miércoles, 28 de febrero de 2018

LA ERA DE LAS LICUADORAS Y LAS PALMERAS



No está todo perdido. Cuando se lee la opinión de una joven política de Córdoba como la que transcribimos, resurge la esperanza en el futuro de nuestra nación.



Teresita Vexenat De francisco
Asesora Encuentro Vecinal Córdoba

Lo único que queda de Revolucionario en Argentina son las licuadoras, el único cambio y recambio ha sido la palmera de la Casa Rosada.
Lejos quedó “La Era de las Revoluciones” que Eric Hobsbawm escribió y describió.

Solo observo más de lo mismo con distinto nombre político o distinto color, pero lo mismo al fin: desigualdad social, pobreza, inseguridad, narcotráfico, corrupción, cada vez más presupuesto en publicidad de gobierno, menos para educación y salud. Nadie se hace responsable, sálvese quien pueda!!!!
En última instancia, desde los gobiernos “más populistas a los menos populistas”, “de los mas derechosos a los menos” el saldo lo sigue pagando el que menos tiene, el más vulnerable, el desprotegido.

Hoy le toca pagar los platos rotos al niño por nacer, por eso el aborto es el primer tema de la agenda setting. No me sorprende que el gobierno de Macri sea proclive a esta perspectiva, adepto a recetas económicas del Banco Mundial, FMI, Banca Morgan y demás, en mi opinión, era cuestión de tiempo. Debido a que estos organismos son quienes financian directa o indirectamente las “políticas de salud” del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), La Organización Mundial de la Salud (OMS), de las Organización de las Naciones Unidas (ONU), entre otras muchas organizaciones más. 

Los objetivos de bajar los niveles de pobreza, desigualdad social y promover el desarrollo en América Latina, se encuentran enarbolados en los discursos, programas y proyectos de estas organizaciones hace años. Será que las variables económicas financieras no nos han bendecido y por esa razón estos objetivos se han ido al tacho, pero no hoy, hace más de 50 años atrás. Durante los años 70 se sucedieron una serie de esterilizaciones forzadas de mujeres nativas y de pueblos originarios a lo largo de toda Latinoamérica.

La esterilización forzada está catalogada como crimen de lesa humanidad o crimen de guerra y un delito grave de violencia sexual . Reconocido como crimen de guerra en el proceso de los Juicios de Núremberg . Uno de los casos más resonantes fue en Perú. Su ex presidente Alberto Fujimori ha sido acusado por genocidio y crímenes contra la humanidad por las esterilizaciones forzadas durante su gobierno. En febrero de 1996, la propia OMS felicita a Fujimori por su plan de control demográfico. Seguir realizando esta práctica implicaría que los sucesivos presidentes de distintos países del mundo comenzaran a ser juzgados por esta clase de políticas.

Es por ello que el método del siglo XXI para disminuir la pobreza, la desigualdad y promover el desarrollo de los países “ en vías de desarrollo”, es el aborto libre y legal. El Aborto es la esterilización del siglo, solo que ahora es “VOLUNTARIA”. Una boca menos para alimentar, un niño menos que educar, multiplicado por la cantidad de mujeres y hombres en edad fértil redituará en una disminución de población considerable para que “los pobres” no afeen nuestras ciudades, el riesgo país nos deje de comer la cabeza y los “objetivos del milenio se cumplan”.

La verdad me sorprenden los partidos de izquierda, ¿donde les quedó la revolución cuando promocionan y militan esta clase de práctica totalmente ligada al control poblacional, económico, social y cultural de la Argentina y el mundo y, más aun, al servicio y financiada por el capital?

Los animales y las maquinas saldrán prontamente a marchar para defendernos porque lo que es de nuestra parte, la humanidad la hemos perdido en alguna revolución de la licuadora.
Escuchar que hablan a favor de las mujeres violadas y que quedaron embarazadas es una burla cuando el argumento es decidir sobre el cuerpo, el cuerpo de otro y violarle los derechos a alguien que no puede defenderse, un bebé por nacer, lo mismo que le sucedió a la mujer violada. Sin descontar el trauma de la violación y el trauma post aborto que padecen las mujeres sometidas a estos ultrajes.

A las niñas y niños por nacer, hoy no se les respetan sus derechos. Pero a nadie le importa, no votan ni van a las marchas. Nos hemos vuelto sádicos con los desprotegidos y revictimarios de las víctimas.

Una bacteria en el planeta Marte es vida, un óvulo fecundado en el planeta Tierra es nada, es un resto patógeno. Habrá que ir a vivir a Marte. No se olviden de llevar la licuadora y la palmera.



martes, 27 de febrero de 2018

VALE PARA SUMARIO



Salvini saca el rosario y el Arzobispo de Milán le pide que se limite a la política

Carlos Esteban

Infovaticana, 26 febrero, 2018

En la manifestación de cierre de campaña, en la Plaza del Duomo de Milán, el candidato con más posibilidades de alzarse con la victoria, Matteo Salvini, ha sacado un rosario, un ejemplar de la Constitución y unos Evangelios y ha pronunciado un particular juramento: “Juro ser fiel a mi pueblo, a sesenta millones de italianos, de servirle con honradez y valentía; juro aplicar de verdad la Constitución italiana, ignorada por muchos, y juro hacerlo respetando las enseñanzas contenidas en estos sagrados Evangelios”.

