POR IGNACIO
BALCARCE
La Prensa,
23.02.2025
En las últimas
semanas han aparecido signos que pueden entenderse como un agotamiento en la
agenda del progresismo woke que deben invitarnos a reflexionar sobre los giros
que acontecen en la denominada “batalla cultural”. Creo que lo importante a
retener es que las facciones en disputa comparten los mismos principios, cosa
que impide vislumbrar un horizonte de auténtica restauración cultural.
La ideología woke
no es un retoño bolchevique sino un liberalismo llevado a sus últimas
consecuencias. Con esto ya tenemos los primeros trazos para un cuadro de
situación: la batalla cultural enfrenta a liberales de izquierda contra
liberales de derecha. O sea, el antagonismo es superficial.
Por supuesto que
el antiguo comunismo tampoco fue una alternativa real al liberalismo ya que
contenía en sus raíces inmanentismo, naturalismo y racionalismo -bases de la
modernidad ideológica que coinciden con la esencia del liberalismo-, pero sí es
necesario advertir que el neomarxismo cultural actual es un marxismo devorado
por la lógica y los hábitos liberales. Donde permanece poco marxismo y mucho
liberalismo.
Resulta ridículo
en la nueva derecha querer combatir el progresismo woke apelando a derechos y
libertades individuales, la autodeterminación y el respeto irrestricto por el
proyecto de vida de otros, que es justamente lo que la nueva izquierda también
reivindica. Por lo tanto, tenemos distintas facciones compartiendo presupuestos
pero que cada una los manipula de acuerdo a sus intereses circunstanciales, en
búsqueda de sus propios proyectos de poder y rédito económico. Significa que
nos encontramos ante propuestas que luchan por extraer conclusiones diferentes
a los mismos axiomas. No presenciamos una genuina batalla cultural con choque
de cosmovisiones y perspectivas antropológicas antagónicas, sino una disputa
política que instrumentaliza la cultura para dividir y recoger votos.
AGOTAMIENTO
Woke es un
concepto norteamericano que indica estar despiertos, usado para señalar una
actitud de conciencia y denuncia frente a diversas formas de opresión en las
sociedades actuales. Esta ideología pretende alzarse en defensa de minorías
discriminadas, haciendo uso y abuso de las diferentes situaciones sociales. En
su núcleo están las luchas identitarias vinculadas al género, la raza y el agregado
de las cuestiones ambientales.
Lo notable de esta
ideología propulsora del feminismo, el homosexualismo, el indigenismo, el
ecologismo, como de consignas abortistas, la eutanasia y los cambios de sexo,
es que consolidaron un gran tinglado de pensamiento políticamente correcto -una
“hegemonía cultural” para emplear los términos propios de la nueva kulturkampf.
Organismos
internacionales, gobiernos nacionales, partidos políticos, tribunales de
justicia, universidades, escuelas, fundaciones, ONGs, think tanks, medios de
comunicación y hasta las plataformas de entretenimiento infantil empezaron a
reproducir el discurso woke, apelando a configurar una sociedad presuntamente
más libre, diversa e inclusiva.
La característica
de ese pensamiento políticamente correcto fue la persecución, desacreditación y
marginación de toda disidencia fabricando una maliciosa dinámica de
cancelaciones.
Al amparo de un
copioso financiamiento de la Fundación Soros, Bill y Melinda Gates, los
Clinton, el partido Demócrata de EEUU en general, y las instrucciones de la ONU
y sus satélites, se logró componer una atmósfera de mordazas y autocensuras que
aplastó el sentido común y el pensamiento crítico.
La agenda
instalada por el poder se impuso sobre las realidades más evidentes neutralizando
las expresiones naturales y espontáneas del pueblo y las búsquedas de verdad
propias de la vocación humana en un ambiente saludable.
Este “wokismo”,
como estrategia de ingeniería social impuesta desde arriba, fue generando un
clima de tensión y desconcierto. Se usó a artistas e intelectuales, se presionó
a empresas y se duplicaron los esfuerzos publicitarios, pero las ideas no
penetraban y la sociedad en general las rechazaba. La gente, preocupada con
otro tipo de asuntos, siempre miró con desconfianza una ideología tan
artificial como deshumanizante, bancada por agencias desprestigiadas y cínicos
megamillonarios que se presentan como filántropos.
Por convicción,
moda, intereses o conveniencias oportunistas, fueron pocos y muy
sectorializados los que cayeron en los tentáculos del progresismo woke, pero
también eran pocos aquellos que se animaban a desenmascarar a un monstruo tan
blindado desde las usinas mediáticas.
