reivindica el Operativo Independencia: réplica
de un gobierno constitucional al desafío de la guerrilla en Tucumán
Claudia Peiró
Infobae, 09 Feb,
2025
Se presentan como
“patriotas del Movimiento Nacional” y lanzaron una campaña de afiches y un
video de reivindicación del Operativo Independencia, iniciado hace 50 años,
el 5 de febrero de 1975 “por orden de la presidente María Estela Martínez de
Perón, contra el intento secesionista de la subversión apátrida”.
En un comunicado recuerdan
que en aquel entonces en el país “se vivía un clima de extrema violencia por
parte de organizaciones guerrilleras” y que “fue en ese contexto que Isabel
Perón firma el decreto 261/75 facultando al ejército para ejecutar las
operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o
aniquilar el accionar de elementos subversivos que actuaban en al provincia de
Tucumán”.
También recuerdan
que “el ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo, trotskista] formó la Compañía
de Monte Ramón Rosa Jiménez, con un planteo foquista: bajar desde el monte
tucumano hacia la ciudad y ahí tomar el control de toda la provincia, reclamar
el reconocimiento internacional, para luego avanzar sobre el resto del país”.
En las últimas dos
décadas se ha instalado un relato sobre esa etapa de la historia argentina que
ha sacrificado buena parte de la verdad en aras del revanchismo, instalando una
reivindicación acrítica de los movimientos armados de los años 70, que antes
que resistir a la dictadura, desarrollaron lo principal de su accionar más
violento en plena democracia.
Una romantización
del accionar y los fines de la lucha armada lleva prácticamente a creer que
formar una organización guerrillera y desafiar a un poder democrático y legal
era un derecho ciudadano que no debía ser reprimido.
Se deslegitima de
esta manera el derecho del Estado, ocupado en aquel momento por un gobierno
democráticamente electo, de defenderse y reprimir una insurgencia.
Entrevistado en
1995, Italo Argentino Luder, que en su condición de titular del Senado ocupó la
presidencia entre el 13 de septiembre y el 16 de octubre de 1975 -durante una
licencia de Isabel Perón- señaló que, en 1975, “todos los gobernadores y los
servicios de inteligencia del Estado señalaban que las fuerzas policiales
estaban rebasadas, que no eran suficientes, que no tenían elementos, ni a veces
estado físico, ni preparación, para una lucha de esa naturaleza”.
De hecho, recordó
que fue él mismo quien dictó el decreto que extendía a todo el país “la orden
de que las fuerzas armadas combatieran a la subversión”.
Otro detalle
interesante que señala es que “muchos legisladores de la oposición reclamaban
medidas más enérgicas contra la subversión, y tenían razón porque las fuerzas
policiales estaban rebasadas”.
La mirada
deformada de estos años ha sepultado en el olvido el escasísimo arraigo popular
que tenían las organizaciones guerrilleras que hablaban en nombre de un pueblo
que no las reconocía en absoluto como referentes.
El ERP, brazo
armado del trotskista Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), se
proponía desde el comienzo abrir un foco insurgente en Tucumán, provincia cuya
situación geográfica les evocaba una suerte de Sierra Maestra, escenario de la
Revolución Cubana, o una selva vietnamita, dos de los procesos que inspiraban
sus proyectos de toma del poder en la Argentina.
Y no se puede
entender esto sin el impulso que recibían desde afuera en el contexto de la
Guerra Fría, durante la cual las dos potencias en pugna se hacían la guerra en
sus respectivos patios traseros a través de otros actores.
En 1970, el ERP
planeaba una “primera etapa”, en la que “la lucha armada se reducirá a Tucumán,
pero posteriormente se irá extendiendo por todo el Norte hasta llegar a enlazar
geográficamente áreas cercanas a regiones urbanas como Córdoba, Rosario,
Santiago del Estero, Catamarca, Chaco, Formosa, norte de Santa Fe, etc”. Desde
1972, iniciaron tareas de reconocimiento de la zona con el fin de instalar una
unidad de monte y abrir un frente rural para iniciar las acciones de una guerra
de guerrillas.
Para el ERP, el
regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina y su triunfo rotundo en las
elecciones no tenían la menor importancia ni modificaba sus planes, por lo que
ya en 1973 empezaron sus operaciones armadas.
