martes, 15 de diciembre de 2015

POLÍTICA EXTERIOR E IDEOLOGÍA

Por José Antonio Riesco

Casi como un grito de combate la flamante canciller doña Susana Malcorra, ingeniera electrónica además de diplomática, anunció lo que será la orienta ción, en su materia, del gobierno que ahora  preside Mauricio Macri: “Vamos a desideologizar la política exterior”.

Bienvenida la consigna; durante demasiado tiempo, generando un daño que no será fácil resolver, estuvimos atados al desvencijado carro del “socialismo siglo XXI” y, además, teniendo como soporte a un populismo degenerado que no parió ningún socialismo, salvo regímenes corruptos y antidemocráticos. Y, lo peor, que nos aisló de los procesos avanzados del mundo contemporáneo, mientras la corrupción, el clientelismo y los personalismos psicopáticos arrasa- van las instituciones y acrecían por millones la pobreza de los pueblos.

O sea que hemos estado largamente privados de política exterior, que es la parte de la actividad del Gobierno que mantiene al Estado y, en un sentido más amplio, a la sociedad, como una empresa que subsiste y crece frente a los dese os, intereses y actividades de otros Estados y sociedades (sic : Strausz-Hupé y Possony). Vale aclarar que, tal cual ocurre hoy, la participación de las acciones privadas (empresas, gestiones profesionales, acuerdos financieros y culturales, sindicales, et.), a través y por encima de las fronteras multiplican las relaciones transnacionales.

Lo cual expande el territorio donde se cumple ese complejo y dinámico proce so, y cuyo achicamiento por las políticas oficiales conspira contra la fluidez de lo negocios y, a la vez, de  las inversiones, la producción y el juego expor-impor que hace a la generación de la riqueza social en el interior de cada país. O sea, el desarrollo. Algo que –subordinados al parloteo ideológico gubernativo--  a los argentinos nos  llevó a la crisis en que estamos hoy sumergidos.

En su momento el entonces canciller de Alemania, Otto von Bismarck, dijo con toda crudeza que “las relaciones internacionales son cuestiones de intereses y no de derechos”. Salvo excepciones antes y después, la historia se empeña en convalidarlo. Más que asuntos abstractos el concepto de “intereses”, no necesariamente ilegítimos, se refiere a secretos científico-técnicos, a puntos estratégicos en el mapa, a oportunidades comerciales, etc. Y se sostienen saliendo a la palestra con procedimientos pacíficos o, inclusive, con las armas si  se tiene con qué.

Un país aislado es siempre débil y expuesto al manoseo de otros, aunque dis ponga de grandes y ricos territorios, lo que se agrava cuando el orden interno no tiene el sustento. arriba y abajo, de una disciplina social adecuada. Este déficit siempre se refleja en las interacciones con los países vecinos y, a veces, mucho más, en los intercambios con los poderosos. A diferencia de la Argen tina, sometida a restricciones altamente costosas y dañinas, en su vinculación con el mundo, y ello por la gestión caprichosa y despótica de gobernantes inep tos y corruptos, en la “década perdida, otras naciones de la región (Perú, Chile) y hoy Vietnam han logrado romper los cercos del atraso y avanzan decidi damente.

Al ideologismo de baja calidad –mezcla de trotskysmo transnochado y de la prédica confusa aunque bien rentada del finado Laclau, más los desvaríos literarios de Carta Abierta-- ahora que parece cerrado su ciclo, sería ciertamente un error, acaso trágico, que lo sustituyera otro extremismo aunque de signo opuesto. Me refiero a los criterios tecnocráticos  en la adopción de las decisio nes de gobierno y, especialmente, a los procedimientos y oportunidades para llevarlas a cabo. 
  
Nada hay que objetar sino aprobar el rol fundamental de los expertos y espe cialistas en la elaboración y aplicación de los planes de gobierno. No está demás recordar el papel legendario de Francis Bacon, canciller de Jacobo 1ro, en Inglaterra, del duque de Sully con Enrique IV de Francia y seguidamente de J, B. Colbert con Luis XIV. Pero en el siglo XXI la función del especialista no sólo es importante sino insustituible; si falta en la administración del Estado se produce un vacio de precisión y previsibilidad que anarquiza la relación entre  el poder y la sociedad, dentro y fuera de su territorio.

La llamada tecnoestructura está presente en todos los regímenes avanzados aunque difieran en calidad. Por caso, los dictadores no siempre coinciden. Cuando España bajo el enorme poder de Francisco Franco avanzó hacia “la apertura” designó a Leopoldo López Rodó (técnico y estadista) al frente de la reforma administrativa y el plan de desarrollo. Por su parte el llamado “modelo K” (argentino) le entregó el manejo de  la economía y la política exterior. a dos inservibles, Guillermo Moreno y Jacobo Timerman, respectivamente.

En la historia la ideología siempre anduvo cerca de los procesos del hombre, a veces disfrazada de otra cosa (teorías sociales, religiones). Por sobre las oposiciones, propias de los grandes intereses, las ideologías sobrevuelan co mo nubes cargadas a veces de buenos deseos y otras de afanes destructivos.

A su modo el ideal tecnocrático –al margen de su utilidad funcional--  suele tener más afecto por los intereses que por la política y por la ética social. El ministro que designa al experto no siempre cuenta con idoneidad para contro larlo; ya que por buena que sea la propuesta no es lo mismo hacer negocios con Corea Sur que con Corea Norte.  

Al sentido común, con soporte en la experiencia –más todavía, a la ciencia--  le compete el control de los extremos, no es lo mismo analizar y evaluar los fundamentos de una ideología respetable que aceptar el diálogo con el producto de una psicopatía. Tampoco puede dejarse librado al azar la pretensión del tecnócrata que se siente amo y señor de la verdad. Uno y otro delirio puede quedar a la vera del camino o abrir la ruta hacia la tiranía o la guerra.

De todos modos la política exterior anunciada por Susana Malcorra señala el buen objetivo para que el país salga del foso.-