-Y
DEL OBEDIENCIALISMO TEOLÓGICO-
Dr.
Sergio Raúl Castaño
7
de diciembre de 2014
En un artículo de
síntesis sobre el bien común político, próximo a aparecer, caracterizamos el fenómeno del obediencialismo ortodoxo católico
contemporáneo (al que calificamos de “devastador”) como “una obediencia mal
entendida e hipertrofiada, voluntarista y, sobre todo, nominalista”. Asimismo,
en un trabajo sobre Francisco de Vitoria, aparecido en una obra colectiva en
México, habíamos observado que “el maestro salmantino está lejos de ceder al
absolutismo papal o de manifestar tendencias papolátricas, en lo cual se revela
como un fiel exponente de la genuina forma mentis católica”, e identificábamos
dichas tendencias con una “corrupción doctrinal ockhamista”, contraria a Sto.
Tomás y a la tradición católica. En el mismo libro, en el capítulo “Benedicto
XVI, defensor del Logos”, Beatriz Reyes
Oribe enjuicia el fenómeno histórico-espiritual del obediencialismo como
expresión del voluntarismo occidental y como un punto de llegada de la
exclusión del Logos del pensamiento cristiano.
Para dar razón de
ésas y otras afirmaciones en el mismo sentido, vertidas por escrito y oralmente
por nosotros en los últimos años, ofrecemos la traducción parcial de un
importante estudio dedicado a los fundamentos de la moral en Ockham, “Die
Grundlagen der Ethik Wilhelms von Ockham”. Creemos que su lectura hace patente
la enorme relevancia doctrinal del Venerabilis Inceptor para la mentalidad
moderna, tanto en la teología como en la filosofía teórica y en la filosofía
ético-jurídico-política. Su autora, Anita Garvens, plantea las consecuencias de
los principios metafísicos de Ockham en el específico campo de la verdad del
orden práctico.
En este breve texto
veremos prefigurarse –o, sin más, aparecer con nitidez- el perfil pavoroso del
Dios protestante; la moral kantiana del deber ser –y, en general, la
desvinculación del orden práctico respecto del orden teórico, que conllevará la
inevitable objeción de “falacia naturalista” por la ética nominalista
anglosajona-; la “moral de la obligación” católica, según la expresión de
Pinckaers (caricatura de la moral clásica tradicional); la matriz del “auctoritas,
non veritas facit legem” hobbesiano –pues nótese que hay analogía de
proporcionalidad propia en las relaciones de subordinación entre el soberano y
los súbditos en Hobbes y Dios y las criaturas en Ockham-. Y, en lo que hace al obediencialismo papolátrico, resulta inocultable
la filiación teológico-metafísica ockhamista -en el plano de los principios-
que se echa de ver en la contemporánea resolución (incoada o acabada, potencial
o actual, implícita o explícita) de toda verdad y rectitud en la decisión
discrecional libérrima del supremo poder (humano, en este caso), que puede
pretender hacer tabla rasa de la
Tradición , del culto, de la ley natural, hasta de la
mismísima ley de Dios. Y esa voluntad omnímoda es la que hoy reclama –y, muchas
veces, obtiene- obediencia de los fieles para todo ello.
Ockham ha construido
el paradigma divino de la constitutiva mutabilidad y derogabilidad de cualquier
norma, a partir del cual la posteridad fue concibiendo la idea de que todo poder supremo se halla investido de derechos
absolutos. Idea a cuya pregnancia no ha escapado el orden político. Ni -antes
al contrario- el orden eclesial.
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