miércoles, 12 de agosto de 2015

LOS HÚNGAROS QUIEREN SEGUIR SIENDO EUROPEOS



VIKTOR ORBÁN
El Manifiesto, 5-8-15


Hace un año dije que vivíamos en tiempos en los que cualquier cosa podía ocurrir y esto sigue siendo válido hoy también. ¿Quién podría haberse imaginado que Europa no fuera capaz de defender sus propias fronteras, ni siquiera ante refugiados no armados? ¿Quién podría haber pensado que, por ejemplo, en Francia las cosas llegarían hasta un punto en que el líder de la comunidad musulmana pide al Estado francés que les transfiera las iglesias cristianas desafectadas porque están dispuestos a convertirlas en nezquitas? 

¿Quién podría haber pensado que los EE. UU. espiaran a los dirigentes políticos alemanes? Sale esto a luz y no, el cielo no se derrumba. ¿Y quién podría haber pensado que nosotros, los europeos, hiciéramos como si nada hubiera ocurrido y prosiguiéramos amistosamente nuestras negociaciones sobre el tratado de libre comercio con la parte que probablemente conozca nuestras posiciones antes que nosotros mismos? ¿Y quién podría haber pensado, hace un año, que se instalarían armas norteamericanas en Europa Central y que lo que causaría un dolor de cabeza al parlamento húngaro sería  si Hungría debe ponerse en la fila o no? Y salvo nosotros mismos, ¿quién podría haber pensado que para finales de 2014 Hungría sería el segundo país con más rápido crecimiento económico de la toda la Unión Europea? […]

Nos inclinamos a imaginar el futuro, o más exactamente la posibilidad de conocer el futuro, como lo hacen los capitanes que navegan hacia lo desconocido: estamos en la proa con prismáticos en la mano y miramos atentamente las costas desconocidas. Ganará quien tenga la vista más penetrante o mejores prismáticos. ¡Como si el futuro estuviera ante nosotros de forma parecida a un continente aún no descubierto! ¡Como si existirera ya el futuro y nos estuviera esperando! 

No, el futuro no es así. Su característica más importante es justamente que no está listo. Es más, no existe en absoluto, sólo acontecerá después del presente: por eso no tiene ningún sentido mirar fijamente hacia adelante. Más vale imaginar el futuro como lo hacen los remadores en las regatas: están sentados  en sentido contrario al de la marcha. Sólo vemos lo que ya queda detrás de nosotros y lo que esté en ese momento en nuestra perspectiva. Tenemos que orientar la proa del barco hacia el futuro en función de la costa que se manifieste ante nuestros ojos. Tenemos que descifrar el futuro de esta costa que ya conocemos. Con otra palabras, pensar en el futuro no es una competición para ver más lejos, sino que es una competición para mejor entender el pasado. Ganará el que entienda más profundamente el pasado, y el que extraiga de manera más rápida y valiente las conclusiones de él. Este es el punto de partida de todos los liderazgos políticos y de toda planificación. […]

A veces se desarrollan fenómenos a través de los cuales se condensa el carácter de una época. Así sucede con la actual inmigración de asentamiento. […] Hablemos claro: el actual aumento de esta inmigración es consecuencia de diversos procesos políticos. Los países del norte de África antes funcionaban como baluarte de Europa y detenían a las masas procedentes del interior de África. La auténtica amenaza no proviene de las zonas bélicas, sino del corazón de África. Con la descomposición de los países del norte de África, éstos hoy ya no son capaces de defender a Europa de esas masas humanas de colosales dimensiones. Con lo cual se ha producido en muy poco tiempo un problema de inconcebible envergadura. Estoy de acuerdo con el ex presiidente francés, señor Sarkozy, quien hace pocos días habló en la televisión francesa de que la actual ola inmigratoria sólo es el comienzo. 

En África viven actualmente 1.100 millones personas, de las que más de la mitad tiene menos de 25 años. Según el Sr. Sarkozy, dentro de poco varios cientos de millones de personas no tendrán un lugar para vivir, no tendrán agua ni alimentos suficientes, y estas personas van a salir hacia alguna parte. Con lo cual, lo que ya está en juego para nosotros es Europa, el estilo de vida del ciudadano europeo, los valores europeos, y la persistencia o la desaparición de las naciones europeas, o más exactamente su transformación hasta llegar a ser irreconocibles.

Ahora bien, la cuestión no es sólo en qué tipo de Europa queremos vivir los húngaros, sino si seguirá existiendo todo lo que hoy llamamos Europa. Nuestra respuesta es clara: quisiéramos que los europeos se quedaran con Europa. Es lo que nos gustaría. Y digo “gustaría”,  porque para ello necesitamos también contar con el deseo de los demás. Hay algo, sin embargo, que no “nos gustaría”, sino que simple y llanamente lo queremos. Queremos —porque de nosotros solos depende— conservar Hungría como país de los húngaros. Es importante reafirmarlo una y otra vez, aunque parezca un cliché en nuestros círculos, pero hay que hacerlo porque, por increíble que sea, hay quienes piensan sobre este tema de una manera completamente distinta.

