lunes, 17 de diciembre de 2018

EL INESCRUPULOSO ABUSO DEL DOLOR




Por Fernando Morales
Infobae, 17 de diciembre de 2018

A un año vista de la terrible tragedia del ARA San Juan, podría razonablemente pensarse que desde la más sensatas hasta las más descabelladas teorías sobre las causas que determinaron la catástrofe fueron expuestas, sin el menor freno inhibitorio propio o inducido, cada quien expuso su teoría en interminables jornadas mediáticas, parlamentarias y judiciales.

Afortunadamente, si es que este término aplica en estas circunstancias, los restos del submarino fueron hallados. Las coordenadas de su ubicación, su estado aparente, la cercanía que se observa entre las distintas partes que se desprendieron del casco resistente y la profundidad a la que se encuentra permitieron en forma casi inmediata descartar varias de las hipótesis esgrimidas por distintos "expertos" en un tema en el que no hay experiencia previa acumulada. Profesores de estrategia, ingenieros y peritos navales, especialistas en comunicaciones y obviamente también submarinistas profesionales, aportaron su mejor saber y entender durante el año que duró la desaparición de la nave.

En teoría, podría afirmarse que hoy estamos mucho más cerca de conocer las razones por las cuales 44 marinos zarparon de una base naval de la Armada Argentina y jamás regresaron. Mal mantenimiento, error de apreciación sobre el estado del material, causa fortuita, error humano, falta de entrenamiento, vicios ocultos originados durante su reparación de media vida, provisión de material no del todo apto para el servicio naval y alguna otra cuestión que escapa de mi memoria en este momento serán objeto de análisis por parte de la jueza federal de Caleta Olivia, Marta Yáñez, y del grupo de peritos con el que seguramente contará la magistrada más temprano que tarde.

La investigación tal vez desnude que existieron en torno a la operación del submarino situaciones irregulares o antirreglamentarias que, si bien no son causales de la tragedia, podrían dejar en una situación delicada a varios ex jefes militares. En este sentido, las ya reiteradas declaraciones públicas y en sede judicial del desplazado ex jefe de la Armada, almirante Srur, son solo el botón de muestra.

Ahora bien, la primera idea que familiares, estudiosos del tema, medios de prensa y la sociedad toda deberían comenzar a forjar en sus mentes es que el proceso para llegar a la verdad o al menos acercar lo más posible a esta será largo, tal vez muchísimo más largo de lo que cualquier espíritu paciente pueda tolerar.


Está el submarino, están las imágenes, hay una copiosa cantidad de documentación para analizar, y casi un centenar de testimoniales de todo tenor. Algo parecido a un gigantesco rompecabezas que no puede ser armado solo por una jueza, un fiscal, las querellas y un perito. Será un trabajo multidisciplinario que insumirá cientos de horas de labor. Finalmente, cuando la magistrada tenga perfiladas las posibles causas del siniestro y de ellas se desprenda (o no) la existencia de responsables concretos en la cadena de mandos naval, en las distintas empresas contratistas que fueron responsables de algunas tareas a bordo y de cualquier otra persona involucrada técnica o politicamente en el siniestro, llegará el momento de formular imputaciones, citar a indagatorias y eventualmente dictar la elevación a juicio.

¿Quedó claro? Un largo camino, para eventualmente llegar a un juicio. Un camino tal vez tan largo como el recorrido en forma previa, al que luego, y ante eventuales condenas o absoluciones, vendrán los recursos de alzada de una u otra parte, chicanas, dilaciones, planteos de nulidad y todo lo que el sistema jurídico nacional contempla.

Nos puede gustar más o menos, pero eso es lo que pasará y no otra cosa.

El "reflotamiento", un verdadero abuso del dolor

De las 44 familias que sobreviven a nuestros héroes fallecidos, muchas (18) han optado por transcurrir el luto en el seno de sus hogares. Otras (26) se han presentado como querellantes ante la jueza Yáñez y para ellos tres profesionales del derecho actúan como representantes. La sintonía entre abogados no es de lo mejor, pero es totalmente lícito que así sea, ya que cada estudio actúa en el convencimiento de que su accionar es lo mejor para sus representados. No obstante, en algo parecen coincidir: no es factible hasta donde han indagado recuperar el San Juan. Pero, por fuera de estas querellas, una repudiable actitud amenaza con abrir una nueva cuota de dolor y angustia en corazones y mentes que necesitan un poco de paz.