Hablábamos ayer de cómo el desconcertantemente popular parlamentario ‘tory’ Rees-Mogg animaba a los católicos a entrar en política y, sobre todo, a no tener miedo de dar testimonio de su fe en la plaza pública, asegurando que la sociedad, aunque no está de acuerdo con él, siempre respeta a un católico que no teme declarar sus firmes principios enraizados en la fe.

Eso ha hecho Salvini pero, naturalmente, no a todos les ha parecido bien. Por ejemplo, al Arzobispo de Milán, Mario Delpini, quien ha expresado su desagrado declarando que “en las elecciones se debe hablar de política”.

Un espíritu malicioso podría responderle a Su Ilustrísima que quizá ha llegado el momento en que los políticos hablen de religión cuando los religiosos parecen hablar preferentemente de política, y que si un candidato saca públicamente un rosario quizá sea el único modo de ver a un líder hacerlo en público, porque los prelados están demasiado ocupados salvando el planeta del Cambio Climático o consensuando con la ONU cuántos millones de africanos deben cruzar el Mediterráneo en pateras y llegar a nuestras costas.

En cualquier caso, tanto la admonición de Rees-Mogg como el gesto de Hilaire Belloc, el hombre que acercó a Chesterton al catolicismo. Belloc se presentaba a las elecciones por el Partido Liberal en un distrito fieramente anglicano con el doble obstáculo de ser medio francés y totalmente ‘papista’. De hecho, conociendo a su electorado, su rival conservador había hecho de ‘no votéis por un francés papista’ su lema de campaña, por lo que los correligionarios de Belloc le aconsejaron, con motivo de su primer mitin, que obviase su fe durante su discurso.

Pero Belloc, nada más subir al estrado y para horror de sus amigos, sacó un rosario.

“Caballeros -dijo-, soy católico. Siempre que me es posible, voy a misa cada día. Esto es un rosario. Siempre que me es posible, me arrodillo y rezo las cuentas cada día. Si me rechazáis por mi religión, daré gracias a Dios por haberme ahorrado la indignidad de ser vuestro representante”.

Una pausa, un silencio que se podía cortar. Y, enseguida, un atronador aplauso. Belloc logró el escaño. No por ser católico, obviamente, sino por ser valiente y coherente. Los católicos llevamos demasiado tiempo repitiéndonos y repitiendo a nuestros políticos que “en las elecciones hay que hablar de política”, como si la fe no condicionase nuestra visión total del mundo y, por tanto, de los principios que rigen la vida política.

Pero, sobre todo, que la fe forma parte integral de lo que somos y, por lo mismo, de lo que debemos mostrar a los demás. Salvini difícilmente está ‘utilizando’ la fe como cínico instrumento de manipulación electoral, porque no puede decirse que los principios cristianos gocen de demasiada popularidad en estos momentos. Pero en un tiempo en que cuesta encontrar clérigos que no hablen como jefes de relaciones públicas de una ONG, yo personalmente agradezco al candidato de la Liga Norte su gesto valiente.

JORNADAS DE FORMACIÓN POLÍTICA



Las ideologías del siglo XX desde la perspectiva social cristiana

FECHA
TEMA
06/03
Autoridad política y formas de gobierno
20/03
Liberalismo
03/04
Comunismo
17/04
Fascismo
03/05
Nacionalsocialismo
15/05
Democracia (como soberanía del pueblo)
29/05
Capitalismo
12/06
Nueva era como ideología política
26/06
El concepto de Liberación como base de acción política
03/07
Cierre de las jornadas

Documentos a estudiar:
1) Diuturnum illud - Au milieu des solicitudes – 2) Libertas praestantissimum - Octogesima adveniens -3) Divini Redemptoris – 4) Non abbiamo bisogno – 5) Mit  brennender Sorge – 6) Notre charge apostolique – 7) Rerum Novarum - Quadragesimo anno  - Centesimus annus – 8) Jesucristo, portador de agua viva -9) Libertatis nuntius

*Los documentos pueden obtenerse en:

www.documentos-magisterio.blogspot.com.ar

Organiza: Bloque legislativo de Encuentro Vecinal Córdoba

Lugar: Legislatura de Córdoba, Rivera Indarte 33, Sala N° 1

Coordinación: Mario Meneghini

*Las reuniones de análisis se harán los días indicados en el cronograma, a las 19 horas, a partir del martes 6 de marzo de 2018.

La actividad será gratuita, previa inscripción en: mrosamarcone@gmail.com o Teléfono 4203489
                                                             






lunes, 26 de febrero de 2018

LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO: ¿PROGRESO O BARBARIE?



por CARLOS DANIEL LASA

• FEBRERO 25, 2018


El progresismo, fiel a su principio de “amar siempre lo nuevo”, no es más que la expresión de un sociologismo, producto derivado de la descomposición del marxismo. El progresismo es la manifestación de aquella conciencia para la cual toda afirmación es expresión de un tiempo determinado: nada posee un valor intemporal (excepto, claro está, su propia afirmación la cual tiene un carácter dogmático y eterno).

En la actual circunstancia, el hecho de sostener la despenalización del aborto sería la expresión de una conciencia puramente epocal que está dispuesta siempre a asumir lo nuevo como sinónimo de progreso. Legalizar el aborto equivaldría a una “conquista” en el camino de la conciencia humana hacia la total emancipación, la cual coincidiría con la entronización de un sujeto absolutamente auto-referente que ha llegado al cenit en su desvinculación con todo lo que no sea él mismo.

