sábado, 7 de octubre de 2023

UN DEBATE HACIA EL FUTURO

 

 ¿tuvo sentido encerrarnos para frenar un virus respiratorio?

 

Daniela Blanco

 

Infobae, 07 Oct, 2023

 

Desde Mónaco, el virólogo argentino formado en Francia Pablo Goldschmidt repitió sus preguntas científicas incómodas a quien haya querido oírlo desde el 2020, cuando ya se habían desatado, en todo el mundo, los contagios y las muertes por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2; y lo vuelve a hacer en esta nota con Infobae

 

Es difícil no fascinarse al escuchar al virólogo e investigador argentino Pablo Goldschmidt porque es un verdadero apasionado de la ciencia, desde su lugar de catedrático e investigador de larga trayectoria en Francia, su cosmovisión parece contrastar con el statu quo académico; pero leyendo su propia letra chica y el contexto científico desde dónde lo dice, no difieren tanto.

 


La pandemia bajo su perspectiva puede pensarse a partir de una gran frase del escritor Albert Camus, que él mismo trajo a esta conversación: “Mal nombrar las cosas aumenta las desgracias de la humanidad”. Durante la pandemia de COVID-19 para Goldschmidt se han mal nombrado muchas cosas.

 

 

Hace cuatro décadas que dejó la Argentina para radicarse en Europa —primero en París y luego en Mónaco donde vive actualmente—; allí se convirtió en un científico relevante. El profesor Goldschmidt es Farmacéutico y Bioquímico por la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA); también psicólogo con orientación clínica graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En Francia se formó en Virología en el Instituto Pasteur y se especializó en Farmacología Clínica, doctorándose en Farmacología Molecular en la Facultad de Medicina de la Pitié Salpetrière de la Universidad Pierre et Marie Curie de París.

 

Además, es un peregrino del mundo, ha visitado y ha trabajado en los sitios más recónditos del planeta siempre en pos de enseñar cómo prevenir los virus y las bacterias en zonas vulnerables. Desde hace más de dos décadas es coordinador voluntario ad-honorem de misiones de formación de campo para equipos médicos en Pakistán (Islamabad y Rawalpindi), Ucrania (Kiev, Lviv y Odessa) y en países de África (Argelia, Marruecos, Guinea-Conakry, Camerún, Mali y Guinea-Bissau). Ha escrito numerosos libros, entre los que se destacan “La gente y los microbios”, “Aproximación a la microbiología social”, “Americanos lastimados”, “Les cicatrices des Américains - Cahiers abandonnés”; y “¿Serán mamás mañana? La esclavitud rinde un homenaje a nuestra habla”. Es decir, Goldschmidt se tutea con los virus y las bacterias, y su aporte para el tratamiento y abordaje clínico es globalizado.


Con angustia, Goldschmidt se pregunta entre muchas ideas: ¿Cómo no se aplicó para el tratamiento de un virus respiratorio -como resultó ser el SARS-COV-2- la gran experiencia reunida en el mundo entero sobre cómo se tratan los virus respiratorios? Entre cuyas máximas figuran que no se debía encerrar a todos con la misma vara; sino privilegiar el cuidado, la atención primaria y los confinamientos para los adultos mayores -mayores de 60 y 65 años en adelante- y para las personas vulnerables por enfermedades previas, por comorbilidades, grupos de inmunodeprimidos para evitar que el nuevo coronavirus escale hasta la muerte. Y no dejarlos en casa, aislados, con ibuprofeno y un tensiómetro.

 

Revisar la pandemia

Esta conversación, surgió a partir de un escrito de más de 70 páginas muy sólido, de tono científico y potente al que tuvo acceso Infobae y que tocó decodificar en un lenguaje accesible para todos. Porque eso merece Goldschmidt a esta altura de su vida, que lo lean todos. Incluso aquellos que no están de acuerdo con su visión de las cosas.

 

Goldschmidt tiene una larga experiencia en investigación, en el campo de los virus respiratorios, tanto en centros médicos de la Unión Europea como en su trabajo de campo en países emergentes. Será por eso que lo rebela tanto aquellas cosas que él señala como los errores de la pandemia, decisiones burocráticas de los poderes e instituciones centrales que le costaron muy caro a tantos individuos y familias.

