de gente que se autopercibe revolucionaria y
en lucha contra una dictadura
Claudia Peiró
Infobae, 01 Feb,
2025
Asistimos hoy a un
colorido desfile de gente que se autopercibe revolucionaria. Al progresismo le
gusta sentir que vive en dictadura, pero la verdad es que el mayor riesgo al
que los expuso hoy su militancia fue el calor.
“Volvemos a tener
miedo”: fue un repetido comentario del público -casi una consigna-. Los
argentinos llevamos años viviendo -en democracia- con miedo a salir a la calle
por el flagelo de una violencia delictiva a la que ningún gobierno ha podido
poner coto. Pero hasta el miedo cae en la grieta, y los mismos que negaron por
años la inseguridad, hoy lo invocan.
Secretamente, los
referentes de estos sectores habrán celebrado los excesos del discurso
presidencial en Davos que los confirma en su percepción deformada de la
realidad y les da aire para una convocatoria de otro modo improbable.
Titular como
“antifascista” y “antirracista” a la marcha de hoy es un absurdo en sí mismo.
Muchas generaciones ya no tienen -afortunadamente- ni idea de lo que es una
dictadura por eso pueden ponerle la etiqueta a cualquier cosa que no les guste.
Pero en esta marcha y en particular entre los convocantes había veteranos a los
que solo se puede atribuir mala fe.
Por otra parte,
¿no es fascismo adoctrinar a niños con ideología de género? Imponerles desde la
más tierna infancia una doctrina sin asidero científico alguno parece no ser
autoritario ni dictatorial ni fascista para los manifestantes de hoy. Tampoco
lo fueron los escraches en años anteriores o la imposición de una neolengua
pretendidamente inclusiva.
Hoy desfiló gente
que te quiere decir cómo pensar, que te cancela si no te formás en su fila, que
te insulta si decís verdades.
La marcha no fue
“en defensa de la diversidad” sino de privilegios, cupos y cargos creados en su
nombre. El principio de Shirky -por su autor, Clay Shirky- sostiene que las
instituciones tratarán de preservar el problema que están destinadas a
resolver.
Esto se aplica
claramente a la política identitaria de estos años. Lo que se llama “ampliación
de derechos” tuvo como resultado la creación de toda clase de entidades,
organismos gubernamentales y para-gubernamentales, destinados a preservar o a
inventar problemas en lugar de resolverlos. Sus beneficiarios no fueron los
sectores en cuyo nombre se creó, sino una amplia burocracia, hoy parcialmente
desocupada.
Detrás de cada
“derecho” hubo una larga lista de puestos superfluos, dedicados a perpetuar el
mal que se suponía debían combatir, como dice Shirky. O a inventarlo, Como el
feminismo imaginando un patriarcado que dejó de existir hace casi un siglo, o
con la ficción de la brecha salarial de género. Que le pregunten si no a la CGT
Arco Iris en qué rubro profesional se paga 30% menos a las mujeres. Si no lo
saben ellos…
El racismo en
cambio es un ítem que les quedó pendiente en la política de deconstrucción de
los últimos años. Un “colectivo” que no alcanzaron a poner en marcha. Estaban
trabajando para instalarlo, porque el identitarismo es así: no ve argentinos,
ve argentinos blancos, argentinos negros, argentinos marrones. Por eso otra
frase repetida en la marcha fue “soy marrón” o “soy marrona”...
El nuestro es un
país que siempre se enorgulleció de su condición mestiza, de ser una mezcla de
razas, de ser fruto de una superposición de capas inmigrantes, que se
mezclaron, sin gueto, sin apartheid. Pero resulta que ahora rascamos el fondo
de la olla para encontrar racismo y ponernos a tono con la locura de los
estudios decoloniales. Y con su financiamiento, porque las modas penetran mejor
cuando vienen lubricadas con dólares o euros.
Desfilaron o
convocaron todos los miembros del consorcio DDHH-Feminismo-LGBT y etc. “Las
Madres nos sentimos zurdas, travestis, putas, homosexuales, diversas y pobres”
fue uno de los mensajes de convocatoria. Lo que lleva a pensar que las ong de
DDHH que enarbolan estas banderas están muy seguras de que la generación que
luchó en los 70, y en cuyo nombre pretenden hablar, lo hizo por la diversidad
sexual, el aborto y el lenguaje inclusivo (“Hijes”, “Nietes”...).