En este camino hacia la pura libertad negativa como ideal de vida, todo (incluida la mismísima vida humana) debe ser considerado como un obstáculo a ser superado. De esta manera, un ser humano en el vientre de su madre puede ser considerado un obstáculo para que esa mujer ejerza sus derechos sobre su propio cuerpo (léase: mi voluntad, auto-referente, no debe nada a nadie).

Este narcisismo en estado puro, potenciado por el poder de la tecno-ciencia, se manifiesta hoy en la elección del ser de mi hijo, al cual puedo elegir “a la carta”; o también en el deseo de prolongar mi vida biológica más allá de lo esperable, etc. Dado, entonces, que el querer se considera una instancia sagrada, todo debe ser sometido a sus dictámenes, incluida la sentencia de muerte dada a una vida inocente. De allí se entiende, entre otras cosas, la desaparición del uso del término “deber”. Un ser absolutizado, acaso, ¿puede ser deudor de alguien? La vida buena, por lo tanto, no consiste ya en obrar conforme a un modelo previo a la voluntad, sino, primordialmente, en la generación del modelo mismo por parte de mi voluntad. El hombre carece de naturaleza, de un ser y una finalidad dadas: su ser es lo que él mismo quiere hacer de sí.

La lógica del denominado “sentido histórico” que sustituye la distinción ética bueno-malo por la de nuevo-viejo, nada nos enseña acerca de los valores. En consecuencia, el abandono de un verdadero principio moral hace que los juicios de valor queden privados de todo soporte objetivo. En este caso, como muy bien lo señala el gran filósofo de la política Leo Strauss, llevando la tesis referida al absurdo, “los valores de la barbarie y del canibalismo serían tan defendibles como los de la civilización” (1). La lógica nihilista pretende, una vez más, servir de fundamento a una organización jurídica “progresista”, consistiendo el progreso, en este caso, en la materialización, en nuestro orden jurídico, de la pérdida del sentido de la dignidad de la persona humana.

¿Qué posición toman los partidos políticos frente a esta situación? Los mayoritarios sostienen que, en estas cuestiones, debe permitirse que cada legislador obre de acuerdo a sus propias convicciones. Como puede advertirse, detrás de esta formulación se esconde la afirmación siguiente: para el partido son más importantes, en lo que hace al bien común de la Argentina, los impuestos que deben cobrársele a los granos que la mismísima vida humana. Sólo respecto de esas cuestiones el partido debe tener una posición unánime y no sobre problemas ajenos al bien de la ciudad (¡sic!). ¿Cómo resulta posible que un partido no asuma una posición clara frente a las grandes cuestiones de la vida de la polis?, ¿cómo puede, un partido político, quedar al margen del gran problema de la vida política, cual es el de la vida buena?

Todos sabemos que los ciudadanos estamos representados, en la República, por los legisladores. También sabemos que cada ciudadano tiene, explícita o implícitamente, una concepción global de la realidad y, como consecuencia de ello, una visión del hombre, de la ética, de la política, etc. Ahora bien, pareciera que algunos ciudadanos tienen pleno derecho para hacer valer sus concepciones en la discusión de las leyes; por el contrario, otros no gozan de las mismas facultades. En este sentido, el hecho de expresar que el aborto es dar muerte a un inocente (y que, por lo tanto, jamás debiera ser legalizado), es visto como una maniobra de imposición de una perspectiva, aplicable sólo a los católicos o creyentes en general. Los creyentes, en consecuencia, deberían abstenerse de defender su posición, calificada de provinciana y anticuada; los laicistas (y digo laicismo, no laicidad), sin embargo, tienen todo el derecho para imponer urbi et orbi su posición a la que auto-califican de universal.

Respecto de esta curiosa forma de justicia y de apertura democrática, el mismo Jürgen Habermas, quien negaba la necesidad de la fundación del Estado en valores éticos, advertía al totalitarismo laicista: “La neutralidad cosmovisiva del poder estatal, que garantiza las mismas libertades éticas para todos los ciudadanos, es incompatible con la generalización política de una visión del mundo laicista. Los ciudadanos secularizados, en cuanto que actúan en su papel de ciudadanos del Estado, no pueden negar por principio a los conceptos religiosos su potencial de verdad, ni pueden negar a los conciudadanos creyentes su derecho a realizar aportaciones en lenguaje religioso a las discusiones públicas” (2) .

El sociologismo relativista, pues, ha llevado a que el derecho pierda su fundamento. El desplazamiento de la razón moral trae como consecuencia un hecho: el derecho ya no puede referirse a una idea fundamental de justicia, sino pasa a convertirse en el espejo de las ideas dominantes. Por eso, sostenía el por entonces Card. Joseph Ratzinger, “la cuestión fundamental acerca de la restauración de un consenso moral fundamental en nuestra sociedad es una cuestión de supervivencia de la sociedad y del Estado” (3). Por el momento, vivimos dentro de aquel mundo vislumbrado por Charles Péguy: el “mundo de los que no creen en nada, que se glorían y enorgullecen de ello”.

Lo nuevo no es sinónimo de bueno y, por eso, no equivale necesariamente a progreso. El imperativo de la Escritura “No matarás al inocente” significó un progreso fundamental para la conciencia moral de la humanidad. Y esto fue posible gracias a que el yo fue capaz de alcanzar, mediante su inteligencia, una perspectiva universal, abandonando la idea de una razón instrumental al servicio de los instintos de un empobrecido yo.

