lunes, 26 de diciembre de 2022

LAS PROFECÍAS DE PABLO VI

 

 con la Humanae Vitae se cumplieron inexorablemente

 

Monseñor Héctor Aguer

 

Infocatólica,  26/12/22

 

Más bebés; es preciso que nazcan más bebés: en la semipoblada y mal poblada Argentina, en la envejecida Europa, en el malthusiano mundo entero. El fantasma de la superpoblación mundial es un mito incomprobable contrario al movimiento de la naturaleza y agitado por la gran finanza internacional y el egoísmo de los satisfechos.

 

Recientemente he leído una noticia que me sumió en un doloroso azoramiento. Italia comparte con Finlandia el tope del ranking en la abismal caída de los nacimientos. ¡Nada menos que Italia, que contribuyó generosamente a la emigración hacia estas tierras del Plata!

 

Son numerosas las razones que explican el fenómeno. La descomposición de la familia es una causa principal. Los cambios en el protagonismo social y cultural de la mujer tienen también su peso: los embarazos aparecen tardíamente, postergados por la dedicación al estudio y el empeño laboral. No critico esta nueva perspectiva, que sería compaginable con la opción por una familia numerosa. Hay otros factores, como el menoscabo del sentido de la naturaleza merced al individualismo y el replanteo del valor de los hijos como gloria de la maternidad. El pansexualismo cobra primacía sobre el amor y desplaza los valores del matrimonio y la familia. Muchas parejas no se casan y la convivencia marital se ha acortado acentuadamente para dar lugar a una sucesiva unión. Ya no se comprende la fidelidad como signo del amor verdadero. La vigencia del sentido cristiano de esas realidades entrañables ha cedido lugar a otros acentos de una moral católica marcada por el progresismo teológico.

 

Este es el lugar para mencionar la encíclica Humanae vitae tradendae, el documento profético promulgado por Pablo VI el 25 de julio de 1968 por el cual se descartaban los métodos anticonceptivos artificiales como medios legítimos para espaciar los nacimientos: las previsiones del pontífice se cumplieron inexorablemente. La oposición a la encíclica en el seno de la Iglesia ha precipitado cambios en la conciencia moral de los cristianos con las consecuencias registradas en el orden cultural. La decadencia de la fe impuso una visión pagana ampliamente extendida que ha eliminado esas convicciones y sentimientos tradicionales. Los jóvenes, en su mayoría, no son formados para el amor, la castidad, el matrimonio y la familia. La crisis eclesial, prolongada, constituye una decadencia que se proyecta sobre la cultura y la vida social.

 

Según la enseñanza tradicional de la Iglesia existe un medio legítimo de control de la natalidad. Cuando hay serios motivos los cónyuges pueden valerse de una disposición natural y limitar la relación sexual a los períodos agenésicos de la mujer.

 

En la Argentina, los gobiernos kirchneristas han aplicado la ideología de género: el «matrimonio» entre personas del mismo sexo ha dado lugar a adopciones extravagantes que victimizan a los niños despojándolos del ámbito natural de la educación. Este fenómeno minoritario es impuesto a la mentalidad de la población por los políticos y los medios de comunicación, que llevan adelante una batalla cultural. Una reciente campaña de promoción de la esterilización de los adolescentes cercena las fuentes de la vida; la ignorancia y el ideologismo agravan la deseducación que se ha impuesto en el sistema escolar. La mentalidad común, especialmente en los ámbitos universitarios, constituye un caso típico de paganismo; la clase política es principal responsable del anticristianismo agobiante, cubierto por la ilusión democrática. La Iglesia está ausente en el orden cultural y decrece considerablemente el número de bautismos.

 

La disminución de nacimientos determina el envejecimiento de la población; el caso de Italia es por demás significativo. Varios países han advertido las graves consecuencias para el desarrollo y el crecimiento nacional. El actual gobierno francés ha comenzado a subsidiar a las familias para apoyar la decisión de incrementar el número de hijos. China ha abandonado la política del hijo único, impuesta totalitariamente durante décadas y que había configurado una mentalidad social difícil de cambiar. Este caso es sintomático; solo mediante el incremento de los nacimientos es factible alcanzar, con el rejuvenecimiento de la población, un equilibrio social y una más justa distribución de las cargas. En algunos países de Centro Europa, gobiernos patrióticos han instrumentado una especie de Conservative Revolution.

 

Esta problemática pone en juego la percepción gozosa del valor de la infancia; es patético que no se reconozca la vida naciente como factor decisivo del crecimiento de la comunidad. La relativa despoblación de nuestro amplio territorio no suele ser tenida en cuenta para instrumentar a partir de ese dato una política demográfica, que incluiría asimismo descomprimir concentraciones suburbanas utilizadas para perpetuar la politiquería y las ilusiones electoralistas. La consigna alberdiana «gobernar es poblar» y su incumplimiento es uno de los factores que explican el ancestral fracaso argentino. No bastarían decisiones adecuadas de gobierno sin una evolución considerable de la mentalidad social que recuperase la alegría de una filiación abundante. Juan Bautista Alberdi (que se quedó soltero) compartía con los liberales de su época la desconfianza hacia el criollaje; su anglofilia lo hizo incurrir en un proyecto racista: cruzar varones ingleses con mujeres criollas para «mejorar» la población.