El “wokismo” sirve
para desarraigar a los pueblos, desfigurar su identidad, debilitar la religión,
corromper la moral, controlar la natalidad, dividir internamente y crear masas
amorfas, fáciles de manipular desde los deseos más primitivos y elementales.
Denunciar esta
descomposición social fue catalogado como machismo, fascismo, anti-derechos,
extrema derecha y otras tantas etiquetas cargadas de veneno.
SIN NAFTA
Ese patrullero
progresista parece hoy estar quedándose sin nafta. Sin embargo, debemos tener
claro que los principios ideológicos que lo engendraron permanecen vigentes y
están intactos.
En los últimos
días los tecnócratas de Silicon Valley, vehementes difusores de la ideología
woke a través de sus plataformas, dieron a entender que ese ciclo estaba
concluyendo.
Mark Zuckerberg,
director ejecutivo de Meta (Instagram, Facebook, Whatsapp) declaró que las
censuras del pasado obedecieron a pautas trazadas por la administración Biden
que ya no se volverían a repetir. Google bajó un mensaje similar y Elon Musk
ratificó su lucha contra esta ideología. Desde Disney anunciaron una vuelta a
los contenidos de entretenimiento, abandonando el perfil ideológico-político
que habían tenido sus últimas producciones. Empresarios de otras áreas, como
McDonald´s y Walmart, incluso directivos de BlackRock, anunciaron un retiro de
subsidios a programas de diversidad, derechos de minorías y ambientalismo.
Con este retiro de
fondos a la causa woke presenciamos un elocuente reordenamiento político que
busca alinearse detrás del recién asumido presidente Donald Trump. Pero cabe
preguntarse ante el repliegue woke qué nueva dirección pretenden imprimir a sus
proyectos. ¿Qué traman?
La dimisión de
Justin Trudeau -uno de los referentes máximos de la ideología- como los cuestionamientos
y la inestabilidad de Pedro Sánchez en España, son otras manifestaciones del
desmoronamiento progresista, en un Occidente que se reconcilia con la derecha
en protagonistas como Trump, Meloni, Bukele y Milei (los casos de Victor Orbán
y de Putin difieren completamente y merecen distinto enfoque porque rechazan el
wokismo, pero intentando sortear los tópicos propios del conservadurismo y las
categorías liberales). Lo que avizoramos con todo lo mencionado es un cambio de
estrategia en las cavernas del poder profundo.
LA NUEVA DERECHA
El progresismo
consiguió un hartazgo social. El péndulo llegó a su límite y emprende el
regreso, de la izquierda vamos a la derecha, en ese juego cíclico y tramposo de
las falsas alternancias. El wokismo entrega la posta a la nueva derecha, el
poder real se reconfigura para seguir operando con otro disfraz.
El fenómeno de la
“nueva derecha” sostiene que el elemento novedoso de su estructura consiste en
luchar por los dispositivos culturales que constituyen la opinión pública. En
el pasado se habrían ocupado solamente de cuestiones económicas desestimando la
agenda cultural que quedó en manos de la izquierda, reciclada en el pensamiento
de Gramsci, la Escuela de Frankfurt y en última instancia con Laclau.
Acá hay que hacer
dos observaciones, primero: la nueva derecha busca acaparar las palancas
culturales para difundir liberalismo conservador (lo que legitima y permite al
progresismo circular en sus versiones atenuadas hasta que le vuelva a tocar el
turno de apretar el acelerador y profundizar su ideario).
Segundo: el
reciclaje de la izquierda fue -sobre todo a partir de la Escuela de Frankfurt y
Laclau- abrazar el liberalismo y exaltar sus principios, abandonando la causa
proletaria y la lucha de clases. Por lo tanto, es errado culpabilizar al
marxismo por el principio de destrucción que han introducido ellos, los mismos
liberales.
Llevaba razón Jean
Francois Revel cuando en su libro de sugestivo título Ni Marx Ni Jesús sostenía
que el liberalismo fue la revolución que cambió todos los modos de pensar y
organizar el mundo.
Fue el liberalismo
quien produjo un quiebre con el pensamiento tradicional. Fue el liberalismo el
que propuso una libertad sin referencias objetivas. Fue el liberalismo quien
combatió la verdad metafísica y religiosa para que la inteligencia sin su
objeto propio naufragara a merced de las apetencias individuales, iniciando un
nuevo régimen que ya no procura el enriquecimiento humano sino de los
bolsillos. Son ellos los que empezaron la ingeniería social que desconectando
al hombre de su fin último, le ocultaron su razón de ser y distorsionaron todo
el orden de bienes. Marxistas y neomarxistas no han hecho más que profundizar
el caos inducido por los liberales.
