lunes, 26 de noviembre de 2012

POCAS Y VIEJAS IDEAS




Por Alberto Asseff *

Es sabido que el motor del progreso son las ideas y, por qué no, las utopías. Un pueblo inventivo, con iniciativa, vocacionalmente propenso a la innovación, a la búsqueda de otras fronteras – abstractas y también, no pueden omitirse, físicas, incluyendo las geográficas-, tiene vitalidad.

No todos los pueblos son igualmente vitales. Ortega y Gasset tiene luminosas páginas en “España invertebrada” sobre esta cuestión de la vitalidad.

La Argentina, sobre todo una vez que se logró la Organización Nacional, luego del trabajo de Rosas de mantener unido al país, seriamente amenazado por la fractura, fue notablemente vital.

En cincuenta años se erigió en una potencia emergente. Toynbee, Clemenceau y muchos pensadores de principios del s.XX señalaban a nuestro país como el del “destino manifiesto” en el hemisferio sur. Otro Estados Unidos, pero austral.
El solo y formidable hecho de asimilar a más de cinco millones de inmigrantes en apenas treinta años denota la robustez del espíritu de esta Nación. Y su asombrosa aptitud para progresar.

El proceso parecía casi normal: primero, organizarnos dentro de la ley, función primaria de la Constitución de 1853; segundo, las bases para crecer y desarrollarnos, faena que hizo la Generación del 80; tercero, acceder a la democracia política, labor combinada entre Hipólito Yrigoyen y el lúcido Roque Sáenz Peña, en 1912-16; cuarto, la justicia social con Perón y Eva.

Empero, cuando debíamos asumir el trabajo de consolidar lo hecho antes – con aciertos y muchos errores, ciertamente – y proyectar el desarrollo del país – una propuesta expuesta por Frondizi en 1958 -, la Argentina empezó con los tumbos, vaivenes, inestabilidad, virulencia verbal, furibundia discursiva, conflictos, divisiones y hasta guerras internas. Hace más de medio siglo estamos atrapados por la dialéctica amigo-enemigo. Para el primero, todo, hasta lo que no corresponde; para el segundo, nada, ni justicia.

Hace más de sesenta años que estamos en un plano inclinado. En ese lapso, países que estaban fuera del mapa o vegetaban, han levantado cabeza y hoy son parte del podio de los diez más fuertes. Nosotros, los miramos…
Una decadencia tan excepcional – caso prácticamente único en el orbe –debe de tener causas raigales muy profundas. No es una casualidad.

Sin dudas, la gradual – hoy literalmente alarmante – caída de los valores morales es una de esas raíces del problema que nos aqueja. La otra gran causa es la escasez de ideas y que las pocas que existen y se explicitan son viejas y fracasadas.
Sabemos, por caso, que los ferrocarriles están no colapsados, sino destruidos, incluyendo los suburbanos o como dicen los españoles, de cercanías ¿Qué se nos ocurre? Pues, reestatizarlos, volviendo a 1947 como si nada ¿No se puede convocar a una licitación transparente para que capitales nacionales y extranjeros lo administren, incluyendo los subsidios estales que sean menester y el estricto control de toda la gestión? Pareciera que una idea tan simple es inviable. Se apela la añeja y frustrante de sobrecargar al Estado con un asunto que no le compete como administrador directo.

Es una idea vieja esa de agitar las divisiones entre los buenos – siempre nosotros – y los malos – proverbialmente quienes nos enfrentan. Desde unitarios y federales, civilización o barbarie, causa o régimen, Perón o Braden hasta hoy, modelo inclusivo o corporaciones, siempre vivimos revolcados en enfrentamientos a todo o nada, de vida o muerte.

¿No habrá llegado la hora de una idea nueva como la de unirnos para aprovechar la oportunidad magnífica que la circunstancia mundial le brinda a la Argentina?

Una vieja idea sobre el capital buitre – que sin dudas existió y existe, con su voracidad expoliadora – nos impide despejar qué es lo importante para el país. Nosotros debemos sepultar la mala fama de incumplidores para que se nos abra el financiamiento para el desarrollo. Esto es lo estratégicamente relevante en esta hora.

Lo de incumplidores es paradójico: en cuarenta años hemos sido exportadores netos de capital. Se fueron de acá más capitales que los que arribaron, pero el mundo cree que nosotros lo hemos timado. Esto es el resultado de los discursos demagógicos y populistas – sí, populistas, que es la pésima palabra que describe a un pésimo modelo de gestión -, configurados por proclamar, cual emblema noble, “no pagaremos a los buitres”.

A la postre pagaremos, pero nuestra imagen y crédito se desmoronan.

Otro tema es la inflación de derechos y el default de obligaciones. Una elemental enseñanza reza que a cada derecho corresponde una obligación. Entre nosotros las viejas y pocas ideas postulan el espejismo de que es posible tener cada día más derechos y correlativamente menos obligaciones. Insostenible, insustentable.

Para disfrutar de un país moderno y encaminado por el desarrollo moral, social y económico necesitamos nuevas y muchas ideas. Desgraciadamente, por ahora estamos trabados porque las que nos dan y las que pareciera que nosotros damos, son pocas y viejas. Quizás en esto radique una de las claves de nuestra pertinaz decadencia, a pesar de la fenomenal riqueza que poseemos.

*Diputado nacional por el partido Unir, Provincia de Buenos Aires
www.pnc-unir.org.ar