domingo, 4 de noviembre de 2012

LOS KIRCHNER Y LA FRAGATA LIBERTAD





Por Eugenio Paillet



La presidente la quiere regalar. Néstor Kirchner la quería quemar. En ese aspecto, la misma aversión que siente por "lo militar" en general, y por la Fragata Libertad en particular, el matrimonio constituye, o constituyó hasta la muerte del ex presidente, una sola unidad de pensamiento. Y de acción.

Muy suelta de cuerpo, siempre atenta al aplauso fácil que le llega desde la claque oficial, Cristina Fernández dijo el lunes que el gobierno de Ghana y los fondos buitres "se pueden quedar con la Fragata", pero que no se quedarán "con la dignidad de los argentinos".

Como si abandonar a su suerte al buque insignia de la Armada en un ignoto puerto africano no fuese en sí mismo un acto de indignidad. De indignidad para el país mismo, pero también para los 300 marineros que por estas horas sienten como un desgarro que se los obligue a abandonar su barco para proveerle de esa manera a su comandante en jefe apenas un dudoso gesto mediático de aún más dudoso rédito político.

Pero así es Cristina Fernández, más si se trata de la Fragata Libertad. Una nave con mucha historia a la que ella jamás mandó a un ministro, ni siquiera a un secretario de Estado, a despedirla al partir a un nuevo viaje de estudios, o a recibirla en el puerto de Buenos Aires al regresar de esa travesía.

Arriban los marinos

Casi 300 marinos de la Fragata Libertad arribarán hoy al país, tras la orden de evacuación por parte de la presidenta, aunque el barco seguirá retenido en Ghana luego que la justicia de ese país aceptase la demanda interpuesta por los denominados fondos buitres. Ayer, el canciller Héctor Timerman se reunió con el presidente del Consejo de Seguridad de la ONU, el guatemalteco Gert Rosenthal, para buscar la liberación de la nave.

Cómo tener un gesto con la Fragata si Cristina Fernández fue quien designó como ministra de Defensa a una mujer rencorosa y vengativa, como Nilda Garré, cuyo único y verdadero propósito apenas se sentó en el sillón del Edificio Libertador fue destruir moral y salarialmente a los miembros de las Fuerzas Armadas.

Cómo tenerlo si desde que el 2 de octubre pasado el buque escuela fue secuestrado por la justicia de Ghana atendiendo al reclamo de un fondo buitre, Cristina Fernández se desentendió del tema y lo dejó en manos de inoperantes totales como el canciller Héctor Timerman y el ministro de Defensa, Arturo Puricelli. O de sus segundos, el vicecanciller Rodolfo Zuain y el viceministro Alfredo Forti, que fueron enviados a Accra casi en plan de viaje turístico de fin de semana, porque no consiguieron absolutamente ningún resultado y hasta tuvieron un trato frío y distante con la tripulación cuando subieron a la Fragata antes de emprender presurosos el vuelo de regreso a la confortable Buenos Aires.

Cómo, al fin, esperar otra actitud de Cristina Fernández si durante las primeras horas de cautiverio de la Fragata, escuchó sin pestañear a un encumbrado ministro del gabinete que le recomendó evacuar de inmediato a toda la tripulación, incluido a su capitán, y dejar que el gobierno de Ghana y los fondos buitres "se metan el barquito ése en el c...".

Decidió no ceder al exabrupto, preocupada por el tratamiento que le daría a la decisión el diario nacional objeto de todos sus desvelos y todas sus fobias.

Los marineros de la Fragata Libertad no sólo están desgarrados por verse obligados a hacer lo último que un hombre de mar quiere hacer, que es abandonar su barco y no porque se esté hundiendo.

Los desgarra comprobar con sus propios ojos cómo el presidente chileno Sebastián Piñera envió de urgencia a un funcionario de su gabinete para que se ocupe personalmente, día a día y hora tras hora, de la dotación de cadetes trasandinos que completan el plan de estudios a bordo de nuestra nave insignia.

Ellos miraron cómo ese enviado de Piñera hasta se llevó a su tripulación para una cena en un buen restaurante de Accra, de modo de hacerles menos penosa la estadía. Los marineros argentinos, a cambio, lo único que recibieron fueron advertencias veladas o no tanto de que esquiven al periodismo cuando regresen hoy por la noche a Buenos Aires.

Un regreso sin gloria que según la orden de Cristina debería ser oscuro, sin contacto con la prensa ni con los familiares, al menos no sobre la pista al estilo de lo que ocurre en el muelle cada vez que la fragata retorna de un viaje de estudios. El reencuentro familiar será privado.

Para consuelo de la Fragata y de sus tripulantes, esta vez Cristina no se tentó con la medida extrema que sugirió su marido durante la primera etapa de su mandato, cuando el buque llegaba en viaje de estudios a un puerto de España.

Fue cuando el embajador Carlos Bettini, anécdota reflejada entonces por este cronista y otros medios sin que nunca fuese desmentida oficialmente, lo llamó al santacruceño para preguntarle qué hacer ante la llegada de la Fragata. Si recibirla, homenajearla, o directamente ignorarla. "Hacé lo que quieras, si es por mi quemala", sugirió en aquel entonces el presidente y comandante en jefe.

A Bettini fue como si se la dejaran picando. Recibió a la Fragata con una durísima crítica a la Armada y los marinos por su actuación durante el proceso militar.

Un joven oficial lo encaró al final de la ceremonia y le recriminó sus dichos. Le dijo que no se lo merecían cadetes y oficiales jóvenes que no habían tenido ninguna participación en esa época oscura. "Me importa un c..., decíselo a mi familia, a la que ustedes me desaparecieron", cortó "la bienvenida" el diplomático preferido de Cristina Fernández, acusado en los años `70 de pertenecer a la organización Montoneros. Y haber sido el responsable de matar a sangre a fría a un oficial de la Armada.

Eugenio Paillet/"La Nueva Provincia"

politicaydesarrollo.com.ar, 31-10-2012