domingo, 16 de julio de 2017

ESTRATEGIAS PARA DERROTAR EL HAMBRE


Fernando CHICA, monseñor,
observador permanente de la Santa Sede ante la FAO

catolicos-on-line, julio 2017

Valorizar la agricultura. Este ha sido el lema de la 40º sesión de la conferencia de la FA O que tuvo lugar en Roma del 3 al 8 de julio. Los datos facilitados por la conferencia dicen que dos mil millones de personas sufren por falta de micronutrientes y más de 150 millones de niños por debajo de los cinco años sufren raquitismo, mientras al mismo tiempo unos dos mil millones de personas tienen sobrepeso y entre ellos se cuentan más de 500 millones de obesos.

Valorizar la agricultura significa actuar sin esperar que los conflictos hayan finalizado, es más, quizás pueda ser una oportunidad para dar espacio a las acciones de paz, llevando el esfuerzo de los países a un nivel amplio y decidido, a partir de las áreas rurales ya abandonadas por millones de personas que intentan sobrevivir. Análogamente la agricultura puede ser el instrumento para una transición pacífica en el posconflicto, como se deduce del plano operativo de la FA O para Colombia donde, también con la reconocida aportación del Papa Francisco, los esfuerzos de paz han alcanzado un primer objetivo.

Todo esto si se quiere realmente derrotar el hambre y la malnutrición antes del 2030, para estar en regla con los objetivos que la comunidad internacional se ha dado con la Agenda 2030 de desarrollo sostenible. Un documento, este último, que se concentra en el compromiso de cada país a una cooperación efectiva, así como además a realizar acciones coordinadas también en el ámbito más extendido de la lucha contra la pobreza. La Ag e n d a , también en relación con el Objetivo 2 que indica la eliminación del hambre en el mundo, llama a una asociación concreta de todos los agentes que pueden actuar al lado de los estados: el sector privado, la sociedad civil en cada una de sus formas de organización, las religiones y las Iglesias. La conferencia de la FA O ha individuado los diecinueve países más afectados a causa de crisis que se prolongan desde hace años, en las cuales confluyen sangrientos conflictos, inestabilidad política, cambios climáticos y en consecuencia sequía o inundaciones improvisas. Es ahí donde reside aproximadamente un 60 por ciento de los famélicos.

Es ahí donde la FA O hace un llamamiento para intervenir con prioridad. Pero nos damos cuenta de que esto no basta sin una verdadera solidaridad entre los países y en los países. Está claro que la solidaridad, si no entra en esta lógica, permanece solo una mera invocación, un ejercicio inútil porque está lejana de la justicia que se concreta en la salvaguarda del ambiente agrícola, pesquero y forestal, en la justa posesión de las tierras, en salarios agrícolas adecuados y en el acceso al mercado. Para muchos de los que viven de la tierra y de ella obtienen su fuente de ingresos se añade también la necesidad de participar en los procesos de toma de decisiones, todavía irrealizable por la ausencia de las instituciones locales y por la falta de reglas seguras. Se ha recordado cómo además del abandono de objetivos comunes basados en valores compartidos, se haya añadido un preocupante crecimiento del proteccionismo, la prohibición unilateral de las exportaciones, el acaparamiento de las tierras y acuerdos exclusivos que satisfacen solo las exigencias egoístas de algunos países y ciertamente no la de los pobres.

Es suficiente con pensar, por ejemplo, en el ya consolidado fenómeno de la compra o alquiler de tierras cultivables llevado a cabo en países en vías de desarrollo por empresas privadas o fondos especulativos de países desarrollados con el objetivo de incrementar su seguridad alimentaria. Solo en África, los datos disponibles indican que se ha adquirido con estas finalidades un tercio de las tierras cultivables. Entra en la perspectiva de la solidaridad también la capacidad de superar las divisiones y así garantizar la repartición de los recursos y de las ventajas de los bienes producidos, así como también entran en dicha perspectiva las relaciones comerciales fundadas sobre el derribo de las barreras, la transmisión de las tecnologías, la formación de los menos privilegiados de la sociedad y, sobre todo, una repartición más amplia de las responsabilidades. En este sentido, ha sido invocada la necesidad de normas más ecuas en particular para frenar las subvenciones a la producción y a la exportación de productos agrícolas que son aplicadas por algunos países de forma individual u organizada. 

Una rápida lectura de los datos dice que alcanzan unos 400 mil millones de dólares al año, que es mucho más de cuanto se destina a la cooperación internacional para el desarrollo agrícola, cuya consistencia ha disminuido en términos reales en los últimos años. Y luego se encuentra la otra cuestión relativa a la eliminación de las pérdidas y el desperdicio de alimentos, cuya suma es par a un tercio de los alimentos disponibles.

En relación a la eliminación de las pérdidas la teoría se encuentra todavía distante de una práctica que requiere no solo el análisis de la situación y de las infraestructuras existentes sino también la aplicación de compromisos políticos, jurídicos y económicos que consientan actuar concretamente para reestructurar, construir infraestructuras y llevar a cabo intervenciones específicas. La misma toma de conciencia debería también inspirar cada acción orientada a eliminar el desperdicio de productos alimenticios, conscientes de que no actuar significa hacer prevalecer motivos egoístas o partidistas que condenan a los indefensos a morir de hambre o a un alto riesgo de malnutrición. Durante el transcurso de la conferencia estuvieron también presentes ejemplos de “buen hacer” para demostrar que una referencia directa a la realidad de los que trabajan sobre el terreno puede favorecer una mayor conciencia de que el problema del hambre está vinculado a una estrategia de desarrollo capaz de prever también cómo reducir y, por consiguiente, eliminar las pérdidas de alimentos.