 


Pasaron tres años y medio de la declaración de una pandemia global que, como ninguna otra peste antes, puso en pausa al mundo. Un hecho disruptivo que alteró la salud pública mundial y provocó más de 6,9 millones de muertes (directas o asociadas) y 770 millones de infecciones acumuladas a nivel global, según las estadísticas actualizadas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el organismo sanitario internacional que depende de las Naciones Unidas. También la pandemia disparó una serie de hallazgos científicos -vacunas, nuevas plataformas como la de ARNmensajero, tratamientos, asociaciones- que resultaron en inoculantes seguros y eficaces que lograron detener la cadena exponencial de contagios. Las mismas cifras y hechos que Goldschmidt objeta y pone bajo la lupa.

 


Los puntos de vista de Goldschmidt no están atados a intereses, ni son políticamente correctos, son puntos de vista de un científico que busca evidencia para cada coma de lo que dice. Acompañó a su escrito con más de 20 hojas de citas bibliográficas *(N. de la R.) .

 

En ese sentido, mirar en retrospectiva la pandemia de COVID-19 bajo el prisma del diario del lunes puede colaborar a desarmar algunas construcciones científico-teórico- sanitarias que se creían verdades aprendidas y puede ayudar a problematizar ideas para las pandemias que vendrán. Esto último es lo que más lo anima a Goldschmidt.

 


—Doctor Goldschmidt, en 2020, un virus hasta ese entonces desconocido, el SARS-CoV-2 de la familia de los coronavirus, puso en vilo al mundo y lo paralizó. Nunca había sucedido algo similar con la irrupción global de un virus respiratorio. ¿Usted señala que se omitió el conocimiento preexistente sobre el tratamiento de una infección respiratoria, por qué?

 


— Pablo Goldschmidt: Por supuesto que la humanidad estaba frente a un nuevo virus; y justamente esta idea tan disruptiva fue quizás la que generó que muchos pacientes llegaran a las guardias con tejidos pulmonares destruidos por la inflamación no tratada oportunamente, es decir con un compromiso severo de la función pulmonar y con complicaciones hemostáticas (coágulos sanguíneos) con repercusiones en la función cardíaca.

 

No hallé eco cuando consideré incongruente que por un virus respiratorio se regule para todas las edades y condiciones físicas el uso de la vía pública, o en nombre de una afección respiratoria severa, se fijen dependiendo el día y el sitio, las distancias en metros para limitar la transmisibilidad viral en el exterior del domicilio con y sin barbijos.

 

Era poco justificable fijar disposiciones municipales de la distancia fuera del domicilio que garantizaba la limitación a su propagación, fijar los horarios en los que había o no había riesgos de abastecerse de alimentos, entre otras medidas. La denegación del saber virológico y del riesgo infeccioso fijó el tipo de actividad que podía ejercerse y cuáles eran los productos de primera necesidad que la población podía adquirir.

 

La buena ventilación, el tratamiento del aire y una menor ocupación de los espacios cerrados pueden también reducir en algunos entornos la transmisión viral. Sin embargo, estas medidas tampoco pudieron aislarse de otras, lo que hace difícil determinar su impacto. De manera similar, no fue posible evaluar el efecto del distanciamiento físico (es decir, 1,5 m, 2 m o 3 m) como estrategia preventiva ni tampoco queda aún demostrada que la transmisión de este virus se haya realizado por contacto superficial.

 


Resulta curioso que se hayan realizado numerosos ensayos con vacunas (N. de la R.: a las que Goldschmidt denomina como Preparaciones Farmacéuticas Profilácticas (PFP), entendidas para él como sueros preventivos) y con tratamientos farmacológicos. Y muy poco es lo que se investigó en otros abordajes terapéuticos.

 

Se investigó poco para validar la pertinencia de las medidas sociales conocidas como intervenciones no farmacológicas (INP) o intervenciones conductuales, ambientales, sociales y de sistemas. Un metaanálisis de múltiples medidas de salud pública (tomado como paquete de intervenciones) demostró una reducción en la incidencia de la COVID-19, cuando se asoció lavado de manos, uso de barbijos eficaces y distanciamiento físico.

 

La implementación estricta no de una, sino de la suma de las INP redujo la transmisión de la CoVID-19; si se adaptaban a cada cultura y entorno, sin tirar por la borda los contextos humanos en los que se aplican, y sobre todo si se aplicaban en momentos de baja intensidad de transmisión; porque a medida que el número de infecciones progresaba, es decir mientras que los valores de transmisibilidad aumentaban, las INP se volvían menos efectivas.

 

Por su parte el uso de barbijos, eficaz contra los Influenzavirus, mostró una reducción en la incidencia de la CoVID-19, pero la heterogeneidad entre los estudios no permitió establecer conclusiones definitivas a nivel global (hubo sesgo de datos).

 


—Usted piensa muy distinto al entramado de científicos que compone lo que habitualmente se conoce como “el consenso de expertos” y cuestiona muchas de las ideas que el mundo de la ciencia suele denominar como “las lecciones aprendidas del COVID”. ¿Podría identificarlas y confrontar algunas?

