lunes, 31 de agosto de 2020

LA IRREEMPLAZABLE IDENTIDAD DE LAS PALABRAS

 


Libre, August 27, 2020

Inés Prado

Palabras consumidas masivamente como alimento saludable, sin advertir el sabotaje sobre algunas de ellas, hecho que constituye una verdadera amenaza para la integridad intelectual de muchos individuos.

 

Expertos en diseño social modelaron tanto los envases como el contenido, y entonces reina la confusión, afloran los eufemismos.

 

Pero la estrategia se torna más amenazante aún, cuando la palabra es expropiada de su significado para quedar en manos ajenas. Allí comienza el proceso de “redistribución” de la palabra, que más tarde avanzará sobre el terreno material. Y lo que atacan verdaderamente los “diseñadores del lenguaje”, no son las palabras sino el pensamiento, y lo que tratan de controlar, no es el daño que ellas pudieran causar (esa es la estrategia de campaña), lo que efectivamente y con suma precisión atacan, es la libertad.

 

Una guerra no declarada, pero para la que no escatiman artillería pesada. Y así, progresiva y sutilmente se instala un discurso, el discurso, un único discurso. Y lo que venden como caricias al alma, termina convirtiéndose en violencia maquillada.

 

Un trabajo de precisión “quirúrgica”, producto de expertos de la manipulación, que bucearon en las profundas aguas de la historia, la sociología y la ciencia política. Los tiempos y las necesidades cambian, pero lo que dió “buenos” resultados en el pasado es instrumentado en la actualidad, con ciertos retoques, de la mano de verdaderos “ingenieros” sociales. Y escuelas, universidades, villas, cárceles, clubes, se transforman en campos de batalla, pero no todos lo saben, y entonces los creadores de la “guerra” corren con considerable ventaja.

 

Y quedar atrapados en los laberintos de la palabra, se convierte en una alta probabilidad de quedar perdidos en construcciones ajenas al propio pensamiento. Unas construcciones, que, entre otras cosas, invitan a consumir paupérrimas ofertas culturales, para perpetuar un sistema de rehenes alimentados tanto a nivel corporal como intelectual, limitando las puertas de salida, generando dependencia, y ofreciendo promesas de integral cuidado.

 

Un enlatado, sin posibilidades de creatividad, sin posibilidades abiertas al razonamiento. Simple, para ser consumido sin necesidad de valor agregado alguno.

 

Cuesta creer lo preciada que supo ser la palabra, en el pasado, con ella de sellaban acuerdos. La palabra constituía la garantía del cumplimiento de una obligación. La misma que logró conquistar la categoría de “verdadero tesoro”, hoy no es más que “polvo”.

 

No es casual el proceso de transformación y degradación que ha sufrido, y su recorrido de “sagrada” a poder apenas aspirar a retenerla para que no se la lleve el viento.

 

Es por eso, que las promesas hechas en campaña, se reducen a cenizas de frases olvidadas.

 

Ese equilibrio construido y sustentado en la palabra, ya no puede dar soporte alguno, porque no ha quedado nada.

 

Cambios radicales, estudiados, macerados, alejados de toda inocencia. Poderosos caminos de dominación y conquista del pensamiento.

 

Discursos de supuesta soberanía geográfica y territorial, para distraer la atención, mientras implementan un progresivo adoctrinamiento de colonización mental.

 

Quienes analizaron y descubrieron el inmenso poder de las palabras corren con significativa ventaja, frente a los que transitan junto a ellas de un modo indiferente. Los primeros saben que cuentan con herramientas sofisticadas. Dentro de este grupo, se dividen las aguas entre aquellos que deciden utilizar su poder para hacer el bien, y los que eligen utilizarlo para dañar.

 

Es común asistir a debates informales acerca del desarrollo tecnológico, y sus magníficas implicancias en la vida diaria de cada individuo, pero no es habitual el análisis del enorme potencial de las palabras, a pesar de ser ellas, indudables protagonistas de la realidad cotidiana.

 

Urge la concientización acerca del poder de las palabras, para reparar el daño llevado a cabo por quienes distorsionaron sus significados para adoctrinar, y para prevenir acerca del uso malicioso de aquellos que continúan haciéndolo.

 

Es indispensable desarrollar un mecanismo de alertas, para detectar rápidamente el reemplazo de identidad de las palabras.

 

No es un tema menor.

 

Si la palabra es rebajada a la categoría de “insignificancia”, quien la prostituya no sufrirá condena alguna, porque lo que maltrata no conserva la categoría de víctima, ha sido reducida con anterioridad a mucho menos que nada.

 

La identidad que se torna tan relevante en el ser humano, se desdibuja en la palabra.

 

El carácter distintivo y único que diferencia a un ser de otro, parece no tener sentido cuando la que está en juego es la palabra.

 

Para brindar algunos ejemplos, cabe afirmar sin rodeos que, división de poderes de ningún modo significa la suma del poder público, que libertad no significa pedir permiso para trabajar y circular, que reforma judicial no significa impunidad, que protección de la salud no significa destrucción de la economía, que memoria no significa recordar a medias, que solidaridad no significa reparto arbitrario, que libertad de prensa no significa conadep del periodismo, que defender a los jubilados no significa arrebatarle derechos adquiridos, que “soberanía alimentaria” (además de una construcción caprichosa), no significa expropiación, preservar la salud en cárceles no significa liberación de presos.

 

Estos y otros ejemplos, no hacen más que mostrar claramente, la gravedad del vaciamiento de la palabra.

 

La trampa del laberinto discursivo que direcciona a la salida de un pensamiento, que solamente admite la repetición y no la crítica, merece repudio y aclaración; para ello es indispensable comenzar el camino de reconstrucción de las palabras, que no es otra cosa que el respeto por su propia identidad.