La izquierda europea ve la inmigración como una gran posibilidad
La izquierda europea ve el problema de la inmigración como una posibilidad y no como una fuente de peligro. La izquierda siempre ha desconfiado de las naciones y de la identidad nacional. Consideran que la escalada de la inmigración puede debilitar sumamente los marcos nacionales, e incluso acabar con ellos, con lo cual se cumpliría el gran objetivo de la izquierda cuya realización hasta ahora era imprevisible. Por lo que a Hungría se refiere podemos ver que mientras en 2004 la izquierda utilizaba un discurso de odio contra los húngaros del extranjero, hoy estaría dispuesta a abrazar a los inmigrantes ilegales con los brazos abiertos. A esta gente simplemente no les gustan los húngaros… porque son húngaros. Es lo mismo que sucede con varios centros de poder financiero y político de Bruselas que están interesados en suprimir los marcos nacionales, debilitar la soberanía nacional y acabar con las identidades nacionales. 

¡Imagínense qué sería de Hungría si en 2014 la izquierda hubiera podido formar gobierno! Es un pensamiento inquietante, pero imaginémoslo un momento: al cabo de uno o dos años no reconoceríamos a nuestra propia patria, no reconoceríamos a Hungría, seríamos como un gran campo de refugiados, como una Marsella de Europa Central.
También tenemos que hablar de que el aumento de la inmigración está relacionado con el hecho de que el procidementalismo jurídico del hombre occidental alienta moralmente a todos y cada uno de los inmigrantes, independientemente de los motivos por los que quieren dejar su país. Porque hay, desde luego, verdaderos refugiados, pero hay muchos más que quisieran aprovechar las ventajas del modo de vida europeo. Ya que tantas personas nunca podrían entrar de manera legal en el territorio de la Unión Europea, cada vez más personas asumen y asumirán los riesgos que conlleva la inmigración ilegal. 

Y puesto que la Unión Europea solamente tiene principios, pero carece de auténtica soberanía o, por ejemplo, de guardias fronterizos, la UE tampoco es capaz de abordar la nueva situación. Bruselas no es capaz de defender a los europeos de las masas de inmigrantes ilegales. Como dice el ex ministro alemán alemán de Hacienda: “El problema con la Unión Europa es que da patadas a una lata cuesta arriba y se sorprende de que la lata vuelva constantemente hacia abajo”. La Unión Europea empezó como asociación económica y más tarde se convirtió también en asociación política. Hoy debería actuar como fuerza soberana, pero para ello se debería limitar aún más la soberanía nacional. Como dice el chiste de Budapest: primero era buena la dirección, pero lo hacían mal; después era mala la dirección, pero lo hacían bien.

La Unión Europea, según su deber, ofrecía soluciones reales para problemas reales, y así fue durante mucho tiempo: paz en vez de guerra, mercado unitario en vez de fragmentación, recuperación para los más pobres en vez de pobreza y marginación. La Unión Europea era pragmática y relativamente flexible, gracias a lo cual tenemos sus soluciones estructurales únicas, pero es evidente que hoy algo está estropeado. Europa se ha convertido en ideología en vez de representar soluciones reales. Hoy ya no contempla el problema; sólo contempla si la solución propuesta debilita o refuerza su propio concepto cerrado de ideas. Europa se ha convertido en una obsesión ideológica: si algo es racional y tiene éxito, pero refuerza la soberanía nacional, entonces se rechazará; es más, será un enemigo, y cuanto más éxito tenga, mayor peligro supondrá. Ésta es la esencia de la historia húngara.

Lo que nosotros, los húngaros hacemos, sin duda tiene éxito, pero como no encaja en los conceptos ideológicos de Bruselas, o sea no debilita, sino que refuerza la soberanía nacional y estatal de Hungría, es para ellos algo rechazable. Es por eso por lo que la Unión Europea tampoco puede solucionar la crisis griega, que es un problema práctico, para el cual se debería encontrar una solución práctica. […]

Quizás muchos recuerden todavía que el primer país que necesitó un paquete de rescate internacional después de la crisis de 2008 no fue Grecia, sino Hungría. A pesar de ello, después de 2010 logramos que Hungría fuera uno de los pocos países cuya deuda expresada en porcentaje del producto nacional bruto no se ha incrementado, sino que se ha reducido. Si queremos valorar y evaluar efectivamente los esfuerzos de los húngaros, echemos una mirada vigilante a Grecia. Estamos orgullosos de haber pagado nuestra deuda al FMI antes de su vencimiento. También queda una pequeña parte de la ayuda recibida de la Unión, y la vamos a reembolsar a principios de 2016, a su vencimiento. Recuerden que Hungría nunca pidió ningún aplazamiento o condición favorable para ninguna de sus deudas. Según algunos, esto es debilidad; para otros —y entre ellos me cuento— es una virtud. Y todo esto ocurrió de tal forma que mientras tanto el nivel de crecimiento del producto nacional bruto ha sido uno de los más pujantes entre los países miembros de la Unión. En la historia de la economía húngara es raro, y en las últimas décadas incluso es único, que los resultados interiores y exteriores hayan mejorado y la economía esté creciendo. […]