Lamentablemente, la barbarie retorna periódicamente: el siglo XX, y el nuestro propio, son testigos de la misma. Y cuando esta barbarie se entroniza en el individuo y en la sociedad, reinan el exceso, la esterilidad y la ruina. Su furor la conduce a destruir todo lo que es elevado: no trata de recrear la cultura sino, más bien, de sumergirla en la nada de los valores. Como refiere Mattei, “A imagen del búho de la sabiduría, dedicado a Atenea, que no se levanta más que a la caída del día, la barbarie despliega sus alas por la noche; pero son las alas de un ave de rapiña” (4).


Fuente: ¡Fuera los metafísicos!

NOTAS

(1) ¿Progreso o retorno? Bs. As., Paidós, 2005, p. 171.

(2) ¿Fundamentos prepolíticos del Estado democrático? En Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión. Madrid, Ediciones Encuentro, 2006, pp. 46-47.

(3) Église, Oecuménisme et Politique. París, Lib. Arthème Fayard, 1987, p. 276.

(4) Jean-François Mattéi. La barbarie interior. Ensayo sobre el inmundo moderno. Bs. As., Ediciones Del Sol, 2005, pp. 43-44.

REFLEXIONES SOBRE EL PAPA



José María Poirier-Lalanne, Director de Criterio

“Curiosamente, antes de llegar al pontificado era un obispo reservado, de pocas palabras en público, de voz queda y gesto hierático. Proverbial, la expresión adusta del rostro. Sin embargo, desde el momento mismo en que comenzó su misión universal, emergió otra imagen de su persona: se demostró un extraordinario comunicador, un carismático de la palabra, sonriente y afable con las infinitas personas que encuentra en sus audiencias y, en general, en sus viajes.”

“Curiosamente, es un papa que predica la comunión y la colegialidad –y lo hace con convicción intelectual y autenticidad personal-, pero demuestra estar más acostumbrado a un estilo de gobierno personalista, a las decisiones inconsultas, a dar más valor a la propia intuición que a otras instancias.”

Fuente: “Un pastor contemporáneo, nostálgico de pasados míticos”; La Nación, 26-2-18

domingo, 25 de febrero de 2018

LA MORAL TAMBIÉN JUEGA




Sergio Sinay

*Periodista y escritor.

Perfil, 25-2-18

Un curioso argumento se repite en torno de los miembros del gobierno nacional que van apareciendo como protagonistas de conductas inapropiadas (por decirlo de un modo elegante). A medida que asoman cuentas, depósitos y empresas en paraísos fiscales, a poco que se comprueban conflictos de intereses o que quedan en la niebla cuestiones vinculadas a oscuras comisiones, como las de Odebrecht, a equívocas compraventa de empresas de energía eléctrica o a vinculaciones con líneas aéreas low-cost que ganan rutas generosamente, se dice y se repite que nada de eso importa, porque se trata de hechos anteriores al de-sempeño en la gestión pública de las personas involucradas.

Quizás esta coartada sea otra creación del sofista, o los sofistas, que pergeñan la comunicación oficial, maquillan la imagen gubernamental cuando se deteriora o pescan ideas en esos estanques llamados “focus groups”. Y puede ocurrir que, para alguna o para mucha gente, sea suficiente. Sin embargo, suena como esos panegíricos post mortem que convierten a cualquiera, incluso a comprobados corruptos, perversos o delincuentes, en personas llenas de virtudes. Recuerdan al título de La muerte le sienta bien, aquella aguda comedia de 1992 con Meryl Streep y Goldie Hwan, dirigida por Robert Zemeckis. En este caso pareciera que pertenecer al elenco gubernamental sienta bien, borra acciones de la pasada vida privada y convierte a todos en virtuosos. Estar en el “mejor equipo de los últimos cincuenta años” equivaldría entonces a una mágica transformación.

La filósofa Mary Warnock, miembro de la Cámara de los Lores y de la Academia Británica, y autora de un célebre informe sobre política educativa, sostiene en su ensayo Guía ética para personas inteligentes, que la moral privada debe preceder siempre a la moral pública. Es decir, que no nos convertimos en sujetos morales al acceder a lo público, sino que los principios de una ética que responda a la moral se constituyen desde temprano en la vida privada, mientras crecemos y construimos nuestra identidad. Esto no solo es válido en el sentido cronológico, sino también cualitativamente.

Como la moral pública es un contrato social por el cual un colectivo humano acuerda ejercer ciertos deberes, respetar ciertos derechos y convivir bajo ciertas normas y reglas, aunque no estén escritas, esa moral, dice Warnock, reflejará qué tipo de ética, de conductas y de principios predominan entre los individuos que integran la sociedad. O, según dijo allá lejos y hace tiempo Hermes Trismegisto (el tres veces grande), personaje sabio y misterioso asociado al dios egipcio Thot, como es adentro es afuera, como es en lo pequeño es en lo grande y como es abajo es arriba. 

