por Giuliano
Iezzi
Informador
Público, 17-7-19
Argentina, en
julio de 2019, será sede del Plenario Bianual Internacional para combatir el
Terrorismo Nuclear. Así rezan las noticias más recientes, anunciando lo que a
todas luces deja al descubierto el total desconocimiento de nuestra realidad
por parte de los organizadores y confirma que se tratará de un acto de
hipocresía insalvable de parte de nuestros representantes.
El terrorismo nuclear
es una sub categoría de la más abarcativa categoría Terrorismo, puesto que el
adjetivo Nuclear se refiere al tipo de
armas y no al concepto en sí. Para que se pueda luchar contra el
terrorismo la claridad de conceptos es imprescindible, y el accionar debe ser
coherente con ellos, evitando subterfugios y parcialidades. En definitiva se
debe ser justo y además debe darse por descontado que el país anfitrión
comparte la idea fundamental del evento, luchar para evitar el terrorismo; y la
Argentina, lamentablemente en su historia reciente, ha dado pruebas de que
difícilmente podría ser incluida dentro de los países con reales intenciones
compatibles para la lucha.
Desde las
convenciones de Ginebra de 1949, en el mundo, los crímenes del terrorismo
contra civiles inocentes, se califican como delitos de Lesa Humanidad. En
nuestro país desde 1956 forman parte del derecho, pero son ignoradas legal y
moralmente.
Lo más patético
de la parte de nuestra historia atinente a esta cuestión, es que hasta el 25 de
mayo de 1973 el terrorismo había sido derrotado, sus cabecillas juzgados y
encarcelados legalmente por La Cámara Federal en lo Penal. Pero en esa fecha se
liberó a los terroristas, se disolvió la cámara y a partir de allí los jueces
que no se exiliaron fueron asesinados.
Así mismo,
parece imposible que la Argentina en definitiva se aplicará a una participación
ecuánime y coherente, porque eso determinaría ipso facto una necesaria y justa
readecuación a un estado de derecho. Produciéndose como resultado justo y
natural, muchas “condenas” y muchas “libertades”; incómodas todas.
Es tan alto el
desprecio de todos los acuerdos internacionales, a la cual ha sido inducida a
lo largo de cuarenta años, la opinión pública, que una periodista, la señora
Liliana Franco, frente a las cámaras de televisión puede declarar, sin problema
alguno, que en el living de su casa armaba bombas Molotov, presentando así su
“patente de corso”. O recordar que la señora Victoria Donda, quien es Diputada
Nacional, expresa a los cuatro vientos y sin temor alguno: “Mis padres mataban
con orgullo”. Es menester aclarar que la señora ocupa ese cargo con el único
mérito de ser hija de terroristas. O las reiteradas apologías del delito,
perpetrados en manifestaciones públicas, por la señora Bonafini, reivindicando
el accionar de sus hijos terroristas o haciendo un panegírico de la ETA, y las
FARC o brindando con Champagne por el ataque a los civiles de las Torres
Gemelas. El estatus de prócer de la Señora Bonafini que le ha sido concedido
alegremente por los medios afines al gobierno kirchnerista, le permite a ella,
hacer esto y robar “sueños”, sin que sea debidamente juzgada. Comportando
asimismo una condenatoria de la sociedad
toda.
Tampoco ayuda el
fallo de, Nada menos que la Corte Suprema de Justicia, de 2005, que denegó la
extradición a un etarra, sosteniendo que “el terrorismo no es delito de lesa
humanidad…”
La Sociedad de
las Naciones en 1937 define terrorismo cómo: “Cualquier acto criminal dirigido
contra un estado y encaminado a o calculado para crear un estado de terror en
las mentes de las personas o del público en general”.
Otra definición
plausible agrega: “Forma violenta de lucha política, por la cual se persigue la
destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e
inseguridad para intimidar a los adversarios”.
