sábado, 5 de octubre de 2013

ERRORES REPETIDOS CON URUGUAY



El nuevo frente de tormenta en la relación argentino-uruguaya vuelve a mostrar a nuestro país anclado en sus errores o, peor, incapacitado para procesarlos y resolverlos. El presidente de Uruguay, José Mujica, firmó el decreto que autoriza a la planta productora de pasta celulósica de Fray Bentos a aumentar su producción, lo que ya ha provocado el rechazo de los ambientalistas de esta orilla.

Más allá de las razones de unos y otros, lo primero que se aprecia en el renacido conflicto es la incapacidad de nuestra diplomacia para clausurar un episodio doloroso en las relaciones entre ambos países, pese a que el tiempo transcurrido desde que un fallo de la Corte de La Haya dejara mal parada a la Argentina fue suficiente como para reinventar los vínculos.

Pero quizá hemos esperado mucho de una diplomacia que en los últimos años sólo ha sobresalido por su consecuente ejercicio de la chapuza como metodología. La historia del diferendo que mantuvo cerrado un puente internacional por espacio de tres años es la de algo que nunca debió ocurrir, de haber actuado sus protagonistas como funcionarios responsables.

Sin embargo, primó el cálculo fácil y oportunista, el que llevó a respaldar públicamente a quienes se arrogaban el derecho de representar a la Nación misma en la discusión que debió mantenerse siempre entre gobiernos y con la jerarquía del caso.

Así, el bloqueo iniciado en una causa justa se convirtió en teatro de operaciones políticas diversas, espacio para las fotos de dirigentes oportunistas y hasta negocio para quienes recibieron respaldo económico para digitar la protesta.

Tras el revés internacional, no hubo mayores esfuerzos por superar los agravios mutuos y, sobre todo, ningún gesto de humildad por parte de un gobierno que se había equivocado desde el primer día. Por lo contrario, se prefirió seguir jugando el rol de vecino poderoso. Lo cierto es que no supimos negociar cuando era tiempo de hacerlo ni poner paños fríos cuando las cosas se tornaron irremediables.

El fantasma de nuestra impotencia –la del ­Gobierno y unos cuantos particulares– vuelve a mostrarnos su rostro más descarnado: Uruguay no tiene razón alguna para gentilezas con la Argentina y el paciente Mujica volvió a padecer
el rigor del encono de la presidenta Cristina ­Fernández.

No es la primera vez, pero ahora resulta imposible ignorar el cansancio de nuestros vecinos. Quizá ellos no saben que por aquí la falta de modales suele ser aplaudida. Henos parados, otra vez, frente al espejo de nuestro desmadre, con ese enojo que huele a impotencia. Si alguna vez tuvimos razón, ya hicimos lo necesario para que no se note. Bastaría con una gestión de buenos oficios para que las cosas volvieran a su curso; y eso se llama, aquí y en todas partes, diplomacia.


La Voz del Interior, editorial, 5-10-13