De manera que, mientras en la piel del Gobierno empiezan a aparecer erupciones sospechosas desde el punto de vista ético y moral, el argumento de que se trata episodios de una vida anterior (la privada) no es tranquilizador ni aceptable.
Tampoco es coherente que, en el caso de ministros y funcionarios que caminan por cornisas morales muy delgadas, se apele, desde el Gobierno, al argumento de “dejar actuar a la Justicia”, mientras en otro punto, como el del policía Chocobar (un hombre de puntería inusual entre sus colegas) el mismo Presidente salga a cuestionar a la Justicia. Esto no solo revela un doble estándar, sino que, en el caso del policía, aparece como preocupante síntoma de populismo. Como si alguien, algún sofista de cabecera otra vez, hubiera aconsejado decir “lo que la gente quiere oír”. Pero la moral no tiene que ver con lo que se quiere, sino con lo que se debe.

Cuando se tiene una visión y un pensamiento sesgados hacia lo económico (y hacia un modelo único además), se suelen despreciar las cuestiones morales. Sin embargo, las caídas más estruendosas, si se repasa la historia, se debieron más al hartazgo moral de las sociedades que a los fracasos económicos. Sin ir más lejos, ocurrió aquí en 2015. Es decir, la moral cuenta más de lo que algunos creen. Y pasa sus facturas.


LA VOZ DE ALTO



 La Nación, editorial, 25 de febrero de 2018 

Las numerosas voces que se han levantado en favor y en contra de la conducta del agente de policía Luis Chocobar se han extendido en múltiples direcciones, cuestionándose la función judicial, la policial, la llamada "puerta giratoria", los principios de la legítima defensa, el "gatillo fácil", la mano dura, el garantismo y el abolicionismo, entre otros muchos temas vinculados a la claramente no resuelta problemática de la seguridad ciudadana.

Los muy respetables jueces que han confirmado el procesamiento del policía, que mató a un delincuente que acababa de apuñalar a un turista, comparten un error extendido en diversos ámbitos de nuestra sociedad, que reposa en la confusión entre dos valores que, si bien son complementarios, resultan diferentes: justicia y seguridad.

La primera, en materia penal, llega siempre tarde, por definición. Se trata de un ejercicio de reparación allí cuando los hechos ya han ocurrido y fracasado todos los mecanismos para evitar su acaecimiento. Se intenta pegar un jarrón que ya se ha roto. La seguridad, por el contrario, significa básicamente prevención. Que el jarrón no se rompa. Le ahorra trabajo a la Justicia, cuya eficacia se cuenta en orden a la cantidad de conflictos resueltos, mientras que la efectividad de la seguridad se mide por un procedimiento exactamente inverso: la disminución de los delitos por la cantidad de conflictos que no llegan a producirse.
Nuestras autoridades parecerían no entender que una sociedad resiste y puede recuperarse de actos de corrupción, fraudes y otros delitos de carácter económico-financiero. Pero que son los hechos de sangre los que vuelven insoportable la vida cotidiana, por la cual claman los ciudadanos. Porque cuando nos matan un hijo, abusan de una mujer, un niño o un adulto mayor aprovechando su fragilidad, o asesinan a un transeúnte en ocasión de robo como nos está ocurriendo desde hace tiempo, no existe oportunidad, resarcimiento ni reparación alguna que resulte suficiente. Esos hechos arruinan para siempre las vidas de familias enteras y alteran por completo la convivencia diaria, cada vez más repleta de prevenciones, cuidados y consejos a la hora de salir de nuestras casas.
La confusión entre estos dos valores en la propia clase dirigente, formada por funcionarios, políticos, legisladores y jueces, se ha trasladado, naturalmente, a la sociedad. Matan a una niña o un joven y el barrio entero sale a reclamar con carteles que piden "Justicia". La suerte que corran los asesinos no alcanzará nunca a ser consuelo para los familiares de las víctimas. Lo que urgentemente necesita nuestra sociedad no es solo justicia -que se tomará su tiempo para juzgar e intentar corregir a los autores-, sino principalmente seguridad. Si esta hubiera estado presente, el crimen, simplemente, no hubiera ocurrido.
Por supuesto que precisamos de los jueces, cuya función es abocarse al juzgamiento de los hechos y determinar quiénes han delinquido. Los tenemos. Lo que no tenemos y necesitamos urgentemente es una política de seguridad que sea muy severa en la prevención de los abusos y los delitos, para no tener que estar discutiendo estérilmente en sede judicial luego -entre garantistas y manoduristas- si debemos o no ser benevolentes con los delincuentes.
En esta confusión entre justicia y seguridad caen muchos fallos, como el de Cámara del Crimen que confirmó el procesamiento del policía Chocobar. Los jueces señalaron que no habría aparente proporcionalidad en su respuesta, "máxime si se tiene en cuenta que el peligro al que habían estado expuestos los testigos había cesado". Explicaron que la decisión de efectuar los últimos disparos "fue excesiva", en tanto que provocó un daño superior al que quiso hacer cesar.
Los interrogantes sobre la existencia o no de legítima defensa deben ser para el particular que haya actuado. La conducta del policía debe responder a otras preguntas que el fallo no se hace: ¿debe un policía dejar escapar a un asesino que -debe suponer naturalmente- se encuentra armado ya que acaba de asestar diez puñaladas a un hombre indefenso?; ¿debe dejar que ese delincuente siga escapando en estas condiciones, poniendo de esa forma en peligro la vida del resto de los vecinos? ¿Cómo afirmar que el daño ocasionado, que ha sido desafortunadamente la vida del delincuente, ha sido superior al que quiso hacer cesar, cuando el deber del policía es evitar o suprimir el riesgo de vida que corrían no ya los testigos, sino todas aquellas personas con las que se cruzaba el delincuente en su fuga?
Los jueces se fijan naturalmente en el deber que el efectivo policial tiene de detener a la persona para que sea sometida a juicio. Porque ese es el deber que el policía tiene para con ellos, para con la Justicia. Pero el policía tiene otro deber anterior, mayor y más apremiante y urgente que le reclamamos: el de evitar que el delincuente armado siga sometiendo a toda la vecindad a la posibilidad de un nuevo ataque, o se refugie en algún domicilio tomando rehenes como ocurre tan corrientemente. Que no se escape y sea entregado al juez de turno es el deber que responde a las obligaciones que tiene para con la Justicia. Evitar que siga generando víctimas, es decir, proteger a los ciudadanos, es la obligación que guarda para con la seguridad.
La proporcionalidad de la reacción no debe medirse mediante el grado de agresión que puedan recibir el policía o los testigos, como señala el fallo, sino por la amenaza que supone siempre la continuación del raid delictivo del asaltante armado. El exceso o no en las acciones del policía debe ser juzgado en función de si siguió los procedimientos de dar la voz de alto o si, disparando su arma de fuego imprudentemente, hirió, mató o puso en grave peligro la vida de terceros.