Desde los
sesenta en adelante, y muchos tenemos memoria de ello, los terroristas, en la
Argentina, no vacilaron en matar y torturar a quien fuera, civiles, niños,
militares, o clérigos, para sembrar el terror, motivados por una única razón,
destruir el orden y tomar el poder. Como en realidad eran mercenarios cipayos
entrenados en Cuba y Rusia, no sería descabellado pensar que luego de hacerse
del mando supremo y “fusilar a un millón de personas”, como lo prometieron, en
definitiva el gobierno pasase a manos de la potencia más poderosa. Las leyes
argentinas contemplaban la pena por terrorismo y el concomitante delito de lesa
humanidad, pero en definitiva, los terrorista fueron profusamente indemnizados,
y el solo título de guerrillero, y por derecho divino sus descendientes, hace ya tiempo que es un pase a la política,
o a la farándula o al periodismo o a lo que se desee. Es un comodín de uso
discrecional. Por otra parte quienes lucharon y derrotaron al terrorismo se
pudren en las cárceles, algunos de ellos sin siquiera tener un juicio iniciado,
y la mayoría sin una sentencia.
¿Cómo puede
ostentar esto la Argentina y ser sede de la bienal?
Si lo apuntado
se pudiese endilgar al poder de turno y nada más, no sería tan grave puesto que
se trataría de una minoría fácil de contrarrestar. Pero lamentablemente esto
sucede a lo largo de más de cuatro décadas y ha permeado todas las
instituciones de la enclenque república. Dimensionando el tamaño del trascendental delito.
Según Umberto
Eco, y resumiendo en pocas palabras “…sin periodismo no habría terrorismo…” Y
nuestro periodismo de las últimas décadas ha elevado al nivel de héroes a
terroristas y a sus deudos e invisibilizado a las víctimas. Tan solo esto es
una culpa de tal gravedad que haría inviable la participación de Argentina en
ese evento, por lo menos por una cuestión de dignidad.
Para cubrir al
terrorismo se ha utilizado el concepto de “terrorismo de estado” y se le ha
dado a este una entidad tan superior que el otro terrorismo se diluye en las
nieblas del tiempo para los idiotas útiles. Esta falacia no se sostiene frente
al mínimo análisis puesto que los Delitos de Lesa Humanidad no son
prerrogativas del estado, sino que dependen del hecho en sí. Así que de ninguna
manera puede ser omitida la culpa de quienes asesinaron o torturaron a civiles
y no civiles, quienes murieron por respetar las leyes vigentes en gobiernos
democráticos.
Según el juez
Baltazar Garzón, representante de las izquierdas españolas, y por eso vale
traerlo a colación, define el concepto como: “Un sistema político cuya regla de
reconocimiento permite y/o impone la aplicación clandestina, impredecible y
difusa, también a personas manifiestamente inocentes, de medidas coactivas prohibidas
por el ordenamiento jurídico proclamado, obstaculiza o anula la actividad
judicial y convierte al gobierno en agente activo de la lucha por el poder”.
Desde el
gobierno de Alfonsín hasta la fecha esta definición puede ser aplicada a casi
todos los gobiernos que se sucedieron, y a la Corte Suprema, puesto que se
instrumentó desde el gobierno el “pensamiento único” y quienes opinaban lo
contrario fueron escarneados por el terrorismo mediático, o perseguidos por
instituciones del estado y hasta soportaron campañas orquestadas por los
cómicos ad hoc. Como ejemplo palmario, los Veteranos de Malvinas, debido al
intento de venganza y desmilitarización de Argentina, puesto en acto, con todos
los poderes del estado, por “el padre de la democracia”, tardaron más de
treinta años para ser reconocidos por el pueblo argentino. Con los mismos
métodos se han encarcelado, y siguen en la cárcel, a personas sin juicio previo
y de “eso no se habla”, cumpliendo a rajatablas el famoso aforisma del general
“al enemigo ni justicia”.
El nuevo
gobierno asumido hace 18 meses no escapa tampoco a esta definición desde el
momento que una ley obliga a contabilizar en 30.000 los desaparecidos aunque
nadie pueda dar una lista superior a 8.000.
Asesinando la
verdad y la justicia se está asesinando el futuro y en silencio sin disparos,
en nuestra Argentina empobrecida, mueren miles de niños inocentes, porque el
país es incapaz de cubrirle las mínimas necesidades sanitarias y de alimentos.
No hay manera de
luchar contra el terrorismo si se camufla la ley de manera que los terroristas,
aun los confesos, salgan libres. Y sean ignorados los acuerdos internacionales
sobre concepto y castigo de los delitos de lesa humanidad, por mezquinos y
criminales apetitos políticos, como es el caso de nuestro país, nos condenará
frente a un mundo arto del terrorismo y definitivamente la no adecuación de
nuestro país al derecho internacional pone en duda la realidad de los derechos
humanos en Argentina y la esencia misma del concepto de justicia y humanidad.