lunes, 21 de diciembre de 2020

NUESTRA MEJOR AMIGA

 


"La Prudencia"

Autor: Pbro. FERNANDO MARTIN

Los Principios, 15 de Noviembre de 2020

 

Hoy vamos a hablar de la virtud de la prudencia. Aclaro que consiste en la síntesis del artículo “Prudencia” del Diccionario de Espiritualidad de Ermanno Ancilli, de editorial Herder, con algunos agregados propios, especialmente de ejemplos ilustrativos.

 

 

Todos los textos bíblicos del domingo XXXIII durante el año litúrgico, se refieren con mayor o menor especificidad a la virtud de la prudencia. Palabra que posee sinónimos tales como sensatez o sabiduría. Aparece claro que se trata de un don de Dios, que en algún sentido es igual a Él, y que en relación a nosotros, por tratarse de una virtud, supone nuestra respuesta voluntaria y libre.

 

Al hacer este análisis, traigamos a la mente las diversas decisiones que podríamos tomar en nuestras vidas. Desde la más pequeña a la de mayor envergadura. Desde qué le regalo a tal persona, o a dónde iré de vacaciones este verano, o qué programa de TV veo, o si llamo a un pariente o amigo con quien estoy enemistado, hasta con quién me pongo de novio, o me caso, o si me meto en el Seminario o en un convento religioso, etc.

 

Santo Tomás expresa que es la virtud más necesaria para la vida del hombre, ya que ayuda al gobierno de nosotros mismos, al objetivar la consciencia moral. Es una virtud que se refiere a la moralidad de las acciones, con implicancias para la vida concreta, al aplicar la ley moral conforme a la razón, en la que se descubre la voluntad de Dios, que siempre nos inclina hacia la perfección de nuestra naturaleza humana. Nos aleja de los comportamientos meramente animales, o irracionales.

 

Pertenece al área de la razón práctica, y su mecanismo se podría describir psicológicamente con estas palabras: ‘en estas circunstancias, después de haber rezado y reflexionado, y de haberme aconsejado, sentí en consciencia que debía obrar así’.

 

Hablamos de una prudencia natural o filosófica, y de una sobrenatural o cristiana. Ambas conviven armoniosamente, y ésta última se recibe por gracia, y nos orienta hacia la perfección cristiana contenida en el Evangelio.

 

Es la virtud que establece el justo medio tan difícil de alcanzar en el desarrollo de las virtudes, acechadas por los vicios. Por ejemplo el de la humildad que se practica entre los extremos de la timidez y la soberbia. O el del equilibrio de la consciencia que debe ser delicada, evitando caer tanto en la laxitud como en la escrupulosidad.

 

También concilia aparentes opuestos tales como la obediencia y el celo por la verdad, la fortaleza y la mansedumbre, la castidad y la ternura, la pobreza y la magnanimidad, el placer y la mortificación, etc.

 

A modo de ejemplo, digamos que podemos obedecer a la autoridad de nuestros padres, docentes, directivos, pastores, aun del Papa, pero eso no significa que no debamos expresar lo que creemos en consciencia.

 

Un padre debe ser viril y a la vez manso, o también un célibe, casto pero humano y tierno en sus gestos, o alguien austero y a la vez magnánimo a la hora de invertir dinero en algo bello para Dios o para una persona, o saber disfrutar de una buena comida o bebida, a la vez que tener capacidad para el ayuno, etc.

 

Todo esto se logra cultivando esta virtud, que se aleja evidentemente tanto de la mediocridad, como de la cobardía, la comodidad o la obsecuencia. Muchas veces nos equivocamos al decir que una persona es muy prudente cuando le cuesta tomar decisiones. En verdad es sumamente imprudente, porque no ejerce diligentemente las responsabilidades que asumió.

 

Otra dimensión de la prudencia es que al responder a la razón, y a partir de ella a la voluntad de Dios, conecta todas las virtudes. Alguien que se precia de estar cultivando esta virtud, no puede pretender que se lo dispense de trabajar otras tales como la castidad o la mansedumbre.

 

 Santo Tomás habla de 6 etapas en el desarrollo de la prudencia: 

 

1. Recuerdo de la experiencia pasada, propia o ajena. Al decir que la historia es maestra de la vida,         queremos expresar que debemos aprender de los logros y errores del pasado, tanto a nivel personal, familiar   o comunitario, para edificar un futuro cada vez mejor basado en esa experiencia, lo que, dicho sea de paso, nos vendría muy bien tomar en cuenta a los argentinos, para no seguir ‘tropezando insistentemente con la misma piedra’.

 

2. Inteligencia del estado presente de las cosas. Debemos ‘comprender-juzgar’, más que ‘amar-desear’. Dejarnos guiar más por la inteligencia que por el corazón. Al decir esto, en una época en que basta que se diga que algo brota del corazón para que quede justificado, debemos aclarar los conceptos.

 

No queremos decir que el amor no sea lo más importante en la vida. Más bien se está objetando las reacciones pasionales, que no escuchan a la inteligencia, y que pueden llevarnos a equivocaciones garrafales. Por otro lado recordemos que como dice San Pablo en 1 Cor 13, 6: ‘la caridad se regocija en la verdad’.

 

A modo de ejemplo, pensemos en lo que ocurre cuando debemos aconsejar a alguien que padece una crisis matrimonial. Corremos el riesgo de que nuestros afectos paternales, fraternales o de amistad nos lleven a optar por dar la razón a quien más queremos, en vez de reconocer sus errores, y eventualmente los aciertos de la otra parte.

 

3.  Ponderar lo que puede pasar en el futuro. Esto es precisamente lo que no hicieron las vírgenes necias, que no previeron que el aceite que llevaban no les iba a alcanzar si el novio se demoraba. También se aplica al analizar a fondo la parábola, en relación a la vida eterna, que en un futuro todos queremos heredar, pero cuya consecución se relaciona con las decisiones que tomamos en el tiempo presente. De la misma manera, al hacer o dejar de hacer, decir, o ir a algún lugar, siempre debo ponderar las consecuencias de lo que hoy puede pasar desapercibo, pero que seguramente saldrá a la luz con consecuencias en el futuro.

 

A propósito de esto, esta mañana me vino a la mente un ‘mal pensamiento’: el tema de la vacuna para prevenir el virus que nos acecha. ¿Será prudente a futuro inocularnos algo cuyo contenido es aceptado como confidencial por nuestros legisladores? ¿Quién se hará cargo de los posibles efectos secundarios no deseados?

 

4. Confrontar hechos y evaluar ventajas y desventajas. Si estoy por tomar una decisión es bueno tomarme un tiempo para ponderar minuciosamente los pros y contras de lo que voy a hacer, para obrar finalmente a favor de lo que más pesa en la balanza.

 

5. Docilidad en seguir el consejo de personas expertas. En nuestra sociedad actual, deseosa de afirmar las propias decisiones, y sospechosa de las opiniones de los ‘viejos’ o peritos, esta etapa es clave. Por ejemplo, la actual crisis sanitaria adolece de la palabra de peritos independientes de intereses económicos o ideológicos, que sería la clave para generar confianza en una sociedad escéptica en relación al compromiso moral de sus líderes.

 

6. Atender a las circunstancias antes que a ‘lo mejor’. Si estoy tratando con una persona que se encuentra ya sea en un estado de depresión, o presa de la ira, no es prudente que espere de ella que recepte favorablemente una prédica sobre moral y buenas costumbres con lujo de detalles, ya que no se hallaría en condiciones de ‘digerirla’. Probablemente se sumiría en una mayor depresión o me pegaría un palo por al cabeza, que obviamente agravaría la situación.