La falta de una política de seguridad que tanto en su elaboración como en su instrumentación debe contar con la opinión y el respaldo de los jueces es una carencia que tiene un costo inmensurable para la Argentina.
Hace casi dos siglos y medio, Adam Smith explicó en La riqueza de las naciones que la seguridad es una condición previa y necesaria para la prosperidad. Sabemos hoy, además, que cuando el Estado no es eficiente en proveer seguridad para que sus habitantes ejerzan las libertades constitucionales, crece, inevitablemente, la ilusión del atajo autoritario y el descontrol de la justicia por mano propia, de la que ya tenemos síntomas preocupantes.

sábado, 24 de febrero de 2018

COMBATIR LA DELINCUENCIA REQUIERE MÁS QUE LAS FUERZAS ARMADAS



msiainforma,  23 de febrero de 2018

La controvertida intervención federal en la seguridad pública de Río de Janeiro, convocando a las Fuerzas Armadas, independientemente de sus motivaciones y a pesar de la limitación temporal, es una oportunidad para echar a andar un plan que haga frente al agravamiento de la criminalidad y de la violencia que azota al país, cuya punta de lanza es el narcotráfico. Para ello, sin embargo, es imprescindible no limitarse a los síntomas del problema, sino tocar las causas más profundas.

La cuestión central es la estrecha simbiosis de la delincuencia organizada con la corrupción del aparato político-institucional, es decir la captura del Estado por grupos ya definidos jurídicamente como organizaciones criminales. Lo mismo se observa en otros países iberoamericanos, el mejor ejemplo es México, donde, a pesar del compromiso de las Fuerzas Armadas en el combate al narcotráfico, la violencia sigue aumentando.

Esto fue resaltado de forma contundente por el general retirado Augusto Heleno Ribeiro Pereira en el programa Painel de Globonews el 17 de febrero, al afirmar que la clase política “derrite al país con su corrupción, empezando con la cúpula del país, comenzando por el presidente de la República.”

Según el oficial, ex comandante de la fuerza brasileña en Haití, Brasil está en camino de convertirse en un “narcopaís”: “Somos hoy el mayor consumidor de crack del mundo, el segundo de cocaína y el mayor lugar de paso de drogas del mundo.”

Además de acelerar una pérdida de valores de referencia de la sociedad, la corrupción también agrava los efectos devastadores de la crisis económica, la peor de la historia de Brasil, constatada en los altos índices de desempleo, en especial entre los jóvenes, muchos de los cuales ven en la delincuencia una opción por la falta de ocupación productiva. Río de Janeiro es el estado más golpeado por el deterioro de la economía, lo cual no se podrá corregir con la política neoliberal bien ejecutada por los últimos gobiernos. Aún con sus limitaciones, la intervención podrá ser positiva, pues se propone abordar factores cruciales para el combate eficiente del narcotráfico: la centralización del comando de las operaciones (a cargo del general Walter Braga Netto, jefe del Comando Militar del Este), imprescindible para hacer frente a las organizaciones de alcance interestatal e internacional, la represión de las redes de abastecimiento de armas, municiones, drogas y por último el anuncio del gobierno de perseguir el lavado de dinero, mediante la participación del órgano federal competente, el Consejo de Control de Actividades Financiera (COAF). Sobre esto será crucial tomar medidas radicales, y no cosméticas, tendientes a disciplinar el sistema bancario nacional, hasta hoy incólume.

Las Fuerzas Armadas necesitan, además, un esquema jurídico para operar como fuerzas policiacas, tal cual lo manifestó el comandante del Ejército, general Eduardo Villas-Bôas, para evitar la posibilidad de una “futura Comisión de la Verdad”, una necesaria alusión a los castigos revanchistas exigidos por el cabildo internacional auto nombrado supuesto defensor de los derechos humanos.

Corregir los calamitosos índices actuales de delincuencia y de violencia, en último análisis, sólo será posible en el marco del reinició del desarrollo socioeconómico, y un renovado impulso al contenido de la educación.

