jueves, 13 de agosto de 2015

EL CONSCRIPTO


de Héctor Gagliardi

Le sucedió a fulanito,
el nombre no viene al caso,
de veinte años escasos,
de presumir el mocito,
y a pesar de los escritos,
que presento un abogado,
por un año lo mandaron,
a vestirse de conscripto...

La madre se desmayó,
y las hermanas lloraron,
el día que comprobaron,
que el doctor no lo salvó,
y él que siempre se peinó,
con jopo y a dos cepillos,
le pasaron el rastrillo,
y sin melena quedó...

Empezó a comprobar,
de que el sol sale temprano,
y un matecito en la mano,
para poder despegar,
nadie lo viene a cebar,
porque allá no esta la vieja,
que te acaricie la oreja,
para hacerte levantar...

Se le acabó la carne dura,
y que esto me hace mal,
y que tiene poca sal,
y a mi no me den verduras,
porque apretar la cintura,
un día se puede hacer,
pero al trote y sin comer,
se terminan las posturas...

Allí aprendió que el teniente,
no es uno de bigotitos,
que pasa con el autito,
para ver a la de enfrente,
porque ese de repente,
con el grito !cuerpo a tierra!,
hasta Colón te recuerda,
descubriendo el continente...

El no estaba acostumbrado,
a tener que obedecer,
y menos tener que ser,
el petizo de los mandados,
pero sargentos y cabos,
le sacaron en tres días,
la vagancia que tenía,
en el cuerpo acumulado...

El sol le tostó la cara,
y de tanto !sobre el hombro!,
fue notando con asombro,
que el fusil ya no pesaba,
las manitos delicadas,
se le tornaron callosas,
y hacía sonar las baldosas,
cada vez que se cuadraba...
Poco a poco entro a querer,
hasta el sargento primero,
y fue el teniente un compañero,
que lo hacía obedecer,
sin hacerle comprender,
de que era un superior,
y sin notarlo, sintió
cariño por el cuartel...

Y fue una tarde, cualquiera,
que volviendo del campito,
traspirado, tostadito,
y levantada la visera,
sintió nacer esa fiera,
que escondemos en el pecho,
cuando en el mástil derecho,
vio flamear nuestra bandera...

Es que a veces no podemos,
expresar nuestro sentir,
porque es difícil medir,
hasta donde la queremos,
pero por dentro sabemos,
que hasta el alma se agiganta,
cuando pasa azul y blanca,
con los colores del cielo...