lunes, 15 de octubre de 2018

TESTIMONIOS DE ENTREGA





POR JAIME GARCÍA ORIANI

Elsalvador, OCT 13, 2018

Esta mañana se ha escrito historia. El Papa Francisco canonizó al primer santo salvadoreño, Óscar Arnulfo Romero, y a otras seis personas más, entre las que se encuentran Pablo VI, Romano Pontífice entre 1963 y 1978. Todos ellos son ejemplo de una vida que encarnó el mensaje de Cristo, razón por la que han llegado a los altares.

Fijémonos en la figura de los dos obispos. Ambos fueron reflejo de la luz de Cristo en tiempos difíciles y tormentosos. Pablo VI guio la Iglesia durante y después del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que sirvió para reflexionar sobre esta institución en el mundo contemporáneo y reafirmar cuestiones doctrinales, como la llamada universal a la santidad.

Con el tiempo se ha conocido más del periodo posconciliar y no hay duda de que fueron momentos cuesta arriba para la Iglesia. Algunos malinterpretaban las enseñanzas del Evangelio y perdían de vista la razón de ser de esa institución. Hubo pastores que, en lugar de orientar a las ovejas al redil, las perdieron o las llevaron a los lobos.

En medio de esa incertidumbre, el Papa Montini fue garante de la verdad revelada por Cristo y luchó por mantenerse fiel a su misión. Frente a la teología de la liberación, invitó a profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia para ir por el buen camino. Publicó en 1968 la Humanae Vitae, sobre la vida humana y el control de la natalidad, por la que recibió fuertes críticas dentro y fuera de la Iglesia, principalmente por defender la doctrina “tradicional”. Fue la última encíclica que escribió, pese a que su pontificado terminó diez años después.

Monseñor Romero también vivió el Concilio y no fue ajeno a los problemas que trajeron las malas interpretaciones. La teología de la liberación encontró un caldo de cultivo óptimo en El Salvador, debido a las profundas injusticias —que las había y las sigue habiendo— que sufrían ciertos sectores de la sociedad. El entonces arzobispo de San Salvador procuró llevar el mensaje de salvación fiel al Evangelio, pronunciándose más de alguna vez en cuestiones temporales.

La Gaudium et Spes, exhortación del Concilio Vaticano II, en el número 76 invita a que la Iglesia se pronuncie y dé su juicio, incluso sobre materias referentes al orden político, “cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y de situaciones”.

Aunque el arzobispo de San Salvador defendiera a los más débiles, jamás comulgó con las desviaciones que procuran el “Cielo en la Tierra”, banalizando el mensaje salvífico hasta eliminar cualquier elemento sobrenatural. Romero siempre se mantuvo fiel a la Iglesia. Sentía con la Iglesia, como decía su lema episcopal, pedía por el Romano Pontífice y buscaba paz y concordia en nuestro país.

En mi columna “El significado de un santo”, comentaba que no siempre es fácil ver con total confianza a alguien cuyos mensajes han sido instrumentalizados o que en temas opinables pensara de una determinada forma. Por esa razón, invito, una vez más, a leer las homilías de Monseñor Romero y sus textos originales, sin la contaminación de quienes los utilizan o reproducen a conveniencia. Son sorprendentes las similitudes con el mensaje del Papa Francisco, especialmente en todo lo relacionado con los pobres y la preocupación por los más débiles.


“El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son testigos”, expresaba Pablo VI. No son tanto las palabras lo que llaman la atención, ni el modo en que se dicen las cosas, sino cómo se hace vida y pone en práctica aquello que se cree. Para los cristianos católicos, ambos santos son testimonio de entrega plena, que motiva a llevar la fe hasta las últimas consecuencias.