EN IBEROAMÉRICA URGE REHABILITAR LA DIGNIDAD DE LA POLÍTICA



msiainforma,  21 de diciembre de 2017

Del 1 al 3 de diciembre, se celebró en Bogotá, Colombia el titulado, “Encuentro de laicos católicos que asumen responsabilidades políticas al servicio de los pueblos latinoamericanos”, auspiciado por la Pontificia Comisión para América Latina y el Consejo Episcopal de América Latina (CELAM), siguiendo la orientación del papa Francisco. 

El pontífice envió un mensaje en vídeo transmitido en la apertura de los trabajos el cual reproducimos aquí.


¡Buenos días!

Deseo saludar y agradecer, ante todo, a los dirigentes políticos que han aceptado la invitación a participar en un evento que yo mismo he alentado desde su génesis: “El Encuentro de laicos católicos que asumen responsabilidades políticas al servicio de los pueblos de América Latina”. Saludo también a los Señores Cardenales y Obispos que los acompañan, con quienes tendrán seguramente un diálogo de mucho provecho para todos.

Desde el Papa Pío XII hasta ahora, los sucesivos pontífices siempre se han referido a la política como “alta forma de la caridad”. Podría traducirse también como servicio inestimable de entrega para la consecución del bien común de la sociedad. La política es ante todo servicio; no es sierva de ambiciones individuales, de prepotencia de facciones o de centros de intereses. Como servicio, no es tampoco patrona, que pretende regir todas las dimensiones de la vida de las personas, incluso recayendo en formas de autocracia y totalitarismo. Y cuando hablo de autocracia y totalitarismo no estoy hablando del siglo pasado, estoy hablando de hoy, en el mundo de hoy, y quizás también de algún país de América Latina. Se podría afirmar que el servicio de Jesús —que vino a servir y no a ser servido— y el servicio que el Señor exige de sus apóstoles y discípulos es analógicamente el tipo de servicio que se pide a los políticos. Es un servicio de sacrificio y entrega, al punto tal que a veces se puede considerar a los políticos como “mártires” de causas para el bien común de sus naciones.

La referencia fundamental de este servicio, que requiere constancia, empeño e inteligencia, es el bien común, sin el cual los derechos y las más nobles aspiraciones de las personas, de las familias y de los grupos intermedios en general no podrían realizarse cabalmente, porque faltaría el espacio ordenado y civil en los cuales vivir y operar. Es un poco el bien común concebido como atmósfera de crecimiento de la persona, de la familia, de los grupos intermedios.

El bien común

El Concilio Vaticano II definió el bien común, de acuerdo con el patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia, como “el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” ( Gaudium et spes, n. 74). Es claro que no hay que oponer servicio a poder — ¡nadie quiere un poder impotente!—, pero el poder tiene que estar ordenado al servicio para no degenerarse. O sea, todo poder que no esté ordenado al servicio se degenera. Por supuesto que me estoy refiriendo a la “buena política”, en su más noble acepción de significado, y no a las degeneraciones de lo que llamamos “politiquería”. “La mejor manera de llegar a una política auténticamente humana —enseña una vez más el Concilio— es fomentar el sentido interior de la justicia, de la benevolencia y del servicio al bien común y robustecer las convicciones fundamentales en lo que toca a la naturaleza verdadera de la comunidad política y al fin, recto ejercicio y límites de los poderes públicos” (ibíd., n. 73). Tengan todos ustedes la seguridad de que la Iglesia católica “alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio” (ibíd., n. 75).

Al mismo tiempo, también estoy seguro que todos sentimos la necesidad de rehabilitar la dignidad de la política. Si me refiero a América Latina, ¡cómo no observar el descrédito popular que están sufriendo todas las instancias políticas, la crisis de los partidos políticos, la ausencia de debates políticos de altura que apunten a proyectos y estrategias nacionales y latinoamericanas que vayan más allá de las políticas de cabotaje! Además, con frecuencia el diálogo abierto y respetuoso que busca las convergencias posibles con frecuencia se sustituye por esas ráfagas de acusaciones recíprocas y recaídas demagógicas. Falta también la formación y el recambio de nuevas generaciones políticas.

Por eso los pueblos miran de lejos y critican a los políticos y los ven como corporación de profesionales que tienen sus propios intereses o los denuncian airados, a veces sin las necesarias distinciones, como teñidos de corrupción. Esto nada tiene que ver con la necesaria y positiva participación de los pueblos, apasionados por su propia vida y destino, que tendría que animar la escena política de las naciones.

Lo que es claro es que se necesitan dirigentes políticos que vivan con pasión su servicio a los pueblos, que vibren con las fibras íntimas de su ethos y cultura, solidarios con sus sufrimientos y esperanzas; políticos que antepongan el bien común a sus intereses privados, que no se dejen amedrentar por los grandes poderes financieros y mediáticos, que sean competentes y pacientes ante problemas complejos, que estén abiertos a escuchar y aprender en el diálogo democrático, que combinen la búsqueda de la justicia con la misericordia y la reconciliación. No nos contentemos con la poquedad de la política: necesitamos dirigentes políticos capaces de movilizar vastos sectores populares en pos de grandes objetivos nacionales y latinoamericanos. Conozco personalmente a dirigentes políticos latinoamericanos con distinta orientación política, que se acercan a esta figura ideal.

