Por Daniel
Muchnik
Corrupción hubo
siempre y en todas partes. Como la maldad, la brutalidad y la impunidad. El
gran problema es cuando se vuelve parte de un sistema y, difícil de extirpar,
enferma a la sociedad toda. Es el caso de la Argentina. Asegurar
que toda la sociedad ha sido corrompida es hablar de un tiempo abismal, un
tiempo de zozobra. Ocurre lo mismo si se la identifica con el poder o con las
distintas formas de hacer política, porque de esa manera se anula la
posibilidad de vivir en una República: todos sospechan de todos. Se trata de un
fenómeno que termina con la vida democrática.
Los estudiosos hablan
de la vida azarosa en Roma. La voz generalizada era: "En Roma todo se
compra". El historiador Salustio, que vivió en el siglo I a.C., lo
sintetizó de este modo: "Los poderosos comenzaron a transformar la
libertad en licencia. Cada cual se llevaba lo que podía, saqueaba, robaba. El
Estado era gobernado por el arbitrio de unos pocos. Tenían en sus manos el
Tesoro, las provincias, los cargos, las glorias y los triunfos. Los jefes
repartían los botines con pocos".
Salustio mismo fue
procesado tras quedarse con dineros ajenos, mientras ocupaba un cargo en una
provincia del Imperio. No tuvo otra salida que buscar la protección de César,
quien ayudó a que un tribunal lo absolviera. Una vez conseguido ese fallo, pagó
su libertad comprando una villa para César, cerca de Tívoli. Y Roma, su encanto
y su poder, no duraron mucho.
Thomas Hobbes,
fundador de la filosofía política moderna, aseguró que "el interés y el
miedo son los principales principios de la vida en comunidad". Adam Smith
cuestionó a los gobernantes en general. En La riqueza de las naciones, escribió
: " El vulgarmente llamado político es aquel astuto animal cuyas
decisiones están condicionadas por intereses personales".
Habrá que esperar a
las revoluciones burguesas para que se pongan en práctica esquemas de
organización pública respetables, como el constitucionalismo y las separaciones
de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Todo ello asomó en
Inglaterra.
Al finalizar el año,
y pese a la permisividad de ciertos jueces, cada vez están más probados los
excesos de gran cantidad de funcionarios en nuestro país, que manipulan los
fondos públicos indiscriminadamente. Las consecuencias de esos actos son claras
: crece la desigualdad social, una minoría de empresarios amigos del poder se
apropian de todas las obras públicas, pocas decisiones se ajustan a la ley, en
todos los sectores de la administración estatal surgen los que le dan la
espalda a las mayorías por caprichos, por obsesiones o por afán de
enriquecimiento ilícito.
La corrupción, desde
hace décadas, se ha hecho costumbre en la Argentina. Cada
año que pasa la enfermedad es más grave. Lo que hicieron antes queda
minimizado. Resulta doloroso cuando la corrupción no afecta, no irrita y no
despierta reacciones populares masivas, pese a las denuncias constantes y a los
hechos que salen a la luz. En los rankings sobre los países de América latina
más comprometidos con esta patología asoman la Argentina , Brasil,
Venezuela, México, una parte importante de América Central. La corrupción no
provoca reacciones y ni siquiera es estigmatizada en aquellas naciones con
conducciones populistas. Sí es condenada en países que aspiran a tener
administraciones sensatas, racionales y modernas.
En España, en estos
días, invadida por continuos escándalos de corrupción en todo el espectro
político y administrativo, los dirigentes piden perdón y advierten que los que
transgreden la ley son una minoría. Nadie les cree porque ya han ingresado en
el escepticismo, tras una década de exacciones exhibidas en las vitrinas de los
medios de comunicación. Ese escepticismo ha agotado la confianza en los
partidos surgidos a partir de la convivencia democrática fijada en la Constitución de 1978,
tres años después de morir Franco. Y las preferencias ahora se vuelcan sobre la
nueva organización Podemos, que tiene raíces de izquierda en las revueltas de
los indignados y muestra inclinaciones populistas al mejor estilo
latinoamericano. Un proceso que preocupa a los que desean una península
organizada y sensata.
En Italia o en
Francia la crisis política corre en paralelo a la crisis económica. Como en
varios países vecinos, han aumentado la xenofobia, la fiebre racista y el apoyo
a las derechas extremas.
Esta lectura de la
realidad lleva al cristinismo a señalar que la crisis es mundial, que la
corrupción es universal. Pero no están diciendo la verdad en su afán por
proteger a los transgresores que fueron señalados. No hay corrupción
generalizada en numerosos casos, incluso entre nuestros cercanos Chile, Uruguay
y Perú. En ellos, como en los países nórdicos, como en Japón, en Australia o
Nueva Zelanda, hay castigos ejemplares para los corruptos.
Que la Presidenta se haya
enriquecido generando sospechas por su crecimiento vertiginoso, que tenga
empresas privadas y las explote, que sea socia de un hombre investigado por
negocios poco claros, entra en colisión con la ética. Para defenderse, los
oficialistas acusan de "destituyentes y golpistas" a todos aquellos
que cuestionan al Ejecutivo. El espíritu de la democracia abrazada en 1983 se
diluye cuando las dudas sobre el poder no se aclaran.