martes, 11 de noviembre de 2014

DOS MIRADAS SOBRE MALVINAS



Malvinas: No recaer en la diplomacia de los giros acrobáticos

Rodolfo H. Gil

Clarín, 9-11-14

Una de las características salientes del relacionamiento de Argentina con el mundo, desde Menem hasta nuestros días, ha sido la práctica de la política del bandazo. En términos políticos podríamos llamar bandazo al arte de ejecutar un giro acrobático que permite a su ejecutante variar su posición original en 180º, sin causas aparentes que lo justifiquen. En ese sentido, Malvinas son un caso paradigmático. Arrancamos en los 90’s con la política de “seducción” para arribar a una rabiosa malvinización, en la peor de sus acepciones (incluyendo flamígeros discursos y hostigamiento a pacíficos contingentes de turistas). Ninguna de esas herramientas demostró ser apta para los fines proclamados.

El Foreign Office desdeñó las zalamerías y las varias concesiones, sin reciprocidad alguna, de la Cancillería menemista cuando decretó que no habría negociación posible sin la participación, y aprobación de lo acordado, por parte de los isleños. Tampoco tomó con seriedad el escalamiento de las tensiones con Inglaterra, en las administraciones CFK, que han tenido más en cuenta las encuestas de popularidad presidencial que un efectivo avance en el proceso de recuperación de las Islas.  Cualquier similitud con Mrs. Thatcher debe ser desestimada. La realidad demostraría que, fracasadas  tanto la política de la ingenuidad y la excentricidad, para ser benevolentes con los términos, como la de la rebeldía adolescente, habría que intentar alternativas que mariden al interés nacional con el realismo.

Para ello debemos partir de algunas premisas. Las Islas Malvinas en manos extrañas es una herida abierta en el alma de los argentinos y en el cuerpo de la Patria. Pero ello no nos  debe evitar ser realistas. Nuestro punto de partida, en la negociación, es de una gran debilidad. Las islas están en manos de Inglaterra y perdimos una guerra. Conflicto mezquino en los objetivos perseguidos por sus perpetradores, improvisada en su planificación, disparatada en la evaluación del marco de alianzas internacional que el momento ofrecía y que, como si todo lo anterior fuera poco, desaprovechó algunas de las escasas ventajas que dio la efímera ocupación. La derrota de la cual lo único que puede rescatarse es el heroísmos de nuestros combatientes, dio pie a Inglaterra para retrotraer los importantes avances bilaterales y multilaterales que se habían alcanzado a través de los años.

La única manera de abordar un proceso satisfactorio para los intereses nacionales es apostar a una reversión de la ecuación de poder de hoy en día. Y cuando hablamos de poder no nos referimos, obviamente, al poder que da el uso de la fuerza. Nos estamos refiriendo a un tramado casi artesanal a construirse. Su base fundamental: aumentar nuestra participación en el producto y el comercio mundial, en los flujos del conocimiento, de las nuevas tecnologías y de la inversión productiva de manera de constituirnos en un socio interesante y atractivo en la economía global. Paralelamente a ello debe darse un crecimiento de la presencia internacional de Argentina, de manera que sea observada por la comunidad de naciones como un actor cooperativo y no disruptivo de la misma. También deberemos contar con el respaldo de un trabajo diplomático muy profesional, que no sólo consolide y amplíe el espectro de apoyos sino que impida cualquier avance de Inglaterra en el conflicto.

Argentina deberá invertir mucho capital político por un buen tiempo, para remediar los serios desbarajustes registrados en la política exterior desde 2008. Ese capital debe ser entendido, por una parte, como acuerdos básicos entre sus fuerzas políticas que sean sustentables en el tiempo y, por otra, como una conducta férreamente ajustada a las normas y acuerdos del derecho internacional. Ese capital no es infinito. Lo cual nos llevará a un delicado equilibrio en nuestra agenda internacional. Si en ello podemos acordar los argentinos, Malvinas no debe representar ni la renuncia ni constituirse en el eje excluyente de nuestra política exterior.


