Por Luis Alberto
Romero
La Nación, 19-2-15
Ayer, detrás de los
fiscales que homenajeaban a su colega muerto, una buena parte de la sociedad
argentina realizó una manifestación netamente política. Por suerte fue así.
Sólo la ignorancia y la mala fe explican que alguien descalifique una acción
ciudadana como "política" cuando desde Aristóteles sabemos que ser
político es lo que diferencia al hombre de los demás animales. Retomando una
distinción que popularizó Pierre Rosanvallon, la marcha no se refirió a
"la" política, sino a "lo" político. No fue la competencia
entre partidos y candidatos que luchan por el poder. Ellos estaban, pero
vestidos de ciudadanos y mezclados con el resto.
Para ser políticos,
para desenvolverse en la ciudad política y construir un destino común, los
hombres necesitan el Estado de Derecho y las instituciones, y entre ellas, la
Justicia. La muerte de Nisman reveló, de una manera imposible de ocultar, que hoy
en la Argentina la justicia soporta un impiadoso ataque desinstitucionalizador
y destituyente, proveniente de un gobierno que, si no lo impedimos, proseguirá
su marcha hacia la dictadura.
Ayer, los ciudadanos
marcharon para defender la justicia y por la posibilidad de realizarse como
seres políticos. Más allá de ese propósito convocante, cada uno estuvo allí con
sus ideas. A diferencia de otras manifestaciones, nadie los explicitó, pues ése
era el pacto de la convocatoria. Pero estaban allí, de manera tácita, y nadie
se engañó. La presencia masiva mostró que una buena parte de la sociedad
acuerda sobre una serie de cuestiones, básicas, los problemas institucionales.