Alberto Asseff
9 SEPTIEMBRE, 2018
INSTITUTO DE
INVESTIGACIONES DE POLÍTICAS Y PROYECTOS PÚBLICOS DEL CIRCULO DE MINISTROS,
SECRETARIOS Y SUBSECRETARIOS DEL PODER EJECUTIVO NACIONAL
Crisis hay demasiadas. Moral. De representatividad
política, económico-social. Climática. Migratoria. Un sinfín de problemáticas
que no sólo nos golpean a nosotros. La mayoría de las crisis son globales.
Empero, las más dolorosas son las que llaman a nuestras puertas, pues son las
que sufrimos ‘en vivo y directo’.
Hay una crisis de la que no se habla mucho, pero es
muy gravitante en casi todas las otras. Es la crisis de ideas. También podría
denominarse ‘crisis del pensamiento’. O de ideologías rígidas y en general
atrasadas, desorbitadas de la necesidad real.
En la dirigencia – no únicamente
la política – se piensa escasamente. O se piensa errando el vizcachazo. Se
piensa en el interés propio, a lo sumo sectorial. El pensamiento estratégico
brilla por su notable ausencia. El largo plazo es casi un plano vedado en
nuestro país. Seguramente, la recurrente inestabilidad macroeconómica – catorce
grandes conmociones en los últimos setenta años – conspira contra el intento de
prever trazos estratégicos de nuestro andar en los diversos campos del quehacer
colectivo.
Sin embargo, cabe interrogarse sobre cuánto ha incidido en que
vivamos de colapso en colapso socio-económico y político el hecho
incontrastable de que la dirigencia se acota al corto plazo ¿Cómo superar
nuestras labilidades socio-económicas e institucionales sin políticas
sostenidas en el tiempo? ¿Cómo suponer que emparchando o con medidas
coyunturales podremos resolver cuestiones estructurales? ¿Es lógico minimizar
el factor cultural? ¿Es inabordable un cambio cultural?
La crisis de ideas se ha generalizado sobre todo a
horcajadas del cuestionamiento de la globalización. La caída del Muro de
Berlín, en 1989, desplomó el capitalismo de Estado ‘modelo soviético’. Puso en
la picota los ideales comunistas de licuar el interés lucrativo individual o
corporativo en aras de un sueño llamado interés colectivo. En la Argentina
sabemos mucho de esta frustración de la ensoñación colectivista.
Acá sucumbió
la Cooperativa Hogar Obrero que, luego de grandes logros, terminó quebrando,
sin omitir la comisión de actos fraudulentos. Lo mismo acaeció con la
‘Cooperativa Ferroviaria’ de Rosario que otorgaba fáciles y rápidos microcréditos.
Entre nosotros lo más funesto del agrandamiento del Estado obrando cual
empresario fue que ‘lo que es de todos no es de nadie’ y por ende se trata de
un bien mostrenco, apropiable por el primero que tenga la oportunidad. En YPF,
allá por 1964, circulaba una chanza angustiosamente cruda y descriptiva de este
fenómeno: “algunos lo quieren tanto a YPF que se lo llevan a sus casas”,
aludiendo a cómo desplumaban, por caso, los almacenes de repuestos y otros
elementos.
Esto prueba que el cáncer de la corrupción en el Estado es
antiquísima, aunque es manifiesto que el paso del tiempo no sólo no lo
erradica, sino que lo torna en metástasis. Y probanza además que difícilmente
el Estado administre criteriosamente, salvo el magnífico ejemplo de Pablo
Nogués y su gestión al frente de los Ferrocarriles del Estado. Esto está
empíricamente demostrado
Ese derrumbe de las ideas colectivistas trajo la
novedad de las ideas globalizadoras promovidas por los Estados Unidos y Europa
Occidental, a quienes se sumó China y su formidable apertura económica. Pero la
emergencia del Brexit, de Trump, el trastabillar de la Unión Europea, de la
Guerra Comercial – hay que escribir esto con mayúscula porque es la tercera
gran conflagración, sin pólvora, pero con mucha dinamita -, la suspensión del
Tratado Económico del Atlántico Norte y también el del Pacífico septentrional,
el neoproteccionismo, los muros antiinmigración, los brotes de xenofobia, la
ascendente desigualdad entre un puñado de ricos y 7 mil millones de seres que
habitan el planeta y otras novedades análogamente sombrías han trastrocado los
planes y han hecho crujir a las pocas ideas en danza. Hasta en la pulcra
Finlandia se ha duplicado la desigualdad desde los ochenta.
Se ha agotado el
repertorio ¿Qué hacer? ¿Volver al Estado omnipresente e inhumar la libertad
económica? ¿Vivir con lo nuestro? ¿Sustituir importaciones? ¿Pedirle a las
políticas públicas las soluciones? ¿Descreer definitivamente de la economía
privada? ¿Achacar la corrupción a los empresarios coimeros y exculpar a los
funcionarios estatales? ¿Quién tentó a quién? ¿Seguir esperando lluvias de
inversiones en medio de las mutaciones geopolíticas y geoconómicas que trocaron
la situación? No omitir que el oro llega cuando los gobernantes no lo quieren
para sí.
Es evidente que se necesitan renovadas políticas
redistributivas de la riqueza y es igualmente notorio que la situación exige
una economía privada fortalecida. Menos impuestos, mejor gestionados. Quizás,
la mejor definición es ‘responsabilidad social de las empresas’. En torno de
este concepto-eje debería arquitecturarse un sistema de ideas equilibrado que
aúne las energías públicas y privadas, sin mutuas estigmatizaciones, buscando
tirar juntos. Ni protección absoluta, ni apertura indiscriminada. Ni soñar con
un mundo global tipo Arcadia, ni con un país aislado del orbe. En suma,
equilibrio. Por ahora los argentinos sabemos poco de equilibrio, al punto que
algunos hasta lo escriben con hache…
No abandonar el ideal de desregular la vida económica,
pero hacerlo con cuidado y sensatez. No ir de la vida burocratizada al ‘viva la
Pepa’. Un punto medio de sentido común. Ni Estado mínimo ni superestado.
Hallar el equilibrio entre el mercado y el Estado es
harto complejo, pero ¿para qué está el arte de la buena política si no es para
encontrarlo?
Debemos esmerarnos en dotarnos de nuevas ideas que,
obviamente, son la recreación de antiguas, con el valor agregado de la
experiencia acumulada y con una dosis de utopía que, en la medida que no nos
hagan derrapar, sirven para ponerle un toque de sentimiento y de nobleza al
azaroso trabajo de intentar servir al bien común. Una cuota de patriotismo no
estaría de más. Y no olvidar a la ética, que tampoco se escribe con hache…