Javier Ruiz Portella
El Manifiesto, 12 de enero de 2015
Aquí no se distingue; pero si se miran otras
imágenes de la manifestación de hoy, no se ve ni a una sola mujer con velo. Los
inmigrantes brillaron, en general, por su ausencia. ¡Bienvenidos sean, por
supuesto, quienes sí acudieron!
El día en que los alumnos de la inmigración
musulmana respondan con emocionado respeto a semejante minuto de silencio; el
día en que esa misma inmigración exprese en las redes sociales su profundo
desprecio por los asesinos que dicen actuar en nombre de su religión; el día en
que decenas de miles de musulmanes bajen de los suburbios para...
Antes de los «terribles acontecimientos de
estos días en París»… No, esto es Neolengua. Antes de las primeras escaramuzas
de la guerra que nos acaba de ser declarada —una nadería al lado de lo que nos
espera—, las cosas ya estaban bien claras. Pero la mayoría se empeñaba en no
verlas. Ahora, más que claras las cosas ya están translúcidas —y, sin embargo, los ojos seguirán cerrados.
Una sola diferencia: disminuirá el número de los ciegos, y si hoy mismo se
hiciese un sondeo, ya serían quizá un
30% los que dijeran «Keep calm and vote Le Pen».[1]
Después de cada escaramuza, después de cada
nueva batalla, los ciegos, es cierto, serán un poco menos numerosos. Pero lo
serán sobre todo entre la buena gente, entre el pueblo. Por lo que a nuestras
pretendidas «élites» se refiere… Hablemos de ellas, de estos escogidos ciegos
en cuyas primeras filas figuran los medios de comunicación del sistema. En
ninguno de ellos se enterará uno, por ejemplo, de que las redes sociales se
incendiaron estos días con mensajes que festejaban la matanza de Charlie-Hebdoi
(«¡Estos hijos de puta lo tienen bien merecido!», «Soy Muslim y amo a mi
Profeta», etc.) Tampoco es en los medios oficiales donde se informa de que, una
vez abatidos los tres terroristas, «los jóvenes de los barrios en dificultad»
siguieron practicando «el vivamos juntos» (así habla la Neolengua) mediante
mensajes del siguiente tenor: «¡Gloria a los hermanos caídos!», «¡Muertos como
mártires!», «¡Que Nuestro Señor Alá les abra las puertas del Paraíso!», etc.
Ni en Le Monde, ni en Libération, ni en Le
Figaro leerá uno tales cosas. Figura, sin embargo, en este último periódico un
artículo sobre el eco que el minuto de silencio del pasado jueves obtuvo en los
centros docentes de los «barrios sensibles». Su sensibilidad es tal que el
minuto de silencio se convirtió a menudo… en un minuto de odio.
«“Te la pego con el kalash" (abreviatura
para kalashnikof), le soltó a su
profesora un alumno de 14 años.», leemos
en Le Figaro. El cual sigue diciendo: «En una colegio elemental de
Seine-Saint-Denis (suburbio parisino de alta concentración inmigratoria), al
menos el 80% de los alumnos de una clase se negaron a efectuar el minuto de
silencio». A ello se le podría añadir que en muchos centros el minuto de
silencio fue interrumpido por los mismos gritos que resonaron en Charlie-Hebdo:
«¡Allahu Akbar!» («¡Alá es grande!»).
Lo anterior, sin embargo, ya no lo dice el
periódico: me lo han contado unos amigos profesores. Hubo también alumnos que
se intentaron razonar…. Por ejemplo, ese que, con sus 11 añitos a cuestas, le
soltó a su maestro: «Usted no lo comprende [en Francia, hasta en tales sitios
aún se habla de usted al profesorado]. Esa gente no hubiera tenido que dibujar al
Profeta. ¡Está por encima de los hombres!». ¡Criatura!… También cabe destacar
el caso de una profesora que en su página Facebook explica que fue acogida a
las 8 de la mañana con gritos de «¡Viva los que los han matado!», después de lo
cual pidió ser mutada a otro centro.
Quienes lean en francés encontrarán aquí
otros ejemplos. Pero hay que leerlos sin hacer caso del titular: «Minutos de
silencio para Charlie-Hebdo. Algunos patinazos en los colegios». Punto. ¿En los
colegios… de dónde? ¡En los de toda Francia, cielo santo!, concluirá el lector
que, horrorizado, sólo podrá recuperarse del susto al leer el texto del
artículo. No fue, por supuesto, en el conjunto de Francia donde se produjeron
tales «patinazos» (traducción: tales boicots). La islamización aún no ha
llegado a tales extremos. Los boicots sólo tuvieron lugar ahí donde la Gran
Sustitución de poblaciones ya ha producido las más profundas sustituciones.
El día en que los alumnos de la inmigración
musulmana respondan con emocionado respeto a semejante minuto de silencio; el
día en que esa misma inmigración exprese en las redes sociales su profundo
desprecio por los asesinos que dicen actuar en nombre de su religión; el día en
que decenas de miles de musulmanes bajen de los suburbios para manifestar un
horror que, por ello mismo, aún debería ser más considerable en su caso: sólo
ese día podré empezar a tomar en serio a quienes pretenden que hay un buen
islam profundamente opuesto al malo. Hasta entonces seguiré pensando que hay,
por supuesto, dos islams, todo lo distintos que se quiera, pero uno de los
cuales es, por así decirlo, como la vanguardia del otro: como la avanzadilla de
ese otro islam, pacífico y mayoritario, no cabe duda, pero que, además de sus
ritos, practica un bien conocido proverbio: El que calla otorga.
(Artículo publicado simultáneamente hoy, 12
de enero de 2015,
en Boulevard Voltaire y en El Manifiesto.)
[1] Tal fue el tweet que lanzó papá Le Pen el
día de la toma de rehenes.