Luis Mattini, que
perteneció a la conducción del PRT, le dijo a Felipe Pigna: “Nosotros no
queríamos un régimen de democracia liberal en la Argentina. Nos proponíamos un
Estado socialista, y estábamos convencidos de que un Estado socialista solo
podía ser conquistado por la fuerza de las armas”.
La misma
convicción tenían los Montoneros, que se decían peronistas pero le declararon
la guerra al gobierno de Perón.
Entre fines del 73
y comienzos del 74 el ERP continúa con el entrenamiento de sus militantes, el
reconocimiento de la zona y la instalación de los primeros campamentos
guerrilleros en el monte tucumano. El 5 de mayo de 1974, la Compañía de Monte
Ramón Rosa Jiménez del ERP toma la localidad tucumana de Acheral, copa la comisaría,
la estación de tren y la telefónica.
El objetivo era
llegar a constituir una “zona liberada”, al estilo de otras experiencias
guerrilleras de otros países, para instalar allí a la conducción del PRT y del
ERP y reclamar el reconocimiento internacional como “territorio independiente
liberado”. En concreto, un desafío a la soberanía y a la integridad territorial
de la Argentina.
El 11 de agosto de
1974, intentan copar el Regimiento de Infantería 17 en Catamarca, sin lograrlo,
En esa acción mueren 16 guerrilleros. Poco después toman la localidad de Santa
Lucía y fusilan en la plaza a dos policías, supuestamente culpables de la
muerte de Ramón Rosa Jiménez, uno de sus jefes caídos y en cuyo honor habían
bautizado al comando.
También hacen
incursiones en la capital tucumana. El 1° de diciembre de 1974, asesinan al
capitán Humberto Viola y a su hija. En agosto del 74 habían atacado la Fábrica
Militar de Villa María, llevándose armas y secuestrando al subdirector,
teniente coronel Argentino del Valle Larrabure, a quien luego asesinarían.
Vale recordar que
ya en abril de 1974, estando todavía Juan Perón en la presidencia, éste había
firmado un decreto secreto -desclasificado recientemente- en el que afirmaba: “El
Estado argentino enfrenta la subversión armada de grupos radicalizados que
buscan la toma del poder para modificar el sistema de vida democrático
pluripartidista”.
En ese decreto,
Perón daba una serie de instrucciones a su gabinete para enfrentar una amenaza
que consideraba muy grave. El objetivo: “Eliminar las acciones subversivas
violentas y no violentas, las causas que las provocan y consolidar espiritual y
materialmente al régimen democrático como ámbito de realización integral del
hombre”.
Por el decreto de
María Estela Martínez de Perón se inició el operativo que desplegó unos mil
quinientos soldados. En Famaillá se instaló el Comando Táctico del general
Acdel Vilas, que conducía el Operativo (la localidad está a 35 km de la capital
tucumana y a 10 km de los cerros donde se encontraba la guerrilla). Desde allí
se lanzaban las acciones de contrainsurgencia, que buscaban aislar a la
guerrilla para dificultar su abastecimiento.
Se calcula que la
Compañía de Monte del ERP en Tucumán contaba con un número de 300 integrantes
-muchos de ellos entrenados en Cuba- o 600 si se incluía a las personas que
brindaban apoyo logístico desde pueblos y ciudades.
El 28 de mayo tuvo
lugar el combate de Manchalá, el más importante de todo el operativo, que duró
una 4 horas. La guerrilla fue derrotada en su intento de atacar el comando de
Famaillá.
El 28 de agosto,
en una operación de apoyo al ERP, Montoneros colocó una bomba de 150 kg en la
pista del Aeropuerto Matienzo, en el momento del despegue de un C-130 que
transportaba a efectivos de la Gendarmería Nacional, causando seis muertes y
dejando otros 29 heridos.
En octubre, tras
la caída de su principal campamento, el ERP decide poner fin a la guerrilla
rural, y ordena la dispersión de los sobrevivientes que deben volver a la
guerrilla urbana.
El Operativo
Independencia había logrado en pocos meses neutralizar en buena medida el
accionar del ERP.
Las bajas en el
Ejército fueron algo más de 50 y en la guerrilla, unas 160.
Vale recordar que
la Argentina ya se encontraba por aquel entonces rodeada de gobiernos
dictatoriales en países vecinos, a la vez que crecía internamente la amenaza de
una interrupción democrática, que buscaba su justificación, entre otras cosas,
en el accionar de la subversión.