Fue lógica la
presencia de la izquierda minoritaria -que no se autopercibe ultra, aunque lo
es-, que hace tiempo sustituyó la causa “de los trabajadores” por la de las
minorías sexuales. Es un fenómeno mundial. Militan el control poblacional vaya
uno a saber en nombre de qué intereses.
Llamativa es la
adhesión de la CGT, o de una parte de ella -11 gremios presentes en la reunión
donde se decidió apoyar la marcha-. En ese encuentro en la calle Azopardo
estuvieron presentes referentes de ong de DDHH para hablar sobre “la situación
de los trabajadores y el funcionamiento de los Espacios de Memoria”, que
sufrieron recortes del gobierno de Milei.
Es decir que la
CGT, que no se movilizó por la situación de los jubilados, principales víctimas
del ajuste, se sensibiliza porque en los sitios de Memoria (sesgada) no habrá
más militantes a sueldo para garantizar la bajada de línea. Para difundir una
lectura del pasado que se supone no debería ser la de la CGT. Si esa es la
única desocupación que preocupa, algo anda mal.
Como dijo uno de
los manifestantes entrevistado por la televisión, un señor mayor, “ahora que
fue por los gays vinimos todos, pero cuando marchamos los jubilados, estamos
solos, no viene nadie”.
El sindicalismo
sustituye la lucha por sus representados para sumarse a una agenda ajena a sus
afiliados y a su doctrina. Una organización, concebida para unir, adhiere a una
política de fragmentación de la sociedad en infinitos grupos que reclaman
“derechos” basados en la subjetividad de cada uno.
Se sintió la
ausencia de Alberto Fernández y de Vilma Ibarra, paladines de todas las causas
feministas, antivida y no binaries.
Pero no sorprendió
la presencia de Axel Kicillof, entusiasta adherente de la ideología de género,
sobre todo en la escuela, inculcada a niños desde los 4 años.
Tampoco La
Cámpora, con Mayra Mendoza, Wado de Pedro, Mariano Recalde y Máximo Kirchner al
frente de la columna de esta agrupación de militantes ya no tan juveniles que
se pretenden herederos de los 70 y quizás por eso han adoptado todos los ítems
importados de la agenda woke.
También se habían
sumado a la convocatoria Elisa Carrió con su Coalición Cívica y Martín Lousteau
desde una corriente del radicalismo. Sergio Massa y Malena Galmarini enviaron
una columna.
Las marchas se
replicaron en el exterior, porque toda “dictadura” tiene sus “exiliados” y
siempre es más glamuroso el estatus de perseguido que el de turista o
inmigrante.
No se puede
correlacionar homosexualidad con pedofilia, estamos de acuerdo. Ahora bien, ¿sí
se puede decir que todos los varones hétero son violadores en potencia? ¿Que el
mayor riesgo de vida para la mujer es casarse? (Con un hombre, claro).
Los (y las) que
hicieron esas amalgamas, esas acusaciones colectivas, que etiquetaron,
escracharon y denunciaron falsamente, lo hicieron con impunidad. No hubo
marchas, ni repudios, ni siquiera comunicados. Al contrario, hubo aplausos,
premios y ventajas.
Se pudo decir
impunemente que los hombres matan mujeres por ser mujeres.
Hoy desfiló la
gente que celebró todo eso. La que celebra que cada año nazcan menos
argentinos. Gente con poco amor a su país y a su legado cultural, dispuesta
siempre a describir a la Argentina, que fue pionera en participación política
femenina -gracias a Carlos Menem-, como un infierno sexista.
Otro argumento
reiterado por los manifestantes fue el de “los derechos conquistados con la
lucha”, cuando el grueso de las transformaciones que habilitaron el
protagonismo de las mujeres son resultado de la cooperación entre hombres y
mujeres, no resultado de una guerra de sexos. Salvo que llamen lucha a la
adhesión a una agenda impuesta desde afuera.
