Mons. Héctor Aguer
La Prensa,
05.03.2025
Cuando un
Pontificado se extiende muchos años, es natural que se piense qué sobrevendrá
cuando acabe. El católico mira al futuro de la Iglesia. ¿Qué es lo que
corresponde, entonces, para el tiempo que vendrá?
La Iglesia vive de
la Tradición, siempre debe volver a ella, especialmente, cuando le ha sido
indiferente o se ha distanciado de la misma, fascinada por la agenda mundana. La
Tradición no es mera repetición de lo mismo, sino una realidad viviente, que
crece y se desarrolla. Hace ya muchos siglos, San Vicente de Lerins enunció su
ley: "In eodem scilicet dogmate, eodem sensu, eademque sententia"; es
decir, un desarrollo en el cual la Tradición permanece siempre idéntica, pero
resulta siempre nueva. Ésa es su riqueza.
La Iglesia
de los próximos años debe volver a la riqueza de la Tradición. En muchos países
han comprendido esto los jóvenes, mientras que sus mayores permanecen aferrados
a novedades pasajeras. Este hecho -que puede comprobarse estadísticamente-
resulta paradojal.
Señalo un segundo
elemento que debe integrar el programa de la Iglesia en los próximos años. Es
una nueva vigencia del mandato apostólico que los Doce recibieron de Jesús, y
transmitieron a la posteridad: hacer que todos los pueblos y todos los tiempos
crean en el Evangelio. El ejercicio de este mandato implica dar a conocer la
Persona y la obra de Cristo. La Iglesia, a pesar de su desarrollo de siglos
sigue siendo en el vasto mundo un "pequeño rebaño"; la Misión es
esencial en su vida. Especialmente, es necesario fortalecer los enclaves que ya
se han instalado en regiones paganas o donde subsisten antiguas religiones.
Otro elemento con
el que espontáneamente se extiende la vida de la Iglesia es el diálogo entre la
Fe y la cultura; que tiene por fin la creación de una cultura cristiana. La
historia eclesial atestigua que, a lo largo de los siglos, hubo épocas en que
la cultura cristiana fue una realidad; las obras de esos períodos permanecen
como pruebas, y constituyen a la vez ejemplos para el futuro. No se trata de
copiar esos modelos; en cada época la realidad mundana ofrece una nueva
oportunidad que la vigencia de la Fe aprovecha. Es la perenne realización del diálogo
Fe - cultura.
El rumbo de la
Iglesia apunta al Cielo. Ése es el fin de la creación del espacio eclesial, que
surgió en Pentecostés con el discurso de Pedro. ¿Cómo la figura del primero
entre los Doce se prolonga en el Pontificado papal? Es que Pedro llegó a Roma y
acabó allí sus días. Cuando uno va a Roma le muestran la sepultura de Pedro. No
se puede negar. La historia lo corrobora. Pero la Iglesia predica el Fin, que
es la consumación del Reino, del cual ella es un módico anticipo.
La predicación de
la Iglesia a los fieles debe mostrarles el Cielo como la meta de cada vida.
Explicará, también, que el Cielo es la visión del Dios Trino "cara a
cara". Lo escribió el Apóstol Juan: "Cuando lo veamos seremos
semejantes a Él" (1 Jn 3, 2).