miércoles, 31 de enero de 2024

LA UE DECLARA LA GUERRA


 a los agricultores y declara su ruina

 

Flavio Barozzi y Luigi Mariani

 

El sector agrícola no sólo garantiza la seguridad alimentaria, sino que absorbe cuatro veces más dióxido de carbono del que emite, protegiendo así la tierra. Sin embargo, las instituciones europeas lo penalizan duramente en nombre de una ilusoria “salvación” climática.

 

Brújula cotidiana,  31_01_2024

 

Las protestas agrícolas que desde hace meses recorren Europa han llegado también a Italia: también allí los tractores han salido a la calle para expresar (de forma afortunadamente serena y civilizada) un descontento generalizado y profundo.

 

Las manifestaciones de descontento en el campo comenzaron hace aproximadamente un año en Bélgica y Holanda. En el país de los tulipanes nació incluso un “partido de los agricultores” que ha obtenido un éxito clamoroso en las últimas elecciones provinciales con un 19% de los votos, lo que demuestra un consenso que va más allá del peso relativamente modesto de la población “campesina”. El malestar de todo el mundo agrícola europeo hacia las políticas de la UE se ha extendido desde entonces en una especie de efecto dominó. Desde Francia (donde el estiércol esparcido por los “paysans” en los alrededores del Elíseo se ha convertido en símbolo de la ira de los agricultores contra los excesos de la burocracia, la lentitud y el acoso de una administración acusada de no respetar a quienes trabajan en el campo), hasta Alemania (donde la gota que ha colmado el vaso ha sido la supresión de las subvenciones al gasóleo agrícola anunciada por el gobierno “semáforo”), pasando por Rumanía, Polonia, Hungría y Grecia, todo el viejo continente está marcado por el descontento de los agricultores.

 

También en Italia el fuego de la protesta ardía bajo las cenizas desde hacía tiempo. Y ahora parece que se ha encendido dando rienda suelta a motivaciones a veces confusas, como suele ocurrir con quienes piensan que “todo va mal”: se quejan de las dificultades del mercado, de los costes de producción, del inmovilismo de los representantes sindicales sumidos en una crisis de identidad, incluso de los daños causados por la fauna alóctona introducida por iniciativas “ecologistas” probablemente precipitadas.

 

El ciudadano de a pie podría tener la tentación considerar estas protestas como una “descarada regurgitación reaccionaria” o como la defensa de “privilegios anacrónicos corporativos” de un sector que en la economía moderna parece a simple vista tener muy poco peso. Sin embargo, se cumple así el dicho que afirma que “cuando el dedo señala la luna, el tonto mira el dedo”, lo cual es un gravísimo error. Y es que la agricultura proporciona seguridad alimentaria y de productos básicos a los 8.000 millones de habitantes del planeta y, según las estadísticas de la FAO, el porcentaje de malnutrición ha bajado del 13,1% en 2002 a menos del 8% entre 2012 y 2019. Sin embargo, no hay que pasar por alto que dichos valores se han situado de nuevo por encima del 9% desde 2020, en un lento ascenso.

 

 

Recordemos también que, gracias a la fotosíntesis, la agricultura mundial absorbe cada año 42 gigatoneladas de dióxido de carbono, mientras que sólo emite unas diez. En esencia, es el único sector socioeconómico estructuralmente activo en términos de emisiones.

 

Las estadísticas también nos dicen que, a nivel europeo, los alimentos producidos por la agricultura nunca han sido tan saludables: por ejemplo, en Italia, según datos del Ministerio de Sanidad (informe 2020), las muestras de alimentos con residuos de productos fitosanitarios que no cumplen la legislación (notoriamente muy restrictiva y prudente) son sólo del 1,5% entre las frutas y hortalizas y del 0,7% entre los cereales, mientras que no se han encontrado muestras “fuera de la ley” en los sectores del aceite y el vino.

 

Por último, no hay que olvidar el papel de la agricultura en términos de paisaje: muchos paisajes que los ciudadanos se empeñan en considerar naturales son en realidad el resultado de la acción milenaria de los agricultores que los mantienen hoy gracias a su actividad. Añádase a esto el hecho de que la agricultura controla la tierra protegiéndola del riesgo hidrogeológico, como demuestran las inundaciones que también han afectado recientemente a zonas de colinas que en las últimas décadas han sido abandonadas por la agricultura y reocupadas por bosques a menudo degradados.

 

Otro elemento de juicio para quienes quieran ir más allá de los lugares comunes es el hecho de que la agricultura proporciona hoy ingresos a unos 3.000 millones de seres humanos (1.000 millones de los cuales se dedican a la ganadería), que trabajan en 590 millones de explotaciones (9,1 millones sólo en la Unión Europea). Estas cifras ponen de manifiesto una gigantesca complejidad estructural que debería llevarnos a huir de interpretaciones basadas en eslóganes o prejuicios ideológicos: para comprender las causas del malestar del sector agrario europeo, tendríamos que leer las cuentas económicas y de cultivo de cada empresa de explotación.

 

Continuará/1