Otro tópico en el
guion de la marcha fue relacionar cualquier hecho de violencia con “el discurso
de odio” oficial. ¿Qué decir entonces de los muchos femicidios y travesticidios
que tuvieron lugar en años anteriores, cuando al parecer no había discurso de
odio? Una vez más, cada uno rescata los muertos que cree poder usar
políticamente.
Las generaciones
más jóvenes crecieron con el relato de que la dictadura terminó en 2003, las
mujeres argentinas estaban excluidas del sistema hasta el NiUnaMenos y los
homosexuales eran perseguidos, encarcelados y asesinados hasta ayer nomás.
Hay que empezar a
poner las cosas en su lugar.
No hay peligro
alguno para homosexuales y lesbianas en un país donde nunca se persiguió la
homosexualidad. Como bien explicó Juan José Sebreli en diálogo con Blas
Matamoro [“Entre Buenos Aires y Madrid”, Sudamericana 2022], la represión
sexual -en los años 30,40, 50…- iba dirigida a todos. Dijo Sebreli: “No se
trataba de la persecución a los gays, se trataba también de la persecución a
los amores ilegítimos, las mujeres estaban obligadas a llegar vírgenes al
matrimonio (...) dentro de esa sexofobia, la homosexualidad la pasaba peor, por
supuesto”. Pero no estaba condenada en el Código Penal: otro dato que subraya
el fallecido intelectual. Se aplicaba un edicto policial bajo el título de
“escándalo público”, el mismo que se usaba para reprimir la prostitución, pero
no era delito tipificado en el código. Como homosexual, agregó Sebreli, “se
vivía peor en Londres que en Buenos Aires”. En Inglaterra la homosexualidad fue
delito hasta bien entrado el siglo XX.
Las palabras woke
y wokismo estuvieron en boca de todos en estos días, pero la confusión fue
mayúscula. En Argentina no se conocía el término ni se lo usaba de modo masivo,
lo que no quiere decir que no existiera el fenómeno: por el contrario, éste ha
invadido mucho de nuestra superestructura y ha inspirado demasiadas leyes.
Pero la mayoría
asimiló el wokismo al progresismo. No son sinónimos, aunque lo woke se solapa
con esa corriente en sus versiones más extremas, sobre todo con esa izquierda
que ha renunciado a representar a los que están más abajo en la escala social
para preferir la defensa de los intereses de minorías o colectivos raciales, de
género y otros.
El wokismo, del
inglés woke (despierto), alude a una actitud vigilante ante el racismo y
cualquier otro factor -real o imaginario- de inequidad. Pero, a diferencia del
humanismo que ha inspirado la conquista de libertades y derechos considerando a
todos los seres humanos iguales por compartir una misma esencia y por ende el
rechazo de toda categorización basada en el género, la orientación sexual, el color
de la piel, etc, el wokismo hace de esa categorización una virtud y en función
de la misma postula una jerarquía de identidades y una gradación que va de los
victimarios absolutos a las víctimas idem. En la punta de la pirámide se
encuentran obviamente los varones blancos heterosexuales, culpables de todo.
De esta
categorización se derivaron injusticias y nuevas discriminaciones, todo ello en
un clima de enemistad social promovido desde el mismo Estado.
Todos esos excesos
trajeron la reacción que llevó a Javier Mieli a la presidencia. Lo que con
horror llaman “ultraderecha” ganó terreno gracias a todos los abusos,
arbitrariedades y delirios de la “ultraizquierda” que marchó hoy.
Todas las
políticas deconstructivas de que las que nuestro país fue laboratorio de ensayo
en los últimos años -vaciamiento educativo, antinatalismo, abolicionismo
psiquiátrico, propagandización del transgenerismo, ideología de género o
doctrina queer, apartheid sexual, etc.- todo, absolutamente todo, está
promovido por ong locales que o bien son filiales de organizaciones
internacionales o bien están todas financiadas por las mismas fundaciones
extranjeras. O gobiernos.
El que quiera
creer en la filantropía de esa gente, como finge creer la ex presidente
Cristina Kirchner elogiando a George Soros, que crea. Pero todos sabemos que
persiguen un interés.
Pero la democracia
no está en peligro, porque tampoco le debemos su consolidación a los que hoy
protestan… La democracia ha sido una conquista de todos los argentinos, no de
una facción. En esto, no debe haber grietas.