus prestaciones.
En los últimos días han trascendido algunas iniciativas postreras del gobierno destinadas a batir sus propios registros en materia de empleo público: medio centenar de cargos en el ministerio de Justicia y 755 en Relaciones Exteriores.

Profesionalizar versus igualar hacia abajo
En este último terreno, la Asociación Profesional del Cuerpo Permanente del Servicio Exterior de la Nación (Apsen, la entidad que agrupa a los diplomáticos de carrera) ha denunciado que el ministro Héctor Timerman dispuso que más de la mitad de las 351 posiciones de esa convocatoria correspondientes al cuerpo diplomático puedan ser ocupadas por personal administrativo, sin formación específica. Se trataría de un nuevo ejemplo de erosión de la calidad del Estado.

El personal diplomático argentino es probablemente el sector mejor formado de toda la administración pública. Está constituido en altísimo porcentaje por graduados universitarios, con (al menos) un posgrado especializado en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, que manejan varios idiomas, son reclutados con criterio federal y provienen de un a amplio arco de carreras iniciales.
Los profesionales diplomáticos tienen dedicación exclusiva al servicio público; no pueden desarrollar otras actividades rentadas, con excepción de la docencia, deben intervenir y asumir responsabilidades en asuntos de una enorme variedad y gravedad: desde cuestiones que hacen a la integridad soberana del país (asuntos de límites, diferendos territoriales, defensa de recursos actuales y potenciales de la nación, etc.) hasta la negociación de acuerdos comerciales o cuestiones de paz y guerra, pasando por la protección de derechos de ciudadanos argentinos en el exterior.
Resulta evidente que igualar para abajo, encogiendo los requisitos para ocupar cargos que entrañan altas responsabilidades actuales o potenciales, sólo responde a pequeños intereses clientelísticos. El estatismo verbal se traduce en más gasto público para la creciente incapacidad e impotencia del Estado nacional.

Entre los temas que los candidatos no han abordado específicamente están el manejo del aparato estatal, su profesionalización, la creación y respeto de normas permanentes que rijan la carrera administrativa, la formación permanente y la evaluación periódica de los agentes.
En una sociedad mundial que cambia vertiginosamente y que pivotea sobre el conocimiento y la tecnología, un Estado cuyas únicas transformaciones sean engordar y disminuir sus exigencias y saberes, lejos de ser un instrumento de soberanía y desarrollo, es un lastre para el país: lo sofoca, impide la liberación de sus energías.

Probablemente el debate de este asunto ya no se producirá antes del comicio, pero quien sea que gane (con o sin balotaje) inevitablemente tropezará con el tema cuando le llegue la hora de gobernar.