con la renta básica de cara al
futuro
La Voz del Interior, 17 de agosto de 2018
El país nórdico entrega dinero a desocupados sin
condiciones como un seguro mínimo de subsistencia. Para algunos, ayuda a
construir una sociedad más justa; para otros, es un gasto muy alto para el
Estado. La historia de Juha Järvinen.
Jurva. Cuando llega el sobre oficial, Juha Järvinen no
lo abre. Lo hará por la tarde, junto con su mujer, Mari, cuando ella vuelva de
su trabajo en el hospital. Meses más tarde, Juha recordará el momento como el
final de la esclavitud.
La carta es de la oficina de Asuntos Sociales
finlandesa Kela, e informa a Juha, de 39 años, que ahora forma parte de un
experimento social con el que el país quiere hacer frente a cuestiones
acuciantes sobre el futuro, como por ejemplo: ¿cómo queremos vivir y trabajar
cuando todo se transforma a nuestro alrededor? ¿Qué debe hacer el Estado para
garantizar que esté asegurado el mantenimiento de los ciudadanos?
En vez de la ayuda al desempleo, Juha recibirá durante
dos años una renta básica, unos 100 euros menos que lo que le transferían hasta
ahora, pero todo lo que él gane por su cuenta es suyo.
Tampoco tiene que rendir cuentas a la oficina de
desempleo durante el experimento. ¿Cómo actuarán él y el resto de los
beneficiarios? ¿Se volverán más apáticos o más activos?
La primera transferencia de 560 euros ($ 19.600) le
llegó a Juha en enero de 2017, en diciembre de 2018 llegará la última. El
dinero es la mitad del mínimo que se considera necesario para no ser pobre en
Finlandia.
Conejillo de Indias
Cuando los medios empiezan a informar del tema de la
renta básica, el caso de Juha y su familia es uno de los que más se publican.
¿Por qué él y no los 1.999 restantes? “Quiero hablar
de esto”, dice este hombre, mientras que muchos otros se avergüenzan.
Pero también su aspecto es poco común, con pulseras de
cuero, barba y un sombrero de copa. “¿Sos un mago?”, le preguntan a veces los
niños en su ciudad.
Hijo de artistas, Juha tiene seis hijos, vive en una
casa al borde del bosque, rodeado de muebles antiguos maravillosos y con un
perro con sangre de lobo. Su hijo mayor juega tan bien al fútbol que lo
cortejan varios clubes finlandeses de primera división.
Hasta 2012 trabajó fabricando ventanas de madera para
casas tradicionales en Finlandia y en Rusia. La artesanía lo apasiona, pero las
cuentas no le salen.
Cuando su negocio se hundió no pudo salvar el taller.
Dejó de hacer su declaración de impuestos, el fisco le reclamó dinero y, como
no podía pagar, le incautaron sus herramientas y máquinas.
“Trabajo desde que tenía 13 años y siempre pagué
impuestos”, afirma, “pero cuando estaba quemado, el Estado no me ayudó, sino que
me causó mayores penurias”.
A partir de entonces tuvo que mantener a la familia de
Mari, que es enfermera, con ayudas de los hermanos de ambos cuando no alcanzaba
el dinero.
Y comenzó lo que Juha llama la “esclavitud”, su vida
como desempleado: el viaje de 60 kilómetros hasta Seinäjoki, la charla con el
funcionario de turno para demostrar que no había sido un perezoso porque si no
habría sanciones; y, si lo había sido, que no se notara. Ni tampoco que había
ganado algún dinero extra, porque entonces se lo quitaban.
El papel del trabajo
Desde hace siglos se debate el papel que el trabajo
tiene en la vida del ser humano. Para muchos es una ley de la naturaleza: hay
que trabajar. Quien lo hace tiene derechos, y el que no, es culpable de su
propia situación
La revista en inglés Business Insider titulaba así un
artículo sobre Juha: “Este tipo finlandés recibe 600 dólares de renta básica al
mes por no hacer nada”.
La visión de su persona va del parásito social al
ganador, según la concepción del ser humano que se tenga.
