viernes, 13 de junio de 2014

DOS COMENTARIOS SOBRE EL ECOLOGISMO

Ecofachos

Por Pablo Esteban Dávila


El patetismo de supuestos ambientalistas destrozando la legislatura por una Ley que, paradójicamente, protege el medio ambiente hace difícil el análisis de la protesta. Es tanta la irracionalidad, el equívoco conceptual de estos grupos, que lo único que produce es estupor. No hay idealismo en inadaptados destruyendo el patrimonio público, no hay nobleza en quienes arrojan piedras y huevos a los legisladores, no hay épica en los que atacan a los policías por el solo hecho de provocarlos. Sólo violencia. Violencia nihilista, violencia vacía. Tan vacía como los argumentos presuntamente ecológicos que dicen defender.

En una democracia las ideas compiten, se trenzan en la lucha simbólica del debate. Esto es siempre es saludable. Pero, a los efectos de que las ideas de las mayorías no terminen invisibilizando las de las minorías, existen reglas de juego para que todas las voces puedan escucharse. Es por ello que, cuando alguna idea debe transformarse en una ley que obligue a toda la comunidad, estas reglas se condensan en el funcionamiento del Poder Legislativo, que es el encargado de escuchar, analizar y decidir sobre las iniciativas que sus miembros presentan en representación del pueblo que los ha votado. Va de suyo que, si una idea se transforma en Ley, vale tanto su contenido material como el procedimiento formal que se ha respetado para su aprobación. Es, precisamente, el respeto por las formalidades (el debate en comisiones, la regla de la mayoría, los reglamentos legislativos, etc.) lo que permite que una norma devenga en obligatoria para todos, independientemente si algunos están o no de acuerdo con sus contenidos.

En el caso de la ley de ambiente aprobada el pasado miércoles, la norma siguió un derrotero ejemplar. Su proyecto original fue enviado a la Legislatura por el Poder Ejecutivo a mediados de febrero y prácticamente todos los bloques trabajaron sobre sus disposiciones. Luego de tres meses de trabajo, se llegó a un consenso casi unánime en torno a su contenido. El texto así acordado fue apoyado tanto por peronistas como radicales y juecistas. Sólo la legisladora Cintia Frencia, del Frente de Izquierda, se opuso. Como corresponde, el plenario escuchó sus motivos. Se supone que ella fue la vocera de las razones que gritaba la minúscula claque que protestaba fuera del recinto. Pero esto, al parecer, no fue suficiente para sus representados.

Cuando un grupo quiere imponer sus puntos de vista sobre los demás sin atenerse a las reglas de juego republicanas se dice que tiene un comportamiento fascista. No importa que el grupo en cuestión se diga de izquierda, la metodología es la misma. Tal vez, a los fascistas de derecha se los denomine gamberros, mientras que a sus colegas de izquierda se los llame activistas, pero las diferencias son sólo semánticas. Ambas manifestaciones descreen de la representación política y coinciden en que la violencia es un camino lícito para llevar a cabo sus programas. Las dos son igualmente peligrosas para la salud democrática.

Pero esto no parece ser evidente para todos. El espectáculo de encapuchados ante la legislatura casi no produce reprobaciones de parte de los medios de comunicación. Tampoco parece generar preocupación el hecho que raquíticos piquetes de activistas hayan impedido a la empresa Monsanto realizar actividades para las que tuvo expresa autorización. Es como si este tipo de gentes estuviera por encima de la ley, no al estilo de los marginales, sino como si gozaran de una suerte de inmunidad meta – republicana derivada de la presunta nobleza de su causa.
Pero esta nobleza está lejos de existir. Ayer, por ejemplo, un fotógrafo de La Voz del Interior sufrió en carne propia las consecuencias de tolerar este fascismo ambientalista. Cuando Ramiro Ferreyra se acercó al campamento que bloquea el ingreso a la planta de Monsanto en Malvinas Argentinas, cuatro encapuchados le ordenaron que se abstuviera de hacer más instantáneas y que borrara la tarjeta de memoria de su máquina. De nada valieron sus protestas ni las invocaciones a la libertad de prensa. O cumplía sus órdenes o no podría irse. Recién después de obedecer, Ferreyra pudo regresar por donde había venido. ¿Llamarán sus colegas por su nombre a este proceder ilegal y autoritario?

