jueves, 29 de julio de 2021

LA PFIZER Y LAS TASER

 


o la ideología de la estupidez

Por Pablo Esteban Dávila

Alfil, 28-7-21

 

El principal problema del gobierno nacional es ideológico. Todos sus problemas -y, por carácter transitivo, los del país- derivan de este tronco programático. Su ideología es una mezcla de populismo, progresismo setentista, proto-autoritarismo, estatismo empresario e intervencionismo económico, un combo difícil de calzar en alguna de las corrientes tradicionales del pensamiento político. No obstante, y aun así, es posible identificar una variable que traspasa a estos componentes: la estupidez.

 

Ejemplos sobran, pero basta con analizar los casos de las vacunas de Pfizer y el de las pistolas Taser para concluir en que esta constante efectivamente preside las grandes decisiones del Frente de Todos.

 

Comencemos por las vacunas. Ya se ha dicho prácticamente todo respecto al desaguisado con el laboratorio estadounidense. El resumen indica que, siendo la Argentina uno de los países que más colaboró para los ensayos de Fase III de esta fórmula no obtuvo, sin embargo, las dosis a la que podría haber tenido acceso. La causa eficiente fue la inclusión de la palabra “negligencia” dentro del artículo 4° de la ley 27573, pero la formal debe ser buscada en las concepciones antiimperialistas del Frente de Todos, que les aconsejaban no rendirse ante las exigencias de las transnacionales y resistir a lo que diera lugar, como si se tratase de una batalla contra una potencia colonial. El ministro de salud de la provincia de Buenos Aires, Daniel Gollán, hasta llegó a decir -en aras de justificar tal acto de “dignidad”- que Pfizer pretendía quedarse con los glaciares y otros recursos soberanos.

 

El resultado de esta esquizofrenia fue que, en lugar que contar con aquella vacuna -originariamente comprometida por el laboratorio para diciembre pasado- el Ministerio de Salud de la Nación tuvo que salir a comprar de apuro la Sputnik V y atar la suerte de los adultos mayores a la especial combinación de los componentes 1 y 2 de su formulación. Tuvieron que transcurrir siete meses (y la proximidad de las PASO) para que el presidente comprendiera la gravedad de la situación y dictase un DNU destinado a corregir la enorme metida de pata incurrida en la sanción de la pomposa ley de vacunas destinadas a generar inmunidad adquirida contra el covid-19.

 

Con el horizonte ya despejado, la ministra Carla Vizzoti acaba de anunciar que el gobierno ha adquirido 20 millones de dosis a Pfizer, que llegarían al país en las próximas semanas en vuelos nacionales y populares de Aerolíneas Argentinas. Y entonces… ¿por qué no se hizo antes? Simplemente, por lisa y llana estupidez ideológica. Nada impedía que el presidente corrigiera la ley o que ordenase a sus legisladores que quitaran la palabra de la discordia. Pero no lo hizo. Su abstención en hacer lo correcto le costó la vida, innecesariamente, al menos a un par de millar de compatriotas, amén de una desautorización al músico oficialista Ignacio Coppani quien, a mediados del mes pasado, compuso una canción para burlarse de la obsesión de “los gorilas”: Traigan la Pfizer, quiero la Pfizer. Dame la Pfizer, poneme la Pfizer. Entonces yo le pregunto. ¿quién hizo el himno nacional? don Vicente López y Pfizer. ¿En Madrid quien ganó la final? El glorioso River Pfizer. Deberá, en adelante, componer otra ensalzando las virtudes del viagra (también de este laboratorio) para no quedar offside; al menos, saldría bien parado.

 

Sigamos ahora con la Taser. Como se sabe, se trata de pistolas diseñadas para incapacitar a una persona a través de descargas eléctricas que la invalidan temporalmente mediante dardos unidos al dispositivo por alambres conductores. Son ampliamente utilizadas por fuerzas policiales de todo el mundo debido a que no son letales y que evitan el riesgo de daños colaterales al no utilizar balas que pueden rebotar contra superficies y herir a terceros inocentes.

 

La exministra de seguridad Patricia Bullrich oficializó, en mayo de 2019, el uso de esta pistolas por parte de las fuerzas federales de seguridad, lo cual motivó una fuerte oleada de críticas de parte de la izquierda y del actual Frente de Todos. Quienes impugnaban su empleo argumentaban que las Taser tenían un funesto parentesco con la picana eléctrica utilizadas por los torturadores del Proceso Militar y que violaban los derechos humanos. Hebe de Bonafini llegó a decir que, si era cierto que no mataban, pues que las probasen con “la hija de Macri (Antonia), los hijos de la Vidal y los hijos y los parientes de la Bullrich” y que solo así les creería.

 

Cuando Alberto Fernández llegó al poder y siempre atento a las prevenciones de la señora de Bonafini, Sabina Frederic, la responsable de la cartera de Seguridad, derogó el protocolo de uso las pistolas eléctricas que había sido impulsado por su antecesora macrista. Tanto el presidente como su ministra dejaron bien en claro que, para la ideología de seguridad que postulaba su gobierno, era mejor matar a los delincuentes (presuntos o flagrantes) que aparentar picanearlos y violar sus derechos humanos.

 

El asunto pasó a segundo plano conforme se multiplicaban las malas nuevas de la pandemia pero, merced a un reciente y episodio protagonizado por Santiago “Chano” Charpentier, los abogados de las Taser reforzaron sus convicciones sobre la conveniencia de su uso. En la noche del domingo el músico, un adicto a las drogas, tuvo un brote psicótico e intentó agredir a su madre con un cuchillo en su casa. La policía, convocada de urgencia, no pudo detenerlo y Chano terminó con un disparo efectuado por un efectivo y aparentemente en defensa propia. Por este hecho se encuentra internado y con lesiones de consideración.

 

Si la policía hubiera dispuesto de una Taser, Chano estaría sano y salvo. Habría sido reducido sin riesgos para su vida ni para los demás. Pero como esta pistola sufre del anatema del progresismo, la única solución fue utilizar un arma de fuego para impedir que el ex Tan Biónica atacase a los presentes completamente fuera de sí.

 

Vale, por lo tanto, enfatizar la constatación: ¿puede una ideología ser tan estúpida? Demorar criminalmente la llegada de vacunas tan indispensables como seguras o prohibir la utilización de un arma no letal con argumentos de una dictadura ya lejana son testimonios de una simpleza que sonroja y asombra. A estas pruebas deben adicionarse otras, tales como las prohibiciones para exportar carnes o la insistencia en el control de precios, que ocasionan, paradójicamente, los incrementos en los precios que se buscan evitar adoptando este tipo de medida. ¡Que triste no disponer, tan siquiera, del consuelo de una vacuna! La estupidez no cuenta, por el momento, de antídoto alguno. Y tal vez no haya ninguno disponible en los siglos venideros.