Respecto a los despilfarros, en cambio, la cuestión se traslada a modelos de consumo y estilos de vida, con las directas implicaciones de carácter ético que las reglas o estrategias adoptadas solo pueden reconocer, pero no crear. El esfuerzo individual y colectivo es el único camino a seguir. Más de una intervención durante los trabajos ha recordado que estamos ante la peor crisis alimentaria detectada después de la Segunda Guerra Mundial. Crisis que afecta a áreas enteras en guerra, Yemen y Siria por ejemplo, o afectadas por sequía y conflictos como el de Sudán del Sur, o por inestabilidad política, como sucede con Somalia y el noreste de Nigeria. 

¿Cuáles son las respuestas que han emergido? Llamada a establecer las líneas de un programa bienal, la conferencia ha indicado algunas prioridades para la promoción de una agricultura sostenible, la mitigación y la adaptación al cambio climático, la reducción de la pobreza, la escasez hídrica, la migración y el apoyo a las poblaciones rurales golpeadas por conflictos armados, además de todo el trabajo en curso sobre alimentación, pesca, la silvicultura y la resistencia antimicrobiana. Todas cuestiones de fuerte tecnicidad, pero que son el vehículo propuesto por la FA O para obtener efectos positivos sobre la vida de cada persona y de enteras poblaciones, además de ser el único modo para evitar que también las intervenciones en las situaciones urgentes se detengan.

En relación al desarrollo agrícola y alimenticio, ha sido afrontado el tema del uso de la tierra y de los recursos hídricos. En los últimos años se ha producido un importante impacto negativo del aumento de las superficies cultivadas a las cuales se suma una demanda creciente de agua debida a la necesidad cada vez mayor de irrigación y a las exigencias del sector zootécnico. Cierto el futuro, en el cual también juega un papel el crecimiento demográfico, exige cambiar el escenario de los consumos: por ejemplo, para producir un kilo de cereales son necesarios 1500 litros de agua, mientras que un kilo de carne requiere 15.000. ¿Hasta cuándo puede ser sostenible semejante consumo? Otras indicaciones han subrayado cuánto sea importante eliminar distorsiones en los planes de desarrollo, modificar los régimenes territoriales, reforzar las instituciones que se ocupan de la gestión de la tierra y del agua y garantizar un mejor acceso al mercado. Según la conferencia es necesario un mejor gobierno para invertir en terrenos cultivables y en recursos hídricos como vía de salida precisamente para las situaciones en riesgo para una mejor gestión de los recursos renovables. 

Desde esta perspectiva no puede ser olvidada la apreciada iniciativa de la FAO, que ha elaborado las específicas «líneas guía voluntarias relativas a la posesión de las tierras y a la gestión del agua», obligado completamiento de las existentes desde el 2004, relativas al derecho a la alimentación. Hoy, uno de los mayores desafíos es el del cambio climático que afecta directamente a la agrigultura en lo que a actividad para practicar se refiere, cultivos que desaparecerán en ciertas áreas, pérdida de biodiversidad, disminución de rentas. Las prácticas sostenibles para mejorar la capacidad de respuesta (resiliencia) a los cambios climáticos y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no encuentran todavía una larga difusión.

Los esfuerzos de la FAO para incentivar su uso, no podrán aplicarse si falta un buen conocimiento de las políticas y de los obstáculos financieros e institucionales que impiden la estabilización de la producción agrícola. Cada país debe actuar, solo o en común, para eliminar factores que puedan obstaculizar la adopción de prácticas sostenibles: entre estos incentivos dados a producciones que favorecen cambios climáticos, a menudo utilizadas también en detrimento de prácticas que promueven un uso más eficiente de los recursos y la reducción de las emisiones de gas efecto invernadero. En el contexto de los cambios climáticos, en sustancia, un desarrollo del sector agrícola requiere el esfuerzo de comprender aquellos factores que tienen impacto sobre las condiciones de vida de los agricultores y sobre el ambiente. Una tarea compleja y no siempre fácil, pero que es el único modo posible para encontrar soluciones no solo útiles, sino eficaces. ¿Pero realizar todo esto es posible? Del debate se desprende la exigencia de elaborar políticas adecuadas, junto con la determinación de un concreto compromiso representado ante todo por mayores aportaciones de los estados, pero además mediante estrategias a las que puedan suceder inversiones del sector privado.

Es interesante notar que durante el trascurso de los trabajos sobre este punto todos se han dicho responsables, también por lo que respecta a la entrega de aportaciones adecuadas que se sumen al balance ordinario, aprobado por unanimidad, pero cuya suma (mil millones de dólares durante dos años) sin duda permanece insuficiente respecto a las reales necesidades y exigencias. Por parte de todos, en sustancia, ha sido manifestada la voluntad de dar respuestas, pero todos esperan que no se trate solo de anuncios, sino que se pase a la acción. La nota final de la conferencia, efectivamente, es amarga: la convicción de que continuando las actuales condiciones, eliminar el hambre antes del 2030 es una empresa imposible. Para alcanzar esa meta será necesario prever estrategias capaces de no excluir alguna aportación entre donantes y algún componente entre los beneficiarios. 

Análogamente, existirá la necesidad de programar una forma sostenible de producción agrícola acompañada por la capacidad de elaborar y aplicar respuestas adecuadas no solo en relación al uso de los terrenos, a los recursos agrícolas, forestales, pesqueros, del agua o a su producción y comercialización, sino también en relación a la continuidad de vida de las personas y de enteras comunidades.


(Publicado originalmente en L'Osservatore Romano, el 14.7.17)