 

—La primera gran objeción a las políticas globales de salud que se adoptaron para abordar al COVID-19, radica en la adopción de protocolos sanitarios universales que desencadenaron el cierre de fronteras, escuelas, la distancia social obligatoria y la desatención médica de otras patologias, frente a un virus respiratorio que atacaba con ferocidad a grupos vulnerables, pero que no tenía la misma gravedad potencial para toda la población. Esto ya se sabía en 2020.

 

Volvamos a tener presente que la gravedad y el pronóstico para todas las infecciones respiratorias virales (repito, no solamente para el SARS CoV2) difieren para todas las condiciones físicas, para todas las edades, y para todas las profesiones. Desde comienzos de la pandemia recalqué con insistencia que era urgente formar personal capaz de tratar personas vulnerables, ya que el número de especialistas era (y sigue siendo) escaso.

 


— A muchas de sus objeciones sobre el manejo y la gestión global de la pandemia las llama “errores de denominación”, algo que usted ya mencionó en 2020, ¿A qué se refiere con ese concepto?

 

— Goldschmidt: La pandemia por COVID-19 escenificó la fragilidad social y nuestra vulnerabilidad individual, y lo que nuestra sociedad ha vivido no puede interpretarse como un fenómeno infeccioso aislado fuera del estudio del comportamiento de los individuos y de la comunidad. Frente a lo sucedido y a sus consecuencias, se perciben situaciones absurdas que pueden surgir de la confrontación entre nuestra búsqueda de verdades y el silencio irracional del mundo.

 

Merece recalcarse qué se entiende por mal nombrar las cosas. Recordemos que en diciembre del 2019 se detectó un virus de la familia de los coronavirus, denominado SARS-CoV-2 que a partir de cierta fecha infectó poblaciones en más de 10 países y es el agente responsable de la enfermedad llamada COVID-19. El vocablo pandemia refiere al número de Estados (países) que detectan un nuevo hecho sanitario (datos de un periodo que se contrastan con previos).

 

Pero el término pandemia no califica ni la virulencia, ni la morbilidad (proporción de personas que enferman en un espacio y tiempo determinado en relación con la población total de ese lugar) ni a la mortalidad que provoca ese agente infeccioso.

 

El uso y el abuso indiscriminado de este término hizo que en pocas semanas todo el planeta se mantuviera bajo una restricción masiva de libertades individuales, con medios de comunicación masivos en todo el mundo abrumados por infectólogos, epidemiólogos, microbiólogos y bioestadísticos.

 


Omitir el conocimiento previo

“Los defectos propios del pilotaje (abordaje) de esta infección respiratoria han reducido la esperanza de vida, especialmente en personas con comorbilidades y en personas mayores de 80 años. Ha tenido además consecuencias negativas en la utilización de los servicios médicos, en el aumento del sedentarismo y en la violencia de género”, puntualizó Goldschmidt y no pierde de vista otra consecuencia devastadora. En general los trabajadores que enfrentaron la primera línea del COVID -sobre todo los profesiones de salud- aumentaron los riesgos de desarrollar patologías mentales.

 

Según el virólogo, “desde el 2020 el mundo parece haberse sustraído de las experiencias pasadas, ya que no tuvo en consideración que todas las infecciones por virus, bacterias o hongos de tropismo respiratorio pueden complicarse en personas vulnerables, y no en toda la población”.

 

Goldschmidt enfatiza este aspecto hoy pero también lo hizo en el momento candente de irrupción del COVID-19, cuando recalcó que se aplicaron directrices orientadas para la población general -y global- cuando el patógeno respiratorio apuntaba con crueldad a un grupo específico.

 

Por eso Goldschmidt afirmó contundente: “Precisamente por esto, desde la declaración de la pandemia sostuve que había que formar agentes de salud con capacidad para proteger a las personas vulnerables. Desde la virología clínica, no había dudas en ese momento que el manejo terapéutico eficaz de las personas sintomáticas infectadas por virus respiratorios y no hospitalizados limitarían los riesgos de complicaciones severas y de sobreinfecciones a veces fatales. Desgraciadamente las instrucciones que iban llegando durante meses a los ministerios de Salud provocaron, por un lado, el encierro de millones de no vulnerables (sanos, tristes, deprimidos y sin trabajo durante meses) y por el otro, a personas vulnerables que si se infectaban tenían limitada la asistencia médica”.