Mencionemos por último algo de lo que en Europa no se puede hablar por púdicas razones ligadas a la corrección política. Según las estadísticas policiales occidentales, allí donde reside un gran número de inmigrantes ilegales los índices de delincuencia aumentan drásticamente, al tiempo que disminuye la seguridad de los ciudadanos. Voy a mencionar algunos ejemplos que nos permiten reflexionar al respecto. Según la ONU —son estadísticas de la Organización de Naciones Unidas, no del gobierno húngaro— el segundo país en el que se dan las más altas cifras de violencia sexual es Suecia, el cual se sitúa después de Lesotho, en el sur de África. Según un informe del Parlamento británico de 2013, en el curso de los últimos quince años se ha triplicado el número de musulmanes que están presos en las cárceles británicas. En Italia, en 2012, la cuarta parte de los delitos fueron cometidos por inmigrantes. Y así sucesivamente.

En resumen, podemos afirmar que la inmigración ilegal amenaza tanto a Hungría como a toda Europa. Supone un riesgo para nuestros valores comunes, para nuestra cultura común, incluso para nuestra diversidad, al tiempo que amenaza la seguridad de los europeos y pone en peligro la posibilidad de estabilizar nuestros logros económicos. Hungría, hasta que pudo, intentó tomar medidas que tenían plenamente en cuenta los intereses de todos nuestros vecinos. Pero actualmente nuestro país ha quedado atrapado entre dos muros: no sólo llegan las nuevas oleadas migratorias de pueblos del sur, sino que los países situados al oeste de Hungría tienen la intención de devolvernos los inmigrantes ilegales que ya habían salido de aquí y habían entrado en dichos países. Con lo cual estamos presionados desde dos direcciones: desde el sur y el desde oeste, y la verdad es que no podemos soportarlo.

La cuestión de la inmigración de asentamiento es una cuestión, a la vez, de sentido común y de moral, así como una cuestión que atañe al corazón y al cerebro y como tal, es complicada, profunda y sensible. Estas cuestiones sólo se pueden tratar en una sociedad si la comunidad llega a un acuerdo. La consulta nacional húngara sobre la inmigración sirvió para ello, y ahora me complace informarles sobre sus resultados oficiales. Durante la consulta nacional los ciudadanos devolvieron, hasta el 21 de julio, 1.000.254 cuestionarios de los ocho millones que habíamos enviado.
Las respuestas dadas a dichos cuestionarios dan los siguientes resultados. Más de dos tercios de los húngaros consideran importante para su propia vida la cuestión del crecimiento del terrorismo. Tres de cada cuatro húngaros opinan que los inmigrantes ilegales ponen en peligro los empleos de los húngaros. Según cuatro de cada cinco húngaros, la política de Bruselas en materia de inmigración y terrorismo ha fracasado, y por ello se necesitan nuevos planteamientos y normas más estrictas. Casi cuatro de cada cinco húngaros instan al gobierno a que, frente a la política permisiva de Bruselas ,establezca normas más estrictas destinadas a frenar la inmigración ilegal. 

Normas que establezcan la posibilidad de detener a las personas que cruzan ilegalmente las fronteras húngaras y que se las pueda repatriar en el plazo más breve posible. También, según el 80 por ciento de los encuestados, los inmigrantes ilegales deberían correr con los gastos de su propia existencia hasta que permanezcan en Hungría. Son palabras duras, es una postura firme, pero ésta es la postura húngara. Y por fin, lo más importante que subyace a todo ello es que, según una abrumadora mayoría de húngaros, exactamente el 95 por ciento de los encuestados, en lugar de apoyar la inmigración se debería dar más apoyo a las familias húngaras y a su decisión de tener hijos.

Se puede ver claramente que los húngaros todavía no han perdido el sentido común. Los resultados de la consulta nacional muestran que nuestra gente no quiere tener inmigrantes ilegales, y no comparte tampoco la locura homicida e intelectual de la izquierda europea. Hungría y los húngaros lo han decidido así. Esto significa que queremos seguir siendo un país seguro y estable, una nación unida y equilibrada en el mundo inseguro que nos rodea. Ya que probablemente tengo razón al decir que hoy puede ocurrir cualquier cosa en el mundo, quizás no me equivoco si pienso que frente a ello, todos queremos que Hungría sea un país donde no pueda ocurrir cualquier cosa.

Extractos  del discurso prounciado el 25 de julio por el primer ministro húngaro
Viktor Orbán en la Unviersidad Abierta de Verano de Bálványos.