viernes, 27 de enero de 2023

LOS MOTIVOS DEL "NUEVO" CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL

 

Andrés Torres (*)

 

El Decreto 191/2011, que creó la Comisión para la Elaboración del Proyecto de Ley de Reforma, Actualización y Unificación de los Códigos Civil y Comercial de la Nación, afirmaba que el Codificador del Código Civil originario, previó la necesidad de incorporar las reformas que los tiempos futuros demandaren.

 

Más allá de que esto es falso, porque los articulos 2 y 3 de la Ley 340 del año 1869 mencionaba sólo eventuales modificaciones al Código ante las dudas y dificultades que ofreciera su práctica, quiero sin embargo reparar en esta afirmación que resalto en el primer párrafo, porque en realidad es el corazón del lamentable experimento que constituye el nuevo Código Civil y Comercial.

 

Es curiosa la expresión y llamativa, desde el punto de vista semántico. ¿Cómo es eso de que los tiempos futuros pueden demandar reformas legales?

 

¿Quiénes son los tiempos futuros para erigirse en sujetos de cambio, autores de reformas legales?

 

Subyace la filosofía de que todo cambio operado en el tiempo, dentro de la sociedad, per se, es una realidad imperativa, y por tanto superadora de una situación anterior. Todo tiempo futuro es mejor que lo pasado. Por el sólo hecho de ser más nuevo, más joven, más reciente.

 

¡Qué palabras atractivas para la sensibilidad postmoderna! ¿Quién puede negar que lo nuevo es mejor que lo antiguo, que lo joven es mejor que lo viejo, que lo reciente es mejor que lo remoto?

 

Hay más parejas homosexuales que antes, entonces, esa es una nueva realidad que por ser más nueva conlleva el destino unívoco de ser mejor. Los niños y jóvenes de ahora son más autónomos, ya no obedecen a rajatabla a sus padres: otra nueva realidad, frente a la cual nos tenemos que rendir: porque es nueva, por lo tanto, mejor.

 

Se trata del hipnotismo que ejercen esos talismanes que son la juventud, la primicia, la novedad.

 

Esta es la médula del pensamiento progresista y su simple análisis nos revela su falsedad. El futuro es visto como un río que viene con creciente, y que nos arrastra inexorablemente: ¿qué otra cosa podemos hacer sino adecuarnos a las demandas delos tiempos futuros? Si no nos adecuamos, nos lleva la corriente. Es inútil resistir.

 

¿Cuánto falta para que nos extirpemos este chip? ¿No se ha cansado la historia de darnos ejemplos de que no siempre los nuevos tiempos son mejores que los pasados (y viceversa)? Luego de que el liberalismo y el industrialismo nos hicieran creer que estábamos ante una Humanidad más avanzada, se vinieron dos guerras mundiales que casi aniquilan la Tierra, y hubo al menos dos exterminios raciales (el soviético y el nazi) con ejemplos de antihumanismo de una crueldad pre-cristiana.

 

Hoy, en plena época de las computadoras y los robots, con orgullosas e increíbles misiones interplanetarias, hay una guerra en el corazón de Europa con trincheras como las de 1916. ¿Dónde está el avance? ¿Por qué entronizar al futuro por ser futuro? ¿Alguien puede defender esa falacia sin avergonzarse?

 

La otra idea fuerza que alimenta los fundamentos de la Reforma es que las transformaciones culturales deben reflejarse en una reforma de las estructuras normativas. Si cambia la cultura, debe cambiar la ley. Pero la ley es cultura, en sentido amplio. ¿En qué sector de la cultura debemos detectar el cambio para luego adecuar las normas a ella? ¿Dónde habita el mentor de los cambios necesarios e inevitables? Las manifestaciones sociales actuales, espontáneas, vitales, deben marcar la pauta para modificar las estructuras culturales ya consolidadas como la tradición, la ley, o la religión. Ellas son mutables en tanto son pasado. Y estas manifestaciones son reflejo de cambios si no felices, entonces siempre inevitables.

 

Esta es la filosofía errónea que al no erigir un patrón de referencia para lo bueno, lo verdadero y lo bello, nos obliga a estar siempre dispuestos a cambiarlo todo, siempre que el cambio sea hoy. Esto se llama secularismo, y esa enfermedad puede que lleve siglos en conjurarse. Pero algunos, creo, ya estamos vacunados.

 

(*) Abogado. Miembro del Centro de Estudios Cívicos