Este comportamiento se emparenta con el de la propia legisladora Frencia. Según han coincidido varios de sus colegas, Frencia marcó a algunos legisladores favorables a la ley ante los activistas en el momento de ingresar al recinto. Los fascistas, previsiblemente, arremetieron contra ellos a pedradas, quienes a duras penas se salvaron de sufrir heridas. Es evidente que, así como para este tipo de exaltados la ley no existe, para Frencia tampoco es importante el respeto por los que piensan diferente. Para ella la diversidad es un argumento relevante sólo cuando se encuentra en minoría pero, cuando por circunstancias excepcionales su posición resulta ser la más fuerte (como lo fue el estar rodeada de gánsteres envueltos en kufiyyas de inspiración yihadista) el pluralismo es un molesto resabio burgués que merece el linchamiento.

La mezcolanza entre este izquierdismo sin Marx y ambientalismo de Facebook sólo puede producir Ecofachos violentos e irracionales que se oponen, incluso, a una norma que tiene aspectos que les viene como anillo al dedo como, por ejemplo, el supeditar a consultas populares inversiones que pudieran tener impactos ambientales. No hace falta ser muy astuto para darse cuenta que, con este tipo de salvaguarda, ninguna emprendimiento que encierre alguna polémica será autorizado de aquí en adelante.
Esta miopía se explica porque, a diferencia de los comunistas de antaño, ninguno de estos activistas lee otra cosa que sus propios argumentos circulares en las redes sociales, lo que los lleva a caer en el notable contrasentido de protestar contra una Ley que, en cuestiones muy prácticas, les asegura un amplio campo de acción para futuros desmanes, bloqueos, campamentos, escraches o cualquier otra iniciativa de inspiración autoritaria que se les ocurra. Marx presentaría el caso como un típico ejemplo de alienación, un síntoma de falta de conciencia de clase. Pero Marx está en desuso, todavía más para quienes dicen ser sus legatarios ambientalistas.


Alfil, 13-6-14

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Reprobados en biología; también en política

Por Gabriel Osman



La Funam es una de las organizaciones ambientalistas más activas en Córdoba que tiene como ventaja adicional con sus pares estar conducida por Raúl Montenegro, un biólogo con excelentes reflejos para aprovechar las oportunidades que le brinda el sistema mediático, como que los conoce por dentro, pues ha trabajado en varios en Córdoba.
Hace poco formuló una denuncia, que transcribieron muchos medios, en la que daba cuenta de un estudio sobre muestras de sangre en diez vecinos de Malvinas, que indicaban la existencia de peligrosos químicos clorados (Aldrin, Dieldrin, Gamma HCH, pp’ DDT, op’ DDT y pp’ DDE), prohibidos desde hace 20 años. Lo suyo fue de una puntería quirúrgica: malditos agroquímicos como los encontrados en Ituzaingó Anexo nada menos que en Malvinas Argentina, donde tiene planes mefistofélicos la diabólica Monsanto.

El estrépito fue alcanzado inmediatamente. Pero lo que vino después reveló la ignorancia manifiesta de este ambientalista en cuestiones que son de su estricta incumbencia. La refutación corrió por cuenta del toxicólogo Fernando Manera, un especialista que no es solvencia ni títulos lo que le falta: Fundador de la Asociación de Bromatología, Zoonosis y Medio Ambiente de Córdoba y autor de “Una Amenaza Visible”, libro que trata sobre los riesgos toxicológicos a los que el ser humano está expuesto a diario.

Este diario publicó sus palabras en su edición del 19 de mayo: “Los compuestos químicos encontrados en la muestra (de Malvinas Argentinas) contienen cloro en su formulación, y provienen de agentes prohibidos en Argentina hace unos 20 años, que son altamente persistentes y se transmiten de una generación a otra. Estuvieron en los alimentos a nivel mundial, y por eso es altamente probable que cualquier persona de aquí o de otro país presente las mismas sustancias”. Una semana después –edición del 26 de mayo- lo dijo en forma más irónica en La Voz del Interior: “Si analizáramos a Angela Merkel (canciller de Alemania desde 2005), encontraríamos lo mismo que en Malvinas Argentinas”.

Ayer, activistas ambientales cordobeses hicieron frente a la Legislatura lo único que saben hacer la mayoría –o los más ruidosos- de los ambientalistas en estas latitudes: tumulto y un desconocimiento supino de las posibilidades que le da la nueva Ley de Medio Ambiente, aprobada prácticamente por unanimidad.
El Capítulo XII, Participación Ciudadana para la Convivencia en Materia Ambiental, con sus doce artículos, le otorga a todos los ambientalistas y ciudadanos de a pie, formidables instrumentos de participación, racionales e institucionales, para bloquear con motivos cualquier proyecto que atente de manera no sustentable le contra el medio ambiente.
Reprobados también en política.

Alfil, 12-6-14