lunes, 21 de junio de 2010

EL NUEVO CANCILLER TIENE UNA GRAN OPORTUNIDAD



Puede cambiar la actual política por una integradora. Pero hay pocas chances de que lo haga.

Por Andrés Cisneros

Ambos presidentes Kirchner han conducido invariablemente a sus ministerios a la manera en que lo habían hecho durante largos años, cuando lo que gobernaban era una pequeña provincia. Pero las provincias no tienen relaciones exteriores, por lo que el manejo de la Cancillería debió serles una experiencia novedosa.
Quizá en aplicación de esa manera de conducir, el Ministerio de Relaciones Exteriores pronto comenzó a exhibir características altamente no recomendables para la administración eficiente de los intereses nacionales en el mundo exterior. Ninguno de sus hasta ahora tres cancilleres provino el ámbito de las relaciones internacionales, sus respectivos funcionarios políticos aparecían menos como estrechos escuderos que como inminentes sucesores, el número de políticos designados en posiciones diplomáticas ha batido todos los récords históricos y el personal administrativo más que duplica al que revistaba en las administraciones de Alfonsín, Menem, de la Rua y Duhalde.

La poca inclinación del kirchnerismo por la diplomacia pronto llevó a que la política exterior terminara subordinada a los avatares de la política interna , a la sazón de tono conflictivo y controversial. En ese clima, muy pronto las principales relaciones dejaron de depender principalmente de la Cancillería, procediéndose a una especie de loteo de sus áreas, lo que aumentó su desprestigio internacional y su creciente incapacidad operativa.
La asombrosa injerencia de otros ministerios en las relaciones con Venezuela, la inusual autonomía del ex embajador en Washington, hoy su sucesor, decisiones inconsultas en materia de comercio internacional que perjudicaron las relaciones con nuestros tres principales compradores, Europa, Brasil y China, y la condición cuasi dibujada de su ministerio en el conflicto por las pasteras, no pueden estar ausentes al analizar la renuncia de Jorge Taiana.

A su vez, durante la administración del doctor Kirchner, el canciller Taiana pudo abocarse a los dos temas cuya preferencia compartía con el Presidente: derechos humanos y un fuerte sesgo ideológico y antinorteamericano, objetivado en la asociación acrítica con el chavismo.
Pero la presidente Fernández de Kirchner, ya en su campaña electoral, venía prometiendo una política exterior de más amplio espectro , no tan focalizada en el ámbito regional. Apenas al día siguiente de ser electa, ella misma declaró: “yo quiero un país como Alemania,” objetivo evidentemente incompatible con la zarzuela bolivariana.
Desde el bochorno de Mar del Plata ante el presidente de EE. UU., el kirchnerismo opera en base a la creencia de que el imperio tolera desbordes verborrágicos siempre y cuando se acompañen sus políticas en materia de terrorismo, narcotráfico, asuntos nucleares, lavado y la estratégica controversia con Irán. Este último tema resultó altamente rentable para la política del gobierno, habida cuenta del apoyo incondicional de Chaves a Ahmadinejad y el creciente alejamiento de Lula en la misma dirección. Ambos incurren, también, en protoherejías nucleares. En contraste, Argentina exhibe su tradicional ortodoxia nuclear y, a favor de la decisión de la Justicia argentina, se alza como el único país de América que acompaña al Departamento de Estado en su enfrentamiento con Teherán.

Esa maniobra, que tomó casi dos años, fue operada por el entonces cónsul y luego embajador Timerman, reportando directamente a la presidente Kirchner , con escasa, si alguna, participación de la cancillería. El éxito de la gestión nos acreditó algún puntaje en Washington y, por ende, pavimentó el ascenso del ahora ministro de Relaciones Exteriores.
Si esta apertura más allá de la región caracterizara a la nueva gestión, Timerman tiene ante si una oportunidad excepcional para reconfigurar a nuestra política exterior desde su actual perfil conflictivo y divisor del frente interno, hacia un objetivo capaz de aglutinar a todas las voluntades, sin distinción de banderías: el fortalecimiento estructural de nuestro relacionamiento con China y el sudeste asiático, acortando la ventaja que nos lleva Brasil, en lo que podría convertirse en el más importante emprendimiento exterior del siglo XXI.

La manera en que el kirchnerismo parece entender a la política no permite abrigar demasiadas esperanzas en ese sentido. Y el nuevo ministro es aún más proclive que Taiana a intervenir en pulseadas intestinas de la Argentina doméstica; pero la oportunidad está, disponible e invitante, como la promesa tan largamente esperada de una política exterior de estado. Ojala se iniciara cuanto antes. De no, será otra asignatura que nos aguarde, pacientemente, en las gateras del 2011.

Clarín, 20-6-10