Malvinas: No recaer
en la diplomacia de los giros acrobáticos
Rodolfo H. Gil
Clarín, 9-11-14
Una de las
características salientes del relacionamiento de Argentina con el mundo, desde
Menem hasta nuestros días, ha sido la práctica de la política del bandazo. En
términos políticos podríamos llamar bandazo al arte de ejecutar un giro
acrobático que permite a su ejecutante variar su posición original en 180º, sin
causas aparentes que lo justifiquen. En ese sentido, Malvinas son un caso
paradigmático. Arrancamos en los 90’s con la política de “seducción” para
arribar a una rabiosa malvinización, en la peor de sus acepciones (incluyendo
flamígeros discursos y hostigamiento a pacíficos contingentes de turistas).
Ninguna de esas herramientas demostró ser apta para los fines proclamados.
El Foreign Office
desdeñó las zalamerías y las varias concesiones, sin reciprocidad alguna, de la Cancillería menemista
cuando decretó que no habría negociación posible sin la participación, y
aprobación de lo acordado, por parte de los isleños. Tampoco tomó con seriedad
el escalamiento de las tensiones con Inglaterra, en las administraciones CFK,
que han tenido más en cuenta las encuestas de popularidad presidencial que un
efectivo avance en el proceso de recuperación de las Islas. Cualquier similitud con Mrs. Thatcher debe
ser desestimada. La realidad demostraría que, fracasadas tanto la política de la ingenuidad y la
excentricidad, para ser benevolentes con los términos, como la de la rebeldía
adolescente, habría que intentar alternativas que mariden al interés nacional
con el realismo.
Para ello debemos
partir de algunas premisas. Las Islas Malvinas en manos extrañas es una herida
abierta en el alma de los argentinos y en el cuerpo de la Patria. Pero ello no
nos debe evitar ser realistas. Nuestro
punto de partida, en la negociación, es de una gran debilidad. Las islas están
en manos de Inglaterra y perdimos una guerra. Conflicto mezquino en los
objetivos perseguidos por sus perpetradores, improvisada en su planificación,
disparatada en la evaluación del marco de alianzas internacional que el momento
ofrecía y que, como si todo lo anterior fuera poco, desaprovechó algunas de las
escasas ventajas que dio la efímera ocupación. La derrota de la cual lo único
que puede rescatarse es el heroísmos de nuestros combatientes, dio pie a
Inglaterra para retrotraer los importantes avances bilaterales y multilaterales
que se habían alcanzado a través de los años.
La única manera de
abordar un proceso satisfactorio para los intereses nacionales es apostar a una
reversión de la ecuación de poder de hoy en día. Y cuando hablamos de poder no
nos referimos, obviamente, al poder que da el uso de la fuerza. Nos estamos
refiriendo a un tramado casi artesanal a construirse. Su base fundamental:
aumentar nuestra participación en el producto y el comercio mundial, en los
flujos del conocimiento, de las nuevas tecnologías y de la inversión productiva
de manera de constituirnos en un socio interesante y atractivo en la economía
global. Paralelamente a ello debe darse un crecimiento de la presencia
internacional de Argentina, de manera que sea observada por la comunidad de
naciones como un actor cooperativo y no disruptivo de la misma. También
deberemos contar con el respaldo de un trabajo diplomático muy profesional, que
no sólo consolide y amplíe el espectro de apoyos sino que impida cualquier
avance de Inglaterra en el conflicto.
Argentina deberá
invertir mucho capital político por un buen tiempo, para remediar los serios
desbarajustes registrados en la política exterior desde 2008. Ese capital debe
ser entendido, por una parte, como acuerdos básicos entre sus fuerzas políticas
que sean sustentables en el tiempo y, por otra, como una conducta férreamente
ajustada a las normas y acuerdos del derecho internacional. Ese capital no es
infinito. Lo cual nos llevará a un delicado equilibrio en nuestra agenda
internacional. Si en ello podemos acordar los argentinos, Malvinas no debe
representar ni la renuncia ni constituirse en el eje excluyente de nuestra
política exterior.