Luder también
recordó que en 1975 “había una subversión instalada, con alto nivel operativo y
un importante apoyo logístico”. Sin embargo, consideró que “las Fuerzas Armadas
cometieron un grave error al tomar el poder, porque asumieron la total
responsabilidad de la lucha antisubversiva” y “al no existir ningún organismo
de control”, como podía haberlo sido el Congreso, “tuvieron la suma del poder y
se inclinaron por una lucha al margen de la ley”.
En el comunicado
de quienes reivindican a Isabel Perón y su decisión de combatir a la guerrilla,
se evoca los ataques a cuarteles protagonizados por esa guerrilla (el ERP) y
por los Montoneros (Azul en enero de 1974 y Formosa en octubre de 1975,
respectivamente), además del intento de copamiento del batallón de arsenales
Domingo Viejobueno en Monte Chingolo en vísperas de la Navidad de 1974, entre
otros desafíos “a un gobierno democrático, elegido por el 63% de los votos”.
Esos “ataques guerrilleros durante el gobierno constitucional buscaron
debilitarlo y abrieron el camino para el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976″,
agregan.
También recuerdan
a Atilio Santillán, secretario general de la Federación Obrera Tucumana de la
Industria del Azúcar, “asesinado por el ERP el 22 de marzo de 1976, por haber
respaldado el Operativo Independencia junto con la CGT, el PJ y la totalidad de
los partidos políticos de aquel entonces”.
Este hecho
evidencia dos cosas: primero, el generalizado método de la guerrilla de
eliminar físicamente a sus adversarios políticos, en este caso, a un referente
sindical; segundo, el casi inexistente respaldo político con que contaban las
organizaciones armadas.
Estos gestos de
reivindicación de las decisiones del gobierno constitucional de entonces ante
el desafío de la guerrilla puede ser ocasión para poner fin a un relato parcial
y sesgado de lo sucedido. Por mucho que se hable de Memoria, con mayúscula, el
paso del tiempo, ha traído, al amparo de la conveniencia política, un olvido
selectivo y una tremenda simplificación de los hechos que rodearon el gobierno
de Isabel Perón y su derrocamiento.
La pegatina de
afiches en las calles de Buenos Aires y de Tucumán evocando su figura recuerdan
a otra, que se produjo en enero de 2007, por iniciativa sindical, con la frase
“No jodan con Perón”. Fue un parate al intento del gobierno de Néstor Kirchner
de implicar a Isabel Perón en los juicios reabiertos contra los militares.
En el fondo, esa
maniobra confirmaba la colusión que se dio en 1976 entre guerrilleros y
golpistas: todos buscaban profundizar el caos y ninguno defendía la
institucionalidad ni la democracia por la cual muchos hoy se rasgan las
vestiduras.
Los militares
concentraron todo el poder ayudados por el accionar delirante de jefes
guerrilleros para los cuales “cuanto peor, mejor”, porque la presencia de un
gobierno constitucional “confundía” a las masas y frenaba su necesaria
radicalización.
El Operativo
Independencia había sido exitoso, gozaba de la legitimidad que le confería el
haber sido ordenado por una Presidente constitucional en defensa de la
soberanía del Estado y la integridad territorial.
En ese momento, la
dirigencia argentina debió haber cerrado filas en torno al gobierno
constitucional, pero prefirió especular con que los militares tomarían el poder
para entregárselos a ellos, y se des-solidarizaron de la suerte de la gestión.
Quienes buscan
establecer una línea de continuidad entre aquel Operativo y el Proceso, olvidan
que una de las razones para dar el golpe fue la cercanía de las elecciones y la
certeza de muchos de que el peronismo volvería a imponerse.
Hace unos años,
cuando empezaron a reabrirse los juicios a los militares, la hija de uno de
ellos dijo: “Hubo un solo demonio: la violencia”. Tenía razón. Hubo un solo
demonio, pero con dos cabezas, porque el desafío de unos al poder legítimo fue
la mejor excusa a la réplica desmedida de los otros.
Este 50
aniversario del Operativo Independencia debería ser la ocasión para una
reflexión más honesta acerca de esa etapa de nuestra historia y de los motivos
que llevaron al desencuentro y a la tragedia. Seria el mejor homenaje a todas
las víctimas de la violencia que asoló al país.