María Lilia Genta
Seis policías asesinados en menos de una semana. ¿Por qué me estremece la muerte de cada uno de ellos? ¿Acaso la edad me ha reblandecido las meninges? Podría ser. ¿Por qué esta especial sensibilidad hacia la muerte de estos hombres? ¿Acaso porque considero que los policías han sido concebidos sin pecado original? De ninguna manera. Conozco lo suficiente el medio. Conocí a muchos policías esperando durante horas visitar, en su prisión, al Jefe que admiraban. Al General Camps, me refiero. No los recuerdo como carmelitas descalzas… Sí me admiraba la lealtad hacia aquel que los había sabido mandar, ¿con mano blanda? ¡A quien se le puede ocurrir! Esa lealtad, en el apogeo del mando y en la adversidad de la cárcel, es un valor hoy casi desconocido en esta sociedad voluble.
Por otra parte, llevo muy dentro de mí a los policías asesinados en los años 70. Sobre todo a aquellos que alguna vez llamé, coloquialmente, “los canas de la esquina”. Matándolas a ellos, a mansalva y por que sí (algunos eran casi adolescentes), los “muchachos” se entrenaban y probaban de este modo su aptitud para matar, para tirar no a un blanco de polígono, o como un cazador tira sobre un jabalí, sino a un ser humano concreto. En aquella época en mi casa se rezaba por cada policía caído. Me preguntaba, y aún ahora me lo pregunto: los jóvenes que mataron a mi padre, a Sacheri, por considerarlos “peligrosos” por enseñar lo que enseñaban, ¿a cuántos anónimos policías habrían matado antes como parte de su entrenamiento?
Pero hoy la pregunta es otra. Hace tiempo, el Foro de San Pablo, decidió que la guerra debía plantearse en nuestros días no como Guerra Revolucionaria (propia de los años 60 y 70) sino con una nuevo tipo de guerra a saber, la Guerra Social. ¿Distinta de aquella? En muchos aspectos, sí, Pero esencialmente la misma en cuanto a su objetivo que no es otro que la conquista de la sociedad para las utopías revolucionarias. Esta identidad en el objetivo ¿no puede hacernos pensar que ciertas modalidades operativas puedan, también ser idénticas? Por eso, tengo la inquietud de pensar que, quizás, hoy como ayer, los policías sigan siendo los “blancos” vivientes para que se sigan “haciendo la mano” los nuevos reclutas de la nueva guerra. Es tal el odio al uniforme que por ahí comienzan a entrenarse hasta con los porteros de los grandes hoteles. ¡Usan uniforme!
Lo dicho es sólo una suposición. Pero digna a mi parecer de ser tenida en cuenta si sumamos, además, el hecho de que los últimos crímenes recuerdan por su metodología salvaje al narcotráfico. Delincuencia, narcotráfico y guerra social hacen una mezcla bastante aterradora como para no inquietarse.
De todos modos, policías asesinados: gracias. Que Dios les dé el descanso eterno y a nosotros nos niegue el descanso mientras batallemos en esta vida.