El propio Juha define la situación de forma sobria y
niega que la renta básica convierta a las personas que la reciben en holgazanes
alcohólicos.
Él se dedica desde que la recibe a fabricar tambores
de piel de reno y madera que decora con hermosas tallas.
“¿Y con eso se gana dinero?”, le pregunta el
presentador de una charla que da en Berlín.
Quienes los compran pagan por ellos varios cientos de
euros, señala Juha. Los más caros valen más de dos mil euros (2.300 dólares).
También tiene otro proyecto con un amigo, llamado “Art
Bnb” (por “Art, Bed & Breakfast”, arte, alojamiento y desayuno), que
pretende dar alojamiento y talleres de arte conjuntos. Pero... ¿le será posible
sobrevivir con eso?
“Veo mi situación hoy de forma positiva”, dice Juha,
sin especular sobre si al final podrá salir adelante. Lo que sabe es que
después del último pago no habrá más, pues el experimento termina y los
científicos tienen que analizar los resultados y publicarlos.
¿Cómo es posible que con una familia numerosa
considere una liberación los 560 euros, en uno de los países más caros del
mundo? No alcanza para vivir, pero para Juha es la diferencia entre tener poder
o no sobre su propia vida.
Por primera vez desde que quebró su empresa, tiene la
impresión de llevar las riendas de su destino.
¿Y los contribuyentes que al final son los que
financian todo? El objetivo es que todos tengan lo mismo, dice Juha.
Si se entiende la renta básica como un derecho
fundamental, no hay envidias o rencores, porque los derechos fundamentales son
inalienables.
También se premiaría con ello mucho trabajo que hoy en
día no está remunerado, afirma: la crianza de los hijos, el cuidado de los
padres, el voluntariado.
“Seguimos siendo pobres”, dice Juha sin que suene a
queja, sino como una simple observación.
Palabra clave: Renta básica
Por renta básica se entiende un determinado modo
dinero que el Estado entrega a un beneficiario sin condiciones como un seguro
mínimo de subsistencia. En ese sentido, se diferencia, por ejemplo, de la
asistencia universal por hijo (AUH) o de los tradicionales seguros de
desempleo.
Una idea en debate, con tantos defensores como
detractores
Hace décadas que la idea de la renta básica enfrenta
en intensos intercambios dialécticos a sus defensores y a sus detractores: los
primeros creen que es una forma de hacer frente al creciente desempleo y de
crear una sociedad más justa; los segundos, que acaba con el principio del
esfuerzo necesario para obtener una recompensa y que es imposible de pagar.
La
digitalización creciente de la economía en los países industrializados está
intensificando la polémica por los robots que están sustituyendo a los seres
humanos como fuerza de trabajo, las computadoras que negocian las acciones y
los algoritmos que chatean con los usuarios en los servicios de atención al
cliente.
¿Qué pasa entonces con las personas que ya no son
necesarias en el mundo laboral? No está claro que vayan a surgir nuevos empleos
que sustituyan a los que se pierdan y en muchos sectores ocurre que, aunque
haya empleo, no se gana lo suficiente para vivir, incluso si la persona tiene
más de un trabajo.
También
la demografía obliga a buscar alternativas, porque las pirámides demográficas
se están invirtiendo y aumenta el número de jubilados, lo que hace que un menor
número de trabajadores tenga que mantener a más cantidad de personas ancianas.
El sistema de seguridad social podría colapsar, así que es tiempo de buscar
nuevas ideas.
Pero ¿de dónde sacar el dinero? Podrían participar más
grupos que hasta ahora se comprometen poco –afirman los defensores de la renta
básica–, por ejemplo, mediante un impuesto a la Bolsa o un mayor impuesto a la
sucesión.
Algunos subsidios que se entregan en la actualidad
podrían ahorrarse o incluirse en la renta básica. Pero la visión de la renta
básica como bendición o maldición depende realmente de la imagen que se tenga
del ser humano: ¿busca un sentido a su vida y una ocupación? ¿O necesita
presión y ser obligado para ser productivo?