sábado, 8 de diciembre de 2012

SI HAY VOTOS, NO HAY LÍMITES




Por Claudio Jacquelin

Los prolegómenos del abortado 7-D han expuesto como nunca antes tanto el definitivo rumbo político que decidió tomar el Gobierno como el tinglado ideológico bajo el que se refugia para justificar sus acciones y sus formas.

Con más o menos énfasis, la gran mayoría de las voces del oficialismo que se manifestaron antes de que los camaristas resolvieran prorrogar la medida cautelar que protege al Grupo Clarín coincidieron no sólo en descalificar a los magistrados, sino en algo mucho más medular, más definitorio.

La consigna unánimemente esgrimida fue que el Poder Judicial, cuyos miembros no son elegidos por el voto popular, no puede cuestionar, ni siquiera revisar, una ley votada mayoritariamente por los representantes del pueblo.

El concepto vino a ampliar lo que en los últimos 20 días empezó a ser expuesto desembozadamente: la voluntad popular y, en consecuencia, los gobernantes elegidos democráticamente no deben tener restricción alguna. Por eso, la Constitución no puede impedir lo que el pueblo desea y como la única opción de futuro que el cristinismo tiene es la re-reelección, no puede haber ningún otro límite para que Cristina continúe en el cargo que no sea el voto popular.

Nada de esto es nuevo, sobre todo en la praxis kirchnerista: desde la aniquilación de toda instancia de control de los actos de Gobierno, la apropiación de los recursos estatales, el acoso a voces críticas o las estatizaciones de bienes privados sin indemnización previa, hasta las arbitrariedades y aprietes de Guillermo Moreno, los negocios de los "amigos" de Amado Boudou, las bravuconadas de Aníbal Fernández o el voluntarismo pseudocientífico de Axel Kicillof.

Todo tiene la misma matriz, el ejercicio del poder debe ser absoluto o es claudicación y traición al pueblo. Lo que diferencia la nueva etapa de lo conocido es que hasta aquí se trataba de cuestiones de facto, de acciones ejecutadas hasta con cierto disimulo y algo de hipocresía y, en muchos casos, buscando que el relato las atenuara o las justificara.

Ahora, en cambio, ya no hay por qué disfrazar nada, ni siquiera el vínculo con Hugo Chávez o Rafael Correa, aunque digan y hagan cosas que parecen inaceptables. Es que sólo son inaceptables para quienes hablan otro idioma: el del "republicanismo bobo" de la división de poderes y el respeto a la ley. El que denuncia abusos de poder o clama por la subordinación a la Constitución. Es el despreciable lenguaje de la "democracia formal".

El populismo es otra cosa. Es la "democracia real". Por eso, ahora ya no hay nada que justificar o explicar. El tinglado ideológico en el que ha decidido guarecerse el cristinismo no sólo explica, sino que exige que no haya más límite que la voluntad popular, que por mayoría absoluta y demoledora delegó su poder en Cristina Kirchner. Aunque el 54 por ciento ya haya quedado muy lejos, y la brecha entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio se amplíe cada vez más.

Por eso, no deberá sorprender que si en la disputa con Clarín la Corte no falla como el Gobierno espera, el conflicto de poderes anunciado por el ministro Alak se haga realidad de manera estruendosa. Sólo será un profecía autocumplida. Y justificada..

La Nación, 8-12-12