"Nosotros no hemos cerrado este ciclo… hemos jugado nuestra última carta a través de un recurso de amparo por el reflotamiento del submarino. Lo hacemos de la mano de un prestigioso abogado" declaró recientemente una madre portadora de uno de los rostros más emblemáticos del dolor.

Sin entrar en detalles técnicos, vale la pena mencionar que reflotar implica devolverle el estado de flotabilidad a una embarcación, algo que el San Juan jamás volverá a tener. Podríamos hablar entonces de recuperar, rescatar, traer a la superficie o algún término parecido.

En este punto sería bueno que el "prestigioso" abogado y el seguramente no menos "prestigioso" asesor técnico que fundamentará el recurso judicial tuvieran la humildad de dejar de lado por un momento sus muy respetables trayectorias y convocaran a algunos de los muchos profesionales marítimos y navales que les podrían detallar qué antecedentes hay a nivel internacional en materia de recuperación de naves a semejante profundidad.

No es un tema de costos, los que de por sí exceden en varios ceros los 100.000 dólares que inexplicablemente difundió entre sus ahora "amparados". Para ilustrar al jurista solo diré que un buque como el utilizado para la búsqueda del San Juan tiene un costo diario de 50 mil dólares, y que un destructor de nuestra Armada ronda en un gasto operativo neto por día de navegación de 24 mil dólares, sin contar los sueldos de la tripulación.

Varias historias circulan en la web (lugar al que sin dudas recurrió el jurisconsulto) sobre intentos de rescates de submarinos, muy poco es lo que podrá encontrarse sobre el resultado, e invariablemente todos han tenido como protagonistas a las principales potencias militares mundiales. Es famoso el caso del submarino ruso Kursk, el que luego de más de un año de tareas previas fue rescatado desde una profundidad de poco más de cien metros.

Con fundado criterio, suele decirse que en tecnología y al menos en teoría nada es imposible. Seguramente si este fuera un submarino nuclear propiedad de una superpotencia y a punto de originar un siniestro nuclear de proporciones, se construirían las herramientas necesarias para extraerlo con seguridad. Pero no es el caso.

El San Juan, según las primeras estimaciones, colapsó a una profundidad cercana a los 700 metros, es decir, a una presión 70 veces superior a la que soportan nuestros cuerpos en superficie. La velocidad estimada de ingreso del agua de mar supera los 1000 km/h. La estructura principal, si bien se encuentra entera, debe necesariamente estar severamente resentida, no hay obviamente posibilidad de enviar personal a verificar nada a semejante profundidad (un dato básico pero necesario aclarar para quienes no manejan el medio acuático).

Dejo para peritos forenses una explicación acerca de lo que pudo haber pasado con los 44 cuerpos, luego de sufrir una explosión, primero, el colapso por implosión, después, y un año de contacto con el agua de mar y la fauna marina. A todo esto habría que agregarle el par de años que podrían pasar hasta concretar un eventual rescate.

Inhumano, cruel, bestial. Solo así podría calificarse la actitud de alguien que intente "formatear" la mente y el alma de personas que tratan de elaborar y asimilar la pérdida de sus afectos más cercanos, más íntimos, más imprescindibles para continuar adelante.

El San Juan está irremediablemente destinado a permanecer en el fondo del mar. Nada podrá razonablemente hacerse para que emerja una vez más a la superficie, tal como victoriosamente lo hizo a lo largo de su vida al servicio de la patria.

No es tiempo, no es forma, no es digno y tal vez hasta no sea lícito lucrar en dinero, en especies o en honores, con la tragedia. Uno o mil recursos de amparo no podrán contrarrestar la irremediable realidad. No podemos ampararnos judicialmente contra el anochecer, contra el frío o contra la lluvia. Reclamemos justicia, no pidamos magia.

Una desgracia aún atraviesa el corazón de todo un país, no le sumemos la desgracia adicional de ver en acción a profesionales que anteponen sus intereses personales por sobre la razón. Pongan, por favor, freno a sus propias apetencias. Será Justicia.

El autor es capitán de fragata (RN), maquinista naval superior (veterano de guerra de Malvinas), licenciado en Administración Naviera, perito naval, diplomado como oficial del Estado Mayor Especial y vicepresidente de la Liga Naval Argentina.