 

La Iglesia se ha recluido en la cuestión de la pobreza creciente y no ha advertido que la cuestión demográfica está íntimamente vinculada a la moral y a la predicación de los valores evangélicos en el orden del matrimonio y la familia. La doctrina católica sobre el matrimonio y la familia es amplia y bella; permite un discernimiento justo de los problemas que plantea la cultura actual. Una verdad central de la antropología cristiana afirma que por su índole natural el matrimonio y el amor conyugal se ordenan a la procreación y educación de los hijos, que son su corona; ese es su servicio a la vida. En nuestros días, en un mundo ajeno y aun hostil a la fe, esta concepción hace presente un foco de luz en la sociedad. Si la percepción de este rasgo de la vida cristiana viene a alterarse, los efectos que puede brindar a la sociedad quedan también suspendidos. En ese sentido, la crisis posconciliar se hizo sentir como un apoyo al neomalthusianismo difundido en la sociedad secular.

 

En las costumbres cristianas el progresismo teológico y pastoral ha tolerado la difusión de comportamientos contrarios a la función esencial de servicio a la vida. La mala formación de los sacerdotes ha extraviado a generaciones de fieles en el confesionario y el consejo.

 

Los sucesivos gobiernos han desconocido la problemática poblacional y el influjo de los organismos internacionales dominados por la gran finanza que impone políticas contrarias al desarrollo de los pueblos atacando la innegable base biológica de los mismos. Insistiendo en el caso argentino, vale la pena hacer notar que según el último censo la relación entre población y territorio cuenta 17 habitantes por kilómetro cuadrado; la inmigración trae especialmente bolivianos y paraguayos, que aumentan la concentración poblacional del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), es decir, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los municipios bonaerenses de Almirante Brown, Avellaneda, Berazategui, Berisso, Campana, Cañuelas, Ensenada, Escobar, Esteban Echeverría, Exaltación de la Cruz, Ezeiza, Florencio Varela, General Las Heras, General Rodríguez, General San Martín, Hurlingham, Ituzaingó, José C. Paz, La Matanza, Lanús, La Plata, Lomas de Zamora, Luján, Marcos Paz, Malvinas Argentinas, Moreno, Merlo, Morón, Pilar, Presidente Perón, Quilmes, San Fernando, San Isidro, San Miguel, San Vicente, Tigre, Tres de Febrero, Vicente López y Zárate. Esta concentración lo es también de la pobreza y la inseguridad, todo lo contrario al crecimiento armónico de la Nación, que según la Constitución Nacional (art. 75, inciso 19) lo encomienda al Congreso, habida cuenta de las implicaciones sociales y geopolíticas.

 

La política poblacional es una necesidad urgente a nivel federal, de un valor estratégico para conservar el territorio nacional y favorecer el desarrollo del país. Sin embargo, esa intencionalidad puede concretarse en el plano municipal, donde el sentimiento patriótico y el aprecio del arraigo familiar pueden ofrecer soluciones efectivas que al multiplicarse equivalen a una medida general. Un ejemplo excelente es el caso de una comuna del sur de la provincia de Córdoba llamada Nicolás Bruzone. El intendente desea «refundar el pueblo», para lo cual ofrece 50 terrenos de 11 por 27 metros, gratuitamente, dentro del ejido urbano, a las familias que quieran instalarse y cuenten con un proyecto de vida y de trabajo. Hay que pagar por única vez una tasa municipal de $60.000 (unos 182 dólares) al contado o en doce cuotas de $5.000.

Todos los pueblos que tienen terrenos baldíos podrían hacer lo mismo: permitir que sean habitados por familias que quieran trabajar. Esta medida implica un proyecto de reubicación poblacional, una necesidad urgente de la Argentina. Como término de comparación se puede citar el contraste con la ciudad de Buenos Aires, donde las casas solariegas son derrumbadas para erigir en su lugar moles de cemento con departamentos de 18 metros cuadrados. El arraigo familiar es aquí imposible.

 

El caso del municipio de Nicolás Bruzone es ejemplar en cuanto al reordenamiento de una población que se aglomera en la Capital y en los municipios circundantes. Pero la cuestión es el incremento de la población: que nazcan más bebés. Se trata de una decisión de sabiduría, que debe ir unida a la no menos importante del cuidado de la Tierra, para que nadie sufra hambre o subalimentación, como desgraciadamente ocurre en muchos países; incluido el nuestro. La Tierra ha sido calificada como planeta exhausto, afectado en vastas zonas por la degradación de los suelos, la deforestación y el estrés hídrico. Insisto en que se trata de una cuestión de sabiduría: ocuparse seriamente en afrontar esos fenómenos que comprometen la sostenibilidad de la producción alimentaria.

 

La Argentina es una tierra de promisión; capaz de producir alimentos para varios cientos de millones de personas. Es incomprensible que una mitad de los niños y adolescentes estén sumergidos en la pobreza y muchos de ellos carezcan del alimento necesario. No se justifica de ningún modo una argumentación neomalthusiana.