 


— Es importante volver a un tema probado por la virología clínica sobre el que usted ha insistido desde el inicio de la pandemia: todas las infecciones respiratorias virales (no solamente para el SARS-CoV-2) difieren según las condiciones físicas, las edades, y las profesiones. Por lo tanto, es difícil estandarizar una intervención de salud pública frente al COVID, sin embargo todas las directrices de la OMS hacia abajo siguieron esa línea...

 

— Goldschmidt: Se agitó la idea de que absolutamente todo era nuevo, que estábamos frente a lo desconocido, y que no se conocían actitudes terapéuticas para limitar complicaciones. Fueron momentos en que se rechazaba cualquier desacuerdo. El planeta entero se transformó en espectador de una pasión dominante en el que durante meses las autoridades no modularon el impacto de sus declaraciones e ignoraron la puesta en práctica de tratamientos precoces de virosis respiratorias.

 

Es pertinente aquí reiterar que las complicaciones severas ya eran conocidas antes del 2020, sobre todo en los mayores de 65 años, en personas con diabetes sin control, en pacientes con obesidad o con terapéuticas antineoplásicas, con afecciones cardiorrespiratorios y en personas con funciones inmunitarias alteradas. Sin embargo, convivimos impregnados por un pensamiento único, obnubilados por el pánico y sin aplicar estrategias conocidas para el manejo inicial de estas infecciones respiratorias.

 


El síndrome del consultorio vacío

—La irrupción del COVID-19 hizo emerger un fenómeno muy complejo llamado “síndrome del consultorio vacío”, es decir, pacientes que estaban bajo tratamiento por patologías diversas, y que de repente, ante lo disruptivo de la pandemia, cortaron sus consultas. Es fácil hoy hablar con el diario del lunes, pero ¿qué otras situaciones para usted estuvieron comprometidas por la gestión de la pandemia y podrían haberse evitado?

 

— Doctor Pablo Goldschmidt: Fuimos testigos durante largos meses de pasillos vacíos en los hospitales, sin pacientes efectuando controles de riesgo cardiovascular. El miedo a un virus respiratorio hizo que enfermedades cardiovasculares, respiratorias y tumorales que se podrían haber prevenido o controlado no hallaron asistencia médica apropiada. Prácticamente tampoco hubo consultas en el área de afecciones degenerativas del sistema nervioso, y salvo ciertas excepciones, no se podía acceder a instituciones de salud pública, sin una cita previa confirmada, a la que se acudía sin acompañante y a veces con un código QR que debía obtenerse por intervención de algoritmos informáticos.

 

Las personas con trastornos motores o no familiarizadas con el manejo de estas herramientas informáticas para concertar una consulta, se sintieron rehenes de procedimientos que poco tenían que ver con la morbilidad de los virus respiratorios y de la protección mecánica contra su transmisión.

 

Frente a la total pasividad de las fuerzas políticas, sindicales y de casi la totalidad de la sociedad civil aterrorizada, todo acto de la vida cotidiana fue sometido a supervisiones por fuerzas de seguridad, que ocupando el espacio efectuaban controles repetitivos de documentos, certificados para circular por la calle, por el barrio, por la ciudad, por el país, entre otros.

 


— Temor al contagio, a la transmisión hacia familiares vulnerables, y también temor a la muerte. Una reacción intrínseca a la naturaleza humana. Entonces, usted cree que el miedo alrededor de la pandemia fue un factor determinante ¿Hubo exceso de miedo?

 

— Pablo Goldschmidt: No hay duda de que la experiencia alrededor del globo de los últimos 3 años, puso en evidencia un acoso sanitario más allá del real poder patógeno (riesgos de morbilidad y mortalidad) de todos los virus y bacterias respiratorios en personas de riesgo.

 

El pánico produjo una degradación de las condiciones de vida de muchos humanos y dejó que todo el espacio fuera ocupado por un monstruo que no pudo contenerse con la razón, la confusión crecía con redes sociales que en numerosas ocasiones fueron más virulentas y tóxicas que el propio virus. El pánico no sirvió ni para fortalecer los sistemas de atención médica, ni para incrementar sensiblemente los fondos solidarios nacionales o internacionales.

 

La pandemia subrayó nuevamente que el acceso a la atención médica en países sin protección social estatal fue dependiente del poder adquisitivo de cada individuo, poniendo de manifiesto que no fue lo mismo enfermar en regiones a las que se accedía con dificultad. Aquí, parece pertinente integrar la idea que según la psicología y la antropología evolutiva considera que si los humanos fuimos filogenéticamente más exitosos que otras especies, fue por cooperar en situaciones de crisis.