Rodolfo H. Gil es
diplomático, ex embajador argentino en la OEA
Un intercambio de tierras por recursos marítimos
Carlos Escudé
Clarín, 9-11-14
La verdad es que las Malvinas están más lejos que nunca de ser nuestras,
a pesar de la inicua usurpación de 1833. Estas no son cuestiones que se diriman
con la vara de una presunta justicia. ¿Cómo olvidar que nosotros también
perpetramos usurpaciones? Décadas después de perder las dichosas islas le
quitamos vastos territorios al Paraguay. También les quitamos todo el sur
argentino a los indígenas. Con esto sólo quiero cuestionar a los
fundamentalistas cuya concepción es maximalista. Para ellos, una “negociación”
debe culminar en la devolución de las tierras, junto con su jurisdicción
marítima. En vistas del escaso poder argentino, esta expectativa está destinada
al fracaso.
Si reconocemos que la
recuperación de las tierras es imposible, entonces nuestro objetivo deberá
orientarse a compartir los recursos de las aguas, a cambio de una renuncia a
dichas tierras. En mi opinión, nuestra fórmula estratégica debe ser el
reconocimiento del derecho de los isleños a las tierras, a cambio de un 50% de
los derechos de explotación de sus recursos marítimos. Obviamente, toda
renuncia formal a nuestro reclamo sobre las tierras deberá venir acompañada por
un quid pro quo de la contraparte, que no debe ser otro que su renuncia a no
menos de un 50% de los recursos marítimos en toda la extensión de la Zona Económica
Exclusiva correspondiente a las Islas Malvinas, que debe quedar para Argentina.
Esto se puede hacer pactando un consorcio marítimo de propiedad conjunta, o
estableciendo una delimitación ad hoc que deje la mitad de los recursos en
aguas argentinas.
Este desdoblamiento
de tierras y derechos marítimos tiene precedentes que le dan viabilidad. Por
ejemplo, según dispuso un Tribunal de Arbitraje de 1977, Jersey y Guernsey,
islas británicas del Canal de la
Mancha , están enclavadas en aguas francesas. Aunque las islas
enfrentan por el norte a Inglaterra, su jurisdicción marítima está cercenada, y
más allá de un angosto cordón en torno de las islas, las aguas son francesas
hasta llegar al centro del canal. Esto es importante para nuestro caso porque
es como si, más allá de una estrecha circunferencia de aguas malvineras, el mar
al oriente de las islas fuera argentino hasta el límite de la Zona Económica
Exclusiva.
Más aún, en un
acuerdo del año 2000 se pactó no considerar el valor soberano de algunos
islotes del Canal, para no distorsionar esa delimitación marítima. El caso siguió
el razonamiento de Libia vs. Malta, resuelto por la Corte Internacional
de Justicia en 1985. Esa fue una disputa interesante porque, al igual que en
Malvinas, había hidrocarburos en juego.
Estas decisiones
están en consonancia con la
Convención de la
ONU sobre el Derecho del Mar. Por cierto, desde antes de que
ésta entrara en vigencia se reconoce que, para que se aplique el criterio de
equidistancia, debe existir cierta “paridad geográfica” entre las partes. Si
ésta no existe, se debe adjudicar mayor peso a la que tiene costas más largas
en la zona litigiosa. Por ende, la disparidad geográfica entre el continente
argentino y las Islas Malvinas exige que la delimitación marítima entre ambas
adjudique menor peso al archipiélago, desechando la proyección de sus islas más
pequeñas, y adjudicando a la
Argentina una franja de mar al oriente de Malvinas. Así, el
archipiélago se convertiría en un enclave extranjero rodeado por nuestras
aguas. Estas son las cosas serias y prácticas que ya podrían estar negociadas
si hubiéramos abandonado la utopía. Compartiríamos hidrocarburos y recursos
ictícolas.
Carlos Escudé es
Investigador del CONICET y miembro consejero del CARI