Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
11/02/25
Leo en «La Prensa»
que desde 2016 vienen disminuyendo los nacimientos en la Ciudad de Buenos
Aires. Entre enero y mediados de diciembre de 2024 se inscribieron 37.864
nacimientos, de acuerdo con las cifras oficiales del Registro Civil porteño;
una caída del doce por ciento en comparación con el año anterior. El impacto de
esta tendencia es evidente al observar la evolución de las cifras a lo largo de
la última década. Se discute sobre las causas de este fenómeno: podrían influir
los factores económicos, sociales y culturales que determinan las decisiones de
la familia respecto a la maternidad y la paternidad. La disminución sostenida
en la natalidad podría tener implicancias a largo plazo, en términos de
planificación urbana, políticas públicas y servicios sociales en la Ciudad de
Buenos Aires.
Resulta
instructivo mencionar el caso de China, donde se han advertido las
consecuencias de la política vigente durante mucho tiempo del «hijo único». La
disminución de la población china fue vista como un peligro muy grave para la
grandeza nacional y por eso aquella prohibición fue superada. Actualmente se
lucha para que los chinos tengan hijos y se ofrecen fondos que premien el nuevo
hecho de promoción de una familia más numerosa, que contradiga la situación
cultural que se había creado.
Una reciente
encuesta de la consultora Sentimientos Públicos –que incluyó una muestra de 700
casos-, reveló que un veinte por ciento de los jóvenes centennials de la Ciudad
manifestó que no desea tener hijos, mientras que un quince por ciento de este
mismo grupo prefiere dedicar su afecto y cuidado a los animales de compañía. El
estudio también destacó una menor satisfacción con la experiencia de sus padres
entre los millennials, quienes tienen entre 30 y 43 años, en comparación con
los mayores de 43 años. De acuerdo con los resultados del informe, el 77 por
ciento de los porteños encuestados declaró tener hijos y dentro de este grupo,
dos tercios afirmaron que la experiencia de ser padres ha mejorado sus vidas,
mientras que el tercio restante expresó que la paternidad o maternidad es algo
que disfrutan en ocasiones, pero no siempre. En este fenómeno se advierte el
contraste entre naturaleza y cultura. Al propósito se refiere la encíclica
Humanae Vitae, en la que Pablo VI advirtió la inmoralidad de los medios
artificiales de control de la natalidad. Estamos, indudablemente, frente a una
grave emergencia antropológica.
Se conoció,
también, un alarmante informe sobre el desplome de la natalidad en la
Argentina. Nuestro país, de por sí poco poblado, corre el riesgo de
convertirse, si continúa esta tendencia, casi en un semidesierto. Según cifras
oficiales reveladas por las autoridades de Salud de la Nación, en 2023 sólo hubo
460.902 nacimientos; la cifra más baja de los últimos 50 años. Y ello implica
una reducción del siete por ciento respecto de 2022, y de más del 40 por
ciento, con relación a 2014. La tasa de fecundidad, en 2023, fue de 1,33, muy
por debajo de la tasa de reemplazo, del 2, 1; o sea, del número de hijos
necesario para que se mantenga estable la población. Se trata de cifras
concretas; y no de «relatos». A esto se ha llegado tras décadas saqueadas; y no
«ganadas», como las denominaron los oficialismos de entonces. Gobiernos de
aparentes distintos signos políticos, pero funcionales todos al globalismo
antinatalista, abandonaron el «gobernar es poblar», de Juan Bautista Alberdi;
por el pretendido «empoderamiento» del aborto, el divorcio, la destrucción del
matrimonio y la familia, el ensalzamiento de la promiscuidad y cuanta agenda
anticristiana –y, por lo tanto, antihumana- anda dando vueltas.
La tradición
cristiana ha presentado siempre el modelo de familia, que en el mundo moderno
se ha modificado sustancialmente, hasta hacerse irreconocible. La caída del
sentido del matrimonio por el divorcio, ha llevado a la desnaturalización de
los roles del varón y la mujer. En esta perspectiva los hijos no son la
consecuencia natural y las mascotas ocupan su lugar; la cultura –el uso,
digamos mejor- ha reemplazado a la naturaleza.
La propaganda en
favor de la homosexualidad, y la difusión de esta práctica, también atentaron
contra el propósito natural de tener hijos. El funesto «matrimonio igualitario»
ha dado lugar a la adopción de niños, que contra lo más elemental de la
naturaleza crecen sin conocer qué es una mamá y un papá.