Rodolfo H. Gil es diplomático, ex embajador argentino en la OEA
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Un intercambio de tierras por recursos marítimos

Carlos Escudé

Clarín, 9-11-14

La verdad es que las Malvinas están más lejos que nunca de ser nuestras, a pesar de la inicua usurpación de 1833. Estas no son cuestiones que se diriman con la vara de una presunta justicia. ¿Cómo olvidar que nosotros también perpetramos usurpaciones? Décadas después de perder las dichosas islas le quitamos vastos territorios al Paraguay. También les quitamos todo el sur argentino a los indígenas. Con esto sólo quiero cuestionar a los fundamentalistas cuya concepción es maximalista. Para ellos, una “negociación” debe culminar en la devolución de las tierras, junto con su jurisdicción marítima. En vistas del escaso poder argentino, esta expectativa está destinada al fracaso.

Si reconocemos que la recuperación de las tierras es imposible, entonces nuestro objetivo deberá orientarse a compartir los recursos de las aguas, a cambio de una renuncia a dichas tierras. En mi opinión, nuestra fórmula estratégica debe ser el reconocimiento del derecho de los isleños a las tierras, a cambio de un 50% de los derechos de explotación de sus recursos marítimos. Obviamente, toda renuncia formal a nuestro reclamo sobre las tierras deberá venir acompañada por un quid pro quo de la contraparte, que no debe ser otro que su renuncia a no menos de un 50% de los recursos marítimos en toda la extensión de la Zona Económica Exclusiva correspondiente a las Islas Malvinas, que debe quedar para Argentina. Esto se puede hacer pactando un consorcio marítimo de propiedad conjunta, o estableciendo una delimitación ad hoc que deje la mitad de los recursos en aguas argentinas.

Este desdoblamiento de tierras y derechos marítimos tiene precedentes que le dan viabilidad. Por ejemplo, según dispuso un Tribunal de Arbitraje de 1977, Jersey y Guernsey, islas británicas del Canal de la Mancha, están enclavadas en aguas francesas. Aunque las islas enfrentan por el norte a Inglaterra, su jurisdicción marítima está cercenada, y más allá de un angosto cordón en torno de las islas, las aguas son francesas hasta llegar al centro del canal. Esto es importante para nuestro caso porque es como si, más allá de una estrecha circunferencia de aguas malvineras, el mar al oriente de las islas fuera argentino hasta el límite de la Zona Económica Exclusiva.

Más aún, en un acuerdo del año 2000 se pactó no considerar el valor soberano de algunos islotes del Canal, para no distorsionar esa delimitación marítima. El caso siguió el razonamiento de Libia vs. Malta, resuelto por la Corte Internacional de Justicia en 1985. Esa fue una disputa interesante porque, al igual que en Malvinas, había hidrocarburos en juego.

La Corte falló que la pretensión maltesa de basar la delimitación marítima en líneas de equidistancia era inaceptable. Tampoco aceptó que, para adjudicar más aguas a Malta, se tuviera en cuenta el valor soberano de la deshabitada isla maltesa de Filfla. En cambio, aceptó el principio de proporcionalidad y la pretensión libia de que la disparidad entre las respectivas longitudes de las costas se compute a su favor.

Estas decisiones están en consonancia con la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar. Por cierto, desde antes de que ésta entrara en vigencia se reconoce que, para que se aplique el criterio de equidistancia, debe existir cierta “paridad geográfica” entre las partes. Si ésta no existe, se debe adjudicar mayor peso a la que tiene costas más largas en la zona litigiosa. Por ende, la disparidad geográfica entre el continente argentino y las Islas Malvinas exige que la delimitación marítima entre ambas adjudique menor peso al archipiélago, desechando la proyección de sus islas más pequeñas, y adjudicando a la Argentina una franja de mar al oriente de Malvinas. Así, el archipiélago se convertiría en un enclave extranjero rodeado por nuestras aguas. Estas son las cosas serias y prácticas que ya podrían estar negociadas si hubiéramos abandonado la utopía. Compartiríamos hidrocarburos y recursos ictícolas.

Carlos Escudé es Investigador del CONICET y miembro consejero del CARI