Entre las muchas enseñanzas de la exhortación de Benedicto XVI sobre la Palabra de Dios (Verbum Domini, 30-XI-2010), cabe subrayar tres particularmente incisivas: la relación entre la Palabra de Dios y la santidad; el modo de realizar una “lectura orante” de la Biblia; la relación entre la Palabra de Dios y la alegría.
1. Palabra de Dios y santidad. Este primer punto se ofrece como conclusión de la primera parte, que explica la naturaleza de la Palabra de Dios y cómo debe interpretarse. Aquí se recogen unas palabras del Sínodo de 2008, que iluminan poderosamente todo lo que se pueda decir sobre el tema: “La interpretación de la Sagrada Escritura quedaría incompleta si no se estuviera también a la escucha de quienes han vivido realmente la Palabra de Dios, es decir, los santos”. Lo que el Papa traduce así: “La interpretación más profunda de la Escritura proviene precisamente de los que se han dejado plasmar por la Palabra de Dios a través de la escucha, la lectura y la meditación asidua” (n. 48)
Dicho de otro modo, quienes más completamente y a fondo han entendido la Sagrada Escritura son aquellos que han logrado encarnarla en sus vidas. Ciertamente, se requiere conocer los contextos históricos y literarios de los libros sagrados, junto con los criterios propiamente teológicos: la unidad de la Escritura, el conjunto de las verdades de la fe y la tradición de la Iglesia. Pero todo eso quedaría incompleto si la Palabra de Dios no se hiciera vida de nuestra vida. Así se entiende que “cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios”, de manera que la vida cristiana coherente es la mejor y última interpretación de la Biblia.
2. Para una “lectura orante” de la Biblia. La tradición cristiana y eclesial ha desarrollado diversos métodos para leer la Biblia. Concluyendo la segunda parte del documento (la Palabra de Dios en la Iglesia), se exponen de manera bella y sencilla cinco pasos para una “lectura orante”; es decir, una lectura que enriquezca la oración del que lee y transforme su vida (cf n. 87):
1) Lectura del texto, procurando entender qué dice en sí mismo. Para esto –como ya se ha apuntado más arriba– hay que conocer las circunstancias en que fue escrito, los géneros literarios, etc. (Son de mucha ayuda las ediciones de la Biblia con notas explicativas y comentarios, como la Biblia de Jerusalén, la Biblia de la Universidad de Navarra o la de la Casa de la Biblia*).
2) Meditación, buscando qué nos dice ese texto a cada uno y a la comunidad cristiana, aquí y ahora.
3) Oración: “¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra?”. Esta oración puede ser de petición, intercesión, agradecimiento y alabanza.
4) Contemplación: “¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor?”. Esto es lo que se llama “discernimiento” de la voluntad de Dios. Se trata de procurar identificarnos con Su voluntad, con la “mente de Cristo” y con la vida de Cristo.
5) Acción, pues la lectura de la Escritura tiene como objetivo que el creyente busque “convertirse en don para los demás por la caridad”. Este último paso es reflejo de lo que hemos señalado en el punto 1: quien de verdad sabe interpretar la Biblia es quien la hace vida de su vida por el amor a Dios y a los demás, por medio del compromiso y del servicio efectivo.
3. La Palabra de Dios, fuente de la alegría completa. Al principio y al final del documento se señala que la Sagrada Escritura lleva al encuentro personal con Cristo, y, por tanto, a la alegría completa (cf. 1 Jn 1, 4). “Se pueden organizar fiestas –dice Benedicto XVI–, pero no la alegría”. En efecto, la verdadera alegría precede a la fiesta y es causa de la fiesta. Esto sucede especialmente con la alegría, don del Espíritu Santo, “que brota del ser conscientes de que sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna” (n. 123).
Ramiro Pellitero, Instituto Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra
* Acerca de otras ayudas para la lectura de la Biblia, cf. F. Varo, Cómo leer la Biblia, en la revista “Palabra” n 387, 1997/1, 64-68.