Con la irrupción
de la nueva derecha no hay verdaderos cambios porque el régimen queda reforzado
en sus fundamentos, esto es, en la antropología liberal con todas sus
consecuencias políticas, institucionales y jurídicas.
El caldo de
cultivo que dio vida al progresismo woke permanece disponible para su
reactivación como para la generación de nuevas ideologías.
Finalmente debemos
advertir que la batalla cultural planteada por la nueva derecha frente a la
nueva izquierda opera como pantalla que impide a la gente comprender la
complejidad profunda de nuestro deterioro social e inhibe la posibilidad de
crear verdaderos proyectos alternativos. Nos envuelven en una rosca política,
mera puja de poder, que sirve para potenciar y validar a todas las partes, como
una gran ventana de Overton, que otorga identidad de alternativa lícita a las
más aberrantes ocurrencias, configurando un escenario para discutir de igual a
igual cualquier proyecto por perverso que sea.
Con todo esto
continuamos en el ámbito de las grandes ficciones modernas: la libertad, la soberanía
popular, los derechos del hombre, la democracia partidocrática y relativista, a
la vez que se polariza la sociedad entre progresistas radicales y progresistas
más o menos moderados que resisten con objeciones mal fundadas a fracciones de
los programas que nos intentan imponer.
Sabemos que las
ideas radicalizadas siempre encuentran resistencia, hay fases de conflicto y
luego de atemperamiento, y terminan penetrando de modo gradual a través de los
cauces moderados, auténticos caballos de Troya.
DAVOS
El destemplado
discurso de Milei en Davos expuso la indigencia argumental de un liberalismo
que se apoya en el antiwokismo, como bandera humanista, para defender el
capitalismo más inhumano.
El presidente no
se opuso a la maldad intrínseca de ciertas prácticas aberrantes que dañan la
condición humana en su dignidad de creatura de Dios, la desorientan en su
propósito vital, violentan el orden de lo justo y conducen a la destrucción
moral de la persona. No, nada de eso. Se opuso al wokismo como estrategia de
redistribución de riqueza por considerar que todas las medidas de origen
estatal obedecen a una impronta socialista.
Su oposición es a
la intervención del Estado, la presión fiscal, el gasto público y las
imposiciones no consentidas, porque en su mundo liberal, el consentimiento -no
el orden de la realidad conocido por la recta razón- es lo que valida medidas y
comportamientos.
En el discurso
hubo verdades, pero también verdades a medias y mal enmarcadas, como graves
errores y mentiras. No pretendemos hacer un análisis del discurso, pero debemos
comprender que toda su crítica obedece a una cosmovisión maniquea y
materialista, de un economicismo exacerbado -ajeno a los verdaderos valores de
Occidente- que encuentra en el wokismo un obstáculo a las condiciones que
considera que se necesitan para incrementar el PBI, ganar rentabilidad, ahorrar
y comerciar sin trabas ni cargas impositivas, ni deberes con el prójimo.
El Foro Económico
Mundial, creación de David Rockefeller y guarida de Klaus Schwab, discípulo de
Kissinger, no se debe haber sentido amenazado en sus proyectos globalistas, que
se pueden expandir por izquierda o por derecha, y saben dominar pueblos y
concentrar riquezas, inoculando wokismo como desregulando mercados.
CONCLUSIÓN
En esta batalla
cultural ninguno de los contrincantes reconoce por cultura la antigua paideia
griega, que se refería a los procesos de educación humana incluyendo todos los
contenidos y hábitos de valor formativo.
La paideia
presupone reconocer una naturaleza humana y la intención de llevarla a su
plenitud reconociendo el fin último.
Implica un
discernimiento claro del orden de bienes perfectivos del hombre y su
establecimiento como centro de la vida comunitaria.
El cristianismo
completó esta noción clásica de cultura al lograr identificar el fin último con
el Dios verdadero, que asiste a nuestro desarrollo con su gracia y reconocemos
con certeza a través de su religión revelada.
Cultura en su
sentido auténtico es el esfuerzo del hombre por perfeccionarse en orden a Dios.
Esta noción de cultura expone que la nueva derecha y la nueva izquierda sólo
ofrecen un pleito contracultural que sirve para mantener a la sociedad dividida
y enredada en la polarización.