 

El miedo a morir -propio de los humanos-, asociado a poderes otorgados a las fuerzas nacionales, regionales y municipales fueron constantes para controlar movimientos de los ciudadanos dentro y fuera de países en estado de paz interior y sin guerra declarada a ningún país extranjero. Reitero que con el paso del tiempo, frente a decisiones científicamente injustificables, la ciudadanía merece explicaciones.

 


— Entonces, los confinamientos y las restricciones de circulación como respuesta global unificada deberían pensarse como estrategia futura o deberían ser descartados en función de su costo/beneficio para la población general: desatención de patologías severas, la falta de asistencia a centros médicos de los contagiados por COVID, haber recibido analgésicos como único tratamiento, habiendo derivado en cuadros severos

 

— Doctor Goldschmidt: No hay aún pruebas convincentes del beneficio significativo del confinamiento para la sociedad. Conscientes de que los presupuestos destinados a la salud eran deficientes, el confinamiento se decidió con premisas que suponían que los virus continuarían hasta que se alcance una inmunidad colectiva, que los individuos nunca cambiarían de comportamiento ante una amenaza viral y que el riesgo de enfermarse y fallecer era independiente de la vulnerabilidad de las personas.

 

Los confinamientos hicieron que se impusieran consultas médicas telefónicas y estrictos aislamientos domiciliarios, limitando el arsenal terapéutico para los infectados al paracetamol y desanimándolos para acudir a los centros de salud. Como indicado, estas medidas influyeron en el aumento de complicaciones severas y muertes por enfermedades ligadas o no directamente a la infección por el SARS-CoV-2.

 


Repensar el poder de letalidad del COVID

“No se ha probado todavía que el SARS-CoV-2 posea mayor virulencia intrínseca que lo esperable para virus respiratorios responsables de epidemias. Ahora, sabiendo que para todos los virus respiratorios no existe el cero caso, no puede predecirse un futuro con cero COVID (no existe el cero gripe y no existe el cero resfrío)”, describe Goldschmidt a Infobae.

 

Y señala que tampoco es esperable que la aplicación de vacunas —que el virólogo argentino prefiere denominar como Preparaciones Farmacéuticas Profilácticas (PFP)— eliminen las enfermedades provocadas por virus respiratorios.

 

En más de tres años y medio, la pandemia de COVID provocó 6,9 millones de muertes en el mundo según datos de la OMS, pero Goldschmidt cuestiona que en muchos países esas estadísticas no reflejan la causa clínica real de muerte de cada paciente: “Cabe recordar que las dolencias respiratorias anteriores a la pandemia del 2020 causaban más de 2.600.000 muertes anuales en todo el mundo”.


—Al día de la fecha, quedó abierto el debate sobre los complejos modelos de análisis para evaluar el real aumento de mortalidad provocado local y globalmente por el virus SARS-CoV-2, ¿Qué opina usted al respecto?

 

— Doctor Goldschmidt: El aumento de la mortalidad global por la enfermedad COVID-19 requiere validación y no puede aislarse de otras injusticias sanitarias. En el 2020, los cálculos y pronósticos, -basados en modelos que se contradecían-, hicieron que todo el planeta llegara a un punto de no retorno desde la aparición del SARS-CoV-2, ya que todo deceso con una prueba de laboratorio (cuando se disponía) positiva o con una mera sospecha clínica, quedara registrado como muerte por CoVID-19. Desaparecieron casi todas las otras causas de deceso, por ejemplo, las fallas respiratorias, las patologías bronco-obstructivas con episodios febriles o las neumonías severas de origen bacteriano o viral.

 

Según estimaciones publicadas este año 2023 por la American Heart Association, en el 2020, el primer año de la pandemia de la COVID-19, murieron más personas por causas relacionadas con el aparato cardiovascular que en cualquier otro año desde el 2003. Las cifras siguen en permanente revisión y no se conocen datos concluyentes.

 

Todo deja a pensar que en las cifras declaradas se excluyeran personas cuyos exámenes de laboratorio no se realizaron o no mostraron resultados virológicos positivos antes de fallecer, lo que puede representar un déficit en la masa de datos (en territorios con poca capacidad para realizar las pruebas). Por otra parte, debe subrayarse que no siempre se informaba si en la causa de muerte los elementos clínicos se confirmaron con pruebas fiables para el SARS-CoV-2 y/o con imágenes patognomónicas. Pudo haber casos directamente asociados a la COVID-19 que no se incluyeron en regiones carentes de infraestructuras (déficit de casos o falsos negativos) o por el contrario, que se hayan reportado fallecimientos por sospecha clínica sin confirmaciones por laboratorios o con test incorrectos (exceso o falsos positivos).