¡Cuánta necesidad estamos teniendo de una ‘buena y noble política” y de sus protagonistas hoy en América Latina! ¿Acaso no hay que enfrentar problemas y desafíos de gran magnitud? Ante todo, la custodia del don de la vida en todas sus etapas y manifestaciones. América Latina tiene también necesidad de un crecimiento industrial, tecnológico, auto-sostenido y sustentable, junto con políticas que enfrenten el drama de la pobreza y que apunten a la equidad y a la inclusión, porque no es verdadero desarrollo el que deja a multitudes desamparadas y sigue alimentando una escandalosa desigualdad social. No se puede descuidar una educación integral, que comienza en la familia y se desarrolla en una escolarización para todos y de calidad.

Hay que fortalecer el tejido familiar y social. Una cultura del encuentro —y no de los permanentes antagonismos— tiene que fortalecer los vínculos fundamentales de humanidad y sociabilidad y poner cimientos fuertes a una amistad social, que deje atrás las tenazas del individualismo y la masificación, la polarización y la manipulación.

Tenemos que encaminarnos hacia democracias maduras, participativas, sin las lacras de la corrupción, o de las colonizaciones ideológicas, o las pretensiones autocráticas y las demagogias baratas. Cuidemos nuestra casa común y sus habitantes más vulnerables evitando todo tipo de indiferencias suicidas y de explotaciones salvajes. Levantemos nuevamente muy en alto y muy concretamente la exigencia de una integración económica, social, cultural y política de pueblos hermanos para ir construyendo nuestro continente, que será todavía más grande cuando incorpore “todas las sangres”, completando su mestizaje, y sea paradigma de respeto de los derechos humanos, de paz, de justicia. No podemos resignarnos a la situación deteriorada en que con frecuencia hoy nos debatimos.

Quisiera dar un paso más en esta reflexión. El papa Benedicto XVI señaló con preocupación en su discurso de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida “la notable ausencia en el ámbito político […] de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas”. Y los Obispos de todo el continente quisieron incorporar esta observación en las conclusiones de Aparecida, hablando de los “discípulos y misioneros en la vida pública” (n. 502).

En verdad, en un continente con un gran número de bautizados en la Iglesia católica, de sustrato cultural católico, en el que la tradición católica está todavía muy vigente en los pueblos y en el que abundan las grandes manifestaciones de la piedad popular, ¿cómo es posible que los católicos aparezcan más bien irrelevantes en la escena política, incluso asimilados a una lógica mundana? Es cierto que hay testimonios de católicos ejemplares en la escena pública, pero se nota la ausencia de corrientes fuertes que estén abriendo camino al Evangelio en la vida política de las naciones. Y esto no quiere decir hacer proselitismo a través de la política, nada que ver. Hay muchos que se confiesan católicos —y no nos está permitido juzgar sus conciencias, pero sí sus actos—, que muchas veces ponen de manifiesto una escasa coherencia con las convicciones éticas y religiosas propias del magisterio católico. No sabemos lo que pasa en su conciencia, no podemos juzgarla, pero vemos sus actos. Hay otros que viven de modo tan absorbente sus compromisos políticos que su fe va quedando relegada a un segundo plano, empobreciéndose, sin la capacidad de ser criterio rector y de dar su impronta a todas las dimensiones de vida de la persona, incluso a su praxis política. Y no faltan quienes no se sienten reconocidos, alentados, acompañados y sostenidos en la custodia y crecimiento de su fe, por parte de los Pastores y de las comunidades cristianas.

Al final, la contribución cristiana en el acontecer político aparece sólo a través de declaraciones de los Episcopados, sin que se advierta la misión peculiar de los laicos católicos de ordenar, gestionar y transformar la sociedad según los criterios evangélicos y el patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia.

Por todo ello, quise escoger como tema de la anterior Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina el tema: “El indispensable compromiso de los laicos católicos en la escena pública de los países latinoamericanos” (1-4 marzo 2017). Y el 13 de marzo envié una carta al Presidente de esa Comisión, el Cardenal Marc Ouellet, con la que advertía una vez más sobre el riesgo del clericalismo y planteaba la pregunta: “¿Qué significa para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública?”. “Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo de contradicciones especialmente para los más pobres. Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo y con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos, reflexionando y especialmente rezando con ellos. Necesitamos reconocer la ciudad —y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de nuestra gente— desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas”.

Y al contrario, muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el así llamado “laico comprometido” es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; y cómo se compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una élite laical creyendo que son “laicos comprometidos” sólo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos olvidado, descuidado, al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir su fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos. Por eso, debemos reconocer que el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe.

Es necesario que los laicos católicos no queden indiferentes a la cosa pública, ni replegados dentro de los templos, ni que esperen las directivas y consignas eclesiásticas para luchar por la justicia, por formas de vida más humana para todos. “No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben mejor que nosotros… No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntarnos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, y de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones”. Incluso en nuestros corazones de pastores. Y, a la vez, nos hace bien escuchar con mucha atención la experiencia, reflexiones e inquietudes que pueden compartir con nosotros los laicos que viven su fe en los diversos ámbitos de la vida social y política.

Vuestro diálogo sincero en este Encuentro es muy importante. Hablen con libertad. Un diálogo que sea entre católicos, prelados y políticos, en el que la comunión entre personas de la misma fe resulte más determinante que las legítimas oposiciones de opciones políticas. Por algo y para algo participamos en la Eucaristía, fuente y culmen de toda comunión. De vuestro diálogo se podrán ir sacando factores iluminantes, factores orientadores para la misión de la Iglesia en la actualidad. ¡Gracias de nuevo, y buen trabajo!